Eduardo Santos y las sin salidas de la república liberal*
Eduardo Santos and the dead ends of the Liberal Republic
Eduardo Santos et les impasses de la République Libérale
Isidro Vanegas Useche1
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia
* Este artículo pertenece al proyecto de investigación "República y democracia en la historia de América Latina" de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
1 Doctor en Historia, Universidad de París I. Magíster en Historia Contemporánea. Profesor de la Escuela de Ciencias Sociales y Coordinador del Doctorado en Historia, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Tunja, Colombia. isivanegas@yahoo.com.
Recepción: 10/05/2015 Evaluación: 15/05/2015 Aprobación: 17/06/2015
Artículo de Investigación e Innovación.
Resumen
La vida pública de Eduardo Santos sirve de marco al estudio de algunas disyuntivas que enfrentó la República Liberal. Santos intervino decisivamente en la escena pública para plasmar un tipo de liberalismo reformista pero cauto en su manera de concebir la dinámica de las transformaciones. Temía que un liberalismo demasiado voluntarista realizara los cambios necesarios pero a costa de la estabilidad de la república y del retorno de la violencia, que había podido ser mantenida bajo control durante la república conservadora. Su itinerario público ayuda a comprender esta etapa de la historia colombiana, más allá de las responsabilidades ineludibles de ciertos actores políticos.
Palabras clave: República Liberal, Violencia, Conservatismo, Partidos.
Abstract
The public life of Eduardo Santos becomes a framework to study some of the dilemmas encountered by the Liberal Republic. Santos decisively acted upon the public scene to express a reformist liberalism which was, at the same time, cautious in its conception of the dynamics of transformations. He feared that an excessively voluntarist liberalism would carry out some necessary changes, at the expense of the stability of the republic and the return to violence, which had been kept under control during the conservative republic. His vital itinerary helps to understand this age of Colombian history, beyond the unavoidable responsibilities of some political actors.
Key words: Liberal republic, violence, conservatism, political parties.
Résumé
La vie publique d'Eduardo Santos encadre l'étude de quelques dilemmes auxquels a dû faire face la République Libérale colombienne. Santos est intervenu de manière décisive dans la scène publique pour concrétiser un type de libéralisme réformiste mais aussi prudent dans sa manière de concevoir la dynamique des transformations. Il craignait qu'un libéralisme trop volontariste effectuerai les changements nécessaires mais au prix de la instabilité de la république et du retour de la violence, qui avait pu être maintenue sous contrôle pendant la république conservatrice. Son itinéraire public peut nous aider à mieux comprendre cette étape de l'histoire colombienne, audelà des responsabilités de certains acteurs politiques.
Mots clés: République Libérale - Violence - Conservatisme - Partis politiques.
1. Introducción
El triunfo electoral de Enrique Olaya Herrera en 1930 solo a posteriori, y de manera estrecha, puede ser considerado un giro radical en la historia nacional. Pero los historiadores han tendido a ver aquel acontecimiento, y la República Liberal en general, como una venturosa necesidad, con lo que han reducido de manera artificial las tensiones y dilemas que enfrentaron los partidos políticos y la nación en su conjunto. Los conservadores, pese a todo, podían reclamarse gestores de una obra fecunda durante las tres décadas precedentes, y podían aspirar legítimamente a recuperar la primacía en la república.
Este artículo busca, mediante el seguimiento de la vida pública de uno de los principales líderes liberales, Eduardo Santos, comprender algunas de las principales cuestiones a que debió hacer frente su partido durante la República Liberal. Lo hacemos buscando en gran medida responder a la cuestión acerca de si el liberalismo no habrá acaso practicado durante estos años una "interpretación sectaria de la historia" que también habría contribuido a la inestabilidad. La expresión, formulada por el mismo Santos en 1930 cuando Olaya aún no había tomado posesión de la presidencia, buscaba poner en guardia a sus copartidarios contra la tentación de dividir la historia colombiana en un luminoso periodo de predominio liberal y un sombrío periodo de hegemonía conservadora. Santos instaba a pensar la historia nacional como un "organismo vivo" nacido en la Revolución Neogranadina y en cuyo itinerario las insensateces o los triunfos estaban soldados con los aciertos o los problemas del presente, y debían ser cargados a la cuenta de ambos partidos2.
2. ¿Afianzar el liberalismo sin aplastar la república?
Eduardo Santos fue fundamental tanto en la materialización de la candidatura presidencial de Enrique Olaya Herrera como en su triunfo. Una vez producido este, se manifestó confiado en que el nuevo gobierno se sobrepondría a las disputas partidistas sin dejar de ser una administración liberal, aunque no en el sentido de que debiera subordinarse a ese partido o arremeter contra sus rivales, sino en el sentido de trabajar por los ideales liberales3. En esta actitud de Santos hallaba expresión un dilema importante de muchos dirigentes liberales que durante años habían cultivado un militantismo sobrio aunque enérgico que había contribuido mucho a hacer vivible la república. Cómo afirmar el liberalismo, dejar vivas las libertades de la república y a la vez realizar un programa de largo aliento, tal podía ser la inquietud de muchos de los líderes liberales madurados en la amarga experiencia de la separación de Panamá y la última guerra civil, experiencia que había tendido a expulsar la violencia de la arena política4. La resolución de este problema no radicaba, sin embargo, solamente en los liberales.
Desde los momentos iniciales del gobierno Olaya los dirigentes liberales se esforzaron por tejer un acercamiento estrecho con el presidente, pues temían -y Santos compartía esa inquietud- que Olaya repitiera lo obrado por Carlos E. Restrepo durante su gobierno (1910-1914), cuando en aras de la encomiable neutralidad del poder ejecutivo había permitido a los conservadores retener intactas las palancas de su predominio en el Estado, particularmente la autoridad electoral y el aparato de justicia, con las cuales habían seguido controlando el voto y por esa vía hegemonizando la república. Santos pidió al presidente una mayor influencia en el gobierno para el liberalismo, no mediante una arbitraria redistribución de los puestos sino mediante el reconocimiento de que el poder electoral y la administración de justicia debían también relejar las preferencias electorales de los ciudadanos. Subrayó que el triunfo de Olaya desafiaba al liberalismo a materializar aquello que había reclamado en las últimas décadas, pues si bien la república había alcanzado un nivel de sensatez que enterraba el romanticismo de las ideologías y las armas, no por eso los liberales debían sentarse a descansar. Todo lo contrario, pues una victoria como la lograda debía impulsarlos mas bien a obtener "una cadena de victorias", a acometer "una eterna marcha hacia delante"5, expresión con la cual manifestaba la certidumbre liberal en que la historia les pertenecía.
Santos, que en las dos décadas anteriores había hecho repetidos gestos de desdén hacia los partidos y la mecánica política, ahora reclamaba para su partido un rol preponderante en el gobierno. Piensa que para hacer avanzar los ideales liberales no es irrelevante que los hombres encargados de dirigir el Estado sean de una u otra corriente política. Acepta, por lo tanto, el ministerio de relaciones exteriores que le ofrece Olaya desde el comienzo de su administración, consciente de ser un hombre de partido en un gabinete donde los conservadores, los liberales y los republicanos que lo componen no son hombres muy involucrados en la dinámica partidista. Como él mismo lo anticipa, ejerce cuatro meses como canciller, sin adelantar ningún proyecto significativo: recibió multitud de recomendaciones, proveyó algunos puestos en los consulados e hizo aprobar por el Congreso algunos tratados internacionales menores6. Considera que en la prensa y el partido su labor es más importante para la consolidación de la victoria del liberalismo, la cual durante casi todo el gobierno de Olaya pareció algo frágil tanto a los conservadores como a los liberales mismos.
Santos emprendió luego la denuncia de la táctica conservadora que buscaba, dijo, debilitar al gobierno y abonar su camino de retorno al poder mediante una táctica consistente en provocar incidentes y agravar los conflictos aún más pequeños con el in de justificar ante el ejecutivo nacional sudemanda de remover las autoridades afiliadas al liberalismo. Los conservadores trataban de no dejarse quitar sus posiciones, mientras que los liberales, encabezados por Alfonso López, organizaban una intensa campaña para avanzar sobre los puestos claves de sus adversarios, no solo en el Congreso y los demás órganos legislativos sino en todo el aparato gubernativo. Santos, desde su cercanía personal con el presidente, lo instó a impedir que los conservadores continuaran sirviéndose del poder electoral para adelantar el fraude, le dijo, y a que le diera a los liberales la sensación de que estaban respaldados, de que eran gobierno y sus derechos no seguirían siendo burlados. Pidió al ejecutivo hacerle sentir a los liberales que "sus enemigos" no continuaban detentando el poder. Argumentó que en caso de que el liberalismo declinara electoralmente a causa del fraude, eso no solo le enajenaría al gobierno un apoyo sólido sino que le darían fuerza a los sectores menos civilistas del partido. Santos, y los dirigentes liberales en general, presionaron por todos los lancos a Olaya para que abandonara su actitud, que consideraban más de displicencia que de neutralidad, ante el manejo supuestamente arbitrario del poder electoral por parte de los conservadores. Pidieron también un cambio drástico en la legislación electoral, que calificaron de torcida, pues permitía que los conservadores en algunos departamentos tuvieran en las asambleas departamentales más escaños que sus rivales, aunque recogieran menos votos. Santos, al igual que la mayoría de sus copartidarios, tiene la convicción de que "la república quiere ser liberal y lo será"7. El liberalismo, cree, es el destino de la nación colombiana.
