Puesta estética de las crónicas de Tejada en la configuración de la Ciudad Obrera

Aesthetic Presentation of Tejada´s Chronicles in the Configuration of the Working City

María Angélica Martínez-Martínez *
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Colombia

Puesta estética de las crónicas de Tejada en la configuración de la Ciudad Obrera

Pensamiento y Acción, núm. 26, 2019, pp. 61 -83

Fecha de recepción: 02 Mayo 2019

Fecha de aprobación: 21 Junio 2019

Resumen: El presente artículo de revisión hace un análisis literario de la puesta estética de las crónicas de Tejada en la configuración de la Ciudad Obrera, tomando como punto de referencia autores de la época y la obra de Luis Tejada Cano. Se utilizó un enfoque de investigación de tipo cualitativo-descriptivo, centrado en el estudio de la obra del escritor. La información se recolectó a partir de un análisis referencial, estado de la cuestión y construcción documental propia. Se busca resaltar la integralidad de la obra del escritor y evidenciar que este representa un referente para la evolución de la crónica en Colombia como un defensor de la clase obrera con temática social en sus escritos.

Palabras clave: análisis literario, ciudad, clase obrera, cronista, literatura.

Abstract: In this review we do a literary analysis of the aesthetic presentation of the chronicles of Tejada in the configuration of the Working City taking as a point of reference authors of the time and the work of Luis Tejada Cano. We followed a qualitative-descriptive research approach that focused on the study of the writer's work. The information was collected from a referential analysis, state of the art and own documentary construction. We seek to highlight the integrality of the work of the writer and show he represents a reference for the evolution of the chronicle in Colombia as a defender of the working class with social issues in his writings.

Keywords: city, chronicler, literary, literary analysis, working class.

Introducción

Luis Carlos Tejada Cano es un cronista de inicios del siglo XX con un estilo innovador, que mereció que el concierto histórico de las letras colombianas lo ascendiera, consciente o inconscientemente, a un podio privilegiado con el título de “Príncipe de la Crónica”, otorgado por los literatos de la época. El cronista incursionó en lo complejo de la comunicación escrita, en el encanto del arte, aproximándose a temas de la rutina del individuo y del imaginario social. Quiso condensar el tiempo para tocar el corazón de sus lectores. Su obra no es abundante; casi un siglo después de su fallecimiento historiadores, periodistas y escritores dedican su atención a interfoliar sus artículos o al análisis y publicación de las cautivantes crónicas.

En este artículo se intenta hacer un acercamiento a su obra buscando el conocimiento de las perspectivas y contenidos en sus escritos, como la urbe perdida que el escritor construyó entre sus letras: Ciudad Obrera. Para cumplir este propósito, se acude a diversas fuentes que, en buen momento revivieron la sabiduría de este icono de la escritura colombiana.

Se trata de encontrar la puesta estética de las crónicas de Tejada en la configuración de la Ciudad Obrera, mediante la búsqueda, el análisis de la información y los resultados de percepción individual. Para ello se trata de traslucir el término de crónica literaria, entendiendo la crónica como un género que se encarga de describir con detalle los sucesos o aconteceres del diario vivir, hechos relevantes o información de orden periodístico por lo que en cada país o región tiene influencia debido a las connotaciones propias de la zona y los atributos individuales de quien la escribe.

Hablar de Tejada es mencionar una parte importante de la historia de nuestro país y traer a la actualidad un tema de connotaciones políticas, filosóficas y sociales, que ha marcado a las sociedades a lo largo del tiempo: su mensaje en temas de igualdad humanitaria. Recurrir a la configuración de la Ciudad Obrera para adentrarse en los pensamientos y planteamientos del autor es una alternativa válida, ya que este fue el centro de sus inclinaciones políticas y de defensa colectiva; pero aún más, su prosa se mantiene vigente en la memoria histórica y literaria de nuestro país. Se plantea el interrogante del porqué construir una ciudad obrera viéndola desde una perspectiva estética.

Puesta estética de las crónicas de Tejada en la configuración de la Ciudad Obrera

A través de las crónicas de Luis Tejada se puede evidenciar como él configuraba en cada palabra, en cada frase a aquella Ciudad Obrera por la que él tanto luchaba. Se puede contemplar desde la óptica del autor, a los obreros buscando rescatar la memoria histórica y el carácter representativo de su pensamiento, obra y legado.

