From Market Totalitarianism to Digital Totalitarianism
Del totalitarismo de mercado al totalitarismo digital
Jesús Ayala-Colqui
Scientic University of the South, Peru
Universidad Cientíca del Sur, Perú
ISSN: 0123-5095 E-ISSN: 2389-9441
Cuestiones de Filosofía Vol. 10 - N° 35, julio - diciembre, año 2024. pp. 123-143
Artículo de Investigación
Resumen
Los algoritmos y la inteligencia articial,
que cada vez están más presentes en todos
los aspectos de las relaciones sociales,
se presentan a menudo como desarrollos
tecnológicos de vanguardia que aportan
múltiples benecios. Sin embargo, su
uso por parte de los grandes monopolios
de gestión de datos constituye, según
diversas investigaciones, una suerte de
totalitarismo digital que ha colonizado
todos los aspectos de la vida humana.
En relación con lo anterior, nos gustaría
situar la discusión sobre los problemas
políticos de las nuevas tecnologías en el
ámbito de la economía, es decir, investigar
en qué contexto económico es posible y
tiene sentido algún tipo de poder digital
totalitario. Lejos de aquellos análisis que
conciben la tecnología como un fenómeno
aislado y autorreferencial, simplemente
técnico e instrumental, el objetivo de este
artículo estriba en discutir la conexión
entre economía y tecnología, es decir,
entre un previo totalitarismo de mercado
y un nuevo totalitarismo digital en ciernes.
Palabras clave: totalitarismo, mercado, algoritmo, control.
Recepción / Received: 24 de febrero del 2024
Evaluado / Evaluated: 24 de mayo del 2024
Aprobado / Accepted: 06 de agosto del 2024
Historia del artículo / Article Info:
Correspondencia / Correspondence: Jesús Ayala-Colqui.
Universidad Cientíca del Sur. Antigua Panamericana Sur
19, Villa EL Salvador, Lima, Perú (Código Postal: 15067).
Correo-e: yayalac@cientica.edu.pe
Citación / Citation: Ayala-Colqui, J. (2024). From Market
Totalitarianism to Digital Totalitarianism. Cuestiones de
Filosofía, 10 (35), 123-143.
https://doi.org/ 10.19053/uptc.01235095.v10.n35.2024.17124
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Abstract
Algorithms and articial intelligence, which are increasingly permeating all
aspects of social relations, are often presented as cutting-edge technological
developments that bring multiple benets. However, their use by big data
monopolies constitutes, according to various research, a kind of digital
totalitarianism that has colonized all aspects of human life. In this regard
we would like to situate the discussion on the political problems of the
new technologies in the sphere of the economy, that is, to investigate in
what economic context some kind of totalitarian digital power is possible
and makes sense. Far from those analyses that conceive technology as an
isolated and self-referential phenomenon, simply technical and instrumental,
the aim of this article is to discuss the connection between economy and
technology, that is, between a previous market totalitarianism and a new
digital totalitarianism in the making.
Keywords: totalitarianism, market, algorithm, control.
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Ayala-Colqui, J. (2024). From Market Totalitarianism to Digital Totalitarianism.
Cuestiones de Filosofía, 10 (35), 123-143.
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Introducción
Vivimos en una sociedad, si no dominada, al menos permeada de cabo a rabo
por la tecnología. Verbigracia, el uso diario de Internet per cápita en el mundo
es nada menos que siete horas diarias; el 63,1% de la población mundial cuenta
al menos con un ordenador. Igualmente, el 67,1% de la población mundial
utiliza de manera permanente los teléfonos móviles (Hootsuite, 2022).
¿Cómo explicar esto? ¿Se trata simplemente de un destino metafísico
producto del olvido del ser? (Heidegger, 1994). ¿Es acaso la tecnología
un fenómeno aislado, autorreferencial, absolutamente autónomo, que no
depende de procesos sociales concretos?
Hace más de un siglo Max Weber sostuvo, con una lucidez penetrante y
certera, lo siguiente: “La cabal orientación económica del llamado proceso
tecnológico por las probabilidades de ganancia es uno de los hechos
fundamentales de la historia de la técnica” (2014, p. 166).