Esa convicción, que da una enorme vitalidad al liberalismo, choca con una certeza similar entre los conservadores: la de ser ellos la verdadera mayoría, a la cual una república liberal lesionaría en sus intereses, su moralidad y sus derechos, deshaciendo la república más o menos ideal que creen haber cimentado a partir de la Constitución de 1886. En estas condiciones, la campaña por la tranquilidad pública emprendida por diversos periódicos liberales no alcanza a impedir que 1931 sea uno de los años de mayor violencia política en varias décadas8. Efectivamente, en las elecciones de febrero para diputados a las asambleas departamentales se presentaron, sobre todo en los Santanderes, Boyacá y Bolívar, hechos muy graves de violencia en los cuales los conservadores no vieron víctimas sino entre sus copartidarios y victimarios sino entre los liberales. Eduardo Santos, por el contrario, explicó la particular amplitud y crueldad de la violencia en Santander por la campaña agresiva de ciertos líderes, como el conservador Manuel Serrano Blanco, que desde su periódico El Deber habían atropellado a las autoridades y clamado por sangre9. Exhortó a cesar esa violencia e incluso aceptó por un lapso muy breve la gobernación de Santander, mientras se desarrollaban las elecciones de representantes a la Cámara. Santos creía que la persistencia de la violencia tampoco era ajena a ciertas identidades largamente construidas, de manera que en su discurso de posesión, el 2 de mayo de 1931, invitó a los santandereanos a desmentir la imagen que una literatura pintoresca y engañosa había construido de ellos como habitantes de una tierra poseída por odios feroces, "donde la vida humana tiene poco precio y son plantas exóticas la tolerancia y la cordial colaboración de los partidos". Una imagen que, añadió, algunos políticos desgraciadamente cultivaban cuando denunciaban virtudes cívicas como la concordia, como si ellas fueran "debilidades ideológicas escasas de varonil resolución". Convertir la intransigencia sectaria en un rasgo distintivo de los santandereanos del cual debieran enorgullecerse, les dijo, era hundirse en la barbarie cuando aquello que necesitaban era afirmar las bondades de cada agrupación política mediante el brillo de las ideas y la fuerza de las realizaciones que desde ellas se pudieran adelantar. Esta concepción, que él había difundido desde sus primeros años en el republicanismo, portaba el supuesto de que las adhesiones partidistas demasiado marcadas solían ser una locura sangrienta10.
Para este momento, lo que define la vida pública de Eduardo Santos no es el periodismo, así continúe tutelando su periódico, El Tiempo. Porque desde los inicios de la campaña de la Concentración Nacional su relación con el periodismo se había transformado completamente en varios sentidos. En primer lugar, prácticamente abandonó la dirección personal del periódico, tanto por sus largas permanencias en el exterior como por su inmersión en el combate estrictamente político. En segundo lugar, pasó a ser tratado por su periódico como lo que él vino a ser, uno de los políticos más importantes del país, a cuyas actividades le dedicaron no ya las modestas alusiones que habían sido la norma hasta entonces, sino grandes espacios. En tercer lugar, contra lo que él mismo dice, y quizá piense, El Tiempo se convirtió directamente en su plataforma política11. El liderazgo de su periódico estaba estrechamente ligado a su credibilidad, más allá de las fronteras partidistas, y Santos se preocupó porque El Tiempo apoyara decididamente el gobierno Olaya, aunque sin hacerse incondicional ni pugnaz con sus críticos, pues así hubiera quedado reducido a un órgano oficial de menguado prestigio12. A mediados de 1931 Santos incluso se trasladó al exterior -lo habían hecho poco antes otros jefes liberales como Alfonso López y Gabriel Turbay-, con lo cual era notificado el presidente Olaya de que el liberalismo reconocía su gobierno como liberal y le daba todo el campo para que manejara el partido13. En París, Eduardo Santos se consagrará sobre todo a gestiones diplomáticas, primero como representante de Colombia en la Liga de las Naciones, y luego como delegado especial a raíz del conflicto con el Perú14.
El viaje de Santos a Europa fue posible en este momento porque él, como los liberales en general, habían adquirido la certeza, que es particularmente notoria cuando el periodo presidencial va por la mitad, de que el liberalismo tiene una amplia mayoría en el país. Se creen predominantes en todas las poblaciones grandes y con alguna implantación industrial, y suponen que una derrota electoral no podría originarse sino en el fraude conservador, con lo cual inevitablemente se suscitaría un choque violento a gran escala. Santos considera al partido conservador apenas como una "fuerte minoría que no ha perdido la esperanza de reconquistar lo perdido", y que abriga la ilusión de restablecer un régimen del que excluirían completamente a sus rivales. Un partido que habría perdido "la ilusión de su mayoría" y por esto no sabría mantenerse en el poder sino mediante la violencia15. Nada permite suponer que estas apreciaciones tengan fundamento, y vistas en retrospectiva son graves porque Santos representa el sector menos intransigente del liberalismo.
Pero intransigente fue desde muy temprano el tono de una transición que en el conservatismo vino a ser también una transición interna. Los viejos líderes conservadores crecidos en la Regeneración fueron sustituidos por líderes, jóvenes en general, que habían esperado largamente poder disfrutar de la preeminencia en el partido16. A mediados de 1932 Laureano Gómez ya había logrado unir al conservatismo tras de sí, a pesar de que algunos de sus copartidarios fueran refractarios a su liderazgo. Gómez despliega una estrategia consistente en negarle cualquier legitimidad al régimen liberal al tiempo que exacerba los ánimos de sus copartidarios. A estos los llama a repudiar cualquier institución, cualquier medida, cualquier acto del gobierno o del partido liberal, teniéndolos a priori por lesivos a la nación y la república, y reñidos con todo principio moral. Parece como si el jefe conservador buscara frenéticamente que fuera olvidada la que había sido su actitud usual durante la república conservadora: estar próximo a los republicanos y liberales y afirmar los valores republicanos17. Porque Laureano Gómez comienza entonces a machacar contra el enemigo liberal los cargos de atentar contra la paz y realizar todo con improbidad e incompetencia. Desde las elecciones de mayo de 1933 dirá, y seguirá diciendo lo mismo casi sin interrupción, que la derrota electoral de su partido no contradice el hecho de que el conservatismo cuenta con una "mayoría numérica incontrastable", que solo la borra "una cadena de delitos" de los liberales. También empieza a alegar que no es dable esperar justicia de sus adversarios, y que los conservadores deben buscarla, por su propio camino, sugiriendo así que el recurso de la violencia puede ser utilizado por sus copartidarios18.
Este ambiente político exacerbado apenas había podido ser moderado mínimamente por el conflicto con el Perú, el cual terminó en mayo de 1933, luego del asesinato del dictador Sánchez Cerro. La intervención de Santos en la Liga de las Naciones fue considerada exitosa por los liberales y por algunos conservadores, en la medida que había reafirmado los derechos colombianos en el Amazonas al tiempo que abría posibilidades a un acuerdo pacífico. Este balance fue impugnado por diversos líderes políticos para quienes Colombia había actuado de manera pusilánime, no solo renunciando a resolver el conflicto en el terreno que lo había puesto el Perú, la agresión militar, sino haciendo concesiones inadmisibles en el campo diplomático, como la celebración de una conferencia internacional en Río de Janeiro, donde podría ser revisado el tratado que había establecido los límites entre los dos países19. Uno de los más ardientes críticos del manejo del gobierno colombiano a este conflicto fue Laureano Gómez. La crisis con el Perú, que servía bien a su descalificación absoluta del gobierno, lo animó durante largo tiempo a promover discusiones en la prensa y el Senado, donde en septiembre de 1933 protagonizó un debate en torno a la labor de Santos en la Liga de las Naciones. Pero Gómez parecía interesarse menos en mostrar el equivocado manejo del gobierno que en erosionar la posición del liberalismo y colocarse él como el dominador de la escena política. Para desacreditar a sus antagonistas no le importó adulterar los hechos, adoptar los argumentos de los peruanos, vejar al país que supuestamente defendía20.
