Artículos
El elusivo paso por las escuelas:
alumnos en el Estado deMéxico a mediados del siglo XIX
The
elusive time in schools: students of the Mexico state during the mid-nineteenth
century
A ilusória passagem pelas escolhas: alunos no Estado do México em meados do século XIX
Universidad
Nacional de Mar del Plata,
Argentina
RESUMEN
Objetivo: ¿Qué es posible conocer acerca de las actividades cotidianas de los
escolares de mediados del siglo XIX? ¿En qué sentidos atender a sus actividades
puede servir para comprender aspectos de la sociedad hispanoamericana? Método: El trabajo recupera experiencias
vividas en ámbitos educativos del valle de Toluca en el Estado de México a
mediados del siglo XIX atendiendo, fundamentalmente, a sus alumnos. Un punto de
intersección entre la historia de la educación y la de la infancia. Estrategias: En el análisis se caracterizarán
pautas ligadas a sus asistencias, vivencias cotidianas y castigos. Con un
análisis cualitativo se recuperan testimonios de distintos archivos, en los que
el privilegio de la perspectiva es advertido desde fuentes recuperadas en
repositorios históricos municipales de la región de Toluca, México. Originalidad: A partir de la tarea ha sido
posible atender a especificidades que difícilmente hubieran podido reconocerse
desde miradas más generales y se concluye que la esquiva visibilidad de estos alumnos responde a aspectos propios
de la sociedad en el período.
Palabras
clave: México; Estado de México; Educación; Siglo XIX; Alumnos - Vida escolar.
ABSTRACT
What is it possible to know
about the daily activities of schoolchildren from the mid-19th century? To what
extend knowing their daily activities can serve to understand aspects of
Hispanic American society?The work recovers experiences lived in educational
areas of the Toluca Valle in the State of Mexico in the mid-nineteenth century,
paying attention to students’ activities. There is a point of intersection
between the history of education and childhood. The analysis will characterize
patterns linked to their assistance, daily experiences, and punishments. With a
qualitative analysis, testimonies from different files are collected, in which
the privilege of the perspective is noticed from sources recovered in municipal
historical repositories. From them it has been possible to attend to
specificities that could hardly have been recognized from a more general
perspective. The purpose is to carry out a social and cultural history of
education in which students are the focus of attention. What was analyzed focuses
on the Toluca region, but the perspective suggests that the elusive visibility
of these students responds to aspects of society in this period.
Keywords: Mexico, Mexico state;
education; 19th century; students; school life.
RESUMO
O que é possível conhecer acerca das atividades cotidianas dos
estudantes de meados do século XIX? Em quais sentidos atender a suas atividades
pode servir para compreender aspectos da sociedade hispano-americana? O
trabalho recupera experiências vividas em contextos educacionais do vale de
Toluca, no Estado do México, em meados do século XIX, atendendo,
fundamentalmente, a seus alunos. Um ponto de intersecção entre a história da
educação e da infância. Nesta análise se caracterizam pautas ligadas a suas
assistências, vivências cotidianas e castigos. Com uma análise qualitativa se
recuperam testemunhos de diferentes arquivos, em que o privilégio da
perspectiva é percebido a partir de fontes recuperadas em arquivos históricos
municipais. A partir deles, foi possível atender a especificidades que
dificilmente puderam reconhecer-se a partir de perspectivas mais gerais. O
propósito é levar adiante uma história social e cultural da educação em que os
alunos sejam o foco da atenção. A análise concentra-se na região de Toluca,
porém a perspectiva sugere que a pouca visibilidade destes alunos responde a
aspectos próprios da sociedade no período.
Palavras-chave: México; Estado do México; educação; século
XIX; alunos, vida escolar.
Recepción: 20/01/2020
Evaluación:29/03/2020
Aceptación: 01/04/2020
pasé lista y solo diez niños son los
que hay, por cuya razón les tomé su lección y los mandé para su casa. Esto
parece juego de niños, pues el que quiere venir viene y el que no nó y á la
hora que quiere venir; sin embargo de los castigos que les impongo.[2]
Felipe Gutiérrez fue maestro en
Capulhuac, Estado de México. El epígrafe de este texto es un fragmento del
oficio que escribió hacia 1860, una ilustrativa referencia para observar los
problemas que se articularán en este trabajo — castigos y asistencia— con el
propósito de reconocer aspectos de la historia de los alumnos.
En los trabajos de historia de la
educación los escolares tienen un lugar mucho menos destacado que el ameritado
por la temática. Aunque son un sugestivo actor y resulta clave conocerlos para
ofrecer una descripción de los establecimientos educativos, es poco lo que se
sabe sobre ellos. Este presupuesto podría afirmarse para distintos períodos y
regiones, pero lo sabido sobre los asistentes a escuelas públicas de mediados
del siglo XIX en Hispanoamérica es, por caracterizarlo de algún modo, escueto.
En las indagaciones sobre el campo tienen un papel mucho más destacado los
análisis sobre políticas educativas, reformas curriculares, formación de educadores
o métodos pedagógicos. Ello responde tanto a intereses historiográficos, como a
las dificultades de acceder a fuentes sobre estos actores. Es por esto que el
oficio de Felipe Gutiérrez resulta tan sugestivo. Allí se anuncian asuntos
sobre los que se trabajará y que permiten cierto acercamiento al elusivo
universo social que aquí interesa reconocer.
Con el propósito de avanzar sobre la
cuestión, este trabajo se centra en procesos educativos sucedidos en escuelas
públicas del valle de Toluca a mediados del siglo XIX. La perspectiva es
fundamentada a partir de testimonios recogidos en distintos archivos, pero el
tono y las vivencias resultan inteligibles a partir de fuentes recuperadas en
archivos históricos municipales. Es decir, los documentos del Archivo General
de la Nación y del Archivo del Estado de México han sido importantes, pero el
grueso de la información que ha resultado clave para esta perspectiva ha sido
recuperado de repositorios municipales[3].
A partir de ellos ha sido posible atender a especificidades que difícilmente
hubieran podido reconocerse desde miradas más generales.
¿Qué sugieren las experiencias
educativas de estos escolares sobre la sociedad mexicana decimonónica? ¿Los
vínculos intergeneracionales se alteraron con el republicanismo y la
organización política postindependiente? ¿Qué características tuvieron las
infancias mexicanas del período? Sin dudas, los interrogantes enumerados son
más amplios de lo que este acercamiento aspira a lograr, se trata de cuestiones
que orientan el marco en que se inserta el interés del trabajo y que,
fundamentalmente, se aboca a tratar de reconocer aspectos sobre los escolares
del período.
