Artículos
Seducir o adoctrinar. La educación ante
las formasmoderna y posmoderna de la esclavitud
Seduce or indoctrinate. Education in
the face of modern and postmodern forms of slavery
SSeduzir ou doutrinar.
Educação diante das formas modernas e pós-modernas de escravidão
https://orcid.org/0000-0002-8475-3514
Universidad
Adventista del Plata - Libertador, Entre Ríos, Argentina
RESUMEN
El objeto de este trabajo se describen
dos formas de dominación: el adoctrinamiento y la seducción, con el objetivo de
hacer ver su actual vigencia. En este contexto, se aporta el advertir como la población es
mayoritariamente seducida e impone las condiciones. El método es
el propio de los ensayos filosóficos y la reflexión sobre los acontecimiento de
actualidad. Se utilizan las fuentes de los sociólogos y filósofos de
mayor prestigio actual como lo son G. Lipovetzsky y Z. Bauman, G., P. Sibilia,
O. Reboul. La estrategia de análisis utilizada es la que pone de
manifiesto y critica, con originalidad el mecanismo de seducción:
el seducido está en la condición de necesidad, primero y, después, de
placenteramente esclavizado, por lo que no advertirá la dominación que se
ejerce sobre él, perdiéndose sutilmente la libertad humana. La adicción a la
propia imagen (selfish) y al celular o teléfono móvil es un claro ejemplo, que
los adictos difícilmente querrán admitir. En conclusión se ponen
de manifiesto las estrategias narcisistas de supervivencia: retirarse en el
presente, reciclando la juventud. El narcisismo neutraliza el universo social,
vaciando las instituciones de sus inversiones emocionales y el yo se vacía de
su identidad, por eso requiere constantemente de las selfishes para
reírse de sí mismo. El yo pierde su referencia de unidad por exceso de información
insustantiva.
Palabras clave: educación; adoctrinamiento; seducción;
modernidad; posmodernidad.
ABSTRACT
In this brief essay there is
matter of describing two enslavement ways, we should be attentive in the
education process. The enslavement of the ideas and lifestyles of modernity
until the end of the 20th century imposed rigid, socialized and revolutionary ways
of social coexistence, liberalism first and socialism later. Postmodernism has
currently psychologized lifestyles and it enslaves by seducing. Seduction by
being selfish is not a violent process, but a pleasant one and it always seems
to leave us a margin of freedom; for this reason it turns out to be a socially
and morally perhaps more dangerous process, since it tries to enslave without
the crowds noticing it; even more so that one can feel satisfied.
Key words: education;
indoctrination; seduction; modernity; postmodernity.
RESUMO
Este breve ensaio trata de descrever formas de escravidão das que se
deve estar atento no processo de educação. A escravidão das ideias e formas de
vida da modernidade até fins do século XX impuseram formas rígidas, socializadas
e revolucionárias de convivência social: liberalismo primeiro e socialismo
depois. Atualmente, pós-modernidade psicologizou as formas de vida e escraviza
seduzindo. A sedução, o selfish, não é um processo violento, mas agradável e
parece deixar-nos sempre uma margem de liberdade; por esse motivo é um processo
socialmente e moralmente, talvez, mais perigoso, pois objetiva escravizar sem
que a multidão o advirta; ainda mais para que se sintam satisfeitos.
Palavras-chave: educação; doutrinação; sedução;
modernidade; pós-modernidade.
Recepción: 15/08/2019
Evaluación: 27/02/2020
Aceptación: 01/04/2020
En una época en la que Latinoamérica ha
asumido el compromiso de educar desde el valor central de la solidaridad, el
respeto y la tolerancia, los educadores deberían tener presente la
transformación que se está produciendo en el proceso de sometimiento de las
personas. En el siglo XX, en particular, se utilizó el proceso de
adoctrinamiento —o también llamado de ideologizadón— para someter a las
personas a las formas de pensar de un régimen político, religioso o social
autoritario. Se trata de una forma de proceder fuerte, impuesta, social y
mayoritaria.
A fines de ese siglo, y actualmente, se
prefiere utilizar el proceso de seducción. Este proceso no es violento sino
placentero y parece dejarnos siempre un margen de libertad; por ello resulta
ser un proceso social y moralmente quizás más peligroso, puesto que intenta
esclavizamos sin que consigamos advertirlo, es más, haciéndonos sentir
satisfechos.
La seducción[2]
—como etimológicamente lo indica el término mismo se-ducere, refiere a conducirse— tiene
acepciones: 1) entendida como autoinducción o seducción: el ser humano estima
que él se está conduciendo a sí mismo y siente placer en ello; 2) entendida
como conducir a otro, como lo indica la primera acepción del diccionario,
implica el "engañar con arte y maña; persuadir suavemente para algo
malo"; pero, además, atraer, cautivar el ánimo de los otros en beneficio
propio.
El objeto, persona o acontecimiento que
seduce nos mueve desde afuera y nos conmueve desde dentro: en la seducción
somos cómplices. En última instancia, lo que nos mueve es la necesidad de
afecto (donde caben otras necesidades como las sexuales, las de satisfacción
del ego, de ser admirado, comprendido, apreciado, contenido, de abrazar y ser
abrazado, etcétera), la cobertura de un profundo vacío existencial; pero
siempre queda en claro que es lo que nos seduce lo que impone las condiciones.
El seducido está en la condición de necesidad, primero, y de esclavizado,
después.
Lo delicado del proceso de seducción
para el seducido se halla en que la seducción no se presenta como riesgosa ni
violenta, sino como atractiva desde el interior mismo del seducido, como un
cosquilleo casi irresistible, y mayores sin consecuencias sociales. Por el
contrario, el estado psicológico del miedo hace referencia a sentimientos
angustiantes (paralizantes o de fuga) que experimenta una persona o grupo ante
situaciones que considera una amenaza o riesgo y que pueden ser creadas o
exacerbadas por sectores que se encuentran con el poder[3].
Nadie vería como peligroso el hecho de
que alguien se conduzca a sí mismo; pero lo peligroso de este hecho es que la
seducción hace engañoso ese hecho de la autoconducción. En el proceso de
seducción, el placer que la acción produce puede hacer que se omita hacer lo
que es justo y no solamente lo placentero. El placer no está reñido con la
moral, siempre que no se oponga a la justicia.
Una de las ideas más seductoras —y
generadoras de adicción, social y mayoritariamente muy aceptada— de la
modernidad ha sido la idea de ser
libre; pero no todo acto es libre si ese acto es generado y
arrastrado a hacer lo injusto por el placer que lo seduce. El placer
desenfrenado del avaro, seducido por el deseo de poseer sin límites, no es
generador de una buena vida con calidad humana, deseable en todos. El uso moral
de la libertad, para ser bueno, debe ser además justo y no guiado
arbitrariamente por el placer de quien lo realiza (y, con eso, se daña a sí
mismo o a otros).
En la posmodernidad, esta idea se ha
transformado en un déjate libremente llevar.
Como veremos, se dan adicciones socialmente aceptables y otras no aceptables
por las mayorías. Las adicciones —que, en cuanto seducen, siempre quitan un
margen de libertad— cuando son socialmente aceptadas, son doblemente más
peligrosas, pues no solo seducen sino, además, parecen ser positivas
(generadores de una mayor calidad de vida placentera), se hacen socialmente
aceptables y resultan ser armas ideológicamente masivas.
1. La ideología
Frecuentemente se mal entiende este
concepto tomándolo como sinónimo de "una neutra manera de pensar", o
como una filosofía. Mas quien tiene una filosofía no tiene necesariamente una
ideología, si no la impone e intenta dominar con ella.
