LA
PERMANENCIA DE UN IDEAL.
DEODORO ROCA Y LAS
COMUNAS
Marcela B. González[1]
María Cristina Vera de
Flachs[2]
Deodoro
Roca además de editor del periódico Flecha que apareció en la
ciudad de Córdoba entre 1935 y 1936, dirigió una revista denominada Las Comunas, referida
a la ciudad moderna cuyo primer número se publicó en agosto de 1939 y el último
en diciembre y enero de 1940. Fueron solo cuatro números muy ricos en
información que, a pesar de ello, parecen no haber sido suficientes para que la
revista despierte el interés de los investigadores sociales por abordar su
estudio. Quienes se han ocupado del protagonismo de Roca lo focalizan como
reformista universitario del '18 y defensor del americanismo con la publicación
de Flecha,-
sin ocuparse de Las Comunas más que para enumerarla
dentro de sus obras, sin detenerse en su contenido ni en los motivos de
su publicación.
Si
tanto se ha trabajado y mencionado el reformismo de
Deodoro, esta revista muestra que mantuvo firme el objetivo hasta los últimos
años de su vida. Roca estuvo siempre convencido que había que formar al Hombre
-con mayúsculas, como él lo escribía-, sin el cual no habría democracia, y que
el modo de lograrlo era por medio de la reforma social. Lo novedoso, y es este
un motivo más para ocuparse de Las Comunas, fue intentar
alcanzarlo a través de la acción municipal,
en tanto veía a la ciudad como el espacio donde la acción mejoradora del hombre
hacía posible que todas las manifestaciones de la ciencia se expandieran en
servicios colectivos, "de todos y para todos". Fue este el último
intento de un intelectual preocupado socialmente y coherente con su pensamiento
durante toda su vida
Por
lo anterior, y a manera de homenaje en este año del centenario de una de las
más importantes manifestaciones del reformismo, como
es la Reforma Universitaria, presentamos unos cuadros
elaborados por
las autoras sobre el contenido de Las Comunas[3],
en los que se detallan autores de las notas, la profesión u ocupación, el tema
desarrollado y la cantidad de páginas.
Las
comunas,
agosto de 1939
Las
comunas, No.
2, septiembre de 1939
Las Comunas, No. 3, octubre-noviembre de 1939
Las Comunas, No. 4, diciembre 1939-enero 1940
MANIFIESTO DE CÓRDOBA
ARGENTINA, 1918
[4]
LA JUVENTUD ARGENTINA DE CÓRDOBA A LOS HOMBRES
LIBRES DE SUDAMÉRICA [MANIFIESTO DE CÓRDOBA]
Hombres
de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo
XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica.
Hemos
resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime.
Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los
dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las
resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución,
estamos viviendo una hora americana.
La
rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos
se
habían ensoberbecido y era necesario
borrar para siempre el
recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido
hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la
hospitalización segura de los inválidos y —lo que es peor aún— el lugar donde
todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las
dictara. Las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas
sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una
inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y
cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático.
Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para
arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que,
dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar
la
enseñanza, y el ensanchamiento vital de organismos universitarios no es el
fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.
Nuestro
régimen universitario —aún el más reciente— es anacrónico. Está fundado sobre
una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario.
Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico.
La federación universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen
y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente
democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a
darse el gobierno propio radica principalmente
en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un
director o a un maestro en un hogar de
estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas
extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de
estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando:
enseñando.
Si
no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda
enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una
larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en
el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso,
amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. Mantener la
actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros
trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas
espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no
se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las
universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los
inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un
instituto de ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta
para crearla o comprobarla.
Por
eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y
bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de
absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la
falsa competencia. Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente
liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por el doctor José Nicolás
Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el
predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los
mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de
insurrectos en nombre de un orden que no discutimos, pero que nada tiene que
hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir
burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho a la insurrección.
Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino
heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención
espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues sabemos
que nuestras verdades lo son —y dolorosas— de todo el continente. ¿Que en
nuestro país una ley —se dice—, la ley de Avellaneda, se opone a nuestros
anhelos? Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral lo está exigiendo.
La
juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha
tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus
propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay
que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el
acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante, sólo podrán ser
maestros en la república universitaria los verdaderos constructores de almas,
los creadores de verdad, de belleza y de bien. Los sucesos acaecidos
recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de la elección rectoral,
aclaran singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el conflicto universitario.
