DOI: https://doi.org/10.19053/01227238.7874
Artículo de
investigación - Reflexión
Un
siglo del Manifiesto Liminar: acción
política y rebeldía en Defensa de la Universidad colombiana[1]
Manifiesto
Liminar celebrates
a century: political action and rebellion in defense of the Colombian
University
Um
século do Manifesto
Liminar: ação política e rebeldia na defesa da
universidade
colombiana
Andrés David Correa Lugos[3]
Universidad
Industrial de Santander (Colombia)
RESUMEN
El objetivo de este artículo de
reflexión es analizar el impacto que tiene el Manifiesto Liminar en el accionar
político y social de los movimientos sociales universitarios en Colombia. Los
estudiantes universitarios utilizan un relato en el cual proponen la rebeldía
como el espíritu aglutinante y lo que justifica sus acciones colectivas, esta
visión compartida por los jóvenes de Córdoba indica una conexión entre ambas.
Este artículo es derivado de un proyecto de investigación que usa una
metodología cualitativa con enfoque interpretativo, el cual triangula fuentes
primarias como la prensa con entrevistas semiestructuradas
y balances historiográficos. Por último, sostiene que la "identidad"
generada en medio de la rebeldía y las acciones colectivas en las décadas de
1960 y 1970 sufre una transformación en la década de 1980 hasta llegar al punto
máximo de su languidez, cuando el mismo discurso de la revolución es adaptado
por el sistema en medio de las reformas neoliberales.
Palabras
clave: Revista de Historia de
la Educación Latinoamericana; autonomía educativa; movimiento estudiantil;
Reforma de la educación; Universidad.
ABSTRACT
The objective of this
reflection article is to analyze the impact that the Manifesto Liminar has on the political and social actions of the
university movements in Colombia. University students' speech propose rebellion
as the agglutinating spirit that justifies their collective actions; this
vision, shared by the youth of Córdoba, strongly
suggest a connection between both movements.
This article is
derived from a research project that uses a qualitative methodology with an
interpretive approach. Primary sources such as the press with semi-structured
interviews and historiographic balances are
triangulated. Finally, it is stated that the "identity" generated in the
midst of rebellion and collective actions in the 1960s and 1970s underwent a
transformation in the 1980s to reach the peak of its languor, when the same
speech of revolution is adapted by the system during the neoliberal reforms.
Keywords: Journal
History of Latin American Education; academic autonomy; student movement;
Education reform, University.
RESUMO
O objetivo deste artigo de reflexão é analisar o impacto que teve
o Manifesto
Liminar em articular a dimensão
política e social dos movimentos
sociais universitários na
Colômbia. Os estudantes universitários utilizam um relato no
qual propõem a rebeldia como o espírito aglutinador e o que justifica
suas ações coletivas; visão que, compartilhada pelos jovens de Córdoba, indica uma conexão
entre ambas. Este artigo é resultado de um projeto de pesquisa que usa uma
metodologia qualitativa com enfoque interpretativo, o
qual triangula fontes primárias, como a imprensa com entrevistas semiestruturadas
e balanços historiográficos. Por último, sustenta que a "identidade"
gerada em meio da rebeldia e as ações coletivas nas décadas de 1960 e 1970
sofre uma transformação na década de 1980 até chegar ao ponto máximo de seu
esmorecimento, quando o mesmo discurso da revolução foi adaptado pelo sistema
em meio às reformas liberais.
Palavras-chave: Revista de
História da Educação Latino-americana; autonomia educativa; movimento
estudantil; Reforma da educação; Universidade.
Recepción: 25/05/2017
Evaluación: 04/09/2017
INTRODUCCIÓN
Las universidades han
sido nodos de rebeldía, autonomía y libertad. La unión de estas tres hace
posible que en los campus universitarios se pueda crear, pensar y discutir
desde las esferas académicas los distintos rasgos sociales y políticos de la
sociedad. La tradición hace que las universidades latinoamericanas sean
históricamente una extensión de grupos o élites acomodadas, con la modernidad,
esta concepción de la educación superior es debatida. El Manifiesto Liminar es
el primer intento latinoamericano por demostrar la inconformidad por parte de las
juventudes universitarias. Si bien, a cien años de dicho acontecimiento aún
existe un debate frente a la utilidad política y educativa del mismo, lo que es
innegable es el aporte que ha dado al imaginario rebelde de la universidad en
toda Latinoamérica.
Ahora bien, para hallar
el aporte del Manifiesto Liminar a Latinoamérica, y siendo más específicos a
Colombia, es necesario dilucidar que la fortaleza del documento reposa en dos
conceptos fundamentales que al día de hoy siguen movilizando jóvenes: la acción
política y la rebeldía. Este binomio acompañado de la vivencia universitaria
consigue que los jóvenes logren crear una visión de lo que es la universidad y
el mundo fuera de ella. Este ejercicio de conocimiento y distinción deriva en
una territorialidad de la universidad, es por esta razón, que la defensa de la
autonomía es tan importante en las universidades[4]. No es un discurso que
posibilita hacer lo que se quiera, es más bien el ejercicio de un deber del
cual depende la universidad tal y como se conoce.