El concepto de ideología, inicialmente, significó el estudio
de las ideas, pero luego pasó a representar, sobre todo con Karl Marx, un
proceso complejo de dominación (económica,
religiosa, cultural, etcétera) de mayorías por parte de minorías. Las
ideologías suelen constar de dos componentes: una representación del sistema, y un programa de acción para imponer ese sistema de
ideas. El primer componente proporciona un punto de vista propio y particular
sobre la realidad, vista desde un determinado ángulo —creencias, preconceptos o
bases intelectuales—, a partir del cual se analiza y enjuicia, habitualmente
comparándolo con un sistema alternativo, real o ideal. El segundo componente
tiene como objetivo acercar en lo posible el sistema real existente al sistema ideal pretendido, mediante la
utilización oculta o más o menos implícita de medios para imponer las ideas con
las que se pretende justificar esa imposición como lo mejor para todos, pero
que encubre el beneficio de unos pocos.
Para Karl Marx, el proceso ideológico
capitalista impone un estilo de vida y de cultura fundado en la producción
económica. El conjunto de las relaciones de producción forma la estructura
económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la
superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas
de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el
proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia
del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo
que determina su conciencia. Si se dice, por ejemplo: "la libre oferta y
la libre demanda es lo mejor para todos", y no parece existir nada
objetable en esto; pero no se advierte que esto es válido si existen libertad y
medios para demandar y comprar. Mas cuando se tienen necesidades básicas
insatisfechas, y no se tiene con qué comprar (por falta de trabajo, o salarios
adecuados), "la libre demanda" (ir a comprar a quien ofrece el precio
más favorable al comprador) son palabras vacías, que cubren el hecho de que
quien tiene abundancia de bienes para vender, puede esperar y salir siempre
ganando. "La libre oferta y la libre demanda" no es entonces lo mejor
para ambas partes, sino un engaño que cubre el beneficio del más fuerte
económicamente. Desde un punto de vista religioso, un inquisidor podía
justificar ideológicamente su proceder afirmando que era mejor quemar el cuerpo
de la bruja, pero posibilitar que salve su alma (cuando un sacerdote le
presentaba un crucifijo para que lo besara mientras lo quemaban en la hoguera),
o para que no dañe a los demás con su herejía; pero, en realidad, el beneficio
del proceso inquisitorial era siempre para el inquisidor que se quedaba con sus
bienes materiales para pagar el proceso y mantener o aumentar su poder
atemorizando a las multitudes con la pena de la hoguera si no se procedía en
forma acorde a la verdad poseída por el inquisidor.
En la modernidad del siglo XX, la
ideología se vio en el vehículo de grandes movimientos sociales y de
pensamiento, sobre el soporte de grandes masas que fueron adoctrinadas por los
nuevos medios de comunicación y la propaganda, cuando la violencia y la
represión fueron insuficientes.
En el siglo XXI, con la Posmodernidad,
la forma de imponer el dominio se ha hecho mucho más sutil y difícil de
percibir: la imposición de los más fuertes sobre los más débiles se realiza
mediante la seducción, mediante la
generación del placer reforzado por el uso masivo de la tecnología. En la
Modernidad, fácilmente se lograba que una mayoría percibiera, con indignación,
las diferencias entre pocos ricos muy ricos y muchos pobres crecientemente más
pobres. En la Posmodernidad se diluye esa percepción, encolumnadas todas las
personas tras la seducción placentera del consumo
masivo que ofrece la mentalidad de capitalización, acumulación,
uso y abuso de bienes. Como afirmaba Zygmunt Bauman, el capitalismo se basa en
esto: "en deshacernos de lo que tenemos, aunque funcione perfectamente,
para demostrar a los que nos rodean que tenemos el último modelo. Así es que
tenemos capitalismo para rato"[4].
2. Adoctrinamiento
Cuando se acentúa el poder de imposición de una manera de pensar y actuar,
la ideología suele ser llamada adoctrinamiento. Una doctrina no es una
filosofía ni una manera cualquiera de pensar o creer. Con doctrina significamos un conocimiento que, si
bien pudo haber sido discutible y discutido, ya no se discute más: ahora se lo
acepta o no se lo acepta. Si alguien acepta los conocimientos y formas de obrar
antes discutibles y discutidas, ahora pertenece al grupo (religioso,
económico, social) de los creyentes que estiman, en el mejor de los casos,
poseer la verdadera creencia, ser los mejores del grupo social.
Por adoctrinamiento
(a veces también llamado proceso
ideologizador) se entiende aquí un mecanismo teórico-práctico de
asumir una doctrina, cuyo punto más alto es el lavado de cerebro de la persona que es
sometida a él. Las ideologías pueden tener distinto signo político (tanto de
derecha como de izquierda) o religioso o cultural; pueden ser violentas o
aparentemente pacíficas, pero funcionan de la misma manera.
El
hecho es que este proceso puede hacerse presente, con frecuencia, en el aula.
Por ello, analicemos algunos de sus supuestos y fases[5]:
a)
El
adoctrinamiento es posible si se suprime
— sin que la víctima lo advierta, seduciendo—, la libertad en el pensar. Por esto, las
ideologías son una falsa conciencia que hace pasar por verdadero lo que es la
conveniencia del victimario, del dominador.
b)
El
adoctrinamiento debe conseguir que la víctima piense que la verdad es una sola
y de una sola forma: la del
ideologizador, transformando los diversos modos de pensar en un único modo
(lógico y psicológico) de pensar: el del ideologizador.
c)
El
adoctrinamiento trata de aislar, psicológica o socialmente, a la víctima,
desacreditando otros criterios de juicios o modos de pensar que difieren del
suyo. Suprime de esta manera formas de confrontación, de pro y contra, respecto
de los puntos de vista del ideologizador.
d) El adoctrinador culpabiliza a la
víctima, como enemiga de la verdad, de sus creencias, de la patria o de otros
valores, si la víctima se resiste a pensar como él. Dado que el ideologizador
concibe la verdad como única y de una única forma, toda divergencia con su
forma es considerada una falta contra la verdad sin más, no contra el
ideologizador.
e)
Pero
a quien obra dentro de la ideología (y piensa y actúa como el ideologizador) es
liberado de toda culpa, porque la ideología le asegura, al obrar, la verdad y
la justicia de su parte.
f)
La
aceptación de la ideología que trata de imponérsele a una víctima comienza con
la abdicación de los propios modos (lógicos y psicológicos) de pensar, de su
libertad para la crítica en el pensar desde fuera del sistema de explicación
que se le ofrece. El que se opone al proceso ideologizador es capaz de pensar y
obrar negando (no aceptando) lo que se le impone como verdadero y justo.
g)
La
aceptación del punto de vista del adoctrinador supone, luego, optar por su opción,
ver con sus ojos, juzgar con su mente; implica, diría Kant, volver a la minoría
de edad.
h)
Aceptada
la concepción ideológica del adoctrinador que se le presenta a la víctima, esta
hace una relectura de los hechos y teorías desde la perspectiva de la ideología,
calificándola como verdadera, y falsas las otras lecturas.
i)
La
ideología es, entonces, un falso conocimiento. Puede pretender ser científico,
aportar gran cantidad de argumentos; pero se trata de un sistema cerrado a una
crítica externa a sus principios o puntos de vista, los que deben asumirse sin
crítica.
j)
Mas
el proceder adoctrinante, ideologizador, es inmoral, ya sea porque en nombre de la verdad suprime la libertad del
hombre; ya sea porque no
teme presentar lo falso como verdadero.