Resulta necesario, entonces, investigar las posibles conexiones entre
tecnología y economía, más aún en una época en la que se superponen
diversos conceptos –“capitalismo informacional” (Fuchs, 2010), “capitalismo
de vigilancia” (Zubo, 2020), “tecnofeudalismo” (Durand, 2021; Morozov,
2022), “capitalismo de plataformas” (Srnicek, 2018)–, que tienen por objetivo
mostrar la predominancia “totalitaria”, anclada en procesos económicos
especícos, de la tecnología digital en el mundo contemporáneo.
A este respecto, el objetivo de esta investigación estriba en discutir la
conexión entre economía y tecnología. El presente texto plantea, con mayor
precisión, la cuestión de si antes de que surja una tecnología digital totalitaria,
el contexto económico precedente no era ya totalitario.
Capital y totalitarismo de mercado como contexto y terreno de la gestión
de nuevas tecnologías de información
Antes de esclarecer el sentido de un posible “totalitarismo digital” es menester
explicitar cuál es el modo de producción en el que éste aparece. Surge, en
consecuencia, el interrogante de si el modo de producción no encierra ya, en
mismo, una cierta forma latente de totalitarismo. Para abordar esta cuestión
es pertinente recurrir, inicialmente, a dos autores canónicos y, empero, en
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cierta medida contrapuestos: Karl Marx y Max Weber. A continuación, se
revisará brevemente sus análisis con la nalidad de determinar en qué sentido
hay ya un cierto totalitarismo en el capitalismo, tanto en su origen como en
su desarrollo.
El objetivo maduro de Marx estriba, como se sabe, en una “crítica de las
categorías económicas” (2008a, p. 316) del sistema económico burgués. La
categoría central de la economía burguesa no es otra que el capital. Ergo, hay
que interrogar por aquello. Para comprender el capital, Marx, como buen
hegeliano, parte de lo inmediato, y lo inmediato en la sociedad capitalista es
la mercancía (Ware). El modo de producción capitalista aparece –o se muestra
fenoménicamente– como un gigante cúmulo de mercancías. “Mercancía”,
empero, tiene dos sentidos o, más precisamente, dos factores, dos condiciones.
Por un lado, la mercancía posee valor de uso (Gebrauchswert) y, por otro
lado, un valor de cambio (Tauschwert).
El primero de estos valores hace referencia a la utilidad de una
mercancía y, por tanto, es cualitativo. El segundo, en cambio, reere al
valor de intercambiabilidad de una mercancía por otra, que se expresa
cuantitativamente en términos monetarios. Lo esencial del modo de
producción capitalista es que el valor de cambio ha desplazado en su
relevancia social y en su facticidad práctica al valor de uso (2007, p. 84).
Ya nos enfrentamos, por consiguiente, a una suerte de primer totalitarismo,
si entendemos con este término no simplemente una forma especíca de
gobierno, sino una realidad en la que todo mínimo acto social se encuentra
determinado de antemano según ciertos arreglos, lógicas y condiciones,
que terminan limitando de antemano otras posibilidades sociales. El primer
totalitarismo del capitalismo consiste en que todo es considerado mercancía y,
más precisamente, como aquello que posee valor de cambio. De esta manera,
desde lo material hasta lo inmaterial, desde lo físico hasta lo afectivo, todos
los aspectos de la realidad social quedan subsumidos en la lógica del valor.
El “es” se reduce al “valer”. Esto se expresa, inexorablemente, en términos
monetarios. Escapar a la lógica del valor de cambio se muestra, en principio,
como una tarea casi imposible, dado que todas las acciones se encuentran
determinadas, de entrada, por la exigencia cuantitativa del valor.
¿Cómo se originan empero estos valores? Marx, siguiendo a la economía
clásica, dirá que la fuente (Quelle) del valor es el trabajo (Arbeit). No
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obstante, el lósofo alemán distingue entre dos tipos de trabajo que producen,
respectivamente, el valor de uso y el valor de cambio: el trabajo concreto
(konkrete Arbeit) y el trabajo abstracto (abstrakte Arbeit):
Los diversos valores de uso son productos de la actividad de distintos
individuos, es decir resultantes de trabajos individualmente diferentes
(individuell verschiedene Arbeiten). Sin embargo, en cuanto valores de
cambio representan trabajo igual, indiferenciado, es decir, un trabajo en
el cual se ha extinguido la individualidad de los trabajadores. Por ello,
el trabajo que crea valor de cambio es trabajo general abstracto (abstrakt
allgemeine Arbeit) (2008a, p. 11).