Este artículo de
reflexión tiene por objetivo analizar la universidad desde la construcción de
topologías que forjan territorios identitarios. En
otras palabras, explica cómo desde la interrelación social y el uso de los
discursos por parte del estudiantado, es posible crear vínculos que definan el
porvenir y la proyección de los actores sociales y de la universidad como
colectivización de un target poblacional.
Esta colectivización es posible por la creación de objetivos comunes frente a
problemas compartidos.
En razón de lo
anterior, el artículo primero desarrolla un marco teórico en el que explica la
construcción del concepto de territorio y cómo este puede ser apropiado por
distintos grupos poblacionales y formar inclusive territorios dentro
de otros territorios, todos ellos comunicados por los discursos y las cargas de
representaciones sociales. La construcción del territorio es importante porque
permite explicar la solidaridad o camaradería presente dentro
de las universidades
y su afianzamiento en situaciones clave como son los paros, las marchas y los
mítines.
Una vez explicada la
categoría, el artículo se adentra en la descripción fenomenológica del
territorio como una causalidad cuyo objetivo principal es
mostrar
a los universitarios como un "nosotros" comprometido con causas
políticas y sociales. Este fenómeno latinoamericano puede encontrarse en el
Manifiesto Liminar y si se exploran con cuidado las movilizaciones sociales
estudiantiles desde las décadas de 1960 y 1970 se puede rastrear una
continuidad del mismo y una transición en los años ochenta.
Si existe un
"nosotros" lo más probable es que exista un "otro", este
ejercicio de distinción es el más importante y es el que faculta las
movilizaciones sociales, pues siempre van a necesitar de un "otro"
antagónico hacia quién dirigir la rebeldía y la indignación. Como estos
movimientos son antisistémicos, la creación del
"otro" es dirigida hacia el oficialismo y todo lo que represente el establishment.
Si bien parece algo
monocromático e incluso dualista, es esa la intención del análisis. La rebeldía
y la revolución del siglo XX tienen una herencia histórica que necesita de dos
bandos o protagonistas, es una revolución moderna con un discurso moderno y una
proyección del porvenir al mejor estilo del materialismo histórico. Lo que no
ha sido capaz de percibir la rebeldía es el cambio del discurso y la poca
competencia que existe para cambiarlo. El Estado, o más bien "lo
otro", toma la acción política y la revolución para construir desde el Estado
ligeros cambios que no afectan el statu
quo, pero sí ofrecen una
mejor cara de la institucionalidad. La radicalización y el dogmatismo no logran
su objetivo y poco a poco el territorio y el nosotros forjado por los
estudiantes queda en desuso, lo que se traduce en la crisis identitaria
de los movimientos sociales desde la década de los noventa hasta hoy, hasta el
punto que actualmente es difícil conceptualizar un movimiento estudiantil y a
lo sumo se logran grandes movilizaciones. El equilibrio de la movilización y la
vida
universitaria
afecta otras dimensiones como la construcción y la conceptualización autonómica
de la universidad haciendo que lo de Córdoba sea un recuerdo para conmemorar
pero que tenga poco impacto en una sociedad del rendimiento, en la cual la
universidad se encuentra burocratizada y politizada.
Autonomía y revolución
son dos conceptos comunes en las dinámicas universitarias y la construcción social
del
campus. El objetivo de este artículo es desarrollar una topología de la
universidad latinoamericana desde la segunda mitad
del siglo XX. Es una topología porque analiza el espacio como un constructo
social en derivación y fricción. El filósofo surcoreano Byung-Chul
Han expone las topologías como manifestaciones macrofísicas
establecidas en relaciones bipolares entre el yo
con el otro,
entre dentro
y afuera.
Las manifestaciones topológicas son explosivas, materiales y expresivas[5].
En otras palabras, analizar la topología de la universidad es entablar una
relación entre las inflexiones de las posturas presentes
en el territorio delimitado como "la universidad". Es importante
entonces, hacer una caracterización entre lo que se define entre el yo como
nosotros -que es la comunidad universitaria- y el ellos -como el establishment-. Este
acercamiento produce fricciones que en las sociabilidades de la segunda mitad
del siglo XX lleva a un reformismo en las políticas educativas y una reconceptualización de la autonomía universitaria a partir
de las experiencias movilizadoras.