La propuesta dialoga con trabajos de,
al menos, dos conjuntos temáticos: la historia de la educación y la historia de
la infancia. Los estudios sobre lo educativo y la escolarización a lo largo del
siglo XIX mexicano han tenido un nutrido desarrollo. Al igual que en otras
historiografías, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX los
acercamientos estuvieron ligados a pautas institucionales y prescriptivas, para
luego —hacia 1970— comenzar a atender procesos sociales, políticos y económicos
en diálogo con lo educativo[4].
Mientras que entre fines del siglo XX y principios del XXI se incrementaron los
análisis sobre algunos espacios regionales, así como se desarrollaron
investigaciones que pueden ligarse a la historia cultural[5].
En diálogo con estos análisis, desde la historia de la infancia se han
realizado trabajos sugestivos[6].
Aquí la propuesta se nutre de estas investigaciones, pero también se distingue
de ellas en la medida que se acota a un determinado contexto institucional, a
la presencia del maestro —y no del padre o la madre— y al compartir horas con
otros pares. En suma, aquí se trata de darle sentido a una historia del elusivo
paso de los alumnos por estos ámbitos institucionales. Lógicamente, tal omisión
no fue exclusiva de este ámbito regional, sino que fue una característica
compartida por diversas regiones hispanoamericanas en el siglo XIX.
1. Escuelas del valle de Toluca
El desarrollo de escuelas públicas en
el México postindependiente se articuló al impulso republicano. Un orden
político afirmado en la soberanía popular suponía ciudadanos con capacidad para
intervenir en su condición de electores o funcionarios. Así, la educación de
las jóvenes generaciones se erigió como un condicionante para la viabilidad y
sustentabilidad del orden. Y si bien cada una de las instancias de gobierno
puso a la resolución de los problemas educativos entre sus objetivos, la
experiencia comprobaría que era un desafío colmado de dificultades[7].
En el Estado de México la
administración de las escuelas elementales fue dejada en manos de los
ayuntamientos. Se ha mostrado que tras el proceso de independencia hubo una reorganización
y jerarquización que distinguió a determinados ámbitos territoriales en
detrimento de otros; previsiblemente, la capital del Estado recibió más
recursos que las cabeceras de ayuntamiento, y estas más que los pueblos. La
disposición no habría llamado la atención si no hubiera sido contrastada con el
amplio horizonte educativo que se había desenvuelto a fines del siglo XVIII en
los pueblos de indios[8].
Con el correr de la década de 1820, las
escuelas elementales quedaron bajo la supervisión de juntas ligadas a los
municipios. El proyecto de ley sobre Instrucción Pública de 1833 afirmaba:
"Creemos haber encontrado un antemural seguro contra el despotismo en la
institución de juntas populares que vigilen sobre la instrucción pública, y si
la tiranía llegara a apoderarse del Estado, este sería el último asilo de los
hombres libres"[9].
Tal presupuesto afirmado por legisladores estatales lejos estuvo de ser
linealmente replicado por los ayuntamientos. Sus actuaciones variaron al compás
de los ritmos políticos, de los intereses de quienes las integraban, de las
posibilidades de finandamiento, entre otras particularidades[10].
Sería a fines del siglo XIX cuando se produciría cierta centralización y una
creciente intervención del ejecutivo estatal en el asunto[11].
Entonces, las especificidades propias de cada uno de los ayuntamientos
comenzaron a ser diluidas.
Las siguientes páginas tratan,
precisamente, del período en que la administración de las escuelas públicas
estuvo bajo la gestión de juntas articuladas por los ayuntamientos. Juntas
colegiadas, integradas por alguna autoridad política del municipio, un
sacerdote y un par de vecinos. Ellos, en diálogo con las autoridades estatales,
se encargaban de las escuelas referidas.
El valle de Toluca, hacia mediados del siglo
XIX, tenía ciento veinte mil habitantes. La mayor parte de la población estaba
radicada en alguno de los casi noventa pueblos de menos de mil habitantes. Los
asentamientos de más de dos mil pobladores fueron nueve, mientras que la ciudad
de Toluca alcanzaba los ocho mil ochocientos dos pobladores[12].
En el valle se hablaba otomí, mazahua, matlateinca y náhuatl, además del
español; pero en las escuelas solo este último es referido.
Es difícil precisar el número de
establecimientos que efectivamente funcionaron en el período postindependiente.
Aunque hubo conteos que indicaron un número determinado de establecimientos, la
irregularidad fue general. Y esta intermitencia fue solo parcialmente
morigerada en las escuelas de las cabeceras de los ayuntamientos. En suma,
funcionaron de cinco a quince escuelas en cada una de las jurisdicciones
municipales, pero se trata de una estimación que solo permite dar cuenta de una
tendencia. Es un período en el que autoridades, maestros y alumnos concurrieron
con irregularidades que le dan
sentido al interrogante de ¿quiénes
querían y efectivamente alentaban estas instituciones? ¿Los padres o madres
apoyaban tales iniciativas? Lejos de haber un generalizado sostén, no faltaron
expresiones como las referidas desde Taltizapan, Capulhuac, en abril de 1858.
El auxiliar consideraba a los padres de los alumnos como unos
"ingratos". Y precisaba: "se burlan a cada paso de las muchas
providencias que U. toma para hacer cumplir con mandar diariamente a sus hijos
a la escuela"[13].
No fue inusual la caracterización. La escolarización estaba lejos de ser
aceptada como un lugar indispensable para la formación y preparación de los
jóvenes. Incluso demandaba eventuales gastos para los padres, así como —se
tratará más adelante— un potencial obstáculo para las tareas agrícolas o
domésticas en las que niños y niñas eran involucrados.
La estructura material de estos
establecimientos ha sido caracterizada por su fragilidad y pobreza[14].
Por ser los inventarios un documento indispensable para el
momento de inicio o cese de un preceptor al frente de una escuela, se
constituyen en una vía conveniente para
reconocer sus características. Al
recibir el establecimiento afirmaban la existencia de determinados bienes de
los cuales pasaban a ser responsables. Los inventarios, entonces, se
constituían en un engranaje de referencia en la rotación de educadores.
Circulación que, cabe recordarlo, fue bastante frecuente.
