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Hurtado, Y. (2024). Esquirol, J. (2018). La resistencia íntima. Ensayo de una losofía
de la proximidad. Barcelona: Acantilado. Cuestiones de Filosofía, 10 (34), 197-201.
https://doi.org/ 10.19053/uptc.01235095.v10.n34.2024.17907
En suma, la concepción del cuidado de Esquirol es losóca y se puede ilustrar
con las guras del maestro o del médico. Para ello, el autor trae a colación la
sentencia de Nietzsche en Así habló Zaratustra que reza: “Médico, ayúdate a
ti mismo. Así ayudas también a tu enfermo” (1981, p. 121). Esto quiere decir
que para Esquirol el cuidado es un movimiento hacia el otro; movimiento
que inicia por cuidar de sí, para luego irradiar e iluminar a los demás, aunque
sin permanecer en el estéril cuidado del yo-narciso que tanto promulga la
retórica de la autoayuda. El cuidado de sí, en su correcta comprensión, es
una forma de recogimiento y reexión que –como la entiende el autor– no es
metafísica, sino que valora la experiencia de vida cotidiana. El resistente será
entonces quien cuida de sí y quien, además –siguiendo a Sábato– se salva por
la afectividad de lo humano (Sábato, 2000).
Otro punto importante de esta obra es la acertada crítica al mundo pantallizado
y dominado por el imperio de la actualidad, saturado de un exceso de imágenes,
que irónicamente generan poca imaginación. Ante estas fuerzas disgregadoras
de la sociedad del espectáculo, que buscan la sobre-estimulación y la huida
constante, el sí mismo debe resistir y no ceder. No ceder ante el lenguaje
informativo y cientíco que pulula y se presenta con aparente “objetividad”,
cuando en realidad es un lenguaje que no trasciende las fronteras de lo
descriptivo o enunciativo.
Frente al mundo pantallizado, y al modelo de lenguaje que se quiere imponer,
el lósofo español retrotrae una interesante reexión en torno a la esencia de la
lengua materna, entendida como amparo. Ésta se expresa en gestos y palabras
que son cuidado del otro como, por ejemplo: en el gesto del auténtico maestro
que ampara con su palabra a su alumno y al despedirse, fraternalmente,
pronuncia un aparentemente irrelevante “adiós, que te vaya bien”. Con esto
el autor sostiene que la cosmicidad y altura del alma del verdadero maestro se
irradia al discípulo. En últimas, comprendiendo el lenguaje como amparo, se
abre la posibilidad de recuperar el sentido de éste, en tanto que, como arma
Esquirol, vale más la sinceridad –parresía– del amigo que un enunciado
cientíco o informativo que se corresponde con la realidad.
Finalmente, un capítulo que resulta relevante es el dedicado al “Elogio de
la cotidianidad”, en el que el autor arguye en favor de la cotidianidad como
aquello que anida lo admirable, pero también la sencillez de la vida, que
es dadora de sentido. Asimismo, se precisa que la sencillez no equivale a