Esta actitud puede encarnarse en un hombre particular o en un grupo
sociopolítico. Los docentes saben que todo ente tiende a permanecer en su ser y
a desarrollarlo, a no ser que una causa externa lo suprima o limite. En
consecuencia, toda persona o grupo con poder tiende a permanecer en el poder y
crecer si le es posible. Por ello, todo poder de derecha, de izquierda o de
centro, tenderá a permanecer en su posición y, si le es posible, a crecer; pero
cuando se pierde el sentido ético del
poder, este se absolutiza, e intentará permanecer en el poder y
aumentarlo con todos los medios, lícitos e ilícitos, sin importarle presentar
lo falso como verdadero; sin importarle suprimir o imponer la verdad con un
acto arbitrario; sin importarle, si le conviene, suprimir la libertad en nombre
de la verdad o la verdad en nombre de la libertad[6],
sometiendo en última instancia a las dos a mi decisión.
k)
Mas
por otra parte, la tolerancia de una persona o de un grupo de personas, en el
uso de la libertad, para quien no piensa como esa persona o grupo, puede tener
un límite: el límite de la mutua tolerancia
para buscar cómo son las cosas (la verdad de las cosas o acontecimientos). No
se puede tolerar, en nombre de la tolerancia, a los intolerantes; porque ser
intolerante no es moral y lo inmoral de hecho no da derecho. El derecho, en
efecto, es la capacidad para poder realizar un acto, que no puede ser impedido
por otro, precisamente porque es lícito, justo, no me daña ni daña a un
tercero. En caso de conflictos habrá que jerarquizar los deberes y derechos, y
los derechos entre sí. El uso de la fuerza se justifica solo para proteger la
realización de un acto justo. Ahora bien, la raíz de la justicia se halla en el
(libre) reconocimiento de la verdad. Por lo tanto, quien no la reconoce, y me
impide a mí reconocerla, se convierte en un intolerante, ante el cual tengo
derecho a la defensa. Tanto alumnos como docentes tienen ese derecho ante un
proceso ideologizador.
Como veremos, la mejor herramienta
contra el intento de adoctrinar o ideologizar, tanto de un docente, como de
otros medios informales de enseñanza y de aprendizaje de conductas sociales, se
halla en un ámbito de libertad donde se pueda
ejercitar la crítica, esto es, en el uso de criterios o medidas
diversas, de modo que se hagan patentes las intenciones ocultas de quienes
pretenden poseer la verdad, pero no someterla públicamente a discusión, como
sucede cuando el docente presenta sus conocimientos como si fuesen — sin más—
verdaderos o se mofa de las opiniones ajenas.
La actitud
dogmática es esclavizante; implica cerrar toda puerta a la
discusión; supone clausurar la posibilidad de expresar opiniones. Esta actitud
constituye un riesgo real cuando, en el proceso de enseñar, los docentes no
solo ponen en consideración los conocimientos, estimados verdaderos; sino que,
además, los imponen como tales. La verdad no se impone: se propone, se muestra
o demuestra; pero, después de esto, aún permanece libre la voluntad del que
aprende y que debe aceptar esos conocimientos libremente como verdaderos, si no
desea autoengañarse.
Indudablemente que quien no acepta algo verdadero como verdadero, se engaña y
se daña moralmente porque se miente. Pero aun en este caso, la presencia de la verdad no da derecho a suprimir la libertad
de nadie, mientras no se convierta en un intolerante de mi derecho a la verdad,
a saber cómo son las cosas. La libertad es el valor supremo subjetivo de una persona; pero
este valor vale porque la persona acepta la verdad y ese valor se convierte en
verdadera libertad: la libertad de una persona, que libremente se opone a la
verdad (al conocimiento de cómo son las cosas y acontecimientos), se degrada
moralmente ella misma. Por ello, el
valor supremo objetivo de la persona se halla en lo verdadero: en buscar libremente saber cómo son
las cosas, sea que esto me beneficie o me dañe subjetivamente. El ser objetivo
dignifica (da valor no arbitrario) al sujeto que lo reconoce.
¿Pero acaso la verdad no es una sola,
como suele decirse? Sostener que la verdad es una sola es una simplificación
que lleva a un error[7].
Debemos tener presente que lo que llamamos verdad se da en el intelecto humano.
La verdad no es una cosa extramental ni es la mente que la advierte.
La verdad
es un sustantivo abstracto que hemos construido a partir de algunos
conocimientos que son verdaderos, esto es, de un conocimiento en el que se
advierte que la inteligibilidad de un ente coincide con ese ente.
Utilizaremos aquí referencias de Tomás
de Aquino para sostener, como él lo hacía, que hay diversidad de la verdad
humana sin que esto implique un relativismo. No es suficiente conocer un ente
para saber si es verdadero; es necesario, además, advertir la adecuación o
conformidad del ente con su inteligibilidad[8].
Hay, pues, tres elementos que intervienen para que un conocimiento sea
verdadero: 1.°) el ente (con su forma
real o extramental); 2.°) la
inteligibilidad del ente (con su idea o forma inteligible o
intramental); 3.°) el intelecto en el cual
el hombre advierte la adecuación o igualdad de las dos formas anteriores.
Cuando el hombre advierte esta característica de la conformidad o adecuación
(que se da en el intelecto) entre lo inteligible del ente y el ente, entonces
advierte que el conocimiento que observa es verdadero[9].
Allí se ha dado lo que llamamos "verdad".
La verdad se logra mediando un proceso
de abstracción, esto es, de considerar separadamente lo sensible de lo
inteligible de un ente. Esta primera abstracción no debe confundirse con otras abstracciones
en las que se considera separadamente, por ejemplo, el género respecto de la
especie, el accidente respecto de la sustancia, etcétera.
Al iniciar el proceso de conocer se da
una primera abstracción (llamada también "iluminación") que abarca toda
la cosa: todo lo sensible está ahora en lo inteligible o idea, si bien está en
un mundo diverso (como inteligido, desmaterializado, desensibilizado,
espiritualizado). En las otras abstracciones siempre encuentra considerada solo
una parte de lo que es la cosa entendida.
Según Tomás de Aquino, en efecto, nada
impide al intelecto humano conocer algo particular en cuanto es particular o
individualizado. Lo que no puede el intelecto es conocer lo particular sensible
en cuanto sensible. Al conocer, las condiciones sensibles o sentidas que
individualizan al ser inteligido son dejadas de lado (abstraídas) y se
considera a un ente en cuanto es inteligido, objeto contenido en una idea.
Aun al conocer algo particular hacemos
un acto inmaterial[10].
¿Qué es, en efecto, el ser espiritual o inmaterial sino "quod ei competit
secundum quod habet esse in cognoscente"[11].
La verdad es siempre un juicio, que el
hombre realiza con la razón, acerca de la adecuación entre la cosa y el
intelecto, el cual tiene la idea o inteligibilidad de la cosa. La verdad es una
relación de adecuación o conformidad. Por esto, la identidad de la verdad (de la relación) no
depende solo de la identidad de la cosa extramental, sino también de la
identidad del intelecto[12].
Para que una verdad sea la misma verdad en los intelectos de los hombres
diferentes, por ejemplo, se necesita, pues, que la cosa acerca de la cual
tenemos verdad sea idéntica (no varíe para ninguno de los dos intelectos
humanos) y es necesario, además, que los dos intelectos humanos, aún siendo
numéricamente distintos, sean por sus formas idénticos y no solo semejantes.
Dijimos que la verdad es un juicio: una
relación de adecuación entre la cosa y el intelecto. Cuando varía uno de los
dos extremos, varía la verdad; pero no varía igualmente según varíe uno u otro
extremo (esto es, la cosa o el intelecto). La verdad puede variar, a) por parte del intelecto, cuando
(permaneciendo la cosa del mismo modo) tenemos de ella otra opinión; b) de parte de la cosa que cambia,
permaneciendo la mente en la misma opinión. En estos dos casos la verdad varía
cambiándose en falsedad[13].