En la corriente parquedad de aquellos
listados de útiles y enseres, hay
un testimonio que puede resultar
sugestivo para la perspectiva que aquí se desarrolla,
dado que en este se apuntan detalles sobre lo que los alumnos
habrían hecho en el aula mientras se encontraban sin su maestro. Se trata del
inventario que, en abril de 1828, redactó un maestro llamado José María de
Leguizamón:
Lista que expresa los aperos de la
Escuela Nacional de efte Pueblo que fué a cargo del C. José María de
Leguizamón, hafta hoy 30 de Abril del presente año de 1828. Y es como sigue:
Una Sta. Cruz con la imagen de N.S.I.
pintada en ella, ya exteriorada
Una imagen de la Purísima Concepción;
con su marco dorado, su repison, y un bastidorsito con estaquitas para poner
milagros q-e dio ó dedicó el Sor. Cura, para Patrona
Un marco exteriorado que es del Quadrito
de Ntro. amo, el que sacan el dia de Corpus, que antes estaba en la Escuela y
haora nose en poder de quien para dho. lienzo
Unas Gradas que estan puestas de firme
cuya compocision, y alguna madera costeó el Sor. Cura
Unas tres Mesas de Escrivir, dos acaballetadas
de dos naves, y una tendida tosca hecha de una plancha bruta
Unos Quatro Bancos de sentarse, tres
movedisos, y no defirme puesto sobre un pozo, y embutido en la pared
Unas Quatro Pautas utiles, una de 2",
otra de 3", otra de 4" y la otra que tiene 5"
y 6a-
Unos Veinte y un tinteros que encontré
embutidos en las mesas, seis utiles, y quinze quebrados (quando me entregué de
dha. Escuela y los que según me impusieron los niños, los quebraron entiempo de
mis antecesores los individuos Santiago Plata, Luis Plata, Quirino Carrasco,
Jose Justo Rodriguez, y otros: que quando los dejaban solos se ponían a
colarlos como huevos)
Un toayero
Un
encerado para la ventana cuyo aforro o genero costeó el Sor. Cura Un cuernito
q-e destinaron p.a q.e bebieran agua Una llave de la puerta que cae al
Cementerio Unas seis tablitas con sus Jesuses para los chiquitos.
Una mesita que havia para olla de la
Agua estava tan devil q-e con el mismo peso de dha. Olla, se quebró, y quedó
inservible de lo que le di parte al Sor. Cura. Asimismo la Llave de la puerta
que cae para dentro del Curato, que recibí Yó, se la entregué luego, y es en
poder del Sor. Cura.[15]
Esta enumeración retrata las
condiciones materiales de un establecimiento e ilustra algunos rasgos de lo
vivido en ellos por los alumnos. Las imágenes y los artefactos materiales
ligados a lo religioso ocupaban un lugar destacado —en correspondencia al papel
que dichos contenidos tenían en la enseñanza—, así como el apoyo del cura en
sus adquisiciones. Este cumplió un papel clave en la gestión y el visado de las
actividades de estas escuelas[16].
Entre los significativos datos que muestra el inventario citado, se alude a los
tinteros estropeados durante el ejercicio de maestros anteriores por cuenta de
que los alumnos "se ponían a colarlos como huevos", o a la mención de
enseres para que bebieran agua.
La arquitectura de establecimientos
referidos poco indica acerca de cómo eran vividas en forma cotidiana las
clases. ¿Es posible conocer lo que allí sucedió? ¿En qué sentidos lo expresado
en estos ámbitos puede enriquecer nuestra compresión de los procesos políticos
del período? ¿Y acerca de la organización social? El elusivo paso de los
alumnos por las escuelas decimonónicas no permite atender a todos los aspectos
que podrían ser sugestivos; pero algunos rasgos sí pueden ser recuperados. Y
aunque se trata de facetas limitadas a ciertas temáticas, resultan un aporte
para tratar de comprender y dimensionar aspectos que, desde perspectivas más
generales, se diluirían.
En el marco de la crisis de la
monarquía española, sucedida hacia 1810, comenzaron a tomar fuerza críticos
discursos para con los castigos corporales y las penas aflictivas. Entre otras
normas, en agosto de 1813 se expidió un decreto que estipulaba la
"Prohibición de la correción de azotes en escuelas y colegios". Según
esta, se debía
desterrar de entre los españoles de
ambos mundos el castigo ó correcion de azotes, como contrario al pudor, á la
decencia y á la dignidad de los que son ó nacen y se educan para ser hombres
libres y ciudadanos de la noble y heróica nacion española.[17]
Y tras este diagnóstico se decretó la
prohibición de corregir con azotes "en todas las enseñanzas, colegios,
casas de correción y reclusión, y demás establecimientos de la monarquía"[18].
Que los cuerpos de los futuros ciudadanos no pudieran ser expuestos a penas que
mancillen sus nombres daba sentido al mandato. No es este el marco para ahondar
entre los claroscuros que articulan lo prescripto y las prácticas, basta
referir que hacia mediados del siglo XIX los castigos corporales continuaban
teniendo un lugar significativo en los establecimientos educativos. Y a través
de estas experiencias resulta posible conocer algunas de las vivencias de los
alumnos.
Al respecto resulta curioso lo sucedido
en una de las escuelas de Toluca —la denominada Escuela Municipal de Guerrero—
regenteada por Remigio Camacho y Otamendi. En un informe dirigido a la junta de
instrucción pública, el preceptor mencionó varios inconvenientes ligados a la asistencia
de sus alumnos, pero subrayó que cuando intentaba "darles palizas" a
sus estudiantes, estos hacían tales movimientos o cabriolas que "en lugar
de darlas naturalmente han salido lastimados"[19].
En consecuencia, el maestro castigaba a los niños con cierta dureza, pero por
culpa de los propios alumnos... Para algunos padres ello era inaceptable, mas
el maestro refutó tal objeción señalando que no faltaban progenitores que le
encomendaron llevar adelante castigos a sus hijos, "como si el empleo de
Preceptor me constituyera en verdugo de la Juventud"[20].
Unos años después, ya entrada la década
de 1860 en Capulhuac, el maestro afirmaba que al iniciar sus actividades había
hecho uso de la palmeta para castigar "con bastante moderación" a los
niños; pero debió suprimir su empleo: "se levantó por algunos vecinos una
grita terrible y para que en lo sucesivo no tuviera yo esta clase de molestia
quise olvidar la aplicación de aquella"[21].
