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Cuestiones de Filosofía No. 27 - Vol. 6 Año 2020 ISSN 0123-5095 Tunja-Colombia
El segundo humanismo (en la transformación en tecnología) también ha
quemado las últimas condiciones de su esencia: con esencia me refiero a
la unidad de mythos y logos (razón) del primer humanismo. Lo decible y lo
indecible no eran (y todavía no son) polos que se excluyen a sí mismos, sino
que formaron y siguen formando un concepto de razón de gran alcance (de
una razón problemática, en el sentido de Vico y no solo de Vico) (1847), que
es capaz de satisfacer no solo las necesidades técnicas y materiales de la
vida, sino también de preservar la totalidad de las necesidades espirituales
del hombre en su integridad y amplitud. En este sentido amplio, el mito es
una parte esencial de la razón, y lo es incluso allí donde la razón escapa a
éste, donde es incompleta y abreviada.
La ilustración racionalista de Occidente, que se extiende íntegramente a la
desmitización y profanación de la tradición, favoreció la puesta en práctica
de una concepción técnica del progreso y, en consecuencia, renunció a su
identidad, que ciertamente no era solo la cuestión de lo útil (individualizado),
sino también la cuestión de lo bello y, lo que es más importante, la del bien
común.
No satisfecha con eso, la ciencia técnica del segundo humanismo impuso la
idea de una paideía sin sentimiento, sin corazón, sin empatía. El fin último
de esta paideía se resume en la expresión: razón calculadora, un modelo que
Horkheimer y Adorno definieron como razón instrumental y lo han separado
del modelo reflexivo de la razón (Horkheimer, 1969).
En efecto, en el humanismo moderno se desvaneció el pensamiento reflexivo;
la forma de pensamiento que evidentemente no niega lo útil, sino que lo
integra en las esferas simbólicas y normativas de la vida comunitaria. Estas
últimas son esferas que el hombre ha incorporado en sí y que configuran
su antropología más profunda. En consecuencia, el hombre técnico no debe
oponerse al hombre simbólico (Cassirer, 1961).
Hay aún otra autoridad que no debe omitirse, sin embargo, en el sentido
antropológico que es esencial aquí: el hombre ético. Y, de hecho, la orientación
hacia normas, principios y reglas siempre ha sido un requisito fundamental
de la historia de la humanidad occidental y de cada uno de sus progresos
posteriores. El progreso mismo, como concepto, remite a una idea ética
(desde Sócrates, pasando por Aristóteles, a Hegel y Apel), a un horizonte y a
una idea regulativa (Kant) que fue considerada como una medida, como una
guía en la historia humana, y no precisamente en la historia de la tecnología.