La producción como origen del plusvalor en la teoría marxista
Production as Origen of Surplus-value in Marxist
Theory
Produção como uma fonte de mais-valia na teoria
marxista
Fahd Boundi Chraki[1]
Fecha de recepción: 18 de noviembre de
2016
Fecha de aceptación:
25 de mayo de 2017
DOI: https://doi.org/10.19053/01203053.v36.n64.2017.5598
Resumen
El
objetivo de la presente investigación es doble. Por una parte, consiste en
dilucidar que la fuente misma de la ganancia, esto es, el plusvalor, dimana de
la esfera de producción. Por otra, demostrar que la condición necesaria y suficiente para el sostenimiento del orden de
sociedad capitalista reside en que entre el capital y el trabajo ha de mediar
una relación de dominación expresada en la explotación de la fuerza de trabajo.
Para este propósito, se confronta la teoría de Marx con el enfoque marginalista.
Seguidamente, se descifra el secreto del plusvalor en la compraventa de fuerza
trabajo, manifestando de esta suerte el carácter dual del sistema de cálculo
marxiano. Finalmente, por medio del teorema
marxiano fundamental se verifica la hipótesis de que la explotación de la
fuerza de trabajo es condición necesaria
y suficiente para que los capitalistas obtengan ganancias positivas.
Palabras clave: producción, capital y
mano de obra, Marxismo.
Clasificación JEL: B12,
B13, B14, P10, P16
Abstract
The aim of this research is: 1) clarify the main
source of profit, i.e., the surplus
value, derives from the sphere of production; 2) show that the necessary and
sufficient condition for sustaining capitalist society is that between capital
and labor has to mediate a relationship based on the exploitation of the labor
force. Firstly, Marx's theory will be confronted with the marginalist approach.
Secondly, the secret of surplus-value is decrypted as the sale of labor force,
showing in this way the dual character of Marxian system calculation. Finally,
through the fundamental Marxian theorem it will be verified the hypothesis on
the exploitation of the labor force as necessary and sufficient condition to
obtain positive earnings.
Keywords: production, capital and labor, Marxism.
Resumo
O objetivo desta pesquisa é: 1) esclarecer a principal
fonte de lucro, ou seja, a mais-valia, deriva da esfera de produção; 2) mostra
que a condição necessária e suficiente para sustentar a sociedade capitalista é
que entre o capital eo trabalho tem que mediar uma relação baseada na
exploração da força de trabalho. Em segundo lugar, o segredo da mais-valia é
descriptografado como a venda da força de trabalho, mostrando assim o duplo
caráter do cálculo do sistema marxista. Finalmente, através do teorema marxista
fundamental, verifica-se a hipótese sobre a exploração da mão-de-obra como
necessária e condição suficiente para obter ganhos positivos.
Palavras-chave: produção, capital e trabalho, Marxismo.
INTRODUCCIÓN
Durante
el lapso que media entre las fechas de enero de 1862 y julio de 1863, Marx se
entregó a la ímproba tarea de escudriñar la teoría
del plusvalor, tal y como había sido legada por la economía política
clásica, para ulteriormente someterla a la más dura de sus críticas. De
aquellos manuscritos nacería el que hoy es considerado como el libro IV de El Capital: las Teorías sobre la plusvalía[2].
Baste
señalar que la fuerza con la que inicia Marx (1956, p. 34) su crítica en el
capítulo I de las Teorías sobre la
plusvalía pone de manifiesto cuán confusos se encontraban los economistas
que lo precedieron: “Antes de los fisiócratas, la plusvalía –es decir, la
ganancia, bajo la forma de tal ganancia- se explicaba pura y simplemente a base
del cambio por la mercancía en más de su valor”.
No
en vano, figuras tan representativas de la economía política moderna como Eugen
von Bhöm-Bawerk (1876, 1891) y Keynes (1936) tuvieron a bien arrogarse esta
errada concepción del origen del plusvalor para soslayar el primado de la
producción capitalista de mercancías: la explotación
de la fuerza de trabajo.
Mas,
por otra parte, fueron los fisiócratas, observa Marx, los primeros en advertir
que el punto de partida para desentrañar el origen del plusvalor emplazaba el riguroso análisis de la esfera de producción. Los fisiócratas, añade Marx, sentaron las
bases objetivas sobre las que el capital se manifiesta dentro del proceso laboral
y, por tanto, pudieron determinar con alto grado de acierto las formas que
adoptaba en la circulación. Así, de una parte, el capital asume la forma de
capital fijo (avance primitive); de
otra, toma la envoltura del capital circulante (avance annuelle).
Marx
recalca, no obstante, que en los fisiócratas la fuente única del plusvalor es la renta de la tierra, en
tanto que la ganancia del capitalista corresponde a una suerte de salario de grado superior que era pagado
por el terrateniente. De tal forma, no debe asombrar que en el esquema de
Quesnay (1758) la clase productiva sea la de los trabajadores agrícolas, en
cuanto productores de plusvalor,
mientras que los terratenientes son quienes se lo apropiaban al tratarse de la classe propriétaire.
Aun
habiendo concentrado su análisis en la renta de la tierra, Marx no pudo por
menos que elogiar la brillantez del sistema fisiócrata, en la medida en que este
sistema rubricaba el origen del plusvalor
dentro de la esfera de producción.
Esto
es tanto más interesante cuanto que ayuda a comprender por qué en el transcurso
de su investigación, Marx tuvo por bien tomar como punto de partida las
reflexiones de los fisiócratas y, por extensión, las de Adam Smith (1776) y
David Ricardo (1821), para con ello ulteriormente develar el secreto que se esconde detrás del origen de
la ganancia del capital.
Así
pues, a través de la teoría de Marx, el objetivo del presente capítulo es
doble. i) Por una parte, consiste en dilucidar que la fuente misma de la
ganancia, esto es, el plusvalor, dimana de la esfera de producción. ii) Por
otra, demostrar que la condición
necesaria y suficiente para el sostenimiento del orden de sociedad
capitalista es que entre el capital y el trabajo medie una relación de
dominación, cuya expresión genuina sea la explotación
de la fuerza de trabajo.
Tras
este breve recorrido introductorio, debe señalarse que la investigación se
estructura en cuatro apartados. En el primero, la explicación se centra en la
crítica marxiana de la teoría de la utilidad marginal. En el segundo apartado
se analiza la compraventa de la fuerza de trabajo como origen del plusvalor,
descubriendo así el carácter dual del sistema de cálculo de Marx. En el tercero
se profundiza en el teorema marxiano fundamental,
según el cual la explotación de la fuerza de trabajo es la condición necesaria y suficiente para que los capitalistas obtengan
ganancias positivas. En el cuarto y último apartado se extraen las conclusiones
más relevantes.
CRÍTICA MARXIANA DE LA TEORÍA DE LA
UTILIDAD MARGINAL
Cabe
hacer notar que la lucidez de los fisiócratas es tanto más asombrosa cuanto más
contrasta con el desconcierto que supone para el moderno sistema keynesiano
localizar la fuente de la ganancia capitalista. Conviene citar en este respecto
uno de los pasajes más polémicos de la Teoría
general de Keynes (1936):
Es
preferible considerar al trabajo, incluyendo, por supuesto, los servicios
personales del empresario y sus colaboradores, como el único factor de la
producción que opera dentro de un determinado ambiente de técnica, recursos
naturales, equipo de producción y demanda efectiva. Esto explica, en parte, por
qué hemos podido tomar la unidad de trabajo como la única unidad física que
necesitamos en nuestro sistema económico, aparte de las de dinero y de tiempo. (1936,
p. 213)
La
controversia suscitada por esta cita deriva de la interpretación que hace de
ella Axel Kicillof (2005, 2009), quien arguye que Keynes, al igual que Ricardo
y que Marx, sostuvo en su Teoría general
que la fuente única del valor y, por extensión, del plusvalor, es el trabajo
humano.