Pero ahora no nos interesan estos dos tipos de cambio donde la verdad se
pierde. Aquí nos queremos referir a cambios donde la verdad permanece siendo
verdad, aunque diversa.
Pues bien, de más está decir que si un
intelecto —y la verdad se da siempre en el intelecto— no padece cambio alguno,
como es, según el tomismo, la mente divina, entonces en ella, que contempla
todo desde toda la eternidad, la verdad es inmutable. La verdad, por el contrario, en el intelecto humano es
mutable[14]. Si Sócrates está sentado, y así lo pensamos,
tenemos un juicio verdadero, pues lo que pensamos concuerda con la realidad;
pero si Sócrates se levanta permanece la verdad del pasado (es verdad, y lo será
siempre que lo pensemos, que Sócrates estuvo sentado) mas no del presente
referido a la cosa: en el presente tenemos otra verdad ("Sócrates se
levanta").
Desde cierto punto de vista, podríamos
decir que no es propiamente la verdad o relación de adecuación la que cambia,
sino un extremo (la cosa) de esa relación que hace que tengamos otra opinión o
idea de la cosa con la cual ahora debemos adecuar la cosa. En cierto sentido,
la verdad "Sócrates se sienta" permanecerá siempre verdad como
"Sócrates estuvo sentado".
Para que la verdad sea mudable, algo de
la verdad deberá permanecer igual y algo debería cambiar. Mas esto no sucede,
pues los dos términos de la relación cambian cuando cambia uno de ellos. Cuando
Sócrates pasa de estar sentado a estar levantado, también la inteligibilidad o
idea de estar sentado deja de aplicarse a Sócrates cuando está levantado. Más
bien que decir que la verdad cambia, habría que decir, según esto, que
adquirimos nuevas verdades.
Según esto, entonces, tiene sentido
decir que la verdad de un intelecto sobre una cosa real es diversa de la verdad
de otro intelecto sobre la misma cosa, si es diverso el modo y el medio de
conocer de esos intelectos. Este es el sentido de una expresión muy repetida
por Aquino: "Lo que se entiende, se entiende según el modo del que
entiende"[15]
y esto no implica un relativismo.
El diverso modo de conocer (dados los
diversos medios de conocer que poseamos: los ojos, un microscopio, un
telescopio, etcétera) no cambia la realidad de las cosas conocidas; pero sí
cambia la verdad (la ciencia o conocimiento cierto) que nos hacemos de las
cosas[16].
Las visiones ideológicas, con una única
verdad absoluta (desprendidas del contexto y los medios de conocer) no es sino
una prepotencia. Lo dicho debería hacernos docentes tolerantes de las diversas
formas de conocer y estimularnos a dialogar acerca de lo que conocemos y de
cómo lo conocemos, haciendo explícitos los intereses ocultos e ideologizadores.
De hecho, el pensar y la verdad interesan cada vez menos y las personas se
recuestan en la diversidad y la imagen.
Con un notable esfuerzo y coraje
intelectual, Tomás de Aquino defendió que lo que se conoce se conoce al modo de
cómo es quien lo conoce[17].
Pero actualmente se ha dado un paso más y peligroso: las cosas son como las
siento.
3.
De la instrucción y educación a la seducción
En buena parte, si bien el proceso de instrucción tiene por finalidad dar a los que
aprenden herramientas para leer y escribir, y adquirir una cultura general, el
proceso de educación es más que esto. La educación
implica aprender a ser capaz de obtener el dominio de sí mismo, ser humanos
libres y críticos (ser conscientes de los criterios que se están empleando),
para no dejarse engañar y dominar mentalmente y, luego psicológica y físicamente,
por causas alienantes.
Dicho brevemente, en la Posmodernidad,
educar es intentar que Auschwitz no se repita;
y puede repetirse, porque el mecanismo que lo hizo posible sigue existiendo y
ha sido mejorado. La civilización moderna genera también la incivilización; la
creciente capitalización lleva a la supresión de gran parte de lo humano de la
humanidad. Será suficiente suprimir la ayuda a los países indigentes que
generan emigraciones ingentes a los campos de refugio de los países vecinos, a
veces tan pobres como ellos, pero en los que estiman podrán salvar sus vidas; a
veces esperan llegar a los países del primer mundo; pero estos les cierran sus
fronteras (después de haberles arrebatados las materias primas por siglos), y
los devuelven a sus países de origen y levantan muros entre ellos.
¿Podrá repetirse un nuevo Holocausto?
Bauman estaba preocupado por esta posibilidad que se dio en un país como
Alemania, con una alta estima herida, con un gran sentido del deber, y capaz de
cumplir órdenes sin protestar por lo ordenado.
Incidieron en este hecho, entre otras
causas, la estrategia burocrática de impedir
poner restricciones morales al egoísmo desenfrenado y al
salvajismo latente en todos los hombres[18].
El Holocausto descubre el rostro oculto de la sociedad moderna, su colosal
programa de ingeniería social, capaz de dar soluciones "racionales" a
los "problemas" humanos.
Este programa de ingeniería hizo que el
amor al prójimo desapareciera, pues a los judíos, gitanos y homosexuales, se
los alejó: dejaron sistemáticamente de ser próximos y cada miembro de la
organización no hizo más que cumplir, fraccionadamente, con su pequeño deber en
el engranaje de la extinción de las personas. Ninguno de los miembros del
sistema, cumpliendo con su deber, incumplió con las normas morales. La moral,
en este caso, no ha sido externa a la responsabilidad de hacer bien el trabajo
que a cada uno se le asignaba.
No pretendo decir —afirmaba Bauman— que
la incidencia del Holocausto fue determinada por la burocracia moderna o la
cultura de la racionalidad instrumental que ésta comprendía y, mucho menos, que
la burocracia moderna produce necesariamente fenómenos parecidos al Holocausto.
Lo que quiero decir es que las normas de la racionalidad instrumental están
especialmente incapacitadas para evitar estos fenómenos, que no hay nada en
estas normas que descalifique por incorrectos los métodos de "ingeniería
social" del estilo de los del Holocausto o considere irracionales a las
acciones que dieron lugar.[19]
Cuando se considera a la sociedad como
un objeto a administrar fraccionadamente, se pierde el sentido de los medios,
porque se ha perdido el sentido del fin de la sociedad. Y la finalidad de la
sociedad no la da la tecnología social.
Los alemanes que fueron autores de los
crímenes nazis no eran un tipo especial de alemán. Eran, en general, personas
educadas; no eran "sudacas" o africanos primitivos. Pertenecían a una
nación europea culta; pero las inhibiciones morales ante las atrocidades
violentas disminuyen cuando se cumplen tres condiciones:
a)
La
violencia está autorizada, por órdenes
oficiales emitidas por los departamentos legalmente competentes del Estado;
b)
las
acciones están dentro de la rutina burocráticamente delimitada en sus
funciones: la disciplina (cumplimiento
de la función atribuida y la negación de las opiniones personales) se convierte
en la virtud fundamental para el funcionamiento del Estado[20];
c)
las
víctimas de la violencia han sido previamente alejadas y luego deshumanizadas (convertidas
en un número), como consecuencia de un proceso ideologizador.
Los organizadores del Holocausto
tuvieron un notable éxito al no castigar públicamente a los judíos y a la vista
de los vecinos. Con gran sentido ideológico de los eufemismos, las víctimas
eran simplemente "deportadas" y luego eran llevadas a unas
"duchas". En toda la cadena de mando y ejecución, cada uno
personalmente no se veía enfrentado en forma consciente con las opciones
morales de su conciencia: cada
uno simplemente cumplía con su deber en un breve trayecto de una serie de la
cual no veía ni el inicio ni el final. Entonces, el carácter
moral de la acción o del valor final de la misma, permanece intencionalmente
oculto. Cada uno es un instrumento inocente de una voluntad ajena. ¿Cómo puede
suceder una gran maldad, cuando cada uno no ha hecho más que pequeñas cosas
inofensivas, como recibir personas que son deportadas a otros lugares, como
subirlas a un tren, como bajarlas del tren, etcétera?