La territorialización
de la universidad como un espacio propicio para generar un nosotros como primer
paso en la construcción de la autonomía universitaria, lleva a analizar las fricciones
en coyunturas puntuales como las reformas catalogadas
de imperialistas por los estudiantes
universitarios, los intentos políticos del Estado para
ahogar
las movilizaciones y las lógicas neoliberales y
nihilistas que acaparan la atención de los jóvenes. Todas estas coyunturas
conviven dentro de la universidad como territorio:
Es un espacio en
que los actores sociales se delimitan y articulan con otros existentes. El
territorio puede ser relativo tanto a un espacio vivido, como a un sistema
percibido dentro del cual un sujeto se siente "una cosa". El
territorio es sinónimo de apropiación, de subjetivación fichada sobre sí misma.
Es un conjunto de representaciones las cuales van a desembocar,
pragmáticamente, en una serie de comportamientos, inversiones, en tiempos y
espacios sociales, culturales y cognitivos[6].
El territorio de la
universidad no es la delimitación de los predios, es el intrincado sistema
social, cultural y político en el que la idea de universidad reformula las
relaciones sociales y se une con otras territorialidades para ejercer un
compromiso de autodeterminación, autonomía y pertenencia con la alma máter.
Este artículo dilucida
el tránsito de la universidad como territorio -donde confluyen ideas y
prácticas antisistémicas, antioligárquicas
y antiimperialistas heredadas del Manifiesto Liminar[7]- a
un espacio donde se discute la transformación social con las estrategias
dispuestas por el mismo establishment. En
menos de un siglo las formas de movilización y los contenidos de las acciones
colectivas cambian drásticamente, lo que implica una desterritorialización
de la universidad como núcleo antisistémico a una
universidad como referente para legitimar al Estado, en la cual la misma
autonomía, por defecto, cambia sus horizontes y objetivos.
La universidad
latinoamericana moderna tiene su origen hace un siglo con la consigna del
Manifiesto Liminar de Córdoba. Es
importante puntualizar que es "moderna", no por el marco
espacio-temporal que ocupa sino porque hace eco a la necesidad y levantamiento
de las masas cuando se trata de injusticia y desigualdad. No en vano, el
investigador Jacques Le Bon afirma a finales
del siglo XIX que en ese momento se está ad portas de un periodo de
transición y anarquía previo a la era de las masas. Las masas representan la
voz del pueblo, pero también son máquinas reconstitutivas
de las formas del poder[8],
son fundadoras de sindicatos y precursoras de movimientos sociales que exigen
transformaciones puntuales en la cotidianidad.
Frente a esta impronta
de cambio, la universidad recoge las múltiples dinámicas movilizadoras de
movimientos obreros y campesinos. La proyección no se hace esperar, muy pronto
los actores sociales que están en la universidad
adquieren compromisos y apoyan a los sectores
que representan la masa y de los cuales tienen relaciones muy estrechas. Entre
los factores que comparten se encuentran las formas de lucha que justifican la
rebeldía como síntoma de la sociedad en búsqueda de un cambio y, la crítica y
recuperación de los espacios que por siglos
han pertenecido a élites y que la masa ahora exige:
La rebeldía estalla ahora en
Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y porque
era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contra-revolucionarios de
mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los
mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los
inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de
tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara[9].
Desde este momento se
perfila una forma de lucha rebelde que en ocasiones justifica la violencia como
único método válido para hacerse visible. El uso de la violencia no solo
enfatiza en las tipologías de violencia explícita y negativa, como herir al
otro, sino que también se usan formas de violencia implícita o positiva, las
cuales son inherentes a los discursos y atacan tanto al otro que representa a
la tiranía y a sectores de la masa que no se comprometen con la revolución.
Las demandas de la masa
no son solo de espacios de transformación, la masa también reclama educación,
desarrollos de las disciplinas científicas y concibe que tanto la cultura como
la ciencia deben servir a la revolución y no estar simplemente al servicio de
la burocracia:
Por eso es que la Ciencia, frente a
estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al
servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos
espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su
recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales
llevan a mediocrizar la enseñanza, y
el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el fruto del
desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria[10].
La ciencia y la cultura
son
dos metas muy importantes para la
revolución, y es por medio de la universidad que es posible acceder a ellas.
Gran parte de los esfuerzos de las universidades y su tendencia revolucionaria
del siglo XX llevan a demostrar que se puede crear una ciencia y una cultura al
servicio del pueblo y la revolución[11]. En las universidades
latinoamericanas este impulso de renovación llega con los estudios marxistas
y
el materialismo histórico, la lucha de clases más que ser una explicación
dialéctica marxista, se convierte en un
referente ideológico y militante para los jóvenes y una nueva generación de
maestros:
El marxismo proporciona
conocimientos esenciales de la naturaleza, de la ciencia moderna inasequibles
desde cualquier otra perspectiva, y proporciona la base para apreciar sus
éxitos o analizar críticamente sus debilidades. Pero esto
por
sí mismo no es suficiente. El marxismo no es simplemente una teoría para
contemplar el mundo.