Sin
embargo, Kicillof yerra al presuponer la existencia de un nexo que une la
teoría del valor de Keynes con la teoría valor trabajo de Ricardo y Marx. En
primer lugar, Keynes vincula la ganancia del capital a la escasez, esto es,
cuanto más escasas son las mercancías tanto mayores serán sus precios respecto
a sus valores. Ello significa que la ganancia de los capitalistas deriva de la
diferencia entre el precio de mercado y el valor de las mercancías.
En
segundo lugar, en Keynes subyace una teoría basada en el cálculo marginal
psicológico, en la medida en que esta determina qué parte del producto global
se acumula para posteriormente reinvertirse y cuál se dedica para satisfacer
las necesidades de consumo.
Esto
último entrelaza la Teoría general
con los Principios de economía política
de Alfred Marshall (1890), quien postuló que la ganancia de los capitalistas se
encontraba sujeta a la productividad del capital. Más exactamente, en la teoría
marginalista de Marshall la ganancia capitalista depende del rendimiento
marginal del capital y de la tasa marginal para renunciar el uso presente de la
renta.
O,
en otras palabras, a medida que se incrementa el capital, su productividad
marginal irá decreciendo. En consecuencia, la retribución de los capitalistas,
es decir, su ganancia, dependerá de la productividad
marginal del capital.
Nótese
cuán de similar es la teoría marginalista Marshall con la concepción de Nassau
W. Senior (1836), quien hubo de anticipar el postulado ampliamente extendido
por la escuela neoclásica sobre el origen de la ganancia derivada del
sacrificio que supone para el capitalista el abstenerse de consumir.
Aunque
Keynes subrayó con insistencia que la eficiencia
marginal de capital no debía ser confundida con la productividad marginal del capital, el mecanismo expuesto en la Teoría general es, en esencia, muy
similar al de Marshall. Empero, Keynes incluyó un factor ausente en la teoría
neoclásica: la preferencia por la
liquidez de los capitalistas.
El
economista de Cambridge aduce que los capitalistas tienden a conservar una
parte de su renta en forma líquida, ya sea en dinero o bien en forma de otro
sustitutivo que cumpla con sus funciones. De esta suerte, los capitalistas se
enfrentan, según Keynes, a la disyuntiva sobre qué hacer con su ahorro: i)
invertirlo productivamente, o ii) conservarlo en forma líquida.
De
acuerdo con Keynes, esta preferencia por la liquidez ha de afectar las
ganancias futuras de los capitalistas, en la medida en que si los capitalistas
resuelven conservar parte de sus ahorros en forma de dinero, la demanda de
inversión y la demanda de consumo disminuirán. Luego, la demanda efectiva se contraerá hasta dar paso a una sobrecapacidad
productiva.
En
vista de esto, difícilmente podrá reconciliarse el corpus teórico de Keynes con la teoría valor trabajo de Ricardo y
Marx, pues el sistema keynesiano no deja lugar a la duda: la ganancia del
capital no puede originarse en la esfera
de producción. Keynes sitúa, en definitiva, el origen de la ganancia en la
esfera de circulación, tal y como lo hiciera a la sazón Malthus.
En
este sentido, Keynes (1933, p. 23) escribe que: “Según la concepción de
Malthus, llena de sentido común, precios y beneficios son determinados
primariamente por algo que él describe, aunque nunca con demasiada claridad,
como la demanda efectiva”. Keynes (1933), por otra parte, nunca ocultó la
animadversión que le generaba en su persona la figura de Ricardo:
¡Si
Malthus y no Ricardo hubiera sido el tronco del que brotó la ciencia económica
del siglo XIX, cuánto más sabio y rico sería hoy el mundo! Tenemos que
redescubrir laboriosamente y hacer brotar a través de las oscuras capas de
nuestra desorientada educación lo que nunca debió dejar de ser evidente. (p.
37)
En
el sistema keynesiano no hay en forma alguna cabida para una teoría de la
determinación de la ganancia capitalista basada en la teoría de la explotación
de la fuerza de trabajo. Vale decir, asimismo, que para Keynes el primum movens del modo capitalista de
producción es la satisfacción de las
necesidades de consumo, mas no así la valorización
del capital, como sostiene Marx en El
Capital.
La
proposición según la cual la producción capitalista sirve en última instancia
para satisfacer las necesidades individuales de consumo constituye una fuerte
conexión entre la teoría keynesiana y la teoría marginalista. Así, por ejemplo,
Léon Walras (1874) desarrolló una teoría del valor basada en la escasez, en tanto
y en cuanto, el valor se encuentra determinado por la escasez de los bienes
respecto de las necesidades de consumo de los individuos.
Por
su parte, Böhm-Bawerk (1876) arguyó que la producción capitalista de mercancías
tiene como fin único satisfacer el
consumo individual. De este modo, el economista austriaco consideró de
escaso interés el estudio de la esfera de producción, debiéndose focalizar el
análisis en la esfera de circulación, por cuanto el valor y el plusvalor (interés en sentido de
Böhm-Bawerk) nacen de: “la dependencia
de la satisfacción de las necesidades humanas por los bienes” (Böhm-Bawerk,
1876, p. 39).
Böhm-Bawerk
agrega, asimismo, que el plusvalor -o
interés, siguiendo su terminología-surge de la diferencia entre el valor
presente y el valor futuro de los bienes. O, más concretamente, los individuos
muestran una mayor preferencia por los bienes presentes que por los bienes
futuros.
La
razón de ello, según el propio Böhm-Bawerk, se debe a: i) causas psicológicas
derivadas de la incertidumbre con respecto al futuro; ii) causas técnicas
determinadas por las condiciones de producción. Al igual que en Malthus,
Keynes, Marshall y Walras, la concepción austriaca sitúa la génesis del plusvalor en la esfera de circulación.
Pero
esto no es todo. Baste reseñar que en la economía política moderna ha sido un
tema harto recurrente la posibilidad de que Marx tuviera conocimiento sobre la
teoría de la utilidad marginal desarrollada por Menger, Jevons, Walras,
Marshall o Böhm-Bawerk, habida cuenta de que la revolución marginalista se
inició en 1870. De haber profundizado Marx en dicha teoría, cabría esperar su
consecuente respuesta que, desafortunadamente, no aparece expuesta
explícitamente en parte alguna de los tres libros de El Capital.
No
obstante, Paul Mattick (1974) arroja luz sobre este interrogante al decirnos
que Marx (1959) conoció los planteamientos de la teoría marginal del valor, en
la medida en que desplegó una precisa crítica de la teoría subjetiva de Bailey
en las Teorías sobre la plusvalía.