La distancia física y psíquica de sus
actos y efectos remotos hace
que un prójimo ya no sea próximo; y que una persona poco a poco
quede desposeída, desnacionalizada, desubicada, sin identificación y reducida a un número,
debilitada, inutilizable, despersonalizada. Con esta tecnología, se ha logrado
invisibilizar a la víctima.
El proceso socializador se vuelve ideológico
(esto es, capaz de imponer
su "verdad" a la fuerza) cuando queda libre del control social de los
ciudadanos[21].
Entonces la violencia, racionalizada e institucionalizada en la política del
Estado, queda libre de toda valoración moral ajena al partido. La racionalidad
instrumental se atiene a la eficacia de la acción; pero se emancipa de la moral
al emanciparse de las finalidades remotas de las acciones.
El control social comienza a
debilitarse cuando los socios que constituyen una sociedad comienzan a no desear involucrarse con la defensa de la constitución de
la sociedad. Si bien la población alemana en general no
despreciaba a los judíos (sobre todo a sus vecinos o próximos, bien conocidos),
no obstante, tampoco deseaban involucrarse en su defensa. La ideología del
Estado aprovechó esta situación para generar, primero, barrios o guetos
apartados para judíos; para alejarlos luego "deportándolos", con la
promesa de que iban a un lugar mejor; pero de modo que ya no fueran ni visibles
ni próximos; para despersonalizarlos y finalmente exterminarlos.
Los mismos cristianos consideraron, en
su liturgia hasta el tiempo del Concilio Vaticano II, a los judíos como
"pérfidos judíos" que rechazaron y mataron a Cristo, como separados
de la verdadera religión por no aceptar al Mesías, único poseedor de la
verdadera palabra de Dios, cuando es verdad que ni siquiera el Sanedrín
funcionó en la condena del rabino Jeshuá, sino que este fue entregado por el
sacerdote Caifás y unos pocos, a los romanos y a duras penas condenado por
Pilatos por revoltoso, pretendiente a ser rey de los judíos (INRI) según el
gobierno romano.
El ser bárbaro o poder llegar a ser
bárbaro, no es una cuestión de pasado. Si ser bárbaro consiste en no considerar la humanidad y libertad del otro,
y esto ya ha pasado, podría volver a pasar[22].
No creamos ingenua o rousseaunianamente en la bondad natural del hombre o de
nuestras creaciones burocráticas o de nuestra tecnología. La expulsión de los
extranjeros en tiempos de crisis es frecuente.
Los seres humanos no son racionales,
aunque por momentos pueden serlo; y aunque lo sean, la racionalidad necesita de
sabiduría. Lo racional mira a los medios; la
sabiduría se fija primeramente en los fines y solo luego en los medios.
Son buenos solo los medios que realizan buenos fines. Un fin cualquiera no
justifica cualquier medio. Pero aun en la búsqueda de nuestros fines podemos
errar y dañar. El Holocausto es un indicador de que no podemos estar
satisfechos con lo que hemos llegado a comprender acerca del ser humano.
Nada de lo que había sucedido hasta
entonces había preparado a los pueblos cultos para comprender el Holocausto.
Cuando sucedió, simplemente no lo podían creer.
De la globalización se puede retornar a
la regionalización o nacionalización. El nacionalismo agresivo puede resurgir;
una lectura fanática de la realidad social también puede revivir. El nazismo
tiene nuevos adictos en Alemania y en EE. UU. En nombre de la Humanidad, se
requiere un proceso de educación según el cual las personas no sean envueltas
en un adoctrinamiento y fanatismo que lleve a repetir, en forma mejorada y
seductora, el hecho de Auschwite. Parecerá increíble, pero Alemania y Auschwite
también lo fue para muchos alemanes, en el pleno contexto de la Modernidad, un
país del primer mundo, trabajador, obediente, responsable, con un personaje
como Hitler que les prometió a los alemanes recuperar su dignidad dañada con la
primera guerra y expandir el territorio.
Hoy, el mismo deseo está presente, pero
en forma camuflada mediante la seducción, donde todos pueden tener más placer,
más visión en las pantallas, menos obligación de pensar y menos esfuerzo para
poder comer: un mundo feliz. ¿Quién resistirá a esta oferta aparentemente
gratuita? ¿Y no están en sus manos de los ideólogos infiltrar las adicciones
globales? Ya no interesa dominar un territorio nacional en una época posmoderna
donde las naciones han perdido poder: ahora
importa el dominio global y casi imperceptible pero placentero,
mediante la seducción, la que no genera una reacción violenta. Ya no hay una
metrópolis y las colonias dominadas: ahora se da el expansionismo de un
capitalismo avanzado y mundial, donde unos pocos —un 1 %— tiene las riquezas y
los medios de las que carece el 99 %. Y si es necesario cerrarán sus fronteras
a los que antes saquearon.
No es suficiente la instrucción, la
abundancia de conocimientos fáciles y a la mano. Se requiere educación,
capacidad de discernir las influencias ideológicas, resistir a las
frustraciones, y tener un sentido humano capaz de sacrificar algo de lo propio
en favor de los inocentes esquilmados.
La seducción
ha continuado y mejorado la técnica de adoctrinamiento, de la verdad única del
proceso de capitalización para conducir a las personas. Ahora, las personas son
conducidas y dominadas, mediante la seducción, suprimiéndoseles la objetividad
y libertad de una forma placentera y masiva. Seducida la persona puede terminar, por una
parte siendo adicta y, por otra, defendiendo su adicción esclavizante, sin
reconocer o importarle la pérdida de su libertad. ¿Qué puede importarle a un
pobre la libertad, si libre, no tiene para
comer?
Siempre se ha dado en Occidente un
recelo entre la dialéctica, la retórica y la lógica.
La lógica y la dialéctica requieren
razonamientos y mover formal y fundadamente las mentes humanas. La retórica
apela a la seducción, a atraer y subyugar al contrincante, sin quitarle la
sensación de que es él el que decide
en su vida, ante
un abanico prolífero de ofertas a consumir.
La sociedad de consumo utiliza la
lógica de la seducción, haciendo que
el seducido se sienta importante, como si él se eligiese y condujese con plena
libertad (se-ducere: conducirse a
sí mismo) ofreciéndole cada vez más opciones y combinaciones a su medida. La
adicción al celular o teléfono móvil es un claro ejemplo, que los adictos
difícilmente querrán admitir: se sienten libres y mimados por su utilidad,
hasta el punto que los usuarios entran en pánico si no lo tienen constantemente
en sus manos, reduciendo obsesivamente la mayor
parte de sus horas a oír música y ver
mensajes o fotos en sus celulares. Esta forma ideológica en que el mercado de
capitales conduce a las masas se ha naturalizado. Los niños, aún con pañales,
se habitúan al teléfono celular antes
de saber
leer y escribir: el mundo posmoderno
comienza a entrar y a reducirse a una ventana o pantalla.
La cultura de la seducción tiene, sin embargo, elementos positivos y rescatables: deja
las relaciones autoritarias y dirigistas, y privilegia la pluralidad y
diversidad de opciones; pero también impele a la realización de los deseos
desoyendo los llamados a la austeridad; genera ocultamente una jerarquía, pero
potente de valores, donde se privilegia el consumo irracional, la imagen sobre
el pensamiento. Nuestros ídolos son ahora los que poseen y se muestran en las
pantallas. Si en la Modernidad lo importante era: "Pienso luego soy",
actualmente, en la Posmodernidad lo importante es "Estoy en una pantalla,
luego existo".