A su regresó al país -a finales de julio de 1934- Santos buscó refutar aquellas acusaciones también desde la Cámara de Representantes, donde había obtenido un puesto mientras permanecía en el exterior, en una muestra del rango notabiliar que había alcanzado dentro del liberalismo. El director de El Tiempo buscó no solo desestimar las críticas de Gómez sino dilucidar las razones de sus acusaciones, las cuales ve, por un lado, como una táctica para acercarse al recién electo presidente Alfonso López y tratar de distanciarlo del liberalismo, y por el otro, como expresión de su moral y su carácter. El líder conservador, dijo Santos, halla un "fondo de perversidad" en todos los actos pues todo lo juzga con ese criterio. Además, es por principio opuesto a la conciliación y rechaza todo, habiéndose opuesto a "todos" los pactos o tratados internacionales suscritos por Colombia21. En esta polémica con Santos asoma un aspecto importante de la personalidad del jefe conservador, la cual tal vez ayuda a comprender la naturaleza de sus odios, y del odio que ayudó a difundir por la escena pública y por la sociedad colombiana. Laureano Gómez encausa a su contradictor sobre todo porque ha cambiado de posición personal respecto a él, por traicionar algún tipo de amistad. En efecto, subraya que El Tiempo lo estimuló por años a criticar a los hombres en el poder cuando estos eran conservadores pero que ahora se molesta por sus críticas a los hombres en el poder cuando, según él, en ambos casos no lo ha guiado sino su interés en servir al país. Asegura que El Tiempo lo amenazó con quitarle la "personalidad" que le había dado, si atacaba la política que el liberalismo venía realizando, pero que él había asumido el desafío y además había vencido: "Se creía que nada era dable hacer sin el apoyo de ese periódico y sin adular a Eduardo Santos. Hoy valgo más; quisieron acabar conmigo y no lo consiguieron. Y he logrado independizar de EL TIEMPO la opinión conservadora que en una gran parte estaba sometida a su tutela. Ese fue un grande error. Las equivocaciones de las últimas administraciones conservadoras se deben a que los gobernantes estuvieron pendientes de lo que dijera y pensara EL TIEMPO. Y yo he conseguido esa independencia y que la opinión liberal en una gran parte también se independice". El inmenso poder que le habría permitido a Santos alcanzar el extraño objetivo de domesticar al conservatismo mientras este se había creído la fuerza gobernante, había quedado roto por la tenacidad del líder conservador, quien no hallaba sino en sí mismo honradez, virtud ciudadana e inteligencia22.
El partido conservador se fue haciendo cada vez más semejante a su capitán. Incluso un conservador sosegado como lo era el antioqueño Pedro J. Berrío terminó sumado al sectarismo fanático de Laureano Gómez, y si bien admitió que los conservadores cometían actos de violencia, los vio como algo aislado mientras que los ataques de los liberales los juzgó una estrategia orientada desde lo alto a despojarlos de la parte de "patria" a que tenían derecho. Sus copartidarios, dijo Berrío, estaban enfrentados "a un régimen de violencia que no podemos contrarrestar con las únicas armas de que disponemos, que son la ley y la moral"23. Los jefes conservadores reafirman su impugnación de la república liberal cotejando, atribulados y amnésicos, la situación de orden público cuando ellos habían predominado con lo que sucede ahora tras la victoria del liberalismo. Mientras la tolerancia supuestamente habría reinado en la primera etapa, ahora el liberalismo en complicidad con el gobierno altera cotidianamente la tranquilidad, habiéndose propuesto exterminar a los conservadores.
Como muchos otros liberales, Alejandro López desmintió que los liberales tuvieran el designio de aplastar a sus adversarios y llamó mas bien al conservatismo a actuar con patriotismo. En ese momento, les dijo, la paz dependía de ellos, como había dependido de los liberales entre 1903 y 1930. En aquel periodo, los liberales habían logrado imponerla paz al ayudar al conservatismo a gobernar, dejándose gobernar, esto es, admitiendo que sus rivales ejercían legítimamente la autoridad y que un cambio de esa situación solo podría provenir del dictamen de las urnas, de manera que hasta entonces el partido derrotado debía intervenir pacíficamente en las luchas políticas24. El análisis de Alejandro López era verosímil, en efecto, pues la actitud de la oposición había sido crucial para alcanzar la considerable distensión que predominó en las tres primeras décadas del siglo XX25. Entre los liberales hubo ahora, por lo demás, quienes fueron capaces de aceptar que, como alegaban los conservadores, algunos de sus copartidarios usaban la violencia para confrontar a sus rivales políticos, pero recalcaron que los "energúmenos" que cometían crímenes de hecho y de palabra eran no solo liberales sino también conservadores, de ahí que les incumbiera a ambos partidos terminar con esas prácticas. Algunos liberales llegaron a tener conciencia de los peligros de un ambiente político crispado, pero desafortunadamente el liberalismo en general estuvo convencido de que cada victoria electoral era la ratificación del avance inexorable y justo de la "revolución liberal", la cual debía desbaratar la "máquina de predominio" que los conservadores habían instalado para ejercer su poder desde su situación de minoría, y debía producir hondos cambios en todos los órdenes de la vida de la república. Los liberales, paradójicamente, reconocían que en el país se había venido produciendo una "civilización de la lucha política", y creían que los colombianos podían sentirse orgullosos de la diferencia que en este terreno se había operado respecto a los europeos, de quienes podía decirse en estos tiempos que estaban entregados a una violencia irresponsable26.
Los liberales se creyeron obligados y autorizados a tomar las posiciones de los conservadores, pero esto lo hicieron alimentando en ocasiones los temores de sus rivales con atropellos notables. Como el que cometieron adulterando la cifra de los votos consignados por Alfonso López en la elección presidencial de 1934. Así lo reconoció y lo deploró el periodista liberal Enrique Santos, quien aludió al "fabuloso resultado electoral" según el cual habían votado 900 mil ciudadanos cuando algunos cálculos establecían el verdadero número en un 20 o un 50% menos. Calibán se negaba a admitir que esto hubiera sido un fraude, pues aún con un voto el candidato liberal hubiera triunfado, pero admitía que "la democracia genuina no admite estas demostraciones. Ni es posible pasarlas en silencio ni estimularlas, porque toman carta de naturaleza y convierten a la postre a la república en garito"27.
3. Reformas y gestos revolucionarios
El liberalismo de estos años no solo se preocupó por construir una mayoría electoral sino que también consagró esfuerzos importantes a transformar los vínculos sociales y a tratar de hacer arraigar nuevos principios y prácticas políticas. El liberalismo tomó el camino de convertirse en un partido de masas -un hito importante de este impulso fue la creación de la Casa Liberal en 1933, en Bogotá-, un partido que no deseaba reducir su radio de acción al parlamento o el gobierno, y enfatizó su auto-definición como un agrupamiento de izquierda, decidido a procurar más igualdad28. El líder de esta orientación fue sin duda Alfonso López, a quien difícilmente otro liberal hubiera podido disputar la sucesión de Olaya Herrera en la presidencia, y cuya pretensión apoyó decididamente Eduardo Santos desde mediados de 1932. Santos entendía que en esa candidatura se jugaba la suerte de la república liberal, por lo que prescindió de la "antipatía fundamental" que lo distanciaba de López, de quien él y Olaya Herrera dudaban que fuera capaz de dirigir sobriamente al liberalismo en medio de los desafíos enormes que afrontaba el país29. Santos y López representaban dos estilos de liderazgo y dos maneras de concebir la representación política. López, desde antes de asumir la presidencia había dado muestras de un lenguaje divisivo socialmente, el cual le reprochó con perspicacia el conservador Álvaro Holguín. En los gobiernos de la república colombiana, escribió este, podían encontrarse errores e incluso delitos políticos, pero la afirmación de López según la cual todos los gobiernos colombianos habían sido oligarquías, era desafortunada en la medida que tendía a quitarle cualquier legitimidad al régimen político. Ciertamente habían existido gobiernos de partido, indicó Holguín, pero carecía de sustento decir que una oligarquía era la que había gobernado, cuando los puestos más importantes habían sido ocupados por hombres de orígenes bien diversos, aunque de talento, preparación y patriotismo. Eduardo Santos compartía el rechazo de esos denunciantes de oligarquías y la certeza de que en la república esa categoría tenían carácter destructivo del vínculo social30.