Vinculado, por consiguiente, al primer totalitarismo señalado, vemos
ahora su otra cara o, si se quiere, su fundamento: el trabajo abstracto.
Se denomina “abstracto” porque en él se ha hecho abstracción de toda
condición particular del trabajo y solo se lo considera en términos puramente
cuantitativos en relación con el tiempo de trabajo. En efecto, solo así resulta
posible comparar trabajos tan esencialmente diversos entre sí, así como
sus productos, de modo que sea posible e inteligible la noción de valor
de cambio (Ayala-Colqui, 2022c). Es por esta razón que Moishe Postone
subraya que el totalitarismo del capital no es otra que una dominación
abstracta y ubicua, por más que a primera vista no sea del todo ostensible:
El trabajo en el capitalismo se objetiva a mismo no únicamente en
productos materiales –como es el caso en todas las formaciones sociales–
sino también en relaciones sociales objetivadas (…) El trabajo como tal
no constituye la sociedad per se, sin embargo, el trabajo en el capitalismo
constituye esa sociedad. (2006, p. 223).
El valor de cambio se expresa, naturalmente, en dinero. Este se presenta
como la forma general de intercambio de todas las mercancías. Sin embargo,
el capitalismo no se detiene ahí: no se caracteriza por la explotación, el
valor de cambio, el trabajo abstracto, o el dinero, sino que en él todo esto
está regido por el capital. En otros términos, lo importante en el capitalismo
no es simplemente que se imponga el valor de cambio y que se busque
“hacer” dinero. Lo decisivo es que el valor de cambio aumente su valor,
que el dinero se convierta en más dinero. No se trata ya de intercambiar
una mercancía por dinero para obtener otra mercancía (M-D-M), sino de
intercambiar dinero por una mercancía para obtener más dinero (D-M-D´).
Precisamente, la denición del capital es ésta tan paradójica como precisa:
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“la valorización del valor” (Verwertung des Werts) (Marx, 2008b, p. 199).
El capital no es un objeto: es, por el contrario, una relación social que
determina todas las demás relaciones.
Queda claro, por lo demás, que esta conversión del dinero en más dinero
no se da en la esfera de la circulación, sino en el de la producción, toda vez
que aquello que produce el valor, el trabajo humano (más rigurosamente, la
capacidad o la fuerza de trabajo), es una mercancía particular cuyo valor de
uso es justamente producir valor de cambio. De ahí que sea posible extraer
de ella más valor de lo que se paga, esto es, un plusvalor (Mehrwert) (p. 199).
Ergo, el totalitarismo del capital se expresa en el hecho de que todas las
acciones humanas, remitidas al trabajo abstracto y al valor de cambio, están
subordinadas a la valorización del valor; actividad en misma absurda,
irracional, ya que carece de n y, entre tanto, destruye a la vez sus condiciones
de posibilidad, esto es, el trabajo humano y el medio ambiente (Moore, 2020).
¿Cuál es, alternativamente, el diagnóstico de Max Weber? El sociólogo
alemán parte teórica y metodológicamente de la diferencia entre n (Zweck)
y medio (Mittel): “A la consideración cientíca es asequible, ante todo,
incondicionalmente, la cuestión de si los medios son apropiados para los
nes dados” (2002, p. 42). La ciencia, empero, solo proporciona un saber
sobre el vínculo entre determinados medios y nes, pero no se pronuncia a
favor de algunos de estos últimos. Weber añade otra dicotomía: la de hechos
(Tatsachen) y valores (Werte); de tal suerte, que la ciencia solo tiene que
vérselas con los primeros, pero no con los segundos: tiene que dirigirse, pues,
al intelecto (Verstand) y no al sentimiento (Gefühl). En el caso particular de
la ciencia económico-social, esta se dirige no solo a fenómenos netamente
económicos, sino a fenómenos que, pese a que no son económicos, resultan
pertinentes o, al menos, condicionados por la economía. La ciencia debe
intentar comprender las leyes que rigen tales fenómenos, no con la nalidad
de obtener una legalidad vacía y genérica, sino a n de conocer su especíca
signicación cultural.