Más
aún, Marx (1882) discute a Adolf Wagner su teoría subjetiva del valor en su
inédito trabajo titulado Glosas
marginales al tratado de economía política de Adolfo Wagner. Baste citar
aquí el siguiente fragmento:
Después de bautizar como “valor general”,
como “concepto del valor”, lo que solemos llamar “valor de uso”, Wagner no
puede por menos de recordar que el valor así (¡vaya! ¡vaya!) “derivado” (¡!) es
el “valor de uso”. Una vez que ha dado al “valor de uso” el nombre de “concepto
del valor” en general, de “valor por antonomasia”, descubre a posteriori que
está charlando pura y simplemente del “valor de uso”, es decir, que ha
“derivado” éste, puesto que hoy el charlar y el derivar son “sustancialmente”
operaciones discursivas idénticas. Pero, con este motivo, descubrimos la
tramoya subjetiva que hay detrás de la anterior confusión “objetiva” de
conceptos del susodicho señor Wagner. (p. 717)
La
teoría del valor de Wagner, en consonancia con la teoría marginalista de
Jevons, Menger y Walras, equipara el valor
de uso con el valor de cambio, id est, el valor se encuentra determinado por la utilidad. O, lo que es lo
mismo, la oferta y la demanda determinan el valor de las mercancías.
Podemos
ir aún más lejos en la búsqueda de la crítica marxiana de la teoría utilidad
marginal. Si inquirimos con mayor profundidad en el legado de Marx (1939),
encontramos que en su imprescindible obra Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política o Grundrisse, aduce que aun cuando la producción capitalista de
mercancías viene a satisfacer las necesidades individuales de los consumidores,
es importante comprender que la
producción es inmediatamente consumo (productivo), al tiempo que el consumo es
inmediatamente producción.
Mas,
por otra parte, es la producción la que concibe el consumidor, en la medida en
que esta modifica las necesidades de consumo y crea otras nuevas. O, dicho de
otra forma: “la producción no solamente produce un objeto para el sujeto, sino
también un sujeto para el objeto” (Marx, 1939, p. 13). Más precisamente, la
producción dirige el consumo por cuanto el primum
movens es la acumulación del capital,
esto es, la reinversión del plusvalor
con el objeto de acrecentar el capital, en cuanto que valor en proceso de valorización (Astarita, 2008).
En
este punto, Albert O. Hirschman (1958) y Marx se saludan cordialmente, puesto
que en su Estrategia del desarrollo
económico describe lo que en la economía moderna se ha venido a definir
como el fenómeno de la necesidad
impulsada, id est: los inventos son la madre de la necesidad.
Por
su parte, Sombart (1913), desde la perspectiva de la joven escuela historicista
alemana, refuerza la proposición de Marx al distinguir dos fases del capitalismo[3].
En la primera, denominada capitalismo
temprano, la cual comprende el período que abarca el inicio del desarrollo
capitalista hasta finales del siglo XVIII, la relevancia de la figura del
consumidor era tal que la concepción de que la producción de mercancías venía a
satisfacer las necesidades de consumo mantenía su total vigencia.
Sin
embargo, desde el siglo XIX hasta nuestros días, nace, según Sombart, un nuevo sujeto económico moderno, el gran
empresario capitalista, quien tiene como máxima aspiración la obtención de la
mayor ganancia posible. Por ende, busca en última instancia valorizar su capital.
Así,
el interés del capitalista se centra en exclusiva en la empresa, pues el auge
de la misma, escribe Sombart (1913, p. 180): “que empieza y termina siempre con
una suma de dinero [D-M-…P…-M´-D´], está vinculado a la adquisición de un
excedente [plusvalor]”. Lejos queda, pues, aquel capitalismo temprano en donde el sujeto principal era hombre real, en la medida en que éste ha
sido sustituido por las abstracciones
que representan la ganancia y los negocios en el capitalismo moderno. La producción sirve, pues, a la acumulación del capital, relegando la
proposición marginalista y keynesiana a un estadio previo al moderno modo
capitalista de producción.
Más
todavía, la crítica marxiana de la teoría de la utilidad marginal puede ser
descifrada en el capítulo IV del primer libro de El Capital titulado “Cómo se convierte el dinero en capital”. En
dicho capítulo Marx nos desvela el secreto que se oculta detrás del origen del plusvalor: la compra y venta de fuerza de trabajo. Conviene rescatar aquí la
fórmula del circuito del capital
comercial:
D-M-D´
[1]
Esta
fórmula consiste básicamente en comprar
para vender más caro, lo cual reporta al capitalista una ganancia merced a
la transferencia de riqueza dentro de la esfera de circulación (Shaikh, 1991,
2016). Para Keynes, Walras o Böhm-Bawerk la expresión [1] es la forma única y
genuina para la obtención de la ganancia capitalista.
Sin
embargo, Marx (1867) observa que en la esfera de circulación no se genera valor
nuevo alguno ni tampoco mayor riqueza de la previamente existente, simplemente
son distribuidos. En otras palabras,
la ganancia por transferencia de riqueza implica que: “Lo que de un lado
aparece como plusvalía, es del otro minusvalía; lo que de una parte representa
un más, representa de la otra menos” (Marx, 1867, p. 117). No en vano es en la
esfera de circulación donde las mercancías se realizan como valores y, por
extensión, el plusvalor contenido en
las mismas.
Así
pues, cabe preguntar: ¿cuál es el secreto que ha de ser desvelado para hallar
el origen del plusvalor? Hasta ahora
tan solo conocemos por Marx que la fuente del valor es el trabajo humano abstracto, el cual se mide de acuerdo con el tiempo socialmente necesario. Nuestra
exposición no ha sobrepasado aún los límites de la producción simple de
mercancías. Hemos soslayado, por lo tanto, la clave para comprender el origen
del plusvalor: la compra y venta de fuerza de trabajo.
COMPRAVENTA DE LA FUERZA DE TRABAJO Y
CARÁCTER DUAL DEL SISTEMA DE CÁLCULO DE MARX
En
la historia universal acontece un
hecho sin precedentes que constituye el punto de partida del modo capitalista
de producción: la acumulación originaria.
De acuerdo con Marx (1867, p. 807), la acumulación
originaria: “viene a desempeñar en economía política el mismo papel que
desempeña en teología el pecado original”.
Esta
acumulación originaria, continúa Marx
(1867, p. 607), nos retrotrae a: “tiempos muy remotos […] había de una parte,
una minoría trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra un
tropel de descamisados haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más”.
La
acumulación originaria, cual pecado original bíblico se tratase,
constituye el proceso de disociación
entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de su trabajo. Más
precisamente, se trata del proceso histórico que condujo al formal divorcio
entre los trabajadores y sus medios de producción.
La
teoría de la acumulación originaria
de Marx identifica el rasgo más significativo del orden de sociedad
capitalista, a saber, que entre los
medios de producción y los trabajadores ha de mediar una separación.
Mattick
(1974) recalca que aquello permitió a Marx comprender que la diferencia entre
el valor de uso y el valor de cambio de la mercancía fuerza
de trabajo constituye el pilar esencial en el cual descansa el modo capitalista
de producción.
Es,
pues, la fuerza de trabajo, y no el
trabajo como habían sostenido erróneamente Adam Smith y Ricardo, la mercancía
que han de vender los trabajadores a fin de poder perpetuar su existencia y la
de su progenie. Los trabajadores desposeídos no solo de sus medios de
producción sino también de sus medios de
vida, han de ofrecer libremente en el mercado la única mercancía que
poseen, su fuerza de trabajo, a
cambio de un salario equivalente al
valor de la cesta de bienes de consumo. El proceso, pues, de intercambio en el
cual el trabajador vende su fuerza de trabajo pasa por la ulterior forma:
M-D-M
[2]
De
la expresión [2] se sigue que el trabajador habrá de vender la mercancía fuerza de trabajo, M, a cambio de un
salario, D,
equivalente al valor de la canasta de
bienes de consumo necesaria para la reproducción de su fuerza de trabajo y el
mantenimiento de su familia, M.