Es un arma revolucionaria que tiene
como objetivo el derrocamiento del sistema capitalista. La crítica marxista de
la ciencia como existe actualmente es simultáneamente un llamado para su
transformación, un llamado para liberarla de las limitaciones ideológicas y
materiales de una sociedad basada en provecho para unos pocos[12].
Es a partir de las
relaciones de territorialidades como la científica, la obrera y la campesina
que el territorio de la universidad construye un porvenir de movilización,
revolución y cambio social. Esta representación genera un sentimiento de
aceptación por parte de los actores sociales que se involucran en la medida en
que la universidad empieza a abrirse a más sectores de la población -en
especial de la clase media-, y deja de ser un privilegio exclusivo de las
élites. Esta nueva dinámica crea una brecha entre el oficialismo del Estado y
los pasillos rebeldes de las universidades.
En Colombia esta
coyuntura se dinamiza en la década de 1960 e inicios de la década de 1970. Es
aquí cuando los preceptos autonómicos y de cogobierno, que son concebidos medio
siglo atrás en el Manifiesto Liminar, empatan la construcción de un nosotros
como juventudes comprometidas con el cambio y consideran que para cambiar la
sociedad, lo primero que deben cambiar es su territorio, es decir, las
relaciones de poder dentro de la universidad:
La juventud ya no pide. Exige que
se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio de los cuerpos
universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los
tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no
puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia
casa[13].
El ejercicio de
autonomía debe formar primero una identidad. El reconocimiento del yo como un
nosotros es vital en la consolidación de un proyecto político que pueda ser
exteriorizado. Ejemplos concretos conducen a repensar las formas de revolución
de una búsqueda simple de las libertades a un ritus. Por
ejemplo, los estudiantes comprometidos en los movimientos estudiantiles en la
Universidad Industrial de Santander a finales de la década de los sesenta
emulan experiencias revolucionarias castristas y maoístas:
Después del estallido de la
Revolución cubana, la gente se emociona mucho y se imaginan con un fusil
llegando a la Plaza de Bolívar siendo aclamados por la multitud (...) La
vestimenta de los estudiantes de la UIS es pantalón "caqui", botas y
camisa de un solo color, la gente se uniforma; a excepción de cuatro o cinco
estudiantes que tienen carro, de resto, el más "montado" llega en
bicicleta, ese movimiento hace que la gente empiece a leer cosas marxistas y
libros para entender El capital y el materialismo histórico[14].
Los jóvenes
universitarios adoptan formas de expresión e identidad que los acercan a un
ideal de revolución que no veían lejos. Es común el uso de indumentarias que
contemplan el adiestramiento militar. Estas prácticas afianzan la ideología de
los estudiantes y construyen una solidaridad al verse representados como un
nosotros frente a otro extraño. La distinción no solo queda consignada en la
forma de vestir, las modalidades de expresar ideas frente a la comunidad
universitaria incitan a la construcción de espacialidades de la revolución
orquestadas por los mismos estudiantes:
También existe proliferación de
periódicos. En las paredes del edificio de Matemáticas en la UIS a las siete de
la mañana, todo el mundo pone su periódico para expresarse, nadie toma el sitio
del otro, se tratan temas políticos. Esa es una influencia de la Revolución
china, y nosotros le llamábamos el dazibao porque ese es el boletín que cuelgan
en las calles de Pekín, todo se hacía con mimeógrafo, con punzón o esténcil, la
mayoría aprendimos de ortografía, redacción y diagramación[15].
El uso del dazibao
en las universidades colombianas genera una nueva re- conceptualización en la
construcción de los territorios. En la década de los sesenta los estudiantes de
la UIS compiten entre sí para hacer los mejores dazibaos y
encontrar también la mejor ubicación, que es frente a la cafetería principal.
Posteriormente, los estudiantes no compiten entre sí por encontrar las mejores
ubicaciones, sino por la permanencia de los mismos al ser removidos por orden
directa de los rectores.
Es en estas prácticas como
se forma la territorialidad de una universidad antisistémica.
Es antisistémica por el uso de formas de lucha y la
apología al uso de la fuerza para la consolidación de un objetivo: revertir el
orden del sistema. Desde la segunda mitad del siglo XX estas prácticas son
apoyadas por la comunidad:
Un domingo hicimos una ternera a la
llanera con carne donada por la galería de la plaza de mercado, de todo había
allá, y aprendimos a cocinar en olla grande. En la marcha a Bogotá de 1964 todo
el mundo fue a apoyar, yo fui hasta Piedecuesta. En Málaga promovimos el
movimiento estudiantil con dazibao en todas las esquinas, también con los
profesores y estudiantes hicimos una marcha[16].