En las antípodas de esta cautela, el presidente López actuaría impulsado por la convicción maximalista de que en toda la historia de la república colombiana la voluntad popular siempre había sido falsificada, las reformas siempre habían sido frustradas, las oligarquías siempre habían dominado a las masas31. López realizó importantes reformas, muchas de ellas largamente soñadas por los liberales, pero que -como lo sugirió con tino un editorial de El Tiempo a propósito de los cambios en el régimen electoral- perdieron buena parte de su fecundidad en la medida que no fueron recibidas en la escena política como actos tendientes a procurar remedios a determinados déficits del país, sino que fueron descalificadas por un adversario poderoso que no las vio sino como ardides del liberalismo para ejercer una dominación intolerable32. En estas condiciones, la estabilidad de la república se veía confrontada a la dificultad de que liberales y conservadores se consideraban, cada uno, inapelablemente, mayoría. La salida aparentemente era fácil: crear instituciones que dirimieran esa situación y entregaran el comando de la república al partido que recogiera más adhesiones. En esa dirección fue la ambiciosa iniciativa de cedulación y otras disposiciones tomadas por López para que las elecciones fueran un proceso transparente. La falla insalvable de esta solución era que cada partido se creía más grande que el otro no solo numérica sino moralmente, y el conservatismo impugnaba a priori la rectitud de los liberales en el conteo electoral, impidiéndole que midiera el apoyo de que disponían una y otra fuerza entre la ciudadanía. Cada partido se creía el único detentador legítimo de la atribución estatal de contabilizar las divisiones de la república: es más, cada uno consideraba que el otro portaba un proyecto destructor de la república. Los liberales estaban convencidos de que efectuaban una revolución y que esa revolución carecía de violencia. Los conservadores creían que, efectivamente, sus adversarios estaban adelantando una revolución pero que, como toda revolución, ella comportaba mucha violencia: no sólo la de tipo físico que emergía sobre todo en los pleitos electorales, sino también una violencia simbólica derivada del desmonte de un orden ya consolidado, que a sus ojos era armónico social y moralmente33.
Eduardo Santos apoyó sistemáticamente la administración López, por sus realizaciones, y no le hizo reparos estridentes a su manera de situarse frente a los conservadores. Los gritos alarmados de estos porque el presidente se estaba entregando al comunismo, cuando se había hecho aclamar de una muchedumbre popular, los desdeñó Santos como una ratificación de su malignidad hacia la república liberal, la cual solo hacía justicia a "los de abajo" dándoles oportunidades mejores para una vida digna dentro de un concepto de armonía social. Y cuando el clero y el conservatismo salieron a satanizar la reforma constitucional replicó que ella no era un capricho sino apenas la puesta al día del país ante los cambios de muy diverso orden que se habían producido en las décadas recientes34. Esa actitud afianzó su ya sólida posición en el liberalismo, el cual en 1935 lo había hecho parte de su dirección nacional, lo había llevado al senado y lo había nombrado presidente de esta corporación35. Pero Santos no vino a ser escogido para suceder a López sino cuando Olaya Herrera, el candidato designado y sin rival, falleció en Roma en febrero de 1937.
Si fuera por sus propias expresiones, sin embargo, esa ruta a la presidencia le hubiera estado vedada. En enero de 1935 había manifestado públicamente su presunta incapacidad para aquel cargo y su horror por las "cosas del poder", pues carecía de don de mando y de la "rudeza necesaria para asumir el poder". Poseía, dijo, rasgos inconvenientes para la función presidencial, como el "afecto por todas las personas, la lástima que me causa la desgracia humana". "No tengo manos de tirano ni de dominador. Soy apenas un hombre bueno que desea acertar y cuyo más íntimo orgullo será el de realizar actos que puedan ser considerados como convenientes para el país", agregaba. Ese hombre que en diversas ocasiones se había descrito como amante del anonimato y que había ensayado diversas explicaciones a su previsible fracaso como presidente, mostraba con esa insistencia cuánto en realidad lo tentaba ese rol, que para alguien con tanto reconocimiento público no dejaba de aparecer como un destino36. Pese a aquellas reticencias, de las que emerge una visión tan lóbrega de la función presidencial y de la política en general, tan pronto falleció el candidato ya designado por el liberalismo, Eduardo Santos aceptó la postulación de su nombre para llenar aquel vacío. Los lopistas intentaron sin mucho entusiasmo levantar la opción de Darío Echandía como candidato, pero era difícil que en las circunstancias del liberalismo alguien distinto a Santos asumiera el liderazgo liberal en unas elecciones a las que el conservatismo nuevamente se negó a concurrir37.
Antes de que hiciera cualquier campaña, la victoria del candidato liberal estaba asegurada, pero eso no hizo innecesaria la realización de una campaña en regla, pues pudiendo triunfar con un solo voto, la legitimidad de su presidencia, y la del régimen liberal en general, dependería en buena medida de que pudiera mostrar que una porción significativa, es más, ampliamente mayoritaria de ciudadanos, le había dado el triunfo. La fuerza del nuevo gobierno dependería, además, de su capacidad para mostrar que todo el liberalismo lo seguía, por lo que debió subrayar su carácter de continuador de la obra de las dos administraciones anteriores. El candidato se hizo proclamar oficialmente por las asambleas de todos los departamentos, pronunció conferencias por doquier, movilizó a los intermediarios políticos de todo el país, hizo giras por varias regiones38. Esta intensa actividad no fue, sin embargo, del agrado del presidente López, quien, excusándose en el rechazo de la cámara de representantes a un proyecto suyo sobre devaluación, amagó con renunciar a su cargo a finales de mayo de 1937. El candidato liberal trató de convencerlo de que la "situación de interinidad, casi de inferioridad" en que pretendían colocarlo él y los santistas no existía sino en su imaginación, pues no tenía ningún afán de entrar a gobernar ya, como tampoco ninguna animosidad hacia López. Incluso El Espectador, periódico muy cercano al presidente, reprendió a este por haber manifestado que renunciaba debido a la invasión de su autoridad por parte de los santistas39. No obstante, Eduardo Santos apresuró su salida de Colombia, una vez la Convención Nacional Liberal, que se reunió en julio de este año, lo invistió como candidato oficial y le dio plenos poderes para dirigir el partido40.
El candidato liberal regresó a Colombia en marzo de 1938 y se ocupó, entre otras cosas, de efectuar nuevas giras políticas41. Era un candidato sin enemigos ostensibles, pues hasta Laureano Gómez le reconoció su probidad, "su espíritu republicano, su respeto por las libertades públicas", su patriotismo y su modestia. Laureano encontraba que el candidato liberal carecía de una obra que lo acreditara como estadista, pero en nombre del conservatismo dijo acordarle un margen de confianza en razón de que había logrado el mando del ejecutivo sin hipotecarse políticamente a nadie y sin cargar las heridas consiguientes a una campaña ardorosa42. El 1º de mayo de 1938 este hombre de 50 años fue elegido presidente de Colombia.
Pocos presidentes colombianos habían llegado a esa posición con un poder tan grande, pues Santos podía contar con el respaldo de la mayoría del partido de gobierno, con el apoyo incondicional del principal periódico nacional y con la automarginación del combate electoral del partido opositor. Las condiciones para que sus iniciativas pudieran plasmarse eran favorables porque mucha gente sentía que en el país imperaba el orden, de manera que los actos de violencia política sucedidos sobre todo en los periodos electorales no alteraban sustancialmente ese sentimiento. En su discurso de posesión, el nuevo presidente aludió a todos los grandes temas nacionales, proponiéndose continuar, con un criterio de gradualidad, los cambios iniciados en los 8 años anteriores espero prometiendo ante todo ampliar las posibilidades de bienestar material, garantizar la justicia y salvaguardar la paz43. Esta última promesa, justamente, se vio confrontada a un duro desafío en enero de 1939 cuando varios conservadores participantes en una reunión política en el municipio cundinamarqués de Gachetá fueron asesinados durante una asonada promovida por los liberales locales. El gobierno había tomado medidas preventivas para evitar este tipo de hechos, pero como lo expresó Enrique Santos, ellas eran insuficientes pues había faltado el espíritu de conciliación entre los bandos políticos. Eduardo Santos se esforzó tenazmente por llevar ese espíritu de conciliación a toda la nación, y su empeño encontró eco, de manera que durante su mandato la violencia política estuvo en buena medida controlada. Y esto a pesar de la falta de entusiasmo por la convivencia que seguían manifestando diversos líderes políticos, la cual Gilberto Alzate admitió con franqueza. "Nosotros respetamos la valentía moral de Eduardo Santos, al optar por el thermidor y tratar de desmovilizar las pasiones de partido que lo llevaran al poder. Pero demasiado conocemos la interinidad de esa tregua artificial", escribió el líder derechista44.