La federación universitaria de Córdoba cree que debe hacer conocer al país y a
América las circunstancias de orden moral y jurídico que invalidan el acto
electoral verificado el 15 de junio. Al confesar los ideales y principios que
mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere referir los aspectos
locales del conflicto y levantar bien alta la llama que está quemando el viejo
reducto de la opresión clerical. En la Universidad Nacional de Córdoba y en esta
ciudad no se han presenciado desórdenes; se ha contemplado y se contempla el
nacimiento de una verdadera revolución que ha de agrupar bien pronto bajo su
bandera a todos los hombres libres del continente. Referiremos los sucesos para
que se vea cuánta razón nos asistía y cuánta vergüenza nos sacó a la cara la
cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los
cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de
puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo
hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquéllos
representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria
moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las
apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba obscurecido en las clases
dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de
ideales.
El
espectáculo que ofrecía la asamblea universitaria era repugnante. Grupos de
amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban
los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que
parecía asegurar el triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, el
compromiso de honor contraído por los intereses de la universidad. Otros —los
más— en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de
Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. (¡Curiosa
religión que enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad!
¡Religión para vencidos o para esclavos!). Se había obtenido una reforma
liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber
conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de
la reforma. En la sombra los jesuitas habían preparado el triunfo de una
profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra
traición. A la burla respondimos con la revolución. La mayoría representaba la
suma de la represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única
lección que cumplía y, espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
La
sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquéllos pudieron obtener la
sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes de que la
iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del
salón de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera
de los claustros. Que esto es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a
continuación, sesionado en el propio salón de actos la federación universitaria
y de haber firmado mil estudiantes
sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de huelga indefinida.
En
efecto, los estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará
en una sola sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura
de cada una de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos, sin
temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue
aprobada, que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la
ley, aún no existe rector de esta universidad.
La
juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni
de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método
docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban
en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni
reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo.
La consigna de «hoy para ti, mañana para mí», corría de boca en boca y asumía
la preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban
viciados de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la universidad
apartada de la ciencia y de las disciplinas modernas. Las elecciones,
encerradas en la repetición interminable de viejos textos, amparaban el
espíritu de rutina y de sumisión. Los cuerpos
universitarios, celosos guardianes de los dogmas,
trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración
del silencio puede ser ejercitada en contra de la ciencia. Fue entonces cuando
la oscura universidad mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a
Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida
ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros
golpes.
Creimos
honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la
elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos
entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista
los más crudos reaccionarios.
No
podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, ni al
juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula
rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: «Prefiero
antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes». Palabras
llenas de piedad y de amor, de respeto reverencioso a la disciplina; palabras
dignas del jefe de una casa de altos estudios. No
invoca ideales ni propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la
fuerza y se alza soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a
la juventud el primer ciudadano de una democracia universitaria! Recojamos la
lección, compañeros de toda América; acaso
tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de un llamamiento a la
lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el verdadero carácter de la
autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve
en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La
juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese
pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio
de
sus
representantes. Está cansada de
soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución en las
conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir
en el gobierno de su propia casa. La juventud universitaria de Córdoba, por
intermedio de su federación, saluda a los compañeros
de toda América y les incita a colaborar en la obra de libertad que inicia.
Enrique
F. Barros, Horacio Valdés, Ismael C. Bordabehere, presidentes — Gumersindo
Sayago — Alfredo Castellanos — Luis M. Méndez — Jorge L. Bazante — Ceferino
Garzón Maceda — Julio Molina — Carlos Suárez Pinto — Emilio R. Biagosh — Ángel
J. Nigro — Natalio J. Saibene — Antonio Medina Allende — Ernesto Garzón.
[1] Universidad Católica de Córdoba - JPHC
[2] Universidad Nacional de Córdoba - CONICET - JPHC.
[3] Marcela B. González y
María Cristina Vera De Flachs, Las
Comunas. Ultima propuesta del reformismo deodorico, Córdoba,
2018, en imprenta.
[4] MANIFIESTO DE CÓRDOBA 1918,
tomado de Federación Universitaria de Buenos Aires, la Reforma Universitaria,
Buenos Aires, 1959, pp. 23-27 (online). Obtenido
24-10-08 desde http://www.juventudpatriotica.com/comunidad modules.php?name=News&- fHe=article&sid=57.