La radicalización de
las ideas y las acciones colectivas al igual que el uso excesivo de la fuerza y
la represión del Estado llevan a un distanciamiento de la comunidad de las
luchas estudiantiles[17].
El temor convierte la lógica comunista en una forma peyorativa e incluso
punitiva de definir a alguien. La transformación del apoyo de la comunidad a un
rechazo o mutismo cómplice de la represión tiene su origen en prácticas
políticas como el Estatuto de Seguridad de 1978. Dicho estatuto, más que
brindar seguridad a la población, hace que las personas se sientan vulnerables
y presas fáciles de las acusaciones. El temor se toma las calles, los procesos
extrajudiciales son llevados a cabo por el mismo Ejército o la Policía, los
interrogatorios y las capturas expresas son prácticas comunes que modifican la territorialización de la universidad de un espacio de
confrontación y debate a un territorio de miedo y hostigamiento.
Las crisis y las
presiones por parte del Estatuto de Seguridad hacen que los estudiantes se unan
más y reafirmen su identidad. Muy distinta es la suerte para los procesos autonómicos
en las universidades. Los fallidos intentos del cogobierno universitario y las primeras
incursiones en la implementación de lógicas neoliberales desde 1976[18],
golpean de manera drástica la composición identitaria
del movimiento estudiantil hasta atomizarlo en querellas de referencias
políticas, ideológicas y personales que disminuyen el impacto de la universidad
en la sociedad.
En la década de 1980
los procesos de movilización estudiantil son reprimidos con mayor fuerza y
violencia. Bajo la excusa de la lucha contra las guerrillas, el terrorismo y el
floreciente negocio del narcotráfico, cualquier forma de protesta es
considerada como una desestabilización al sistema. El enemigo interno es potencializado
y
los modus
operandi puestos a prueba en el Estatuto de Seguridad mutan a un
terror estatal soterrado que deja un saldo de miles de muertos en todo el país:
Me llevaron a un calabozo oscuro en
el cuartel Ricaurte de la policía. Cuando la gente fue a preguntar por mí, no
aparecía en el registro; había un policía que se ensañó conmigo, un motorizado
que me provocaba para que yo hiciera algo (...) Fue un gran momento de miedo,
así no fuera muy consciente de la magnitud de lo que podía pasar[19].
En este momento la
movilización estudiantil es consciente del
peligro al que se enfrenta. Muchos
estudiantes que hacen parte de las movilizaciones se retiran al ver cómo
empiezan a caer uno a uno sus compañeros, o son alejados por maniobras poco
convencionales de represión y temor llevadas a cabo
por la misma fuerza pública. El simple hecho de ser un estudiante de
universidad pública es motivo suficiente para temer por la vida. En rechazo a
esta práctica discriminatoria por parte de la fuerza pública, el Estado e
incluso los
medios
de comunicación deforman la identidad del estudiante universitario hasta
tildarlo
de guerrillero; de igual manera, el territorio de la universidad es tildado de
invernadero de "revoltosos". En respuesta, los estudiantes hacen
marchas en las que ironizan la lógica de represión que
se
presenta:
En la Universidad Nacional, tener
un carné era un referente para ser perseguido, eso nos unía mucho. Me acuerdo
que cuando me detuvieron en una marcha tenía el carné en la mano, después
hicimos una marcha en la que todos los estudiantes de la Nacional llevábamos el
carné en lo alto. Creo que el tema del universitario está ligado a la
universidad pública, hay un estigma sobre el estudiante[20].
El estigma hacia el
estudiantado es alimentado por los medios de comunicación que se refieren a los
estudiantes en las protestas como guerrilleros, y empatan rebeldía y revolución
como una excusa para legitimar la criminalidad por parte de los grupos
insurgentes y el uso excesivo de la fuerza por parte de los militares y
policías. El epítome de esta dinámica se produce el 16 de mayo de 1984 cuando
los estudiantes de la Universidad Nacional deciden protestar contra la
estigmatización que tiene el movimiento estudiantil. Los estudiantes hacen un
acto simbólico en la Plaza Che, después deciden salir hacia la calle 26 para
visibilizar la situación a la comunidad, y es allí cuando la Policía recibe las
órdenes de tomarse la universidad y detener a los estudiantes. Se estima que
los estudiantes muertos fueron diecisiete y cientos de heridos. Esta incursión
de la fuerza pública deriva en el cierre por cerca de un año de la Universidad Nacional
y el desmonte de la cafetería principal, las residencias universitarias y otras
garantías propias del bienestar universitario.