Camilo Andrade fue un preceptor con una
larga trayectoria en la región. En 1842, cuando iniciaba su carrera, se
encontraba radicado en Metepec y fue criticado por los castigos que les habría
aplicado a sus alumnos. En su respuesta señaló: "jamás he pensado en
tratar a mis educandos con la aspereza que se me dice, pues sé corregir a los
niños cuando me es ya indispensable, y si se les há aplicado castigos algo
fuertes, há sido a niños que lo merecían"[22].
Años después, en 1858, en el ayuntamiento se recibió una nueva queja sobre sus
castigos a los alumnos. Los vecinos del pueblo de San Francisco suscribieron
una nota en la que manifestaban no estar dispuestos a tolerar con sus hijos
tales apercibimientos[23].
El informe que se reprodujo en las actas de la junta del municipio indicó que
el 7 de octubre los vecinos se expresaban:
encargándole también al Sr. Preceptor
Camilo Andrade que evite [...] detención a las horas de salida, y que no les
permita que salgan a comer en los magueyes por no ser ese un lugar a propósito
para ello, y mas bien lo hagan dentro del mismo local para eximirlos de un mal
funesto que puede ocasionarles esa costumbre.[24]
¿En qué estarían pensando estos padres?
¿Cuál era el "mal funesto" que se derivaría de almorzar en los
magueyes? Una estela de dudas semejante asoma ante otra carta —del mismo año,
pero sin fecha precisa— con la que también se criticó al preceptor Camilo
Andrade. En esta se indicó que algunos de los miembros de la junta habrían
justificado las inasistencias de los alumnos en virtud de unos castigos
"muy penosos" que imponía el mencionado Andrade. No nos detallan
cuáles habrían sido tales castigos, pero el preceptor se mantuvo en el cargo
unos años más.
¿Era un buen educador el que no
castigaba? ¿O lo era el que castigaba "poco"? En Almoloya la junta
elogió el desempeño de un preceptor provisorio. En una carta que se le dirigía,
tras aludir a los adelantos de los niños, se le recomendó que "continue
con la misma eficacia y a cada niño le enseñe según conozca su capacidad,
tratándolos con amor y con castigos leves a los que sea muy necesario
aplicárselos"[25].
Entre los distintos sesgos que
presentan estos registros, el género de los alumnos no pasa desapercibido. ¿No
hubo niñas castigadas? ¿O los testimonios sobre el asunto no llegaron a los
escritorios de los ayuntamientos? Un testimonio acerca del asunto lo refirió la
preceptora Elena Laura Muñoz, en agosto de 1859, quien regenteaba una
"amiga" en los establecimientos de San Antonio y San Lucas. Estas
escuelas eran usualmente dirigidas por mujeres y a ellas asistían niñas o niños
pequeños. Y si bien estos establecimientos apenas eran visados por las juntas
de los ayuntamientos y solo esporádicamente participaban de los exámenes
públicos, Elena Muñoz elevó oficios con información sobre su institución. Una
de las cartas remitidas a la junta de instrucción pública indica:
En la mañana de hoy há venido á esta
escuela Da. Mónica Rocha, á entregarme a su hijo Cristóbal, joven, que a mi
entender pasa de la edad prescripta por las leyes para ser recibido como
alumno; y tanto por esto, cuanto por que no hay castigo en el reglamento, que
crea yo adecuado para aplicárselo en caso que lo merezca, suplico á U se digne
poner esto en conocimiento de la Junta [...][26]
Una curiosa referencia según la cual la
posibilidad de aplicar los castigos adecuados sería más importante que la edad
del niño.
3. Asistir y desistir de la escuela
Una de las características regionales
del valle de Toluca estuvo dada por la diversidad de actividades económicas que
se compartían en un acotado radio geográfico. El mundo comercial se articulaba
con la producción agraria y lacustre. Y ello se puede ser advertido a partir de
los ritmos de concurrencia a las escuelas.
Uno de los informes elevado a la junta
de instrucción pública de Ocoyoacac, por ejemplo, refería el panorama que se
reconocía tras una visita a distintos establecimientos:
habiendo pasado a la escuela del Barrio
de Cholula, en ella encontraron al Señor Preceptor con una regular concurrencia
de niños; y adelantos en sus respectivos ramos; y que la del Pueblo de
Tultepec, aunque estaba asistida del Preceptor, no había niños por que aquel
vecindario está actualmente ocupado en levantar su cosecha, de que está
entendida la respetable Junta.[27]
En otro establecimiento, radicado en el
casco urbano de la ciudad de Toluca, la perspectiva ofrecida por el preceptor
Remigio Camacho acerca de la asistencia de los alumnos, señalaba con pesar:
"Si uno mismo faltara siempre, sería malo; pero solo ellos serían los que
se atrasaban; mas no sucede así, sino que se alternan [...]". Con el
propósito de enmendar dichas inasistencias, así como con el afán de limitar su
responsabilidad, periódicamente le informaba al presidente de la junta acerca
del asunto y este habría dado órdenes al auxiliar del barrio para obligar a los
padres "a que remitan a sus hijos y no falten". Pero continuaban
ausentándose. Cuando el maestro insistió reclamándole al auxiliar al respecto,
este le contestó que no sabía dónde vivían algunos de los niños y sus padres,
"o que ya ha reclamado pero que no hacen caso"[28].
Si los calendarios y las fechas en que
debían concurrir los alumnos pueden ser reconstruidos —no sin dificultad—,
menos sencillo resulta conocer los ritmos con que dicha asistencia
efectivamente se desarrolló. Atender a sus vaivenes permite referir a las
condiciones sociales y económicas de los concurrentes, un aspecto clave en la
caracterización de estas instituciones y una arista sugerente para el propósito
de este análisis.
Para caracterizar el asunto, resulta
ilustrativo un recurrente sustantivo empleado en distintos oficios. En numerosos
listados tienen una presencia significativa los faltantes. Incluso hay casos en que su
visibilidad supera a la de los que sí concurrían. Así, por ejemplo, un
preceptor de San Antonio la Isla en 1859 remitió al ayuntamiento una lista con
los alumnos que habían desistido de sus clases. Solicitó que la autoridad del
ayuntamiento
pusiera el remedio oportuno a estas
faltas; mas como las muchas ocupaciones de US no le habrán permitido dedicarse
esclusivamente a este negocio, la impunidad ha animado a los faltistas y a los
padres omisos; pues ni la tercera parte de los niños que antes venían vienen
hoy a la enseñanza.[29]
La impunidad de los faltistas... tal
propensión también parece haber atormentado al preceptor Felipe M. Gutiérrez en
Capulhuac. A lo largo del año 1858 reiteró el tema en distintos oficios
dirigidos al ayuntamiento[30].