Santos utilizó la función presidencial con moderación, esforzándose por no traspasar los mandatos de la ley, e hizo una labor administrativa fecunda45. Su gestión, sin embargo, no fue recompensada con el entusiasmo de los liberales, entre otras razones porque Santos se caracterizó, más que por alentar ilusiones, por satisfacerlas de manera modesta. Lo sucedió Alfonso López, quien desde cuando Santos había asumido el gobierno había tenido la convicción de que este se ocupaba de deslucir su administración. Por eso López había instado a Alberto Lleras a que desde su periódico, El Liberal, hiciera frente al ingrato Santos, que habiéndose hecho elegir como continuador de las políticas desarrolladas entre 1934 y 1938, una vez en el poder las había abandonado por otras, que, supuestamente, rechazaba el liberalismo. El disgusto entre los dos era antiguo, pese a que habían peleado juntos algunas batallas decisivas para el liberalismo, como la candidatura de Olaya Herrera, triunfante en 1930. López no dejaba de recordar la tardía incorporación de Santos al liberalismo ni las dudas que siguió manteniendo respecto al partido. "Se ha sentido siempre más cerca de los conservadores que yo, política y personalmente", le escribió a Luis Cano. Veía en Santos a alguien que no había dejado de militar en el extinguido partido republicano, alguien en quien los años no lograban borrar "la tendencia a tachar el espíritu de partido, por nocivo, e imaginar que se hace obra grande cuando se le condena", creyendo que son ellos, los republicanos, los únicos capaces de anteponer el interés del país al interés del partido. Según ellos, agregaba López, los partidos no pueden hacer ninguna contribución al progreso nacional, siendo el suyo, entonces, un concepto "apolítico de la política, engreídamente superior". Pero no se trataría de una simple diferencia de estilo -calmado y ecuánime el uno, inquieto y combativo el otro- sino de una diferencia de fondo, precisaba López: para hacer las reformas que su gobierno hizo, era imprescindible la beligerancia. La pausa de Santos no requería beligerancia, decía el expresidente, mientras que sí la requerían "las reformas, el cambio, la evolución, la revolución, aunque sea pacíica"46.
Alfonso López tenía razón cuando aludía a la desconfianza que hasta bien tarde tuvo Santos respecto al partido liberal y sus dirigentes. "Yo no le tengo gran confianza a nuestro partido, ni a sus hombres, pero es un hecho que constituye una mayoría fuerte. [...] Lo que no sé es si los liberales serán capaces de asegurar la victoria que les corresponde, y de desarrollar una política que no les enajene la voluntad nacional. Hay tanto necio y tanto pícaro por allá que a ratos uno pierde toda esperanza y hasta toda caridad", le había escrito al presidente Olaya Herrera. Y dudó que luego de este, el líder indicado para proseguir la obra reformadora del liberalismo fuera López, siendo alguien propenso a la "gritería popular" y no un convencido de la "liberalización tranquila y gradual del país"47. En 1941 Santos le soltó a un periodista una frase con la que aludía veladamente a los leopardos, a Jorge Eliécer Gaitán, y a otros políticos de ese momento, pero también podía estar pensando en López: "La democracia para que cumpla su función debe ser más seria de lo que es hoy, dejar a un lado la politiquería y la perorata, que impiden y perturban la acción rápida y fecunda. Lo que más me choca en el mundo es la oratoria frenética y teatral"48. Luis López de Mesa, al igual que muchos otros observadores de la época, coincidían con Santos en la caracterización del tipo de liderazgo propio de López Pumarejo, a quien aquel lo contrastó con Olaya Herrera diciendo que mientras este era el hombre del sosiego, el primero era un "hombre de mensaje ideal", con cuya dirección política el pueblo colombiano "no se siente sosegado" pues "ni un solo instante ha logrado ser el centro de reposo de la sensibilidad colombiana". Y esto pese a que López conducía la nación en consonancia con las mutaciones políticas que el mundo experimentaba, y que lo hacía con un sentido pragmático49.
El liberal Abelardo Forero Benavides, por su parte, describirá el liderazgo de Santos, en contraste con el de López, no como el de un caudillo, pues "no afecta el fondo emocional de las masas colombianas, ni ha provocado explosiones rabiosas", sino como un liderazgo de "orden intelectual, benigno y extendido, sedante y tranquilo"50. En la década de 1940, pues, los liberalismos de López y de Santos están en contradicción, pero debido no tanto al contenido doctrinario sino a la forma de concebir la representación política. No es una tensión que provenga de una fractura socioeconómica en el seno de la dirigencia, es decir, el sector moderado no es simplemente su "oligarquía", mientras que los dirigentes que se presentan como radicales no son los humildes. Aquella tensión tampoco tenía su origen en que unos representaran al pueblo y otros a las clases altas. Tampoco en que unos quisieran reformas y los otros no. Esa división tenía que ver mas bien con la manera como unos y otros juzgaban pertinente hacer las reformas, pues mientras los unos las buscaban alentando a los ciudadanos a tomarse el espacio público para desde allí darles impulso, los otros juzgaban que esto era innecesario y comprometía la paz social, un objetivo tan importante como las reformas mismas.
En la década de 1940, en cualquier caso, los liberales fueron siendo tomados por la certidumbre de que el suyo era un partido insalvablemente fragmentado. Tras los primeros dos años del segundo gobierno de López el marasmo del liberalismo fue algo inocultable, estallando con toda su fuerza a propósito de la contienda presidencial de 1946. A la abierta hostilidad entre corrientes y líderes del partido se sumó la errática intervención del principal jefe liberal, Alfonso López, que le hizo al liberalismo la propuesta desconcertante de formar un "frente nacional" con los conservadores, fórmula que podría encontrar una vía de materialización en la entrega al directorio conservador de la facultad de escoger el candidato presidencial entre una terna de liberales. La propuesta no encontró simpatía entre los conservadores, y gran parte de los liberales la consideraron simplemente una forma de sabotear la candidatura oficial del liberalismo. José Joaquín Castro, por ejemplo, le escribió a Eduardo Santos diciéndole que en esa propuesta no veía sino "personalismo, rencores, rivalidades y ambiciones", y que mas bien demostraba los graves males que aquejaban al liberalismo51. Enrique Santos observó que entre los liberales existía un acuerdo sobre la necesidad de una política que superara los sectarismos funestos, pero que mientras López proponía la disolución de los dos partidos en una especie de partido único, los liberales ya venían dando respuesta a esa inquietud dentro de la presidencia de Alberto Lleras, que se esforzaba por lograr el consenso nacional pero sin pretender la eliminación de los partidos, que no consideraba posible ni conveniente52.
La prueba concluyente del marasmo liberal fue la enorme fuerza electoral que en un breve lapso adquirió Jorge Eliécer Gaitán, en nombre de un proyecto político que rechazaba elementos fundamentales del liberalismo que habían sido cultivados laboriosamente en los 30 o 40 años anteriores. Gaitán era otro que pensaba que el régimen de partido se había agotado, pero la superación de ese esquema no la concibió mediante algún tipo de cooperación de los partidos, sino mediante la destrucción de los partidos y la encarnación del pueblo en un líder. Eduardo Santos, que había deseado retirarse de la actividad política pero que debió asumir responsabilidades importantes como la presidencia de la dirección nacional liberal, contradijo de manera irme aquel proyecto gaitanista de "restauración moral" de la república. El gaitanismo, dijo, entraña una impugnación de la obra del liberalismo y de lo que es el liberalismo, careciendo de cualquier fundamento su retórica de la oligarquía, la cual sin embargo le generó al liberalismo antipatía entre el pueblo y se convirtió en un instrumento eficaz para enardecer la lucha de clases. Gaitán, agregó, ha hecho su carrera política sirviéndose de una irrestricta libertad de palabra, la misma que sus huestes le niegan a quienes consideran sus enemigos, apedreando periódicos liberales o impidiendo a otros liberales pronunciar discursos53. Baldomero Sanín Cano fue más tajante y asoció el gaitanismo con el nazismo y el fascismo. "Los hombres que se reúnen alrededor de un candidato bajo el lema de la 'restauración moral', no son liberales en el sentido tradicional y etimológico de la palabra, porque invocan la fuerza y la violencia como procedimiento y enseña de victoria. Nada hay más contrario a la tesis secular del partido que esas formas de emulación y propaganda", escribió cuando el candidato del "país real" desarrollaba su campaña presidencial54.