En
el otro lado de la balanza social tropezamos con el capitalista, poseedor de
dinero y medios de producción, al tiempo que prisionero del impulso
desenfrenado y desmesurado por obtener la máxima ganancia. Avaritia studium pecuniae habet.
El
capitalista insaciable buscará en el mercado aquella peregrina mercancía que,
al ser consumida, le reporte valor: la fuerza
de trabajo. Nunca como en este caso puede citarse con mayor autoridad las
palabras de Virgilio: auri sacra fames.
El
trabajador, desposeído y a la vez libre para decidir ser explotado, habrá de
vender, pues, su fuerza de trabajo
temporalmente. De lo contrario, dice Marx (1867, p. 121): “si la vende en
bloque y para siempre, lo que hace es venderse a sí mismo, convertirse de libre
en esclavo, de poseedor de una mercancía en mercancía”.
Para
desvelar el secreto que se esconde detrás del plusvalor, hemos de desglosar el esquema del circuito del capital industrial:
D-M
{ FT / MP…P…M´-D´ [3]
En
conformidad con el esquema [3] se nos aparecen dos intercambios de equivalentes del cual no podrá en modo alguno
dimanar el plusvalor, a saber: 1)
D=M; y 2) M´=D´. De ello se infiere que el incremento de valor ha de haberse
realizado durante la fase productiva, (…P…). Debe advertirse, empero, que el
aumento de valor no podrá corresponder, en forma alguna, a los medios de
producción, en la medida en que estos, en cuanto trabajo muerto u objetivado, tan sólo transfieren el valor que
contienen nacido de un trabajo pretérito.
Así
pues, el valor generado en el proceso de producción habrá de derivar, stricto sensu, del valor agregado por el trabajo
vivo, esto es, por la fuerza de
trabajo. En otras palabras, el capitalista habrá recibido un valor
producido por la fuerza de trabajo
por el cual no habrá entregado equivalente
alguno.
Puesto
que el salario que perciben los trabajadores equivale al valor de la cesta de bienes de consumo, el valor agregado o valor añadido es aquel que se compone, de una parte, de tiempo de trabajo necesario para producir la
cantidad de mercancías que permiten reproducir la fuerza de trabajo. De otra, se trata de trabajo excedente o trabajo
no retribuido que encarna el plusproducto o plusvalor apropiado por el capitalista en virtud del derecho que ejerce
sobre la propiedad privada de los medios de producción.
Henos
aquí ante el fin del misterio del plusvalor.
Los capitalistas, quienes detentan el control sobre el proceso laboral, poseen
la capacidad o habilidad de extender o intensificar la jornada laboral por
encima del tiempo de trabajo necesario para producir la cantidad de mercancías
que consienten el sustento vital del trabajador y el de su familia.
O,
más exactamente, el secreto del plusvalor
consiste en que el salario real ha de intercambiarse a razón de una tasa
inferior a la de la productividad del trabajo. Se deprende, por ende, que la
ganancia del capital, id est, el plusvalor realizado en la esfera de
circulación, nace de la explotación de la
fuerza de trabajo.
No
obstante, Grossmann (1929) remarca que la especificidad de la producción
capitalista de mercancías no solo se revela por medio del proceso laboral, en
el cual, baste decir, la fuerza de trabajo y los medios de producción engendran
conjuntamente el producto. Existe un principio dual, añade Grossman. Por un
lado, se trata de un proceso laboral cuyo fin es crear un producto. Por el
otro, involucra un proceso de
valorización.
El
capital es, en efecto, valor en proceso
de valorización, por cuanto los medios de producción y la fuerza de trabajo
son asimismo valores: capital constante,
c, y capital variable, v, respectivamente. Ello nos remite a la
formulación clásica del valor de la mercancía de Marx:
V
= c+v+p
[4]
Donde
denota el valor de los medios de producción
consumidos en un período, en tanto que v
+ p define el valor agregado. Centremos ahora nuestra atención en cada uno
de los componentes del valor de la mercancía. Comenzando por el capital constante, c, este se descompone en dos partes: i) capital fijo; y ii) capital
circulante. A este respecto, Schumpeter (1942, 1954) elogia el gran acierto
de Marx al reemplazar la caduca distinción legada por Ricardo, puesto que el
economista clásico incluyó, no sin antes incurrir en error, el fondo de
salarios como parte del capital
circulante.
En
Marx, por el contrario, el capital
circulante corresponde a las materias primas, bienes intermedios u otros
insumos cuyo tiempo de rotación es
igual o inferior a un año. Esto es, se trata de elementos de capital constante cuyo consumo productivo podrá durar
escasos meses y, por consiguiente, rotarán varias veces a lo largo de un año.
Por su parte, los elementos de capital
fijo, tales como la maquinaria, los equipos o las plantas, servirán a la
producción durante un lapso que podrá superar los 20 o 30 años (Lange, 1965).
Baste
señalar aquí que Marx (1885, pp. 159-220), en el libro II de El Capital, introdujo el concepto de rotación del capital constante. De
acuerdo con Oskar Lange (1965, p. 29), dicho concepto se define como: “el
promedio de duración de los medios de producción en el proceso productivo, y
por consiguiente se trata aquí de la duración económica media, y no
necesariamente del desgaste”.
Así,
si denotamos la rotación del capital
constante con el símbolo , tenemos que su
inversa corresponde al índice de
reposición μ:
1/
τ=μ
[5]
Por
lo tanto, el stock de capital constante, K, en adelante, multiplicado por el índice de reposición
corresponderá al valor del flujo de
los medios de producción consumidos durante un período, c:
c
= Kμ = K 1/τ
[6]
O,
lo que es lo mismo:
K =
cτ
[7]
En
cuanto al stock de capital variable, en adelante, Z, es
importante distinguirlo del fondo salarial, v.
Cabe subrayar que el capital variable
solamente podrá ser igual al fondo salarial cuando la remuneración de los
asalariados se reduzca a un único año. En consonancia con lo anterior, el capital variable habrá de ser igual al
fondo de salarios multiplicado por el período de rotación θ:
Z
= vθ
[8]
Este
inciso nos permitirá diferenciar los conceptos de composición técnica de capital, composición
de valor del capital y composición
orgánica de capital.
Comenzando
por la composición técnica de capital,
esta hace referencia a la relación entre la cantidad en términos físicos de
medios de producción (MP) y la cantidad en términos físicos de fuerza de
trabajo (FT) puesta en marcha por los capitalistas en el proceso productivo, es
decir, MP: FT.
Por
su parte, la composición de valor de
capital o composición orgánica de los
inputs representa la relación entre el flujo
del valor de los medios de producción consumidos durante un año y el fondo
salarial (Lange, 1965):
k = c/v
[9]
Finalmente,
la composición orgánica de capital
expresa el cociente entre el stock de
capital constante y el stock de capital variable:
K/Z = cτ / vθ = k . τ/θ [10]
Pasemos,
pues, al último componente del valor de las mercancías: el plusvalor. Como se subrayó previamente, el plusvalor nace merced a la habilidad del capitalista para prolongar
o intensificar la jornada laboral más allá del tiempo necesario para que un
trabajador produzca la cantidad de mercancías que aseguren su existencia y la
de su familia. Lo que para el trabajador es plustrabajo,
para el capitalista es un plusvalor
compuesto de: i) ganancias; ii) intereses; iii) rentas; iv) e impuestos.