Mientras se esté en el ámbito del
consumo, no importan luego las formas, porque el seducido es finalmente un
cliente cautivo por el monopolio de la seducción, a la que condesciende
creyéndose protagonista[23].
Indudablemente, pareciera que los
países del tercer mundo y los hombres del trabajo serían los más reacios a
asumir la lógica de la seducción. Mas nuestra sociedad global va teniendo
siempre más jóvenes, y más numerosos, seducidos por el espejismo del consumo.
Estos requieren diversión, o al menos contención, y privilegian la comunicación
a la coerción. El pobre desea parecerse al menos en algo al rico teniendo un
buen celular y quién se lo podrá negar en el contexto de que el poseer es igual
a ser.
Las personas jóvenes, adolescentes
hasta los treinta años, libres en sus tiempos, con creciente autonomía y cuidado
del cuerpo, generan la exigencia de una educación que cubra esos deseos:
permisividad, homeostasis de los feelings,
socialización
suave, plural y diversa[24].
La cultura posmoderna de la seducción
se acompaña de ritmo, rápido, vociferado, constante, sin contenido, por lo que no
importa en qué lengua se cante o se grite sin comprenderlo.
La revolución musical y la tecnología
sacan al oyente de su mundo manteniéndolo en suspenso, sin transportarlo a otro
lugar o a otras ideas. El individuo se vuelve cinético y desea sentir más. La
velocidad fascina y hace sentir la vida en la piel. Los jóvenes pueden pasar
muchas horas charlando, pero luego, cuando suben a un vehículo, quieren
velocidad.
Se da una nueva forma de control social por medio de la seducción. La seducción es soft, distrae
epidérmicamente a un público que, sin embargo, no es ingenuo ni pasivo.
La seducción no funciona con el
misterio, sino con la información, con la propuesta de la supresión de las
relaciones burocráticas del poder.
La seducción suprime la revolución y el
uso de la fuerza, y opera por relación, cohesión y acercamiento, dando la
sensación de que es cada uno el que decide.
Verlo todo, hacerlo todo, decirlo todo
porque no puedo parar de hacerlo, define a la seducción[25].
La seducción lucha contra la
inmovilidad y busca el autoservicio libidinal. El cuerpo y el sexo se vuelven
instrumentos de subjetivación. Los jóvenes posmodernos marcan sus cuerpos para
indicar que son únicos.
Se da integridad al cuerpo antes que
ocultarlo. El cuerpo se convierte en persona a respetar. El cuerpo es directo:
se expresa, seduce moviéndose bajo el hechizo de la sonorización estridente.
La seducción es, en parte, sexducción,
adaptando a la mujer al rango de las sociedades democráticas hedonistas. Pero
esto no da lugar a Don Juan, sino a Narciso "subyugado por sí mismo en su
cápsula de cristal"[26].
La cultura de la seducción viene
estimulada por la indiferencia, entendida como clima cultural.
4. El narcisismo y selfish: esclavos de la propia imagen y apatía
En la época moderna, los problemas de
la política (de cómo queremos vivir socialmente) movía a los jóvenes,
uniéndose, por ejemplo, los universitarios y los obreros (París, mayo de 1969);
y siendo capaces de cambiar los gobiernos.
En la Posmodernidad, el poder político
se ha psicologizado: de la esfera social ha pasado a la esfera psicológica. Ya
casi no se rediscuten ideas y programas políticos, lo que lleva a veces a una
perversión de las democracias y manipulación del electorado con el espectáculo
de las ilusiones. La imagen manda, se impone, y el tiempo televisivo es
tiránico: no permite la discusión si no hay venta en el programa.
El marketing
político es programado y cínico. La seducción juega a la descentralización; y
el Estado, mientras se descomprime, deja la iniciativa a los consejeros locales
o regionales. Deja las instancias de decisión a los individuos, mientras los
sigue manejando con la administración del control económico y los impuestos
recaudados.
El sexo se hace político y no pocas
veces se traduce en un medio para lograr relaciones de poder. A través del
aborto libre y gratuito se apunta al derecho de la autonomía y responsabilidad
ante la procreación. En nombre de esa autonomía, se condenan los celos y la
posesividad. Las relaciones quedan flotando, sin compromiso profundo hasta
llegar, frecuentemente, a un estado de indiferenda como venganza preventiva
ante la posible frustración de las altas exigencias que cada uno imagina o
desea del otro. Una cuarta parte de los compradores de viviendas, en los países
económicamente fuertes, son para personas que desean vivir solas. Es una forma de protegerse
de los propios impulsos y de las decepciones; un búnker para la indiferencia.
No se trata de deshumanización, sino de una personalización sin sentimientos
rituales y ostentosos. Por ello, aun desde este búnker hay tiempo para salir a
clubes de encuentros, recurrir a los pequeños anuncios, las redes virtuales y chateos.
No se abandona la esperanza en el milagro de la intensidad emocional, que
resulta ser cada vez más difícil y breve: en realidad se da menos sexo vivido
que antes.
La única relación peligrosa de pareja
parece ser la prolongada indefinidamente, monótona, rutinaria.
Bajo el imperativo de la transparencia,
aparecen las campañas contra la violación y el acoso.
Las parejas desean vivir sin niños. La
vida se precariza en existencias individuales regidas solo por sí mismas. La indiferencia no es el resultado de la
inconsciencia, sino de una nueva conciencia dolida. Nunca tenemos tiempo
suficiente para preocuparnos por las necesidades de alguien más; siempre nos
preocupamos por nuestras necesidades y nos convertimos en adictos emocionales y
virtuales.
Cuando lo social está abandonado, el
deseo, el placer, la comunicación, se convierten en los únicos
"valores", y los psicólogos son los grandes predicadores del
desierto. Es la realización extrema del capitalismo, en su lógica fundamental.
"La apatía no es un defecto de
socialización sino una nueva socialización flexible y 'económica'"[27].
La indiferencia metapolítica,
metaeconómica, permite que el capitalismo funcione.
Cuanto más los políticos se explican o
exhiben en la tele, más la gente se ríe. Cuanto más quieren los profesores que
los estudiantes lean, menos leen y ven imágenes. Es una indiferencia por
saturación, por información y aislamiento.
No se es indiferente por falta de
motivación, sino porque el individuo no se aferra a nada, no tiene certezas
absolutas. Nada lo sorprende y puede cambiar rápidamente de opinión. Para
movilizar se requiere mucha imaginación e información. Si hasta la Edad Media
lo importante era llegar a la verdad (única, eterna), hoy lo que importa es la
diversidad a la carta sin drama en el cóctel de la indiferencia.
La democracia ha creado una erosión de
las formas de alteridad clásicas, y marca un impulso a la igualdad de las
condiciones: desubstanciación de las categorías sociales y procesos de
personalización a la carta, desmontando todas las diferencias antes
consideradas esenciales: no importa el sexo (masculino o femenino), sino el
género (lo que tú te sientes).
Cada ciudadano busca la autenticidad,
sin un yo y sin un otro definido.
Nunca como hoy la democracia ha funcionado
sin un enemigo interno declarado. Los individuos están preparados para tener
que elegir; son alérgicos al autoritarismo y a la violencia. Desean cambios
permanentes pero sin riesgos considerables. A medida que crece en narcisismo, crece la legitimidad democrática que sostiene
la demanda de libertad, de elección, de pluralidad y pluralismos de partidos,
aunque disminuya la militancia partidaria, y la política tome un tono de
espectáculo.