A partir de la toma de
la Universidad Nacional en el año de 1984 se puede considerar que existe un
punto de inflexión en la configuración de la territorialización
de la universidad. Existen relatos que muestran la furia desmedida con que las
fuerzas policiales ingresan al campus:
Vi caer estudiantes heridos cuando
corría hacia las residencias femeninas; encontrándome cerca de Agronomía
alcancé a ver cuando la policía apaleaba a alguien y luego de estarla golpeando
durante casi un minuto le dieron un tiro [...] Llegando a las residencias
femeninas vemos como las fuerzas militares, la motorizada y en fin todo el
pelotón de las fuerzas militares se metió a la universidad por la entrada de la
26. Al ver que la motorizada venía hacia nosotros nos tocó meternos en las
residencias femeninas toda la gente que estaba viendo la cuestión. Como a los
diez minutos de estar observando llegó una compañera y nos dijo que unos
armados querían entrar a las residencias femeninas amenazando al celador que si
no se abría la puerta le metían un tiro. Ya llegando al tercer piso.se
nos
aparecieron unos tipos armados por la espalda, diciendo más o menos esto "alto,
el que corra le disparamos"[21].
A partir de este
momento el yo universitario, como nosotros de los estudiantes universitarios,
cambia de manera abrupta. Las tensiones generadas por los asesinatos a líderes
sindicales, de izquierda y activistas hacen que los estudiantes abran el debate
de la movilización y dejen de pensar la universidad antiimpenalista
y antioligárquica y se preocupen porque se garanticen
unos mínimos vitales como es el derecho a la vida: "Posteriormente la represión vino
con la mano negra, con el asesinato de muchos compañeros; por eso nuestra
actividad gira en torno de la defensa de la vida y los derechos humanos. En un
momento crítico éramos dos o tres los amenazados, yo tuve suerte, pero estuve
preso varias veces"[22].
La apertura del
movimiento estudiantil hacia problemáticas cívicas, o más bien humanitarias,
coincide con el surgimiento de lo que en Europa se denominan nuevos movimientos
sociales. Antonio Negri define estas nuevas
movilizaciones como reinvenciones sociales con base en poderes constituyentes.
Lo que buscan es integrar en una lucha común los distintos discursos y acciones
colectivas, a la vez que proponen alternativas de cambio recurriendo a lo
político. Estos nuevos movimientos no buscan la revolución ni tratan de acabar
con los esquemas hegemónicos. Esto hace que no tengan un esquema lógico de las
acciones colectivas, tampoco un concepto unitario de antagonismo ni de
construcción de una base mínima común para retomar el movimiento de masas[23].
La única diferencia de
los nuevos movimientos sociales europeos con los de Colombia, siguiendo a Negri, es que los primeros son efecto de un giro político y
concertado en tanto que los segundos surgen como una urgencia ante la
incapacidad del movimiento estudiantil de resistir la represión y la violencia
del Estado y de grupos armados al margen de la ley. Por lo demás todo es igual,
sobre todo en la incapacidad para retomar el movimiento de masas. Es
precisamente esta incapacidad la que concluye la era de la universidad moderna
y abre el escenario a una universidad de autonomía individualizada, donde la capitalización
del sí-mismo es el objetivo primario tanto de la alma máter
como de los estudiantes que la integran.
Los conceptos de
rebeldía y revolución presentan cargas conceptuales apasionantes y
convincentes. Ante las presiones del Estado y de grupos ilegales, los
estudiantes universitarios desatienden la lógica de la revolución, entendida
como el advenimiento de algo nuevo y mejor. Casi al instante que esto pasa, el
Estado emula el concepto de revolución para sí como una estrategia para avalar
reformas de corte neoliberal que buscan terminar con el proteccionismo que hay
en el país.
El presidente César
Gaviria elegido para gobernar el país entre los años de 1990 y 1994, presenta a
los colombianos su programa de gobierno denominado "La revolución
pacífica". El prólogo enfatiza que el carácter democrático
del país es el único fundamento de cambio y revolución. La revolución de la que
habla Gaviria es civilista y está enmarcada en el nacimiento de una asamblea
constituyente. El modelo que presenta limita el intervencionismo social del
Estado, aunque promete mejorar la cobertura en educación secundaria de un 46% a
un 70% en los cuatro años de gobierno[24]. Algo que sobresale en dicho
prólogo es el reconocimiento del malestar social que tienen los colombianos, lo
cual hace que no exista credibilidad en las instituciones. La denominada
revolución que emprende el mismo Estado cambia el modo de funcionar de los
ministerios y también plantea una descentralización de los organismos del
Estado con el fin de que estos tengan una autonomía local.
En el sector
universitario las revoluciones de Gaviria llegan con la Ley 30 de 1992. El
objetivo de esta ley es que las universidades continúen con la dinámica de
apertura económica que el gobierno viene estableciendo como política transversal.