Nótese,
por una parte, que al realizarse el plusvalor
en la esfera de circulación, la totalidad del mismo no va a parar a los
capitalistas en forma de ganancia, en la medida en que el propietario de los
medios de producción ha de hacer frente a sus obligaciones con otros agentes
económicos: el banco o prestamista privado (intereses), propietario de la
tierra (renta) y el Estado (impuestos).
Por
otra, el valor agregado encarna la
totalidad del trabajo ejecutado durante un período, id est, el trabajo retribuido (capital
variable) más el trabajo no retribuido (plusvalor):
valor agregado = v+p
[11]
Es
de destacar que en el capítulo VII del libro I de El Capital, Marx deriva de la expresión [11] la ecuación de la tasa
de plusvalor o tasa de explotación de la fuerza de trabajo, siendo la misma la
relación del plusvalor entre el capital variable, (en adelante, e):
e = p/v [12]
Mientras
que de la relación entre el plusvalor,
capital constante y el capital variable (la composición orgánica de capital), Marx
infiere su ecuación de la tasa de
ganancia. En este sentido, considérese, primeramente, que la tasa de
ganancia se expresa como el cociente del plusvalor
entre el sumatorio de los stocks de capital
constante y capital variable,
obteniendo así:
B/K = p / (K+Z) [13]
En
segundo término, si descomponemos la ecuación [13] tenemos:
B/K = p / (K+Z) = (p/v)
/ (cτ/v+θ) = p / (k τ/θ+1) θ [14]
Puesto
que:
K/Z = cτ / vθ = k . τ /
θ
[15]
La
tasa de ganancia habrá de ser:
B/K = p / (K/Z+1) θ
[16]
En
conformidad con Marx, la tasa de
acumulación, esto es, la relación entre la inversión productiva y el
plusvalor, habrá de encontrarse estrechamente relacionada con la tasa de
ganancia.
Esto
quiere decir que las decisiones de inversión de los capitalistas tienen como
estímulo principal la evolución de la tasa
de ganancia realizada y esperada. A fin de comprender tal relación,
consideraremos por caso una economía dividida en n sectores, en tanto que el producto global del i-enésimo sector se denota de acuerdo
con la siguiente expresión:
Donde
y se refieren, en sentido
de Leontief (1951), a los coeficientes de
empleo y los coeficientes técnicos,
respectivamente. Consecuentemente, el plusvalor
que se apropian los capitalistas del sector i
será igual a:
Según
Lange (1965), el nexo existente entre la inversión productiva y la tasa de
ganancia podrá derivarse de la siguiente ecuación:
En
la formulación [19], expresa la tasa de inversión bruta, asimismo,
nos indica que la inversión neta (inversión para la ampliación) ha de ser
proporcional a la tasa de ganancia obtenida por el capital constante producido
en dicho sector, esto es, . Por tanto, se tiene:
Siendo
el coeficiente
de proporcionalidad. Ahora bien, Lange (1964) advierte que la expresión
[20] puede emplazarnos a innecesarias complicaciones contables, lo cual obliga a
transformar la inversión neta en una función lineal dependiente del plusvalor y el capital constante:
En
este caso se tiene que y corresponden al coeficiente de propensión a la inversión ante las expectativas de
beneficios y el coeficiente de
sensibilidad de la inversión ante las variaciones del capital constante,
respectivamente.
En
otras palabras, si el coeficiente de
propensión a la inversión ante las expectativas de beneficios es alto, ceteris paribus, la inversión neta será
tanto mayor cuanto mayor sea el plusvalor
apropiado por los capitalistas.
Por
otro lado, si el coeficiente de
sensibilidad de la inversión ante las variaciones del capital constante es
elevado, ceteris paribus, la
inversión neta será tanto menor cuanto mayor es el crecimiento del stock capital constante.
Así
pues, el incremento simultáneo de la magnitud de plusvalor y el stock de capital constante hará aumentar o
disminuir la inversión neta dependiendo de cuál de los dos coeficientes es
mayor.
Cabe
reseñar que la ecuación [21] es muy similar a la expresión matemática que llega
Kalecki (1939, p. 31) en el capítulo I de su obra Estudios sobre la teoría de los ciclos económicos. Al igual que
Marx y Lange, el economista polaco determina que el volumen de inversiones: “es
una función creciente de la acumulación bruta y una función decreciente del
volumen del equipo de capital K”.
Tras
este inciso ha de advertirse que a partir de este punto el sistema marxiano se
desdobla en dos métodos de cálculo. i) La ecuación [12] de la tasa de
explotación corresponde al sistema de cálculo de valores. ii) En tanto que la
expresión [16] referente a la tasa de ganancia se reserva al sistema de cálculo
de precios de producción. Más exactamente, bajo un régimen
capitalista de producción de mercancías, la separación entre productores y
medios de producción conlleva la explotación de la fuerza de trabajo. Por
tanto, valores y precios no podrán ser en modo alguno proporcionales (Marx,
1894). Baste señalar aquí que dicho carácter dual del modelo marxiano nunca ha
estado exento de polémica, pues hasta nuestros días sigue arrojando extensos
ríos de tinta.
Fue
Böhm-Bawerk, no obstante, el representante más notorio de una extensa estirpe
de formidables adversarios de Marx que han creído haber hallado una
contradicción irresoluble entre el libro I y el libro III de El Capital.
En
su trabajo titulado La conclusión del
sistema marxiano, Böhm-Bawerk (1896) sostiene que en tanto en el libro I
las mercancías se intercambian con arreglo a la cantidad de trabajo incorporado
en las mismas, en el libro III Marx con harta frialdad y precisión, pasa a
considerar que las mercancías se venden de acuerdo con sus precios.
Tal
es el desconcierto del economista austriaco que no puede por menos que confesar
a sus lectores: “Yo no sé qué hacer, pues no veo aquí en absoluto la
explicación y el ajuste de un problema controvertido, veo aquí sólo una pura y
simple contradicción. El tercer volumen de Marx desmiente al primero”
(Böhm-Bawerk, 1896, p. 49). Nada podría ser más erróneo. Marx (1939, p. 62) ya
escribía en sus Grundrisse que valores y precios, en manera alguna, serían proporcionales.
Schumpeter
(1954, p. 663) lanza esta misma objeción, puesto que: “[…] incluso el más
grande de los críticos de Marx durante el siglo XIX, Böhm-Bawerk, pensó que
Marx expuso una teoría del valor cantidad de trabajo en el primer volumen de Das Kapital, […] Pero esa interpretación
es un error, error que implica no haber visto el punto esencial de la teoría
marxiana del valor”. Conviene
destacar aquí que el objeto de Marx a lo largo de la elaboración de los tres
libros que conforman El Capital fue
analizar la transformación de los valores en precios de producción.
En
el libro I, los valores de las mercancías son proporcionales a los precios directos como consecuencia de la
total uniformidad de la composición orgánica de capital. En el libro II, Marx
transita desde un modelo unisectorial hacia otro bisectorial, donde las
composiciones orgánicas de capital del sector I y el sector II difirieren como
consecuencia de la especialización productiva de cada uno de ellos. El sector I
es intensivo en capital constante, en
tanto que el sector II lo es en fuerza de trabajo.