4. A manera de conclusión: Los "pecados" del liberalismo
Vencido el candidato liberal en 1946 y desatada dos años después la violencia que con tan arduos esfuerzos se había intentado contener, el país se desbocó por el camino de un sistemático recorte de las libertades, de un obsceno deleite en la barbarie, de una destrucción de las instituciones y de las tradiciones liberales a la que Eduardo Santos -como todos los jefes liberales- asistió como un espectador impotente. Trató en vano de concertar esfuerzos para hacer menos dura la situación de sus copartidarios y menos desastrosa la violencia. Pensaba que la principal responsabilidad de todo esto recaía en los conservadores, y entre ellos en ciertos espíritus de particular insania, pero en una carta admitió con amargura que también los liberales tenían mucho que hacerse perdonar55.
Santos no precisó aquellos "pecados", pero el historiador bien puede preguntarse por las formas en que los liberales pudieron haber contribuido a la violencia. Quizá tuvieron una confianza excesiva en que la violencia había sido proscrita definitivamente de la república, la cual les impidió trabajar lo suficiente para bloquear los factores que en un momento determinado pudieran permitir su retorno en una magnitud capaz de desquiciar el orden. A pesar de los grandes avances que hicieron para depurar los procedimientos electorales, no proscribieron completamente el fraude entre sus filas. Todo esto permite postular que los liberales siguieron manteniendo una interpretación sectaria de la historia, cuya síntesis es posible observar en un artículo de Jorge Zalamea en el cual el conservatismo es definido como una "satánica voluntad de poder"56. A veces, en el fragor del combate político, hasta Eduardo Santos se olvidó de su propio llamado a no dividir la historia colombiana en un hemisferio de luz y otro de tinieblas según el lugar que había tenido el partido desde el cual se hablaba57. En no pocas ocasiones, además, los liberales tendieron a confundir la suerte de la república con la suerte del liberalismo: razonaron que cuando nada amenazaba el predominio liberal, ninguna amenaza se cernía sobre la república. Podría decirse que la frase atribuida a Eduardo Santos, "la democracia no puede ser sino liberal"58, en ocasiones la interpretaron en el sentido de que el comando de ella le estaba reservado exclusivamente al partido liberal y no en el sentido de que ella no podía renegar de su fundamento liberal o ser vaciada de ese fundamento liberal. Y, finalmente, los liberales no tuvieron la capacidad de impedir que en su seno se desarrollara una corriente que concebía al partido como un ejército presto a un combate de orden social antes que político, una corriente en la que además la violencia no fue repudiada en términos filosóficos, absolutos: el gaitanismo.
Notas
2 Eduardo Santos, "Contra la interpretación sectaria de la
historia", El Tiempo, Bogotá, marzo 8 de 1930, p. 3.
3 Eduardo Santos,
"¿Cómo será la administración Olaya
Herrera?", El Tiempo, Bogotá, febrero 25 de 1930, p. 3.
4 Un análisis detallado
de esta cuestión en Isidro Vanegas, "Un tiempo que impugna la
fatalidad retrospectiva de la violencia", en Todas son iguales. Estudios
sobre la democracia en Colombia, (Bogotá: Universidad Externado, 2010),
269-337.
5 Eduardo Santos, "El in de
una administración", El Tiempo, Bogotá, agosto 7 de 1930, p.
4; "Carta del doctor Eduardo Santos a la Junta Asesora", El Tiempo,
Bogotá, agosto 9 de 1930, p. 15.
6 De tan poca trascendencia le
debió parecer su gestión ministerial que ni siquiera
ofreció un balance de ella en su periódico. Véase "El
doctor Eduardo Santos y el Ministerio de Relaciones Exteriores", El
Tiempo, Bogotá, agosto 8 de 1930, p. 1; "El Dr. Eduardo Santos se
retira del ministerio de RR. EE.", El Tiempo, Bogotá, diciembre 7
de 1930, p. 1. Sobre sus actividades en la cancillería, ver Archivo
General de la Nación (AGN), Fondo Academia Colombiana de Historia,
Colección Enrique Olaya, sección 7ª, caja 60, carpeta 1, ff.
1-36.
7 "Carta del doctor Eduardo
Santos sobre su actitud en la Cámara y sobre la ofensiva conservadora
contra las autoridades", El Tiempo, Bogotá, diciembre 14 de 1930,
p. 1; Carta de Eduardo Santos al Presidente Olaya, enero 9 de 1931, en AGN,
Fondo Academia Colombiana de Historia, Colección Enrique Olaya, sección
7ª, caja 60, carpeta 1, ff. 37-42; Eduardo Santos, "Sin novedad en el
frente", El Tiempo, Bogotá, enero 10 de 1931, p. 4; Eduardo Santos,
"Colombia liberal", El Tiempo, Bogotá, febrero 2 de 1931, p.
4.
8 Uno de los pocos estudios
acerca de la dinámica de la violencia en estos años es el libro
de Javier Guerrero, Los años del olvido. Boyacá y los
orígenes de la violencia, (Bogotá: Tercer Mundo, Universidad
Nacional, 1991).
9 "Cosas del día.
Las víctimas de la violencia", El Tiempo, Bogotá, febrero 2
de 1931, p. 5; Eduardo Santos, "La paz, los escrutinios y la circular
presidencial", El Tiempo, Bogotá, febrero 5 de 1931 p. 4.
10 Sobre su gestión
como gobernador, y sus éxitos en reducir la violencia, al menos
temporalmente, véase: "Hoy se resolverá la situación
en Santander del S.", El Tiempo, Bogotá, mayo 1 de 1931, p. 1;
"Se posesionó el Dr. Santos de la Gobernación de
Santander", El Tiempo, Bogotá, mayo 3 de 1931, pp. 1, 12; "Se
ha acentuado la división conservadora en Santander", El Tiempo,
Bogotá, mayo 7 de 1931, p. 6; "Del Presidente al Gobernador de
Santander S.", El Tiempo, Bogotá, mayo 17 de 1931, p. 1.
11 En este periodo el
periódico afianzó su posición de primer diario colombiano,
no sólo en términos de influencia sino también de
circulación, en medio de una fuerte crisis de la prensa conservadora. En
enero de 1932 indicaron que su tiraje diario era de 30 mil ejemplares, de los
cuales más de la mitad eran distribuidos fuera de Bogotá, siendo
leído el mismo día de su salida en la mayor parte de las ciudades
importantes merced a su envío aéreo. "EL TIEMPO en 1931 y
1932", El Tiempo, Bogotá, enero 1 de 1932, p. 4; Alberto Lleras
Camargo, Obras selectas de Alberto Lleras, t. II, (Bogotá: Biblioteca de
la Presidencia de la República, 1987), 19-22, 137-138.
12 Carta de Eduardo Santos a
su hermano Enrique y a Alberto Lleras, París, enero 22 de 1932, en
Biblioteca Luis Ángel Arango, Archivo Alberto Lleras, carpeta 4, ff.
25/1-25/3. La importancia de El Tiempo, Bogotá, para el gobierno es
posible advertirla en la solicitud explícita que Olaya Herrera hace a
Santos de que oriente su periódico hacia una defensa cerrada de sus providencias
(Carta del Presidente Olaya Herrera a Eduardo Santos, mayo 27 de 1932, en AGN,
Fondo Academia Colombiana de Historia, Colección Enrique Olaya,
sección 7ª, caja 60, carpeta 1, ff. 63-64).
13 "Cosas del día.
El viaje del director de EL TIEMPO", El Tiempo, Bogotá, junio 5 de
1931, p. 4; "Eduardo Santos elogió nuestro espíritu
civil", El Tiempo, Bogotá, junio 28 de 1932, p. 1.
14 Cartas de Eduardo Santos al
Presidente Olaya, octubre 15 de 1931 y enero 19 de 1933, en AGN, Fondo Academia
Colombiana de Historia, Colección Enrique Olaya, sección 7ª,
caja 60, carpeta 1, ff. 47-49, 78r; "Eduardo Santos es delegado especial
de nuestro gobierno en Europa", El Tiempo, Bogotá, noviembre 25 de
1932, p. 1; "Raymond Poincaré da un concepto favorable a la tesis
colombiana", El Tiempo, Bogotá, octubre 23 de 1932, p. 1.
15 Carta de Eduardo Santos al
Presidente Olaya, abril 20 de 1932, en AGN, Fondo Academia Colombiana de
Historia, Colección Enrique Olaya, sección 7ª, caja 60,
carpeta 1, ff. 54-58.