Precisamente, uno de los más célebres esfuerzos de Weber en esta línea
estriba en estudiar, como es de sobra conocido, la relación entre la ética de
una religión determinada y el “espíritu” de un nuevo modelo económico. El
autor constata que el capitalismo impone, desde ya, una manera de actuar en
la sociedad que resulta, en cierto modo, inexorable:
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El sistema capitalista actual es un cosmos terrible en el que el individuo nace
y que es para él, al menos como individuo, como un caparazón prácticamente
irreformable, dentro del que tiene que vivir. Él le impone al individuo, en
cuanto que éste está integrado en el conjunto del
mercado, las normas
de su actividad económica. El fabricante que actúe permanentemente
contra estas normas es eliminado indefectiblemente desde el punto de vista
económico, al igual que el obrero que no quiera o no pueda adaptarse a ellas
se ve puesto en la calle como desempleado (2001, p. 63).
Existe, por tanto, siempre una suerte de normatividad totalitaria en el
capitalismo. Esta surge con un “espíritu” nuevo de la mano del protestantismo,
en el que la profesión (Beruf), que también signica “vocación”, parte de un
estilo de vida ascético que implica una racionalización de la vida. Para Weber,
lo esencial del capitalismo no reside, por ello, únicamente en el lucro, sino,
con el trasfondo de este talante ético del protestantismo, en la entronización
de una racionalidad (Rationalität) diferente acerca de los medios y los nes:
“La inversión racional del capital en la empresa y la organización capitalista
del trabajo” (p. 254). Solo con este tipo de racionalidad, que lleva el lucro a
una nueva dimensión, surge el capital: “Y si ponemos juntas la limitación del
consumo y la liberación del afán de lucro, el resultado objetivo es lógico: la
formación de capital mediante el imperativo ascético de ahorrar” (p. 225).
Pero Weber diferencia, con todo, dos tipos de racionalidad: una racionalidad
formal (formale Rationalität), dirigida a nes, y una racionalidad material
(materiale Rationalität), dirigida a valores. La primera tiene que ver con la
factibilidad calculable; la segunda, con juicios de valores
Llamamos racionalidad formal de una gestión económica al grado de
cálculo que le es técnicamente posible y que aplica realmente. Al contrario,
llamamos racionalidad material al grado en que el abastecimiento de
bienes dentro de un grupo de hombres (cualesquiera que sean sus límites)
tenga lugar por medio de una acción social de carácter económico orientada
por determinados postulados de valor (cualquiera que sea su clase), de
suerte que aquella acción fue contemplada, lo será o puede serlo, desde la
perspectiva de tales postulados de valor (2014, p. 182).
Resulta evidente que el capitalismo se guía fundamentalmente por una
racionalidad formal cuyo n no es sino la rentabilidad.
Si leemos atentamente a Weber podemos percatarnos que, nalmente,
toda acción, toda práctica social y todo comportamiento se encuentran
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determinados –si no inmediata, al menos mediata e indirectamente– por la
“racionalidad formal” del capitalismo, esto es, por una racionalidad que no
es más que mera calculabilidad sobre medios que hacen posible un solo n:
la rentabilidad.
Weber, por consiguiente, revela también un capitalismo totalitario: todo
debe ser dominado por la racionalidad rentable. Asimismo, no deja de ver
que existe un modo de dominación en el capitalismo, que consiste en una
coacción mediata: el trabajador mismo desarrolla una inclinación por el
trabajo so pena de perder sus medios de vida: “En el orden lucrativo del
capitalismo, la inclinación al trabajo está condicionada fundamentalmente
por las probabilidades de salario a destajo y por el peligro de despido” (p.
244). El sociólogo alemán es sumamente lúcido al ver en ello, pese a que
insiste una y otra vez en la pretendida superior racionalidad del capitalismo,
una “irracionalidad material especíca” (p. 232) de este modo de producción.
Es esta irracionalidad el nombre, en lenguaje weberiano, de la particular
forma de totalización social del capital.
Esta es la razón por la cual Herbert Marcuse sostuvo que la racionalidad
formal del capitalismo es, a n de cuentas, una dominación (tecnológica)
irracional (1970). En este punto es posible vislumbrar ya el enlace entre
totalitarismo económico y totalitarismo tecnológico-digital. Marcuse,
en consecuencia, sostiene que con el advenimiento de un mayor dominio
tecnológico el capitalismo despliega su vocación totalitaria: “Porque no es
solo ‘totalitaria’ una coordinación política terrorista de la sociedad, sino
también una coordinación técnico-económica no-terrorista que opera a través
de la manipulación de las necesidades por intereses creados” (1993, p. 33).