Al iniciar el año 1859, la lógica con la que informó el asunto cobró un matiz
sugerente, y apuntó:
Sin embargo las listas que le he
remitido a Us. de los que frecuentemente faltan a la asistencia diaria, hoy por
ser tan notable esta falta, no espero dar la lista hasta los ocho días según
hemos convenido y para que vea Us. que no depende de mí esta falta, sino de la
morosidad de los padres de los niños y de que algunos de estos los tiene
aquellos destinados u ocupados en sus mismos intereses, y otros por enfermedad.[31]
Para el mes de julio, Gutiérrez no
advertía cambios que mejoraran el panorama:
Eran las tres y media y no habían
concurrido al establecimiento mas que cinco niños y viendo esto pasé a la casa
de Us. para ver que disponía sobre el particular; mas no abiendo encontradolo
me volví al establecimiento y ahora que son las cuatro pasé lista y solo diez
niños son los que hay, por cuya razón les tomé su lección y los mandé para su casa.
Esto parece juego de niños, pues el que quiere venir viene y el que no nó y á
la hora que quiere venir; sin embargo de los castigos que les impongo; pero
todo esto depende de las ningunas disposiciones o si se dan no se cumplen, para
que los padres de familia tengan cuidado de mandar con puntualidad a sus hijos,
y estando persuadido de esto y de que así se pierde el tiempo y mi honor,
dispuse cerrar el establecimiento y dar el aviso que doy a Us. para su
inteligencia y fines consiguientes.[32]
¿Qué hacer, entonces, frente a las
sostenidas inasistencias? Tras una de las visitas de los miembros de la junta
de instrucción pública a la escuela de Almoloya, sus miembros consignaron las
sanciones que aplicaron sobre los ausentes: "en el acto mismo se mandaron
traer a 4 niños que faltaron y careciendo de proporcion sus padres fueron
remitidos por el Sr. Presidente a 4 días de arresto y notificados que si
seguían observando esta conducta serían castigados con arreglo a la ley"[33].
Esta fue una reacción inusual y poco frecuente, pero sirve para mostrar los
límites a los cuales podría alcanzar la sanción.
Hubo otras experiencias en las que la
concurrencia fue más regular, pero aludir a las faltas —incluso de los días
sábado— constituyó una recurrencia de parte de los maestros. Así lo hizo
Marcelo Méndez, quien fue preceptor de San Sebastián, en Metepec[34].
Escribió una carta a la junta en la que observaba su disconformidad con las
frecuentes ausencias de los niños. Indicó:
No siéndome posible impedir la falta
casi total de los niños en los dias destinados al estudio de la doctrina
cristiana, que son los sabados, acaso por ser en los que los mas de ellos
tienen que despojarse de sus vestidos, y por consiguiente no ocurrir a la
escuela, para asearse.
Parecería que Méndez fue un
voluntarioso entusiasta. Tras lo indicado solicitó permiso para modificar el
horario de las clases en los días sábados. Sugería dictarlas entre las cinco y
media y las nueve de la mañana, con ello, aseguró, quizás lograba que algunos
niños concurriesen a la vez que tendrían "tiempo suficiente durante el día
para asearse". Indirectamente, la queja de Méndez sirve para considerar la
regular asistencia de estos jóvenes en los restantes días de la semana. Así,
había escuelas en que los alumnos tenían un comportamiento ajustado a lo
anhelado por los maestros. Según expresaba el ya referido Camacho, él había
puesto en marcha un establecimiento en el barrio de San Bernardino en la ciudad
de Toluca. Cuando cambió de escuela, fue seguido por 54 alumnos que, aunque
residían más alejados de la nueva locación, se trasladaban diariamente:
y da gusto verlos que a las 7 o 7 y
media de la mañana se me presentan todos, sin faltarme uno, sino es por una
razón, y por causa bien justificada. Todo lo que espero, se sirva U manifestar
a la Junta de Instrucción Primaria, recomendando a los Padres de estos últimos,
por tan decidido empeño en la educación de sus hijos, y para que se digne tomar
cuantas medidas sean necesarias; y sean de su resorte [.].[35]
El empadronamiento —visto con aversión
por los pobladores ya que solía estrecharse a las levas o a propósitos
fiscales— era una de las formas que tendrían las autoridades y los maestros
para visar la periódica concurrencia. El preceptor de Capulhuac, F. Becerril,
así lo manifestó en 1861 al presidente del ayuntamiento:
Este establecimiento ve con dolor que
muchos de los niños que deben concurrir no lo verifican acaso por el abandono
de sus padres y el desprecio con que ven la educación de ellos. Y como esta
morocidad es bastante fácil de remediarse por esa Ilustre Junta, ocurro a US.
con este objeto, sin atreverme a insinuarle los medios que debe valerse para la
corrección de estas faltas en dichos padres de familias, pues los sabe muy
bien; solo agregaré, que hace algunos días que pedí a las autoridades pasadas
la formación del padrón de todos los niños de esta Población desde seis hasta
quinces años de edad, y que este se me entregara para que yo formara la lista
general y diera cuenta semanariamente a ese Juzgado con las faltas de los
alumnos, pero no se me concedió [...].[36]
Unos meses después Becerril volvió
sobre el tema. Indicó que ya había solicitado en dos oportunidades el
mencionado padrón, y le reiteraba el tema al presidente del ayuntamiento por
tercera vez[37].
Si las pautas diarias de asistencia
eran poco respetadas, el horario de las clases lo fue menos. Según lo
prescripto en 1840, las clases regulares debían desenvolverse cuatro horas en
la mañana y dos horas por la tarde[38].