16 Un rasgo importante del
conservatismo del periodo de la República Liberal es que su liderazgo es
completamente nuevo, o debe aparecer como nuevo. Muchos son conscientes de este
cambio generacional. Véase, por ejemplo, "Historia natural del
liberalismo", El Tiempo, Bogotá, diciembre 17 de 1933, p. 4.
17 Sobre esta etapa de
Laureano Gómez, esquivada sistemáticamente por los intelectuales
colombianos, véase James Henderson, La modernización en Colombia,
(Medellín: Universidad de Antioquia, 2006), 68-275.
18 "La justicia
conservadora", El Tiempo, Bogotá, mayo 21 de 1933, p. 4; "Un
gobierno fuerte y el partido de gobierno", El Tiempo, Bogotá,
octubre 20 de 1933, p. 4. Ver también: "El manifiesto de
abstención. El Directorio explica las razones sobre la política
de abstención", El Tiempo, Bogotá, abril 18 de 1935, p. 16.
19 Sobre el conflicto
colombo-peruano y la actuación de Eduardo Santos puede consultarse la
síntesis de Gustavo Humberto Rodríguez, en Olaya Herrera, 2ª
ed., (Bogotá: Banco de la República, 1981), 229-243.
20 "Le tocó al
doctor Santos el turno de ser agredido por Laureano Gómez en el
Senado", El Tiempo, Bogotá, septiembre 14 de 1933, pp. 1, 9; Luis
Eduardo Nieto Caballero, "La vieja intemperancia", El Tiempo,
Bogotá, septiembre 14 de 1933, p. 4; Rafael Guizado, "Los cargos del
S. Gómez al Dr. Santos por sus actuaciones en Ginebra, vistos por un
experto", El Tiempo, Bogotá, septiembre 15 de 1933, p. 4.
21 "El doctor Santos
juzga inatacable el pacto de Río", El Tiempo, Bogotá, julio
27 de 1934, pp. 1, 16; "El doctor Santos hizo gran elogio del presidente
Olaya", El Tiempo, Bogotá, julio 28 de 1934, pp. 1, 15;
"Eduardo Santos destruyó todos los cargos de Laureano Gómez
y demostró la corrección absoluta de su labor en Ginebra",
El Tiempo, Bogotá, enero 25 de 1935, pp. 1, 2, 13; Germán
Arciniegas, "El regreso de la diatriba", El Tiempo, Bogotá,
enero 25 de 1935, p. 4; "El doctor Santos defiende el Protocolo de
Río y explica las bases de la política internacional", El
Tiempo, Bogotá, enero 26 de 1935, p. 15.
22 "El discurso del
senador Laureano Gómez", El Tiempo, Bogotá, enero 26 de
1935, p. 15.
23 "Berrío
contesta a Luis Cano. El jefe conservador de Antioquia analiza las causas de la
abstención", El Tiempo, Bogotá, abril 18 de 1935, pp. 1, 9.
24 "La doble
circular", El Tiempo, Bogotá, mayo 21 de 1932, p. 4; "La
pesadilla conservadora", El Tiempo, Bogotá, abril 13 de 1935, p. 4.
25 Isidro Vanegas, "Un
tiempo que impugna la fatalidad... 308-311.
26 Luis Eduardo Nieto
Caballero, "Anhelos de justicia", El Tiempo, Bogotá,
septiembre 25 de 1934, p. 4; "La victoria de ayer", El Tiempo,
Bogotá, febrero 6 de 1933, p. 4; "La civilización de la
lucha política", El Tiempo, Bogotá, marzo 5 de 1932, p. 4;
"Un año electoral", El Tiempo, Bogotá, enero 2 de 1935,
p. 4; Armando Solano, "Abstención electoral", El Tiempo,
Bogotá, abril 9 de 1935, p. 4.
27 Enrique Santos, "La
danza de las horas", El Tiempo, Bogotá, febrero 13 de 1934, p. 4;
Enrique Santos, "Una victoria empañada", El Tiempo,
Bogotá, febrero 12 de 1934, p. 4.
28 "El momento de la
Dirección Liberal", El Tiempo, Bogotá, noviembre 28 de 1933,
p. 4; "Un balance contradictorio", El Tiempo, Bogotá, febrero
8 de 1935, p. 4.
29 Cartas cruzadas entre
Alberto Lleras y Enrique Santos, septiembre de 1934, en Biblioteca Luis
Ángel Arango, Archivo Alberto Lleras, carpeta 4, ff. 27/1-27/3; Carta de
Eduardo Santos a Olaya Herrera, abril 20 de 1932, en AGN, Fondo Academia
Colombiana de Historia, Colección Enrique Olaya, sección 7ª,
caja 60, carpeta 1, f. 57.
30 Álvaro
Holguín, "Oligarquía y democracia (Carta política al
doctor Alfonso López)", Revista Colombiana, vol. III, nº 27,
(mayo 1 de 1934): 65-70; "Eduardo Santos destruyó todos los cargos
de Laureano Gómez y demostró la corrección absoluta de su
labor en Ginebra", El Tiempo, Bogotá, enero 25 de 1935, p. 2.
31 Alfonso López
Pumarejo, "La república liberal es incompatible con la burla de la
voluntad popular", El Tiempo, Bogotá, febrero 13 de 1934, p. 1.
32 "Un año
electoral", editorial de El Tiempo, Bogotá, enero 2 de 1935, p. 4.
33 "El régimen
liberal no puede ser una hegemonía estilo regenerador", El Tiempo,
Bogotá, abril 17 de 1935, pp. 1, 2; "El gobierno y la
oposición. Nunca ha existido el propósito de colocar al
adversario en situación de inferioridad respecto de la ley", El
Tiempo, Bogotá, abril 27 de 1935, pp. 1, 14; "Serenidad y
locura", El Tiempo, Bogotá, abril 27 de 1935, p. 4.
34 Eduardo Santos, "El
gobierno liberal", El Tiempo, Bogotá, mayo 3 de 1936, p. 4;
"El alcance de la reforma constitucional", El Tiempo, Bogotá,
agosto 6 de 1936, p. 4.
35 "Qué
condiciones deben llenar los candidatos para la próxima
cámara", El Tiempo, Bogotá, mayo 9 de 1935, p. 1; "Los
7 senadores por Cundinamarca fueron elegidos ayer tarde", El Tiempo,
Bogotá, junio 8 de 1935, pp. 1, 14.
36 Carta de Eduardo Santos al
Presidente Olaya, abril 20 de 1932, en AGN, Fondo Academia Colombiana de
Historia, Colección Enrique Olaya, sección 7ª, caja 60,
carpeta 1, f. 58r; "Eduardo Santos destruyó todos los cargos de
Laureano Gómez y demostró la corrección absoluta de su
labor en Ginebra", El Tiempo, Bogotá, enero 25 de 1935, p. 2.
37 Eduardo Santos y otros, La
política liberal en 1937, (Bogotá: Talleres Gráficos Mundo
al Día, 1937).
38 "Discurso del doctor
Eduardo Santos", El Tiempo, Bogotá, febrero 21 de 1937, p. 4;
"Germán Arciniegas, director de 'El Tiempo'", El Tiempo,
Bogotá, febrero 27 de 1937, pp. 1, 20; Eduardo Santos y otros, La
política liberal en 1937...; "El viaje de Eduardo Santos.
Entrevista con Nieto Caballero", El Tiempo, Bogotá, mayo 3, 4 de
1937, pp. 4, 15; "Las 14 asambleas proclamaron la candidatura presidencial
del doctor Eduardo Santos", El Tiempo, Bogotá, mayo 4 de 1937, p.
4.
39 "Renuncia el
presidente López", El Tiempo, Bogotá, mayo 25 de 1937, p. 1;
"Observaciones del Dr. Eduardo Santos al discurso pronunciado por el
señor ministro de gobierno", El Tiempo, Bogotá, mayo 26 de
1937, p. 4; "Una deplorable interpretación", El Tiempo,
Bogotá, mayo 27 de 1937, p. 4.
40 "La Convención
Nacional Liberal proclamó ayer candidato presidencial al Dr. Eduardo
Santos y le otorgó plenos poderes para dirigir el partido", El
Tiempo, Bogotá, julio 23 de 1937, p. 1; "El Dr. Santos y su
señora salen con rumbo a Europa hoy a la una de la tarde", El
Tiempo, Bogotá, agosto 12 de 1937, p. 1; Carta de Eduardo Santos a su
hermano Enrique, octubre 16 de 1937, en Biblioteca Luis Ángel Arango,
Archivo Alberto Lleras, carpeta 4, f. 31/1.