Hay indiferencia, pero ello no afecta
al respeto por la democracia: los jóvenes posmodernos no leen los periódicos,
pero exigen libertad de expresión.
El deseo de igualdad sigue vigente,
pero con medios más flexibles y menos violentos. Se estima que la ineficacia
burocrática es la causante de la lentitud del proceso hacia la igualdad. Mas la
demanda de libertad es superior al de la igualdad, lo que lleva implícitamente
a una preferencia por el liberalismo antes que por el socialismo.
De la democracia, los ciudadanos
esperan hoy, ante la individuación, seguridad y programas de protección. Se da
un resentimiento contra los Estados nacionales, acusados de ser incapaces de
asegurar las funciones positivas como la de la justicia y la salud; frenar la
inseguridad generada por la criminalidad y la marginadón social[28].
El malestar en la cultura política posmoderna es multivariado.
Los ideales de bienestar, la pérdida de
crédito de los grandes sistemas, las extensiones de los deseos y derechos a la
autonomía subjetiva han vaciado de su sustancia a los deberes cívicos al igual
que han desvalorizado los imperativos categóricos de la moral individual e
interindividual; en el lugar del civismo, tenemos el culto de la esfera privada
y la indiferencia hacia la cosa pública, el "dinero todopoderoso" y
la "democratización" de la corrupción.[29]
El hombre democrático no es, sin
embargo, un hombre mediocre. Hay grandes sectores de investigadores,
empresarios, deportistas, deseosos de aprender, de mejorar, de vencer, y la
democracia posibilita lograrlo. Unos se obsesionan con el bienestar, otros con
el progresar y superarse. El deseo por vivir no está en peligro, no obstante la
indiferencia en la que se vive.
El capitalismo autoritario cede el
camino al capitalismo hedonista y permisivo.
La Modernidad era espíritu de empresa,
esperanza futurista; hoy instala la última versión del hombre igual: el
narcisismo. La protesta estudiantil ha desaparecido.
El narcisismo es el movimiento de
repliegue personal o social y grupal si hablamos de narcisismo como forma de
vida socializada. El narcisismo es el movimiento de repliegue por el cual el
sujeto retira su libido objetal y la aplica a sí mismo como sujeto singular o
socializado (grupal, cultural). Toda la fuerza vital del sujeto se concentra en
su interior con el fin de salvaguardarse. El narcisismo
es un movimiento regresivo que hace
abandonar el estadio de las relaciones objetales para volver al estadio primero
del amor exclusivo de sí mismo. Algunas frustraciones son inevitables en la
existencia humana y necesarias para la maduración del yo y, si son soportadas,
serán frustraciones normales; si impiden la realización del yo en la
interacción con su mundo, impedirán la maduración del yo y se volverán
patológicas. Las frustraciones que, por su intensidad o por su acumulación,
exceden las posibilidades de adaptación del sujeto individual o social, hacen
que el sujeto se retrotraiga del mundo que lo frustra y lo hace sufrir.
CONCLUSIÓN
Concluyendo perdidos en la banalización
social
El narcisismo es el resultado de lo que
una persona o una sociedad estima como privación de amor. Cuando un bebé (o una
sociedad) llora y nadie lo atiende, deja de llorar y se vuelve indiferente,
inexpresivo e independiente, generalmente solitario, triste y agresivo. La
persona feliz, no frustrada, manifiesta buen humor, euforia, expande vida, ama
a los demás. Los grados de narcisismo dependen siempre de la frustración en
función de la subjetividad del que la sufre, sea una persona singular o una
sociedad (una cultura).
El narcisismo se manifiesta en dos
órdenes de signos: a) como ruptura más o menos completa de las relaciones
afectivas con el mundo circundante; y b) en la estimación de los demás, con una
supervaloración del sujeto. Éste estima que no es justamente amado por los
demás y genera una actitud de desvalorización de los demás[30].
Se da una banalización social, una
presente ausencia en el escenario de los otros: o bien, por un lado, vivir sin
ideales, sin objetivos trascendentes, dejarse llevar, vivir el presente, sin
sentimiento de pertenencia, sin sentido histórico o bien, por otro lado, vivir
en la soledad psicológica y retraída del que se estima héroe injustamente
ignorado.
Se implementan estrategias narcisistas
de supervivencia: salud psíquica y psicológica. Retirarse en el presente,
reciclando la juventud.
La ausencia de grandes ideales a los
que nos tenía acostumbrado la Modernidad, se presenta como un nihilismo, que es
vivido sin tragedia, si no con apatía frívola, sin sentimiento trágico por el
fin del mundo, con apatía epidérmica e indiferencia hacia el mundo. No hay
Quijotes que salgan a salvar al mundo. Incluso la amenaza de calentamiento
global no es suficiente para organizar una cruzada, aunque el papa Francisco la
quiera lanzar con su encíclica Laudato
si'. La juventud (una categoría que está en crecimiento dada la
explosión demográfica) no lee los diarios, ni se informa de las noticias: si
puede, se divierte de noche y duerme de día.
Ante la deserción de los valores
sociales, se acentúa la personalización como hiperinvención del yo y abandono
de los grandes sistemas de sentido (ideales políticos, religiosos y
culturales). Se vive en el vacío.
El narcisista estima que amarse a sí
mismo es suficiente, de modo que no se necesita de otro para ser feliz...
Los individuos se esfuerzan por
liberarse de los sistemas de defensa anónimos, que cortan la continuidad
histórica de los sujetos. Para la liberación buscan asociaciones
"libres", el grito, el sentimiento animal, lo no verbal. El analista
no es un referente y, en el narcisismo total, cada uno queda en manos de sí
mismo, regido por la autoseducción del deseo.
La autoabsorción permite el abandono de
la esfera pública. Las religiones tratan de aprovecharse de la coreografía, de
la música actual y de mensajes masivos para poder sobrevivir y reclutar
adeptos. De la religión del libro se
exige pasar a la religión del espectáculo,
so pena de indiferencia por el contenido.
El yo se convierte en un espejo vacío a
fuerza de flashes de
'informaciones'[31],
sin análisis, ni ubicación en el contexto histórico. Importa poco saber si
Napoleón vivió antes o después de Jesucristo.
El narcisismo neutraliza el universo
social, vaciando las instituciones de sus inversiones emocionales y el yo se
vacía de su identidad, por eso requiere constantemente de las selfish para reírse de sí mismo.
El yo pierde su referencia de unidad
por exceso de información insustantiva.
A los escritores no les queda otro
recurso que el novelesco breve, donde cada uno puede moverse al ritmo de su
propia fantasía.
El esfuerzo y los deberes no están de
moda. Lo que supone sujeción o disciplina austera se ha desvalorizado y se busca
lo placentero de realización inmediata.
La anarquía de los impulsos, la pérdida
de un centro de gravedad otorgado por ideales, genera una voluntad débil, no
intra-determinada.
El posmoderno se mueve en el clima de
la no-directividad, de la asociación libre, de la espontaneidad creativa, de la
cultura de la expresión, de la dispersión en detrimento de la concentración, de
la aniquilación de las síntesis conceptuales.
Parece generalizarse la falta de
atención de los alumnos, concertada, persistente y esforzada (queja de todos
los profesores), a favor de una atención dispersa. Se hace presente una
conciencia telespectadora, que parece captarlo todo y nada; excitada e
indiferente a la vez.
El yo se disuelve en tendencias
parciales, moléculas personalizadas, nuevos zombis atravesados por mensajes de
textos, sin ortografía ni sintaxis: simplemente palabras yuxtapuestas y emoticones.
El yo narcisista es lábil, sometido
sistemáticamente a experimentación rápida.
El narcisismo es un sistema flotante,
que produce la última personalidad de masa, apta para sistemas de consumo.