Pero más allá de lo prescripto, los usos de los establecimientos respondían a
lógicas y usos locales. El preceptor Salazar de Capulhuac tuvo una discusión
con el presidente de la junta de instrucción pública de Capulhuac sobre el
tema. El vecino señaló que no era usual que la escuela se cerrara hacia las
cinco de la tarde, "que era costumbre en este pueblo que la salida fuera a
la metida del sol o cerca de ella". Esto no fue aceptado por el maestro y
acordó en finalizar las actividades hacia las cinco y media. La negociación no
terminó allí. Unos días después, los miembros de la junta de instrucción
pública le solicitaron a Salazar que dictara clases también los días sábados,
lo cual fue aceptado por el preceptor bajo la condición de finalizar sus tareas
semanales a las cinco. Y hubo acuerdo[39].
El preceptor Camilo Andrade, en 1842,
respondía a las críticas que se le habían efectuado por su desatención al
establecimiento. En respuesta a lo observado señaló que nunca había faltado
—incluso afirmó que dictaba más horas que las prescriptas—; ahora bien, lo que
sí eventualmente podría haber sucedido era que "algunos niños llegan a la
escuela antes que nosotros, es porque sucede que a esa hora salimos a tomar
nuestro alimento"[40].
Trece años después, en 1855, Andrade continuaba en el mismo establecimiento y
entonces detallaba sus horarios con mayor precisión. Iniciaba sus clases con el
alba y estaba al frente del aula unas nueve horas y media. Además, dedicaba
media hora al mediodía y una hora al fin de los trabajos para el dictado de su
cátedra de gramática castellana (solo a algunos niños). En total tenía
inscriptos ciento cuarenta alumnos, de los cuales cotidianamente asistían entre
ochenta y cien[41].
El regular dictado era clave para la
afirmación de los aprendizajes. Si distintos sectores sociales criticaban a los
maestros por la lentitud en la alfabetización de los alumnos, muchos
preceptores alegaron que las inasistencias constituían un factor determinante
en tal falta de progreso.
Benigno Bovadilla fue un preceptor con
una sugerente pluma. Los primeros meses en que se desempeñó, hacia 1840, en
Ocoyoacac, expresó: "iba yo consiguiéndo algunos adelantos por el
cumplimiento y la exactitud que se observaba", mas luego la asistencia de
los niños mermó sensiblemente[42].
Y detallaba que desde entonces: "no hé conseguido reunir diariamente
treinta jóvenes capaces de la educación; aunque yo por mi parte he puesto todos
los esfuerzos necesarios para dar cumplimiento a mi destino". Culpaba a
los padres por el abandono y la lastimosa situación en que dejaban a sus hijos.
Estos "no son amantes de educar a sus hijos de por sí, sino es por
reclamos judiciales". Y apelaba a la junta de instrucción pública para que
ella "ponga toda su energía en hacer que haiga niños en el
establecimiento; porque de lo contrario a mas de perder el tiempo los jóvenes,
yo pierdo el concepto con no presentar un certamen regular". Aquí se
trasluce una referencia que sería importante en la reputación y la buena
consideración de las actividades escolares: el desarrollo de exámenes públicos.
Estos constituían una puesta en escena en la que alumnos, maestros, miembros de
las juntas, padres, ponían en juego distintos sentidos —políticos, sociales— a
través de la evaluación de los contenidos memorizados o aprendidos por los
escolares[43].
En Capulhuac, el preceptor García fue
requerido por los miembros de la municipalidad a presentar sus alumnos a
examen. En respuesta el maestro envió una carta solicitando que sus alumnos
fueran eximidos de dicha presentación[44].
Daba cuenta de los pocos meses que llevaba al frente del establecimiento. Había
iniciado sus labores en septiembre de 1859 con un buen número de alumnos, pero
a las pocas semanas varios de estos dejaron de concurrir "pues que la
generalidad de la prole ocupose en la faena local de familia que constituyen los
trabajos de la Cosecha del maiz". Tras la finalización de estas
actividades, los jóvenes retornaron a la escuela hacia el mes de enero de 1860,
cuando nuevamente se vio truncada la actividad escolar por la preparación para
el advenimiento de una misión religiosa. Los propios padres de familia habrían
solicitado que durante esas semanas se diera preferencia al adoctrinamiento
religioso. Y en estos trabajos estuvo hasta pocos días antes, cuando en marzo
recibió el pedido del ayuntamiento para presentar alumnos a un certamen
público. García solicitaba postergar dicha presentación; con un
"respiro" de dos o tres meses podría presentarlos: "acaso con el
satisfactorio resultado, que, con el favor divino, hé visto otros en mi
dilatada carrera de Preceptor, y que han constituido en parte el mérito para la
continuación de esta"[45].
Las frecuentes inasistencias —ya se ha mencionado — impactaban en el crédito de
un maestro. Julio Camacho, preceptor en San Felipe, Metepec, hacia 1854, aludía
con tristeza a la cantidad de faltas que tenían sus alumnos: "he visto con
sentimiento destruida mi esperanza"[46].
Solo lo consolaba la posibilidad de servir al pueblo "en una época más
feliz", mas por lo pronto dejaba su cargo en manos de otro colega. También
en Metepec, el ya mencionado Andrade, describía las inasistencias con pesar:
Lleno de sentimiento estoy notando las
repetidas faltas a la escuela de la mayor parte de los niños. Tristes son las
consecuencias que resultan de ellas, pues los trabajos emprendidos que prometen
las esperanzas más lisonjeras se hacen inútiles y penosísimas.
El año próximo pasado abrí el curso de
gramática castellana con 25 niños y el presente no he podido conseguir que
concluyan la primera parte diez a lo menos porque las faltas de unos impiden el
adelanto de otros, y las de estos a su vez, el adelanto de aquellos: unos y
otros recíprocamente se perjudican, pues que siempre se está recordando lo
aprendido, que con la mayor facilidad se olvida, siempre se practica una sola
cosa, y pocas veces se da paso adelante. Acaso se me propondrá el que solo me
dedique a los que ocurren con constancia, separando sucesivamente a los que
vayan faltando: mas de esto solo resultará el que uno o dos niños sean los que
adelanten, lo que no puede conformarme jamás, por razones que ni necesario me
parece exponer. Esto que hago presente respecto al ramo de gramática
castellana, se extiende igualmente al de ortografía, aritmética y las demás.[47]
La extensión de la cita es ameritada
por la riqueza de la descripción. De hecho, no terminan allí los detalles
ofrecidos por este maestro, para quien las consecuencias de aquellas
inasistencias no solo afectaban al desempeño escolar o a la actuación de los
jóvenes en los certámenes escolares, repercutían en ondas consecuencias
sociales:
No para aquí el perjuicio que ocasionan
las faltas continuas de los niños. Hé observado que engolosinados, si puedo
explicarme así, con el ocio a que por lo regular se hayan entregados cuando
están fuera de la escuela, les es tan difícil después a muchos el habituarse a
los trabajos peculiares de ella, que de ahí proviene, a mi entender, aquella
aversión que con frecuencia se les advierte al volver a ellos, y que muchas
ocasiones es causa de que contraigan peores costumbres que gradualmente los
conducen a los vicios. Aún aquellos que con tesón e interés se dedicaban al
cumplimiento de sus deberes escolares, se les vé no raras veces de desmayar
entonces.[48]
CONCLUSIONES
En este artículo se presentan rastros
de algunas experiencias de niños en un contexto particular. No solo se atiende
a una región y un período acotado, sino que la mirada se posa en niños que
pasaron por escuelas ligadas a los ayuntamientos. El conjunto permite reconocer
algunas de sus vivencias, pautas de relación con maestros, padres y autoridades
municipales. Y lo sucedido en el valle de Toluca no parece haber sido
excepcional en el desarrollo social de Hispanoamérica.