Consecuentemente,
el dual del modelo del libro II medido en precios de producción lo encontramos
recogido en el libro III, donde el filósofo de Tréveris elucida la
transformación de valores en los precios de producción de las mercancías. Vale
decir que dichos precios de producción garantizan una rentabilidad media (tasa
de ganancia promedio) para cada una de las ramas de la producción que componen
una economía capitalista (Boundi Chraki, 2014). Este inciso, en cuanto a la
diferencia entre valores y precios, no ha sido ocioso, en la medida en que nos
sirve para introducirnos a continuación en la comprensión del teorema marxiano fundamental.
EL TEOREMA MARXIANO FUNDAMENTAL
Varios
economistas han tenido la particular virtud de confundir los conceptos de tasa
de explotación y de tasa de ganancia de
Marx. Sírvase a título de ejemplo la extraña aserción de Joan Robinson (1942,
p. 36), según la cual la relación entre tasa
de plusvalor y la tasa de ganancia
no es más que un razonamiento tautológico.
Morishima
(1973) discrepa de la afirmación de Robinson, puesto que la tasa de plusvalor pertenece al sistema
de cálculo en términos de valores, en tanto que la tasa de ganancia se reserva
al cálculo en términos de precios de producción. La relación entre ambas no se
trata en modo alguno de una tautología.
Rosdolsky (1968), por su parte, es menos condescendiente con Joan Robinson a
este respecto.
Rosdolsky
hace notar que la teoría de Marx no se basa en forma alguna en el supuesto de
una tasa constante de plusvalor, tal y como parece deducir Robinson. Este
error, arguye Rosdolsky, nace merced a la incapacidad de Robinson por
comprender que el capital es una relación social y, en cuanto tal, se trata de
una categoría sociohistórica.
Retomando
la relación entre valores y precios, baste señalar que ello constituye el pilar
sobre el que se edifica el teorema fundamental marxiano. O, lo que es los
mismo, el modelo Okishio-Morishima-Seton
(Okishio, 1963; Morishima & Seton, 1961; Morishima, 1973, 1974). Pasemos a
discernir dicho teorema. Morishima (1973) señala que en el libro I de El Capital se recogen tres definiciones
alternativas de la tasa de plusvalor,
o tasa de explotación.
La
primera de dichas definiciones se deriva del vector que recoge la cantidad de
bienes salario necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo:
Considérese
y T como la longitud máxima y dominante de la
jornada laboral, respectivamente. De todo lo anterior, se infiere que los
bienes salario necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo medidos
en términos de tiempo de trabajo se valoran a razón de λIIB; siendo λII
los bienes salarios producidos por el sector II de bienes de consumo y B la cantidad necesaria de los mismos.
De ello se desprende la siguiente desigualdad:
De
acuerdo con la expresión [23], un asalariado podrá trabajar al día un número
total de horas superior a las necesarias para producir las mercancías
equivalentes a sus medios de vida. Debe recalcarse que esta hipótesis es
condición sine qua non, en la medida
en que: “de otro modo, el trabajador sólo podría producir, en el mejor de los
casos, las mercancías necesarias para su subsistencia diaria” (Morishima, 1973,
p. 61). En otras palabras, la hipótesis
básica de la teoría de la explotación ha de cumplir con:
Consiguientemente,
el precio mínimo de la mercancía fuerza de trabajo se situará en un nivel
equivalente al valor de los bienes salario, esto es, λIIB. Las horas necesarias para reproducir el valor
equivalente de los bienes salario pasa a definirse como T.
Considerando
w = 1/T, el trabajador percibirá w unidades de bienes salario al día y
por hora a razón de una oferta de una unidad de fuerza de trabajo por hora. Por
lo tanto, la suma de wB equivale a wλIIB horas de trabajo. De
esta suerte, wλIIB representará
la parte retribuida, en tanto que 1- wλIIB,
la parte no retribuida, id est, el plustrabajo.
Más
exactamente, el salario percibido por los
trabajadores corresponde al coste de producción de la fuerza de trabajo. En
este sentido, el grado de explotación, e,
se expresará como el cociente entre el trabajo
no retribuido y el trabajo retribuido:
La
ecuación [25] es, en definitiva, la primera definición de la tasa de
explotación. Para la segunda definición, es importante subrayar que en el libro
I de El Capital Marx denomina
alternativamente el trabajo no retribuido
y el trabajo retribuido como trabajo excedente y trabajo necesario, respectivamente.
El
trabajo necesario pertenece a la parte de la jornada laboral en la cual el
trabajador reproduce el valor equivalente a los bienes salario. El trabajo excedente, por su parte, se
refiere al valor producido por el que el trabajador no percibe equivalente
alguno (Marx, 1867, p. 165).
Así
pues, el grado de explotación podrá expresarse como el cociente del trabajo
excedente entre el trabajo necesario:
Análogamente,
el grado de explotación podrá ser definido de acuerdo con la distribución
sectorial del trabajo. En primer término, bajo el supuesto de que en una
sociedad con trabajadores con una jornada laboral de T horas diarias, se considera que los
trabajadores producen una cantidad diaria de BN bienes salario para cubrir sus necesidades fisiológicas. Esto
quiere decir que deberán producir diariamente una cantidad de AIIBN de bienes de capital
para el sector II de bienes de consumo.
En
segundo término, la demanda de bienes de capital por parte del sector II de
bienes de consumo repercutirá en el sector I productor de medios de producción.
Merced a ello se genera un efecto multiplicador que trasciende en la cantidad
de bienes de capital producidos por el sector I:
Por
lo tanto, los requerimientos de trabajo directo e indirecto necesarios para
producir las cantidades de bienes salarios demandas habrá de satisfacer la
siguiente ecuación:
Donde
es el total de trabajadores necesarios,
mientras que es el excedente de oferta de fuerza de trabajo
que puede trabajar, indistintamente, en el sector I de medios de producción y
el sector IIb de bienes de lujo para capitalistas. Dicho excedente,
vale decir, actuará como un ejército industrial de reserva cuya función es
evitar que los aumentos salariales absorban las ganancias de los capitalistas
(Marx, 1867).
Más
aún, la existencia de un ejército industrial de reserva es una condición sine qua non para el
sostenimiento del modo capitalista de producción, tanto más cuanto que debe
existir una oferta relativa de fuerza de trabajo ilimitada que satisfaga la
demanda creciente del capital durante el proceso de acumulación de capital
(Marx, 1885).
De
las ecuaciones [27] y [28] se infiere que el cociente del trabajo excedente
total entre el trabajo socialmente necesario habrá de ser igual al grado de
explotación de la fuerza de trabajo:
Por
ende:
Es
de hacer notar que es factible expresar el grado de explotación como el
cociente del total del plusvalor producido entre el total del valor de la
fuerza de trabajo. Dicho en otros términos, se trata de la tercera y última
definición de la tasa de explotación que colige Morishima (1973) de El Capital de Marx.
En
este caso, si tomamos xI y
xII como vectores de
producción de los sectores de medios de producción y bienes salarios,
respectivamente, podemos expresar el empleo total como:
De
la ecuación [31] se deduce que el sector II de bienes salario deberá producir
una cantidad de BN para satisfacer
las demandas de bienes de consumo de los N
trabajadores. Asimismo, para que el sector I y el sector II puedan producir xI y xII, respectivamente, el sector I habrá de producir una
cantidad de bienes de capital a razón de:
En
conformidad con la ecuación [32], el producto excedente del sector I ha de ser . Así, el
producto excedente del sector II de bienes salario vendrá dado por .
En
consecuencia, el total del plusvalor producido, s, será:
Mientras
que el valor de la fuerza de trabajo equivale a .