En suma, sea en la perspectiva de Marx, sea en la perspectiva de Weber, el
capitalismo aparece como un orden totalitario, esto es, como una organización
económico-social en la que todo queda subsumido y dominado por la divisa
de la valorización del valor y de la rentabilidad.
Esta imposición cuantitativa de la rentabilidad del capital se expresa, además,
en la gura del mercado. En la retórica de los economistas capitalistas el
mercado es, sin embargo, “libre”. Es libre, se supone, porque los intercambios
económicos carecen de coacción. No obstante, que todo sea regido por el
mercado es ya una coacción. Exteriormente, la imposición del mercado
es una forma de no libertad que elimina de entrada formas no mercantiles
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de vivir. E, interiormente, el mercado dista de ser libre porque es siempre
manipulado a partir de las reglas de juego del valor de cambio. Es decir que
el mercado, defendido en el plano discursivo como un ámbito de idealizada
libertad (Friedman, 1980; Hayek, 2017), no es un dato natural, sino una
realidad por fabricar:
La competencia pura no es dato primitivo. No puede sino ser el resultado
de un prolongado esfuerzo (…) el mercado o, mejor, la competencia pura,
que es la esencia misma del mercado, sólo puede aparecer si es producida, y
si es producida por una gubernamentalidad activa (…) Es preciso gobernar
para el mercado y no gobernar a causa del mercado (Foucault, 2007, p. 153).
La manipulación del mercado es llevada a cabo, por supuesto, de modo directo
e indirecto. De forma indirecta, por ejemplo, en el caso de América Latina,
que resultó evidente en las imposiciones jurídicas (nuevas constituciones) que
establecieron los gobiernos neoliberales, muchos ellos dictatoriales y represivos,
como los de Pinochet en Chile y Fujimori en Perú, quienes, a través del control
social militarizado, impusieron constituciones políticas que permitieron la
creación de mercados capitalistas contemporáneos (Valdés, 2008). De manera
directa, la manipulación se lleva a cabo cuando, de un lado, en los episodios
de bonanza nanciera se promueve la normativización de la competencia por
medio de la exoneración de impuestos a las grandes empresas, el nanciamiento
estatal a proyectos privados, la naturalización de la exibilidad y la precariedad
laboral, el desarme de las políticas sociales, el endeudamiento generalizado
de la población y la imposición de medidas rígidas de austeridad (Lazzarato,
2013; Standing, 2014). Por otro lado, en los episodios de crisis económica
verbigracia, en el caso de las hipotecas subprime en 2007 (Lapavitsas, 2016) o
la pandemia de la Covid-19 (Ayala-Colqui, 2022a)– el capitalismo “manosea”
explícitamente al mercado (Laval and Dardot, 2013).
El mercado es, por ello, todo menos “libre” (Chang, 2010). Un mercado que
no establezca límites respecto a adquisiciones empresariales o posesión de
capitales deviene forzosamente en la conformación de monopolios (Foster,
1986; Rikap, 2021; van den Broek, 2019), produciéndose, con ello, la
desregulación mercantil, dado que ciertas posiciones hegemónicas pueden
modicar las condiciones del mercado de manera fraudulenta, como se
aprecia por ejemplo en las bolsas de valores con las llamadas “ballenas”
(whales). A este respecto, Franz Hinkelammert ha acuñado acertadamente la
expresión “totalitarismo de mercado”: un “poder totalitario del mercado (…)
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con la perspectiva de someter en lo posible todas las actividades económicas
al criterio de la propiedad privada” (2018, p. 17). Se entiende, entonces,
por qué Mark Fisher (2016) hace referencia a un “estalinismo de mercado”,
en el sentido de que no solo existe una activa intromisión gubernamental
de las condiciones mercantiles de la vida, sino que también una creciente
burocratización de las relaciones sociales. Mas es preciso recordar que este
totalitarismo de mercado no es sino la expresión del totalitarismo del capital,
cuya lógica ha sido ya descrita, verbigracia, por Marx y Weber.