Una privilegiada referencia ha estado
posada sobre aspectos relacionados a la asistencia y a los castigos. Escolares
varones han estado en el centro de las descripciones. Esto no ha sido motivado
por un interés particular en estos temas, sino por el sesgo con que los
maestros o autoridades atendían a los alumnos. La limitación a estos temas
supone dejar sin respuesta un amplio espectro de asuntos: ¿dónde están las
alumnas?, ¿qué pensaban estos niños acerca de sus maestros o maestras?, ¿qué
miradas tenían los padres y las madres sobre la necesidad de una regular
asistencia a la escuela? Sin dudas, los expedientes trabajados están limitados
por numerosos sesgos para tratar en toda su riqueza el problema, pero hay
elementos sugerentes que a través de ellos pueden reconocerse. Incluso aquí se
ha enfatizado que, sin los aportes recuperados desde archivos históricos
municipales, el universo social de los alumnos permanecería aún menos visible.
Dicho de otra manera, desde la información recogida en repositorios más
generales, las posibilidades de reconocer a este sector social serían aún más
acotadas.
Son imágenes acerca de escolares que no
están organizadas ni por la visión moderna que idealizó la infancia, ni por el
sistema escolar que se articuló a fines del siglo XIX. La propuesta dialoga con
el afán por recuperar prácticas ligadas a instituciones y estrategias para
educar y gobernar a las infancias.
El frágil papel sobre el que escribían
estos niños —cuando lograban avanzar sobre el aprendizaje de la escritura—, la
escasez de memorias o narraciones que den cuenta de tales experiencias y sus
papeles sociales no han dejado demasiados testimonios sobre sus trayectorias,
por lo que los registros que sobre ellos pueden encontrarse son un haz de
referencias. Al articularlas y ponerlas en relación se busca darle
inteligibilidad a procesos locales de apropiación de la educación con relación
a estos elusivos alumnos.
Archivo
General de la Nación, México, D.F.
Archivo
Histórico del Estado de México, Toluca.
Archivo
Histórico Municipal de Almoloya de Juárez.
Archivo
Histórico Municipal de Calimaya.
Archivo
Histórico Municipal de Capulhuac.
Archivo
Histórico Municipal de Metepec.
Archivo
Histórico Municipal de Ocoyoacac.
Archivo
Histórico Municipal de San Antonio la Isla.
Archivo
Histórico Municipal de Tenango del Valle.
Archivo
Histórico Municipal de Toluca.
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Histórico Municipal de Zinacantepec.
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citar: Bustamante Vismara, José. El elusivo paso por las escuelas: alumnos en el Estado de México a
mediados del siglo XIX. Revista Historia de la Educación Latinoamericana. vol. 22 No. 34
(2020): 201-218. DOI: https://doi.org/10.19053/01227238.10896.
Esta obra está bajo una licencia
Creative Commons. Reconocimiento-No Comercial-Sin
Obra Derivada 2.5 Colombia.
[1] Doctor en Historia. Docente e investigador del Departamento
de Historia - Centro de Estudios Históricos de la Universidad Nacional de Mar
del Plata. Investigador adjunto del CONICET, Argentina, correo electrónico: jovisma@hotmail.com
[2] Estado
de México, 8 mayo 1858, sección Educación, fondo Educación, Archivo Histórico
Municipal de Capulhuac (AHMC). En la cita de fuentes se ha respetado la
ortografía de los documentos transcriptos. Como puede advertirse en este caso,
el modernizar o corregir hubiera alterado el tono de los testimonios
trabajados.
[3] La
documentación relevante para el trabajo ha sido obtenida del Archivo General de
la Nación (AGN), del Archivo Histórico del Estado de México (AHEM) y, sobre
todo, de los archivos históricos municipales de Tenango del Valle (AHMTV),
Metepec (AHMM), Zinacantepec (AHMZ), Ocoyoacac (AHMO), Almoloya de Juárez
(AHMAJ), Capulhuac (AHMCP), San Antonio la Isla (AHMSAI) y Calimaya (AHMCM).
[4] Desarrollos
sobre la temática pueden verse en Anne Staples, "Recent Trends in the
Historiography of Mexican Education", Paedago-
gica Historica 36, n.° 3 (2000); Alicia Civera, "Alcances y retos
de la historiografía sobre la escuela de los campos en América Latina (siglos
XIX y XX)", Cuadernos de Historia,
n.° 34 (2011).
[5] Entre otros
trabajos, puede aludirse a Anne Staples, Recuento de una batalla inconclusa: la
educación mexicana de Iturbide a Juárez (México, D.F. : El Colegio de México, 2005); María Adelina
Arredondo López, En
la senda de la modernidad: un siglo de educación en Chihuahua, 1767-1867 (Zamora, Michoacán, México: El Colegio de Michoacán, 2011);
Eugenia Roldán Vera, The British
Book Trade and Spanish American Independence: Education and Knowledge
Transmission in Transcontinental Perspective (Aldershot, Hants, England: Ashgate, 2003); Mílada Bazant
de Saldaña, En
busca de la modernidad: procesos educativos en el Estado de México, 1873-1912 (Zinacantepec - Zamora, México: El Colegio Mexiquense - El
Colegio de Michoacán, 2002); Carlos Escalante Fernández, Mazahuas, campesinos y maestros.