Es
factible, por otro lado, expresar la tasa de plusvalor, s´, como el cociente
del plusvalor entre el valor total de la fuerza de trabajo:
Según
la teoría Marx, la tasa de plusvalor ha de ser igual al grado de explotación de
la fuerza de trabajo. Si expresamos el valor total de la fuerza de trabajo
obtenemos:
Donde
w = 1/T.
Si
eliminamos y de las ecuaciones [31] y [32], llegamos a la
siguiente definición del producto excedente:
A partir
de la ecuación [25] se infiere que:
De
la expresión [37] obtenemos las ecuaciones de determinación de los valores:
Con
las ecuaciones [38] y [39] es factible expresar los paréntesis del segundo
miembro de la ecuación [36] como y , respectivamente.
De
ello se desprende:
Por
tanto, la tasa de plusvalor es igual al grado de explotación. Finalmente, llegamos a las siguientes
igualdades:
Plusvalor / (Valor de
la fuerza de trabajo)
= (Trabajo excedente) /
(Tabajo necesario)
= (Trabajo retribuido) /
(Trabajo no retribuido) [41]
Tras
demostrar que la tasa de plusvalor equivale al grado de explotación, debe
indicarse que el primer término del segundo miembro de cada ecuación representa
el valor de los medios de producción utilizados por la i-enésima industria.
A
este respecto, recuérdese que dicho valor es designado por Marx como el capital constante (capital fijo más capital
circulante). El segundo término designa el valor de la fuerza empleada por
la i-enésima industria, esto es, el capital variable. El tercer término, en
cuanto tiempo de trabajo excedente, es el plusvalor
producido en la i-enésima industria y
apropiado por los capitalistas de dicho sector. En consecuencia, el producto
total de la i-enésima industria es la
suma total del capital constante, , más el capital variable, , más el
plusvalor, :
La
tasa de plusvalor de la i-enésima industria es igual a e para todo valor de i. O, más exactamente, el grado de explotación es uniforme en toda
la economía. Esto quiere decir que la longitud de la jornada laboral es la
misma en toda la economía en virtud de la definición del grado de explotación, e. Más precisamente, bajo el supuesto de
que la longitud de la jornada laboral difiere en dos industrias cualesquiera,
en adelante, i y j, los grados de explotación de ambas podrá expresarse como:
Si
Ti ≠ Tj,
ambas expresiones de los grados de explotación deben diferir, en tanto que si Ti>
Tj, se colige que la industria j
se muestra más atractiva y ventajosa para el trabajador del sector i.
Aquello
conducirá a un trasvase de fuerza de trabajo de i a j hasta alcanzar el
equilibrio de Ti = Tj. Según Marx (1894), la nivelación
en el grado de explotación nace merced a la concurrencia entre obreros a través
de la emigración de una rama de producción a otra.
Llegados
a este punto, es momento de pasar a examinar el enunciado marxiano de que el
plusvalor es la fuente misma de la ganancia capitalista. A partir de aquí es
imperativo abandonar el sistema de cálculo de valores para introducirnos en el
sistema de cálculo de precios. En primer lugar, si consideramos como el precio
de la i-enésima mercancía obtenemos
los siguientes vectores de precios de los medios de producción y de bienes
salario:
En
segundo lugar, se considera que la tasa salarial, w, se sitúa al nivel de subsistencia. Por ende, el trabajador podrá
adquirir una cantidad wB de bienes
salario equivalentes al salario monetario recibido por hora trabajada. De este
modo, tenemos:
Según
Morishima (1973, p. 65), a partir de la desigualdad de la ecuación [47] se
deduce la hipótesis (1) de Marx de que las mercancías se venden con arreglo a
su valor, a saber: “los precios pueden ser normalizados de modo que , con la consecuencia
de que ”.
Por
su parte, la hipótesis (2) de Marx implica que , donde W es el precio de la fuerza de trabajo
total. De este modo, dividiendo ambos términos de la desigualdad entre T, y denominando w como tasa
salarial/hora, esto es, W/T, se obtiene la expresión [47]. Por consiguiente,
los capitalistas de todos los sectores obtendrán ganancias positivas siempre y
cuando se satisfagan las siguientes desigualdades:
Cabe
ahora preguntar: ¿cuáles son las condiciones
necesarias y suficientes para que exista un conjunto de precios y tasas no
negativas que deriven en ganancias positivas para todas las ramas de la
producción?
La
respuesta a dicha cuestión fue dada por Okishio (1963). Según Okishio, para que
exista un conjunto de precios y una tasa salarial que satisfaga las
desigualdades [48] y [49] es necesario y
suficiente que exista una tasa de salarios reales, w, que consienta un grado de explotación, e, positivo.
En
otras palabras, si la tasa de salarios
reales es inferior a la productividad del trabajo, el grado de explotación será
positivo. He aquí, pues, la condición
necesaria y suficiente para el mantenimiento del orden de sociedad capitalista.
Procedamos
a la demostración de la mentada condición
necesaria y suficiente. En primer lugar, hemos de suponer que las
desigualdades de [48] y [49] se cumplen, asimismo, tenemos que e> 0. En segundo lugar, hemos de
sustituir en [48] y [49] w por su
valor en la expresión [47], obteniendo en este caso:
De
ello se deduce la matriz de coeficientes de capital y coeficientes técnicos de
medios de vida para los trabajadores:
La
matriz es productiva por cuanto pI
y pII son positivos. Ello
implica que los vectores de producción son positivos:
Premultiplicando
[53] por el vector positivo ( y considerando [38] y [39], se obtiene:
Se
demuestra de la ecuación [54] que e es
positivo.
A
la inversa también podemos demostrar el teorema
fundamental marxiano. Es decir, en presencia de explotación es posible que
todos los ramos de producción obtengan beneficios positivos. Dado e> 0, se infiere de [38] y [39] que:
Donde:
Siendo
cualquier número positivo, se demuestra que
todos los términos son positivos y satisfacen las condiciones de [43] y [44].
Por tanto, el modelo Okishio-Morishima-Seton, en cuanto teorema fundamental marxiano, tiene la virtud de ser el entrelazo
que une el sistema de valores expresado en las ecuaciones [38] y [39] y el
sistema de precios de las expresiones [50] y [51] propios de la teoría de Marx.
Consecuentemente, en presencia de ganancias positivas, e será positivo. O, más exactamente, los trabajadores recibirán un salario inferior al valor que producen.
Grosso modo, las condiciones
necesarias para que la tasa de explotación sea positiva son:
1) La
tecnología en uso ha de permitir que los medios de producción sean productivos,
pues de lo contrario se obtendrán valores negativos.
2) Las
técnicas adoptadas deben consentir que el valor de los bienes salarios sea
inferior a la jornada de trabajo máxima.
3) La
jornada efectiva de trabajo ha de ser superior al tiempo de trabajo necesario,
esto es, la tasa salarial debe ser menor que la productividad del trabajo.
Llegados
a este punto, no podemos pasar por alto el extraño argumento de John Roemer
(1986) con respecto a la explotación, el valor y el precio de las mercancías.
En su Valor, explotación y clase,
Roemer (1986, p. 50) sostiene que el problema de la explotación es
independiente de la relación entre valores y precios, siendo ello, por tanto,
un anacronismo.
