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Barbaras, R. (2023). La existencia del mundo.
Cuestiones de Filosofía, 9 (33), 63-76.
https://doi.org/10.19053/01235095.v9.n33.2023.16204
conicto de los escorzos a la negación del mundo. Esta inferencia sólo puede
ser pensada bajo el presupuesto de una determinación del mundo como cos-
mos, es decir, como un todo coherente normado por reglas. En otras palabras,
como ya se habrá sospechado, sólo en nombre de una continuidad entre el
mundo y el objeto, que en última instancia conduce a pensar el mundo como
un gran Objeto (grand Objet), se está autorizado, a partir del conicto de los
escorzos, a concluir la inexistencia del mundo.
Ahora bien, ¿puede entenderse el mundo como un objeto, puede la ley del
objeto ser la ley del mundo? ¿No es más bien lo requerido por toda posición
objetiva? En efecto, ¿qué es lo que prohíbe pensar este caos, en el que consis-
te el conicto de los escorzos, como un mundo y no como un no-mundo, sino
el presupuesto objetivista sobre el mundo, que lo entiende como una realidad
determinable y, por tanto, transparente al conocimiento? En realidad, este
objetivismo es el reverso de un subjetivismo inicial, que asume el rostro de
un empirismo: es, en efecto, porque se da a sí datos hyléticos inmanentes;
es, pues, porque la trascendencia descansa únicamente en la noesis, por lo
que Husserl puede inferir la negación del mundo a partir del conicto de los
escorzos. Pero, en verdad, la hylé no necesita insertarse en una concatenación
reglada para hacer aparecer un mundo. Si se piensa en la hylé como siempre
ya ostensiva (ostensive), como momento mediador –en términos de Patočka,
en denitiva, como trascendente– (incluso si aquello de lo que es aspecto
permanece indeterminado), entonces estaríamos lidiando con una versión
caótica del mundo y no con su desaparición. Así, inquiere Patočka:
(…) cuando me encuentro pasivamente entregado a mis sensaciones que,
por así decirlo, me abruman (submergent), por ejemplo, cuando me des-
pierto, antes de que mi experiencia asuma los contornos de las cosas, ¿no
es una mera niebla lo que se me aparece, un caos que no se parece en nada
a las cosas, pero que, sin embargo, no tiene menos carácter de objeto (de
trascendente)? (2002, p. 235).
En cualquier caso, esta hipótesis de la inexistencia del mundo no se inscribe,
evidentemente, en una puesta en cuestión de la existencia del mundo, sino
que tiene la función de sacar a la luz el sentido de ser de esta existencia: se
constituye en este absoluto que es la subjetividad trascendental, que “con-
tiene en sí misma todas las trascendencias del mundo”, lo que equivale a
armar su estatuto de objeto. Esto se conrma con una especie de contra-
prueba: si suponemos que del lado de la conciencia no falta nada de lo que