Tal lógica, asimismo, se maniesta en fenómenos no estrictamente
económicos o, mejor dicho, en actividades que no son productivas, esto es,
que no contribuyen a la valorización del capital. Es así como las relaciones
de dominación sobre el género y la raza, que existen en distintos grados y
niveles dentro de la sociedad capitalista, están determinadas aún por la lógica
de la ‘forma mercancía’ y el trabajo abstracto (Barria-Asenjo et al., 2023b):
Incluso en las regiones improductivas (donde se producen opresiones
especícas de género o raza), opera la abstracción del capital. Por lo tanto,
postulamos que la forma mercancía moldea inconscientemente tanto el
trabajo productivo como el improductivo, tanto las actividades económicas
como las no económicas. Este es el sentido de la “reinterpretación” que
queremos ofrecer en torno al par trabajo productivo/improductivo. Ahora
bien, dado que el trabajo improductivo implica precisamente aquellas
luchas sociales no económicas, como las relacionadas con el género o la
raza, entre otras, entonces podemos, a su vez, dar una nueva mirada a las
luchas sociales a partir de Marx, incluyendo tanto las luchas económicas
como las luchas “culturales”
1
(p. 205).
Lo mismo aplica, claro está, para los desarrollos técnicos. Por consiguiente,
si la tecnología es un fenómeno social que se inscribe dentro de la lógica del
capital y de su mercado totalmente condicionado, entonces toda innovación
tecnológica debe responder, sea lejana, meridiana o íntimamente, a las
exigencias del capital. ¿Cómo conectar, ergo, economía y tecnología?
Totalitarismo digital
El término clave de esta dinámica contemporánea, en la que se entrecruza
técnica y economía, no es simplemente el de “tecnología”, sino el de
tecnologías de la información. ¿Qué es, pues, la información? Lejos de
1 Traducción del autor del presente artículo.
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ser solamente comunicación o transmisión de un mensaje, la noción de
información experimenta una refundación y un cambio radical en la segunda
mitad del siglo XX, a partir de Norbert Wiener y Claude E. Shannon. En
efecto, en la obra de estos autores la noción de información se transforma
sustancialmente:
Información no es sinónimo, sin más, de comunicación: es, antes bien, la
reducción de todo signicado, oposición argumentativa, juego de fuerzas
retóricas, a un problema técnico de envío de una señal de un punto a otro
punto por medio de un canal donde la multiplicidad de lo real se reduce
a un juego determinista de probabilidades que excluyen lo improbable
(Ayala-Colqui, 2023b, p. 233).
Las probabilidades, por lo general, pueden entenderse en términos numéricos
y, por tanto, todos los demás elementos que componen la información
pueden construirse matemáticamente. En tal sentido, las tecnologías de la
información no hacen más que transmitir señales codicadas numéricamente:
así sucede, por ejemplo, en el telégrafo, el teléfono, la radio, la televisión y,
por supuesto, el internet y los ordenadores. Por esta razón, a menudo se les
conoce también como “tecnologías digitales”. “Digital” proviene de “dígito”,
dado que la información se organiza a partir de una secuencia numérica que,
tanto en el caso de las nacientes computadoras como en el de las actuales, es
binaria: utiliza “ceros” y “unos” para expresar paquetes de información, cuya
unidad mínima es el “bit”.
Sobra decir que tanto Wiener como Shannon enmarcaron sus desarrollos
teóricos en sus exigencias materiales y laborales inmediatas: en el caso
del primero, como ingeniero de General Electric y, sobre todo, en cuanto
trabajador de las fuerzas armadas de Estados Unidos (Galison, 1994); en el
caso del segundo, como empleado de la empresa Bell Labs (Mindell, 2004).
A partir de esta noción de información, las décadas del 60 y 70 experimentaron
una explosión de desarrollos informacionales, especialmente en Estados
Unidos, a partir de dos elementos interconectados: el ordenador personal e
Internet. A primera vista resulta paradójica esta evolución, dado que muchos
de los involucrados en este avatar tecnológico no fueron sino militantes hippies
que mutaron luego hacia adeptos tecnológicos: pensaban alternativamente
que la utopía de libertad podría realizarse a partir de ordenadores y otras
máquinas digitales (Turner, 2006; Ayala-Colqui, 2022b). El centro geográco
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de esta revolución informática fue, por lo demás, San Francisco, California,
particularmente la región de Silicon Valley (Sadin, 2016).