No hay comportamiento orientado por un
modelo y por su aprobación, lo que daba sentido a la acción social. Por el
contrario, se produce la licuación de la identidad rígida del yo. Va
desapareciendo el amor por la patria (sustituido por el amor pasajero al
paisaje). No se ocultan las debilidades de los héroes.
El narcisismo no es una falta de
personalidad, sino una nueva personalidad con una
conciencia indeterminada y fluctuante, sin saber qué hacer,
acorralada constantemente por el aburrimiento.
Se intentan elaborados comportamientos
de ortopedistas de la salud física y mental: se impone la formación permanente,
al menos como lifting que levanten las
partes caídas del cuerpo y levanten el humor.
Se flexibilizan las categorías sociales
acerca de quién es mujer, hombre, niño, civilizado, loco, etcétera: la
indefinición e incertidumbre se expanden.
El posmoderno narcisista teme envejecer
y morir. La vejez se vuelve una idea intolerable. Se trata de que el dolor deje
de ser real.
La frialdad y el anonimato parecen
vicios inaceptables: las virtudes se dirigen hacia el revelar las propias
motivaciones, las intimidades, todo lo cual es índice de autenticidad y
sinceridad. No importa la verdad (que pretende ser objetiva), pero sí la
sinceridad: exponer frívolamente las intimidades y culebrones en la televisión,
Twitter o Facebook, etcétera[32].
El desencantamiento y el vaciamiento de
convicciones y valores religiosos han conducido también al estrechamiento y a
la banalización de la esfera íntima, concediendo un valor prioritario a
aspectos más relacionados con la esfera privada, como la estética, el consumo y
las aficiones personales[33].
Quedan, sin embargo, esperanzas: estas
se hallan en el proceso educativo, no solo en el aspecto intelectual, sino
sobre todo en la formación de una forma de vida compartida, cooperativa y
responsable.
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Esta obra está bajo una licencia Creative Commons. Reconocimiento-No
Comercial-Sin Obra Derivada 2.5 Colombia.
[1] Licenciado
y doctorado en Filosofía, es docente de filosofía, e investigador principal,
-con sede en la Universidad del Centro Educativo Latinoamericano (UCEL)-, del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), correo
electrónico: daroswr@yahoo.es
[2] Según
el Diccionario de la lengua española,
el verbo transitivo "seducir" (Del lat. seducére)
significa: 1. Persuadir a alguien con argucias o halagos para algo,
frecuentemente malo. 2. Atraer físicamente a alguien con el propósito de
obtener de él una relación sexual. 3. Embargar o cautivar el ánimo.
Cfr. Ambrosio Javier Luna Reyes, "Ilusión,
seducción, persuasión", Tópicos del Seminario n.°
14 (2005); César Ojeda Figueroa, La
presencia de lo ausente. Ensayo sobre el deseo (Santiago de
Chile: Cuatro Vientos Editorial, 2018).
[3] María
del Carmen Aray, "El miedo asecha y el consumo seduce. Dos caras del modelo
psicológico dominante en tiempos de globalización", Universitas Humanística n.o67
(2009): 55.
[4] Zygmunt
Bauman, entrevista por Vis Molina, 12 de marzo de 2013, El Cultural. https://elcultural.com/Zygmunt-Bauman.
[5] Cfr. Olivier Reboul, L'endoctrinement (París: PUF, 2007), 37. William Daros, Epistemología y didáctica (Rosario: Mathesis,
1984), 115; José Ramón García, "Teoría crítica en Ciencias Sociales:
Conocimiento, racionalidad e ideología", Revista
de Ciencias Sociales n.° 80 (1998).
[6] Cfr. Hugo Quiroga, Susana Villavicencio y
Patrice Vermeren, comps., Filosofías de la ciudadanía. Sujeto político
y democracia (Rosario: Homo Sapiens Ediciones, 1999); Octavio
Ianni, La sociedad global
(México: Siglo XXI, 2008).
[7] Cfr. William R.
Daros, "Diversidad de la verdad y relativismo en el pensamiento de Tomás de Aquino" (Estratto da
Atti dell’VIII
Congresso Tomistico Internazionale, Napoli, vol. V,
1982), 222-246.
[8] "Ens
intellectum est verum: non tamen intelligendo ens, intefligitur verum" (ibíd. ). "Ventas
est adaequatio rei et intellectus". Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, I, q. 16, a. 1 (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1998).
[10] Cfr. S. Th., I, p. 79, a. 6 ad 2.
[11] De Veritate, q. 18, a. 1, ad 3.
[12] "Identitas
veritatis non tantum dependet ex identitate rei, sed etiam ex identitate intellectus". De Veritate, q. 1, a. 6 ad 6.
[13] Cfr. S. Th., I, q. 16, a. 8.
[14] "Veritas divini intellectus
est immutabilis. Varitas autem intellectus nostri mutabilis
est", ibid.
[15] "Cum omne quod intelligitur,
intelligatur per modum intelligentis.." De Veritate, q. 15, a. 2; Cfr. De unitale intellectus
contra Averroistas.
[16] "Modus
sciendi est in ipso sciente, non
autem ipsa res scita secundum suam naturam est in
ipso sciente; et ideo modi sciendi
varietas facit scientiam variabilem, non autem variatio rerum scitarum". De Veritate, q. 2, a. 13, ad 8.
[17] "Modus
cognoscendi rem aliquam est secundum
conditionem cognoscentis, in quo forma recipitur secundum modum eius. Non autem oporret quod
res cognita sit
secundum modum
cognoscentis". De Veritate, q. 10, a. 4.
[18] Cfr. Zygmunt Bauman,
Modernidad y Holocausto (Madrid: Sequitur,
2006), 25.
[19] Ibíd.,
39.
[20] Cfr. Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del
mal (Barcelona: Lumen, 2003), 83: "Tal como dijo (Eichmann) una y
otra vez a la policía y al tribunal, él cumplía con su deber; no solo obedecía
órdenes, sino que también obedecía la ley".
[21] Cfr. José Simonetti, El ocaso de la virtud. Ensayos sobre la
corrupción y el discurso del control social (Bs. As.: Universidad Nacional de Quilmes, 2018).
Cfr. Tzvetan Todovov, El miedo a los bárbaros. Más allá del choque de
civilizaciones (Barcelona: Galaxia Gutenberg -
Círculo de Lectores, 2008), 33.
[23] Cfr. Z. Bauman, Mundo consumo. Etica del individuo en la aldea global (Buenos Aires: Paidós, 2010).
[24] Cfr. Gilles Lipovetsky, Educar en la ciudadanía (Valencia: Institución
Alfonso el Magnánimo, 2016).
[25] Gilles Lipovetsky, La era del vacío. Ensayos sobre el
individualismo contemporáneo (Barcelona:
Anagrama, 2004), 29.
[26] Ibíd.,
339.
[27] Ibíd.,
43.
[28] G. Lipovetsky, El crepúsculo del deber. La ética
indolora de los nuevos tiempos democráticos (Barcelona: Anagrama, 2006), 201.
[29] Ibíd.,
203.
[30] Cfr. Louis Corman, Narcisismo y frustración de amor (Barcelona:
Herder, 2014), caps. II y III.
[31] Cfr. Lipovetsky, La
era del vacío, 56.
[32] Cfr.
Eva Álvarez Ramos, Hugo Heredia y Manuel Romero, "La Generación Z y las Redes
Sociales. Una visión desde los adolescentes en España", Revista Espacios vol. 40, n.° 20 (2019).
[33] Cfr.
Carmen Sabater Fernández, "La vida privada en la sociedad digital. La
exposición pública de los jóvenes en Internet", Aposta.
Revista de Ciencias Sociales n.° 61 (2014). http://www.apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/csabater.pdf