41 "Se trabaja con
éxito en la manifestación al candidato", El Tiempo,
Bogotá, marzo 16 de 1938, pp. 1, 15; "Espléndido
recibimiento hizo Tolima liberal al candidato presidencial", El Tiempo,
Bogotá, abril 18 de 1938, pp. 1, 15; "Chiquinquirá
recibió triunfalmente al candidato único del liberalismo",
El Tiempo, Bogotá, abril 22 de 1938, pp. 1, 13.
42 Socarronamente, Laureano
traspuso literalmente lo que Santos había dicho de Miguel Abadía
Méndez cuando este iba a ser elegido presidente, en cuyo cargo le fue
tan desastrosamente. Ver "La jornada de mañana", El Siglo,
Bogotá, abril 30 de 1938, p. 4; Eduardo Santos, "La jornada de
hoy", El Tiempo, Bogotá, febrero 14 de 1926, p. 1.
43 "La posesión
del doctor Santos. Discurso del doctor Eduardo Santos", El Tiempo,
Bogotá, agosto 8 de 1938, pp. 4, 7, 11, 18.
44 "5 muertos y 7 heridos
en la manifestación de Gachetá", El Tiempo, Bogotá,
enero 9 de 1939, pp. 1, 2; Enrique Santos, "Danza de las horas", El
Tiempo, Bogotá, enero 10 de 1939, p. 4; Germán Arciniegas, "Gachetá
es la excepción", El Tiempo, Bogotá, enero 11 de 1939, p. 4;
Gilberto Alzate Avendaño, "La revolución está a la
derecha", La Patria, Manizales, enero 17 de 1939, pp. 1-3.
45 Logró la firma del
pacto de cuotas cafeteras, creó el Instituto de Fomento Industrial y el
fondo de fomento municipal para racionalizar la inversión del Estado en
obras públicas de orden local, desarrolló un programa de vivienda
para obreros, y otro, inédito, para campesinos. Además, puso en
funcionamiento las comisiones de conciliación y arbitraje laboral,
consolidó las oficinas del trabajo encargadas de velar por el
reconocimiento de las prestaciones sociales de los trabajadores, fomentó
la celebración de convenios colectivos de trabajo y la expedición
de reglamentos de trabajo en las empresas, lideró la aprobación
de leyes de protección a la maternidad y de remuneración de
algunos días festivos. Impulsó en lo laboral igualmente la
carrera administrativa que buscaba garantizarle la estabilidad laboral a los
empleados públicos así como leyes que beneficiaban a diversos
trabajadores ferroviarios, que hacían inembargable una parte del
salario, que ampliaban los términos para hacer reclamaciones salariales,
que perfeccionaban legalmente el contrato individual de trabajo, que
reglamentaban las fases de negociación de los conflictos laborales.
Véase: "Cuatro años al servicio de la patria", El
Tiempo, Bogotá, agosto 7 de 1942, p. 4; "El país
vivió en un sólido ambiente de paz social durante la administración
del presidente Santos", El Tiempo, Bogotá, agosto 7 de 1942,
sección 2ª, p. 5; Jorge Bejarano, "La administración
Santos y la higiene", El Tiempo, Bogotá, agosto 7 de 1942,
sección 2ª, p. 2.
46 Cartas de Alfonso
López a Alberto Lleras, noviembre 13 de 1939 y mayo 13 y junio 18 de
1940, en Biblioteca Luis Ángel Arango, Archivo Alberto Lleras, carpeta
4, ff. 33/1-33/2, 35/1-35/6, 37/1-37/6; Carta de Alfonso López a Luis
Cano, julio 1 de 1940, en Biblioteca Luis Ángel Arango, Archivo Alberto
Lleras, carpeta 4, ff. 38/1-38/4.
47 Cartas de Eduardo Santos al
Presidente Olaya, abril 20 y noviembre 22 de 1932, en AGN, Fondo Academia
Colombiana de Historia, Colección Enrique Olaya, sección 7ª,
caja 60, carpeta 1, ff. 56v, 73r.
48 Luis Enrique Osorio,
"Eduardo Santos me dijo", Vida, Bogotá: vol. 5, nº 41,
diciembre de 1941, p. 23.
49 Luis López de Mesa,
"El caudillo de las democracias", El Tiempo, Bogotá, febrero
27 de 1937, p. 4.
50 Abelardo Forero Benavides,
"Eduardo Santos", Sábado, nº 23, (diciembre 18 de 1943):
1, 22, 23.
51 Alejandro Vallejo, "El
día en que Turbay...", Sábado, nº 134, (febrero 2 de
1946): 3, 14; "Formidable oración política pronunció
el doctor Turbay", El Tiempo, Bogotá, febrero 17 de 1946, pp. 1, 8;
"Frente nacional contra la coalición y contra la reacción
conservadora inician las directivas antioqueñas", El Tiempo,
Bogotá, febrero 17 de 1946, p. 8; Carta de José Joaquín
Castro a Eduardo Santos, marzo 14 de 1946, en Archivo José
Joaquín Castro Martínez (AJJCM), Universidad Externado,
sección 2, carpeta 1, ff. 55-57.
52 Enrique Santos, "Danza
de las horas", El Tiempo, Bogotá, abril 5 de 1946, p. 4.
53 "Concluida la
organización para la grandiosa manifestación que se hará
el sábado al Dr. Santos", El Tiempo, Bogotá, julio 19 de
1944, pp. 1, 13; "Con el Partido Liberal", El Tiempo, Bogotá,
abril 9 de 1946, p. 4; "Texto de la conferencia del doctor Eduardo Santos
sobre la candidatura liberal", El Tiempo, Bogotá, abril 28 de 1946,
p. 4.
54 Baldomero Sanín
Cano, "Cómo nace la antidemocracia", El Tiempo, Bogotá,
abril 29 de 1946, p. 4.
55 Carta de Eduardo Santos a
José Joaquín Castro, París, julio 3 de 1953, en AJJCM,
Universidad Externado, sección 2, carpeta 2, f. 24r. Un acercamiento a
esta etapa de la vida de Santos puede hacerse a través de las cartas que
intercambió con Carlos Lleras Restrepo. Ver Carlos Lleras de la Fuente,
ed., Cartas del exilio, (Bogotá: Planeta, 2005).
56 Jorge Zalamea, "La
cultura conservadora y la cultura del liberalismo", El Tiempo,
Bogotá, mayo 8 de 1936, p. 4.
57 Eduardo Santos,
"Contra la interpretación sectaria de la historia", El Tiempo,
Bogotá, marzo 8 de 1930, p. 3; Eduardo Santos, "El señor
Borda y el estudio de la historia", El Tiempo, Bogotá, marzo 10 de
1913, p. 2.
58 "El ministro de
gobierno planteó claramente la política oicial", El Tiempo,
Bogotá, agosto 22 de 1936, p. 13.
Fuentes
Archivos
Archivo General de la Nación, Fondo Academia Colombiana de Historia, Colección Enrique Olaya, sección 7ª, caja 60.
Archivo José Joaquín Castro Martínez, Universidad Externado, sección 2, carpetas 1-2.
Biblioteca Luis Ángel Arango, Archivo Alberto Lleras, carpeta 4.
Prensa
El Siglo, abril 30 de 1938, Bogotá El Tiempo, años de 1930 a 1946, Bogotá La Patria, enero 17 de 1939, Manizales Sábado, años de 1943 a 1946, Bogotá Vida, año de 1941, Bogotá.
Bibliografía
Guerrero, Javier. Los años del olvido. Boyacá y los orígenes de la violencia, Bogotá: Tercer Mundo / Universidad Nacional, 1991.
Henderson, James. La modernización en Colombia, Medellín: Universidad de Antioquia, 2006.
Holguín, Álvaro. "Oligarquía y democracia (Carta política al doctor Alfonso López)", Revista Colombiana, vol. III, nº 27, (mayo 1 de 1934): 65-70.
Lleras Camargo, Alberto. Obras selectas de Alberto Lleras, t. II, Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1987.
Lleras de la Fuente, Carlos. Cartas del exilio, Bogotá: Planeta, 2005.
Rodríguez, Gustavo Humberto. Olaya Herrera, 2ª ed., Bogotá: Banco de la República, 1981.
Santos, Eduardo y otros. La política liberal en 1937, Bogotá: Talleres Gráficos Mundo al Día, 1937.
Vanegas, Isidro. Todas son iguales. Estudios sobre la democracia en Colombia, Bogotá: Universidad Externado, 2010.
Citar este artículo:
Isidro Vanegas Useche, "Eduardo Santos y las sin salidas de la república liberal", Historia Y MEMORIA, No. 11 (juliodiciembre, 2015): 241-270.