A n de cuentas, los ordenadores diseñados en universidades norteamericanas
sirvieron no solo para incrementar la rentabilidad de las empresas y aanzar
el dominio académico de estas instituciones, sino también para convertirse
en objetos de consumo generalizado. Contra los discursos que consideran a
las computadoras e Internet como un paraíso de libertad, habría que recordar
que ellos pertenecen, originariamente, a una economía capitalista. Como
apunta Terranova (2000): “the Internet is always and simultaneously a gift
economy and an advanced capitalist economy” (p. 51).
Sin embargo, esto no termina aquí. Es importante explicar, ante todo, el
concepto de algoritmo. Este, en principio, no es otra cosa que una secuencia
ordenada que nos permite resolver un problema especíco; de este modo,
tanto una receta de cocina como una fórmula matemática constituyen
un algoritmo. En el siglo XX el algoritmo será denido, ya formal y no
intuitivamente, en relación con su calculabilidad (Tejero, 2020, p. 88).
La información digital se agrupa, ordena y sistematiza en algoritmos. Sin
embargo, sucede algo muy particular con ellos desde hace cierto tiempo,
pues han sobrepasado la noción de secuencia particular. Ahora poseen una
capacidad predictiva y totalitaria.
Para comprehender este cambio, es necesario denir el big data. Lo esencial
de las tecnologías de la información no estriba simplemente en procesar
datos, sino en el tamaño de datos que pueden procesar. En efecto, con el
paso del tiempo se fue optimizando la capacidad de manejar la cantidad de
información hasta llegar a cantidades exponenciales: “el tamaño es solo una
dimensión del big data. Otras dimensiones como la velocidad y la variedad
son igual de importantes” (Gandomi y Haider, 2015, p. 143).
El big data es, pues, el concepto que permite describir el momento en el cual
los aparatos tecnológicos pueden manejar cantidades ingentes de información.
Sin embargo, lo esencial no radica en esta cuestión cuantitativa. El surgimiento
del big data constituye, en efecto, una mutación radical para el concepto de
algoritmo. Ya no estamos frente a pasos predeterminados para confeccionar
una receta o resolver una simple operación matemática; estamos ante el
inicio de un nuevo proceso de cómputo, en el que se establecen correlaciones
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inéditas entre una gama ingente de datos, lo que supone la posibilidad de
predecir y anticiparlos –esto es, sucesos y, forzosamente, las acciones de las
personas. Es en este contexto en el que surge otro concepto, en el que estos
“nuevos” algoritmos juegan un papel crucial: el data mining. Se trata ahora
de que los equipos tecnológicos no solo funcionan a partir de información
y algoritmos, sino que están diseñados para extraer la mayor cantidad datos
posibles del entorno y del usuario a partir de su uso. Y esto, porque el data
mining estriba en “(…) el proceso de descubrir patrones y conocimientos
interesantes a partir de grandes cantidades de datos” (Han et al., 2011, p. 8).
Su característica principal consiste, por tanto, en la construcción de patrones
inéditos entre los datos procesados, produciendo así un contenido que es,
ante todo, predictivo y anticipador. Incluso es este el mecanismo que explica
el funcionamiento de la llamada Inteligencia Articial (IA), pues el machine
learning, como conglomerado de algoritmos, permite la creación de un tipo
de “conocimiento” a partir de la asociación entre patrones de datos (Bengio
et al., 2016).
Estas innovaciones técnicas han sido incubadas en el seno de grandes rmas
tecnológicas y universidades profesionalizantes. No es gratuito, por ello, que
las empresas dedicadas exclusivamente a este rubro o que, en su defecto,
empleen predominantemente este tipo de tecnologías, se encuentren entre las
más valoradas económicamente, como por ejemplo Alphabet (Google) o Meta
(Facebook). Por esta razón, Srnicek (2018) sostiene que esta nueva tecnología
dista de ser una herramienta más del capitalismo; al contrario, el capitalismo
ha sido reformateado completamente para volcarse, prioritariamente, hacia
el control de los datos a n de redituar en niveles exponenciales.