Según
este autor, el trabajo abstracto, en
cuanto fuente del valor, no puede anteceder a los precios, por cuanto es el
precio el que determina el valor, no su opuesto, como expuso brillantemente
Marx en El Capital. Pero esto no es
todo. Roemer (1986, p. 65), siguiendo los postulados neomarxistas y dependentistas
(Baran, 1957; Baran & Sweezy, 1966; Gunder-Frank, 1966; Emmanuel, 1970;
Amin, 1973) sobre el intercambio desigual, sostiene que la explotación de
trabajo es, en realidad, una transferencia de valor de los explotados a los
explotadores.
Más
concretamente, los explotados poseen una baja relación capital/trabajo, en
tanto que los explotadores se caracterizan por una elevada relación
capital/trabajo. De esta suerte, el problema de la explotación se localiza en
la esfera de circulación y no, como demuestra Marx, en la esfera de producción.
Roemer
concluye, por tanto, que la explotación es per
definitionem un intercambio desigual del trabajo, en virtud de lo cual las relaciones
de dominación nada tienen que ver con dicha cuestión. Roemer (1986, p. 97)
retrocede así a los tiempos de Proud´hon al considerar la explotación como una
injusticia social, id est: “como la
naturaleza injusta de los flujos que resultan de una distribución injusta de
los activos iniciales”.
Retomando,
pues, la explicación del teorema marxiano
fundamental cabe reseñar que el grado de explotación de la fuerza de
trabajo estará sujeto tanto a la duración de la jornada laboral como a la
intensidad de la misma. O, para ser más exactos, los capitalistas, en función
de la debilidad o fortaleza de los trabajadores, podrán elevar la tasa de
explotación modificando la proporción del trabajo excedente y el trabajo
necesario a lo largo de una jornada normal de trabajo. Por lo pronto, esto
implica dos mecanismos que podrán ensanchar la producción de plusvalor
apropiado por los capitalistas.
El
primero consiste en alargar la jornada laboral manteniendo constante el trabajo
necesario, lo cual elevará el trabajo excedente
al mismo tiempo que mantiene inalterado el trabajo
necesario. Marx (1867) denominó este mecanismo como plusvalor absoluto.
El
segundo mecanismo consiste en incrementar la capacidad productiva de la fuerza
de trabajo, reduciendo con ello la proporción del tiempo necesario a través del abaratamiento de los medios de vida.
Esta modalidad implica el acrecentamiento de la intensidad normal del trabajo,
la cual en sentido de Marx (1867), se define como el plusvalor relativo.
Esto
es todo cuanto hemos de decir acerca de la teoría del plusvalor de Marx. Cabe
señalar que la teoría marxiana de la explotación conmina a comprender el capital
como una relación social de producción entre personas y cosas; objetivada en
medios de producción, fuerza de trabajo y dinero (Astarita, 2008).
Se
trata, por ende, de la relación social e histórica que media entre el
capitalista propietario y el trabajador desposeído, tanto más por cuanto el perpetuum mobile de la historia es la
lucha de clases. Hic et nunc, la condición necesaria y suficiente para la
existencia del orden de sociedad capitalista es que entre el capital y el
trabajo medie una relación de dominación cuya expresión genuina sea la
explotación de la fuerza de trabajo.
CONCLUSIONES
En
el decurso del estudio de la ley de la
explotación descubierta por Marx, se desprende que la contradicción entre
el valor de uso y el valor de cambio de la fuerza de trabajo
se entrelaza a la teoría de la distribución del ingreso. Más concretamente, el problema de la distribución del ingreso
se adscribe al problema de la producción, tanto más cuanto que el salario
no podrá jamás crecer hasta alcanzar o sobrepasar el nivel que ponga en peligro
la creación de plusvalor; id est, la valorización del capital.
En
relación con lo anteriormente expuesto, Mattick (1980) subraya que el monopolio
que ejercen los capitalistas sobre las condiciones de producción les permite
adueñarse de la distribución del producto global entre capital y trabajo.
Así,
una vez que los capitalistas se apropian de parte del producto en forma de
plusvalor es conditio sine qua non
que procuren a los trabajadores el suficiente ingreso que permita la
reproducción no solo de la fuerza de trabajo sino también de las condiciones de
producción. Dicha relación de clases, escribe Mattick (1980), reviste la
envoltura de una relación de valor, por cuanto se encuentra doblegada a los
designios de la propiedad privada y el mercado capitalistas.
Ahora
bien, es importante remarcar que la teoría del salario de Marx no converge
hacia una ley de bronce de los salarios
como ocurre en Malthus (1798, 1820) y Lasalle (1863). Ha de diferenciarse en
este sentido el valor de la fuerza de
trabajo del salario propiamente dicho. En tanto que el salario constituye
el precio de la fuerza de trabajo, este solamente dependerá de la oferta y la
demanda en el mercado laboral.
Empero,
al igual que los precios de las demás mercancías, el precio de la fuerza de
trabajo posee un centro de gravedad sobre el que habrá de orbitar, a saber: el valor de la cesta de bienes de consumo;
id est, el valor de la fuerza de trabajo. En consecuencia, el límite
inferior de los salarios es el valor de los medios de vida necesarios para la
reproducción de la fuerza de trabajo, mientras que el límite superior lo
constituye la tasa de ganancia máxima que podrán obtener los capitalistas. Esto,
en suma, constituye la ley salarial
fundamental en la teoría de Marx.
No
en vano, es de hacer notar que en el modo capitalista de producción se dan las condiciones generales del aumento de los
salarios reales (Rosdolsky, 1968), a saber: la extensión de la duración de
la jornada laboral, el aumento de la intensidad normal del trabajo y el
desarrollo de la fuerza productiva del trabajo.
Mas,
por otra parte, el salario relativo,
en cuanto expresión de la participación del trabajo en la creación en el nuevo
valor creado por él (Marx, 1849), refleja una tendencia declinante merced al
cambio técnico, la elevación del grado de mecanización del proceso productivo,
las mejoras de productividad o el avance en el transporte de mercancías.
Dicho
de otra forma, tendencialmente la
participación de la ganancia del capital en el producto global se ensancha, aun
cuando el salario real por trabajador haya crecido. No debe asombrar en
modo alguno que Marx (1956, 1959) prestase especial atención a la categoría de
salario relativo, tanto más cuanto que en
realidad constituye otra forma de expresar la teoría de la explotación de la
fuerza de trabajo.
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[1] Investigador
independiente. Licenciado en Ciencias Económicas, máster en Economía
Internacional y doctor en Economía por la Universidad Complutense de Madrid. Madrid,
España. http://orcid.org/0000-0002-4137-6202. Correo electrónico:
fboundi@ucm.es
[2] Aunque los manuscritos
que constituyen las Teorías sobre la
plusvalía fueron concluidos en 1863, la obra completa fue publicada por vez
primera en 1905-1910 con la edición de Karl Kautsky. Sin embargo, la edición de
Kautsky se caracteriza por la supresión de varios pasajes y la modificación
deliberada de otros tantos, por lo que se ha preferido trabajar con la
traducción de Fondo de Cultura Económica de 1980, la cual se encuentra basada
en la edición alemana elaborada por Dietz en 1956-1959. Así pues, siempre que
hagamos alusión a las Teorías sobre la
plusvalía nos estaremos refiriendo para el libro I a la primera edición
publicada en 1956, y para el libro II a su primera edición de 1959.
[3] En realidad, Sombart
caracteriza tres fases en la historia del capitalismo en su Der Moderne Kapitalismus.
Desafortunadamente, para quien escribe estas líneas, la obra nunca ha sido
traducida en castellano, inglés o francés, teniendo que conformarme con otros
trabajos de este autor, tales como El
Burgués, donde describe las dos fases anteriormente mencionadas.