La reforma concibe como uno de sus pilares a la investigación. Lógicamente esta
debe buscar inversión privada, además plantea que solo las universidades con
posgrados y doctorados son las llamadas a investigar. De igual manera, la
reforma crea el Consejo Nacional de Educación Superior (Cesu),
cuya misión es recomendar políticas educativas al gobierno nacional y definir
condiciones de alta calidad a los programas e instituciones por intermedio del
Consejo Nacional de Acreditación. El Cesu tiene la
función de establecer lineamientos de acreditación de las instituciones y
unificar los títulos que otorgan las mismas.
Un aspecto muy
importante que fundamenta la Ley 30 es la capacidad de las universidades de
elegir sus directivos, ordenar el presupuesto y fijar costos de matrículas.
Esta carta blanca que tienen las universidades es entendida por el Estado como
autonomía universitaria. De igual manera, la ley enfatiza que todas las
universidades deben invertir un mínimo de 2% del presupuesto para bienestar
universitario con el propósito de contribuir a la formación integral del
estudiantado[25].
Siguiendo los
lineamientos presentados por Gaviria en materia de educación superior, las
universidades públicas tendrán presupuestos del Estado, pero la prioridad
educativa es para la enseñanza primaria y secundaria. Con la nueva ley el
gobierno inicia todo un proceso para que las universidades sean autosostenibles; así, amplía el margen de ganancias por el
cobro de derechos de matrícula y permite que las universidades celebren
contratos con empresas privadas[26].
Se puede considerar que
las reformas a la educación superior a partir de la década de 1990 proponen una
destemtorializadón de la universidad. El
afianzamiento de la apertura económica influye en la resignificación
de conceptos como conocimiento, educación y autonomía. La principal razón que
explica este proceso remite al proyecto gubernamental que busca liberarse de
responsabilidades de índole social para adaptarse a nuevos estándares macroeconómicos.
Las concesiones que hace el Estado en materia de bienestar institucional
muestran que hay un conocimiento histórico de los pliegos de peticiones
estudiantiles. Al reglamentar y garantizar una parte de los rubros
universitarios en servicios de bienestar estudiantil, el Estado de alguna
manera intenta contener futuras movilizaciones y protestas estudiantiles.
La autonomía
universitaria más que un derecho y deber institucional es un principio que
define la esencia de la universidad y dota a los estudiantes con actitudes y
capacidades cívicas y democráticas. Es también un ejercicio de libertad que
permite optar por la acción política o por la rebeldía. Las acciones colectivas
son un factor fundamental para consolidar el compromiso social de los
universitarios y, sobre todo, la defensa de la autonomía como principio que
hace que los actores sociales se reconozcan como parte de la universidad. El
hecho de decir "soy UPTC, soy UNAM, soy UIS" implica un
empoderamiento de los individuos, una identificación por la defensa de la
autonomía universitaria y una elección por abanderar compromisos de cambio
social.
Este
"nosotros" involucra una serie de acontecimientos que marca la
historia de las universidades y de la sociedad. La universidad latinoamericana
moderna está implicada en la mayoría de coyunturas sociales del siglo XX y es
posible rastrear en ella opiniones, posturas o acciones frente al acontecer.
Esto convierte a la universidad en un territorio protagónico en la historia
contemporánea, en un lente que involucra múltiples perspectivas y debe ser
considerada como una fuente historio- gráfica para comprender las dinámicas
sociales.
La autonomía
universitaria se forja con el esfuerzo, la acción política y la rebeldía de
estudiantes, profesores, trabajadores y la comunidad. Ella ha formado la
ilusión del cambio y el ideal de la calidad educativa. La historia de la
universidad colombiana y latinoamericana ha mostrado una tendencia represiva o
de contención a las ideas autonómicas o de cualquier forma de pensamiento que
sea distinto a la conservación del statu quo. No obstante, la
represión no aminora la movilización, por el contario, fortalece y aviva la
solidaridad. Esta última, vitaliza la lucha y la consecución de fines[27].
Ahora bien, el uso de
las formas represivas como intento para desgastar el movimiento estudiantil y
los procesos autonómicos no logra su objetivo, pero sí deja un saldo de
estudiantes violentados, desaparecidos y muertos. En la década de 1980 la
violencia exacerbada que sufre Colombia convierte a los líderes estudiantiles,
universitarios y profesores en objetivos. Esta situación crítica lleva a que la
comunidad universitaria replantee sus intereses y piense que por encima de las
luchas autonómicas está el derecho a la vida.
La represión, el miedo
y, sobre todo, el afianzamiento de las lógicas neoliberales hacen que los
estudiantes abandonen parcialmente la intensidad con que se defiende la
autonomía y la concepción de la revolución. Una vez la abandonan, el Estado la
adopta en el discurso político y promueve reformas neoliberales en las que
paradójicamente la universidad termina siendo reformada y territorializada
como un espacio de rendimiento, capitalización y estandarización.