¿En qué medida estas nuevas tecnologías, que se encuentran en el corazón del
capital (y por ende de su vocación totalitaria), delinean entonces una suerte
de nuevo totalitarismo? Shosana Zubo considera que, al ser esencialmente
predictivas, estas tecnologías han dado lugar a un control total y anticipatorio
sobre la vida de las personas; fenómeno que ella denomina “capitalismo de
la vigilancia”, en el cual “los medios de producción están supeditados a unos
cada vez más complejos y exhaustivos ‘medios de modicación conductual’”
(2020, p. 18).
El totalitarismo digital se expresa en el hecho de que con las nuevas
tecnologías se puede conocer toda la información de los sujetos con el
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objetivo de predecir sus conductas. Toda acción, todo movimiento, todo
gesto es registrado totalitariamente por estas tecnologías, es decir, desde el
teléfono hasta el televisor, desde los audífonos hasta el ordenador, a n de
obtener una información precisa que nos haga manipulables y predecibles
(Sadin, 2015).
Jaron Lanier, excolaborador de empresas digitales asociadas a las redes
sociales, arma, en esa misma línea, que los algoritmos sirven para modicar
nuestras conductas, de tal manera que somos como “animales en la jaula
experimental de un conductista” (2018, p. 11). Empero, el problema no es
solo la modicación en sí, sino “la incesante, robótica y, en última instancia,
absurda modicación de la conducta al servicio de manipuladores ocultos y
algoritmos indiferentes” (p. 20). Cabe señalar que esos manipuladores ocultos
no son sino los intercesores del capital en busca de una mayor rentabilidad.
Christopher Wylie (2019), extrabajador de Cambridge Analytica (empresa
que utilizó los datos de Facebook para determinar perles psicológicos de los
votantes en procesos electorales decisivos como las elecciones presidenciales
norteamericanas del 2016 o el Brexit), añade, por su parte, que no solo se trata
de anticipar y manipular la conducta, sino también de invadir totalitariamente
el pensamiento de las personas a n de controlar sus intenciones y su manera
de percibir.
En suma, si antes de los datos todo tenía que ser englutido por la dinámica
de la valorización del valor y la rentabilidad, ahora esta dinámica se expresa
de un modo digitalmente omnicomprensivo: todo debe quedar registrado
digitalmente en orden a conocer lo que sucede en la realidad y predecirlo
para los nes políticos y económicos del capital. Este es, pues, el sentido del
totalitarismo digital y su relación con el totalitarismo económico.
A modo de conclusión
Si se puede hablar de un “totalitarismo digital” es menester comprender
dichos fenómenos a partir de sus condicionantes económicos. Esquivar el
trasfondo capitalista de los algoritmos, las redes sociales, el big data, el data
mining, máxime la inteligencia articial, no es otra cosa que no comprender
el signicado social de tales fenómenos. Si el capitalismo ha dejado de lado
dispositivos disciplinarios y de seguridad, y ha convenido en implementar
otros nuevos, es con el objeto de renovar, actualizar y mejorar los mecanismos
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de control sobre la sociedad. De ahí que las nuevas tecnologías sirvan, sobre
todo, para generar esquemas de control de los individuos. Solo ha surgido
un totalitarismo digital porque un previo totalitarismo económico lo ha
exigido como nueva manera de imponer el dominio de su lógica totalitaria
de valorización del valor. Esto, no obstante, no signica que dicha tecnología
sea, sin más, capitalista, de tal suerte que no pueda ser usada para nes
emancipatorios. El aceleracionismo, por ejemplo, propone acelerar la propia
producción tecnológica para pensar vías emancipatorias ante el capitalismo
(Avanessian y Reis, 2017). Se puede indicar sumariamente, y a modo de
conclusión, que dichos entramados tecnológicos pueden servir, empero,
a nes colectivos, de manera tal que en lugar de buscar un conocimiento
exhaustivo de las conductas de los sujetos a n de predecirlas y controlarlas,
se pueden usar para paliar problemas socio-técnicos, empezando por la falta
de conectividad, y terminando en una distribución equitativa, en tiempo real
y precisa, de bienes y servicios (Guattari, 1990; Cockshott y Nieto, 2017;
Philips y Rozworski, 2019; Bastani, 2019). Solo conociendo, por tanto, el
trasfondo económico de la técnica, será posible emancipar a la propia técnica
de su uso capitalista y totalitario.
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