Prácticas de escritura, tierras y escuelas en la historia de Jacotitlán, Estado
de México (1879-1940) (Zinacantepec,
México: El Colegio Mexiquense, 2014).
[6] Con
miradas generales sobre la región hispanoamericana, pueden verse: Pablo
Rodríguez Jiménez y María Emma Mannarelli, coords., Historia de la infancia en América Latina
(Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007); Susana Sosenski y Elena
Jackson Albarrán, coords., Nuevas miradas a la historia de la
infancia en América Latina: entre prácticas y representaciones
(México: Universidad Nacional Autónoma de México - Instituto de Investigaciones
Históricas, 2012); Cecilia Rincón Verdugo, "Historiografía sobre las
significaciones imaginarias de infancia en la cultura de Occidente", Revista Historia de la Educación Latinoamericana,
vol. 20, n.° 31 (2018).
[7] Staples, Recuento de una batalla.
[8] Sobre
el período tardocolonial, es clave el panorama presentado por Dorothy Tanck de
Estrada, Pueblos de indios y educación en el
México colonial, 1750-1821 (México, D.F.: El Colegio de México -
Centro de Estudios Históricos, 1999). Y acerca de las transformaciones
sucedidas a principios del siglo XIX puede verse: José Bustamante Vismara, "Un
proceso de reorganización territorial advertido desde las escuelas elementales:
el valle de Toluca entre fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX", Tzintzun. Revista de Estudios Históricos n.°
61 (2015).
[9] 1833,
Expediente 56, tomo 71, Cuarta legislatura, Biblioteca del Congreso del Estado
de México "José María Luis Mora".
[10] José Bustamante
Vismara, Escuelas
en tiempos de cambio: política, maestros y finanzas en el valle de Toluca
durante la primera mitad del siglo XIX (México, D.F.: El
Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2014).
[11] Bazant de Saldaña, En busca de la modernidad.
[12] Los
datos corresponden a registros de 1865 y han sido elaborados a partir de:
Expediente 64, caja 17, Instrucción Pública y Bellas Artes [segunda serie],
Archivo General de la Nación (AGN).
[13] 14
enero 1858, sección Educación, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de
Capulhuac (AHMCP).
[14] Bustamante Vismara, Escuelas en tiempos de cambio.
[15] Expediente
2, caja 1, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Metepec (AHMM). El
oficio citado está firmado por el propio maestro (que en el texto alude a él en
tercera persona) y no detalla a quién va dirigida la comunicación.
[16] El
asunto se relaciona con una constatación que cabe observar: los sacerdotes o
párrocos tuvieron un papel destacado en la gestión de las escuelas públicas en
el período, pero no estuvieron —como suele afirmarse—generalizadamente al
frente de las clases.
[17] Manuel
Dublán, Mario Téllez G. y José López Fontes, La legislación
mexicana de Manuel Dublán y José María Lozano [disco compacto,
vol. 1] (México, D.F. - Toluca: Suprema Corte de Justicia de la Nación - El
Colegio de México - Escuela Libre de Derecho - Tribunal Superior de Justicia
del Estado de México, 2004).
[18] Ibíd.
[19] Expediente
10, caja 2, sección 1, ramo 10, Archivo Histórico Municipal de Toluca (AHMT).
[20] Ibíd.
[21] 2
de agosto de 1867, expediente sin número, sección educación, fondo Educación,
Archivo Histórico Municipal de Capulhuac (AHMCP).
[22] Expediente
17, caja 1, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Metepec (AHMM).
[23] Expediente
51, caja 2, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Metepec (AHMM).
[24] Ibíd.
[25] Expediente
sin número, caja 19, Archivo Histórico Municipal de San Antonio la Isla (AHMSAI).
[26] Expediente
8, vol. 1, Archivo Histórico Municipal de San Antonio la Isla (AHMSAI).
[27] Expediente
11, vol. 1, serie Educación, Archivo Histórico Municipal de Ocoyoacac (AHMO).
[28] Expediente
10, caja 2, sección 1, Archivo Histórico Municipal de Toluca (AHMT).
[29] Expediente
8, vol. 1, Archivo Histórico Municipal de San Antonio la Isla (AHMSAI).
[30] Expediente
sin número, sección Educación, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de
Capulhuac (AHMC).
[31] Ibíd.
[32] Ibíd.
[33] Expediente
sin número, caja 19, Archivo Histórico Municipal de Almoloya de Juárez (AHMAJ).
[34] Expediente
31, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Metepec (AHMM).
[35] Expediente
16, caja 2, sección 1, ramo 10, Archivo Histórico Municipal de Toluca (AHMT).
[36] Expediente
sin número, sección Educación, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de
Capulhuac (AHMC).
[37] El
maestro justificó su empeño con un argumento que vale la pena citar: "Y siendo
este ramo [la educación] uno de los primeros, y del que dimana nada menos que
la felicidad de todos los ciudadanos y de la Nación entera, creo debe ser por
lo mismo el mejor atendido, como en lo sucesivo espero lograr". Ibíd.
[38] "Artículo
9, 1840, Ordenanzas de escuelas de primeras letras", en Colección de Decretos del Congreso del Estado de México,
1824-1910. comps. Mario Téllez G. y Hiram Piña L. (Estado de
México: Universidad Autónoma del Estado de México - El Colegio Mexiquense,
2000). No deja de ser curioso que en los reglamentos previos de la zona no
hubiera otras referencias acerca del tema.
[39] Expediente
sin número, sección Educación, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de
Capulhuac (AHMC).
[40] Expediente
17, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Metepec (AHMM).
[41] Expediente
41, caja 2, fondo Educación, sección Educación, Archivo Histórico Municipal de
Metepec (AHMM).
[42] Expediente
5, serie Educación, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Ocoyoacac
(AHMO).
[43] Bustamante
Vismara, Escuelas en tiempos de cambio;
Eugenia Roldán Vera, "La escuela mexicana decimonónica como iniciación
ceremonial a la ciudadanía: normas, catecismos y exámenes públicos", Bordón. Revista de orientación pedagógica vol.
62, n.° 2 (2010).
[44] Expediente
sin número, sección Educación, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de
Capulhuac (AHMC).
[45] Ibíd.
[46] Expediente
39, caja 2, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Metepec (AHMM).
[47] Expediente
30, caja 1, fondo Educación, Archivo Histórico Municipal de Metepec (AHMM).
[48] Ibíd.