El resultado a corto
plazo es una pérdida de la huella de las luchas históricas universitarias. Los
estudiantes no se sienten comprometidos con la universidad. Esto evidencia una
crisis de la autonomía universitaria, pues los individuos son abocados a una
libertad esclavizadora en la que el compromiso no es con la sociedad sino con
el sí mismo. No hay una interrelación de libertades y mucho menos de rebeldías.
La autonomía está coaccionada por el mismo sistema y es custodiada por una
intrincada burocracia que desdibuja el alcance social proyectado en el Manifiesto
Liminar.
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[1] Este artículo de reflexión es producto del proyecto de
investigación "El ocaso de la utopía antisistémica: la universidad, el conflicto y la apuesta
por la paz en Colombia 1968-1998". Código: 8262, financiado por
Colciencias y ejecutado por la Universidad Industrial de Santander.
[2] Posdoctorado en Ciencias de la Educación. Profesor Titular
Universidad Industrial de Santander. Director del Grupo de Investigación
Políticas, Sociabilidades y Representaciones Histórico-Educativas. Correo electrónico: tarazona20@gmail.com.
[3] Historiador y Archivista. Miembro del Grupo de Investigación
Políticas, Sociabilidades y Representaciones Histórico-Educativas. Correo electrónico: andrescorrealugos@outlook.com.
[4] Hugo Biagini, "La cultura de la resistencia juvenil y el proceso
emancipador", Revista de Historia de la
Educación Latinoamericana No. 11, (2008): 59-76. José Molina
Bravo. "Educación pública, autonomía universitaria y cambio político: Notas
para el análisis del movimiento universitario en Chile, 2011". Revista Historia de la Educación Latinoamericana.
Vol. 15 No, 21, (2013): 263 - 282.
[5] Byung-Chul
Han, Topología de la violencia
(Madrid: Herder, 2016), 8.
[6] Félix Guattari y Suely Rolnik, Micropolítica: cartrografías del deseo
(Madrid: Traficantes de Sueños, 2006), 21.
[7] Luis Armando Rébora, La
reforma universitaria 1918-1988 (Buenos Aires: Legasa, 1989), 28.
[8] Jacques Le Bon, Psicología de las masas (Madrid: Morata, 1995), 20.
[9] Universidad Nacional
de Córdoba, Manifiesto Liminar de la Reforma
Universitaria de 1918. La Juventud Argentina de Córdoba a los Hombres Libres de
Sudamérica, (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 1918) https://www.unc.edu.ar/sobre-la-unc/manifies-
to-liminar (30 de diciembre, 2017).
[10] Ibíd.
[11] En perspectiva, tanto
la Unión Soviética como Estados Unidos han burocratizado la ciencia y la han
llevado al epítome con la carrera espacial entre los años de 1957 y 1975. Se
estima que los soviéticos tenían un presupuesto anual de 6900 millones de
rublos (más o menos 4500 millones de dólares), mientras que los estadounidenses
unos 5000 millones de dólares. Véase: James Oberg, Final frontier
(New York: Grolier, 1992).
[12] Phill Gasper, "Marxismo y ciencia", Revista Teórica del Socialist
Workers Party, No. 79 (1998).
[13] Universidad Nacional de Córdoba. Manifiesto Liminar, op.
cit.
[14] Entrevista Bucaramanga,
27 de julio de 2017.
[17] Álvaro Acevedo, 1968. Historia de un acontecimiento:
utopía y revolución en la universidad colombiana (Bucaramanga: UIS, 2017), 201.
[18] Medófilo Medina, "El neoliberalismo en
Colombia y las alternativas de las luchas sociales 1975-1998", en Lucha popular, democracia y neoliberalismo,
eds. Margarita López Maya (Caracas: Nueva Sociedad, 1998), 152-178.
[19] Entrevista, Bogotá, 26
de julio de 2017.
[20] Ibíd.
[21] Proyecto Memoria y
Palabra, 16 de mayo de 1984:28 años de
silencio. Recorrido de la Memoria (Bogotá: Universidad Nacional
de Colombia, 2012) http://memoriaypalabra.blogspot.com.co/2012/05/16-de-mayo-del-84-28-anos-de-silencio.html (31 de diciembre, 2017).
[22] Entrevista, Bogotá, 26
de julio de 2017, óp. cit.
[23] Antonio Negri, Fin del invierno
(Buenos Aires: La Isla de la Luna, 2008), 23.
[24] César Gaviría, La
revolución pacífica (Bogotá: Presidencia de la República, 1991).
[25] El Tiempo, "Esto es lo
que busca la reforma" El Tiempo,
Bogotá, 29 de septiembre de 1993.
[26] Ibíd.
[27] Alberto Melucci,
"La acción colectiva como constructo social", Estudios
Sociológicos IX, No. 26 (1991): 357-358.