Durante los primeros años de Tejada hubo referencias que influyeron en el pensamiento de los escritores y políticos colombianos de inicios del siglo XX; una de ellas es sin duda la función adoctrinadora de la Iglesia católica, debido al gran poder que poseía sobre la sociedad y que intentaba de cualquier modo sostener el sistema conservador por tradición. Surge una oposición basada en la problemática social que se presentaba en la estructura sociopolítica del país, y que mediante tendencias liberales mostraba a la gente una realidad que tanto la Iglesia como el Estado querían ocultar.

Los escritores del momento se encontraron con un dilema al momento de redactar sus obras. Deberían acatarse al modelo conservador y escribir un poco más de lo mismo y recibir buenas críticas por parte de la oligarquía del país, o podían mostrar coraje y escribir acerca de temas novedosos que mostraran la realidad actual, arriesgándose a ser duramente criticados y poner en riesgo sus nacientes carreras.

Escribir en Colombia a inicios del siglo XX era saludar de golpe a una modernidad convulsa y frenética como el país que la recibía. Se supone que desde 1886 hasta 1930 la “hegemonía conservadora” venía imponiendo los modelos ideológicos y sociales a los que debía responder la nación, de acuerdo a facultades tan propias de un abad con un séquito de monjes que se jugaban las ropas del país de acuerdo a sus antojos, de guerra en guerra y de pillo en pillo en cabeza de este monasterio. (Alonso, 2014, p.3)

El país parecía adentrarse en un letargo producido por la ideología conservadora, sin embargo, salieron a la luz autores que comenzaron a crear grandes obras con base en lo cotidiano, en lo que se vivía día a día en las calles y en los campos colombianos. A estos autores se les conocería como Los Nuevos, y tendrían gran trascendencia en el contexto histórico del país. (Alonso, 2004)

Avanzando el siglo XX, los escritores se constituyen en tipos sociales que asumen los problemas ideológicos de la época; se empieza a gestar una nueva forma de pensar y actuar. Las semillas sembradas por las corrientes literarias y los primeros escritores vanguardistas en Colombia comenzaban a dar frutos, formándose de esta manera grupos de lectores y escritores que discutían la problemática del momento de una forma abierta y espontánea.

La educación y moral que buscaban a partir de la escritura, darse a conocer y tomar la importancia que en años anteriores solo tuvieron los temas sacros. Fue una época que reclamó para sí el cambio y lo consiguió, mediante escritores que en su ejercicio se apoderaron de las condiciones que imponía el siglo XX. Al respecto Restrepo (2009) refiere:

El final del siglo XIX en Colombia estuvo marcado por el conflicto; las guerras afectaron la cotidianidad de los colombianos, transformaron la política nacional y construyeron las condiciones actuales de nuestra nación. Modificaron todos los asuntos de la vida, desde lo cotidiano hasta las grandes situaciones políticas; crearon nuevas preocupaciones en la vida diaria de los hombres y mujeres que vivían los últimos tiempos del siglo. (p. 18)

El conflicto en el país afectó desde lo cotidiano hasta lo político, como lo narra el autor; por eso era ineludible que el periodismo y la literatura también presentaran cambios en su estilo y su forma, y fue lo que hicieron los nuevos escritores, con Luis Tejada como uno de sus principales representantes: mostrar la realidad que había sido dilatada por el modelo conservador.

El poder ver aquella ciudad obrera también iba dejando una huella imborrable en una sociedad que no la reconocía como parte de ella.

La huella de una Ciudad Obrera

Los colombianos que vivieron en las primeras décadas del siglo sufrieron los efectos de una reciente guerra fratricida. Un país fracturado económicamente, máxime cuando se respiraban los comienzos de la gran crisis de los años 30. Pese a todo, germina la vida de la ciudad urbana y en su interior la cuna del proletariado. El alumbramiento y años juveniles del siglo XX en Colombia fue una época en que comienzan a consolidarse las ciudades urbanas, espacios donde se guarnecen mitos y leyendas. Estas ciudades comienzan a albergar a una nueva población campesina en busca de nuevos horizontes con un futuro incierto empañado de conflictos sociales; atrás queda el paisaje natural para encarar un paisaje cundido de artificios en cuyo interior vegetan las desigualdades de la dignidad humana.

Se deja atrás un siglo caracterizado por cruentos episodios de guerra, un tiempo en que se sentaron las bases en las que se levantarían las ciudades que más tarde se convertirían en metrópolis. Ha llegado el momento de convivir con la irónica Revolución Industrial, ha llegado la hora en que los moradores del campo se instalen sin plan alguno, agregados a los espacios de los antiguos citadinos formando nuevos colectivos, mientras su curiosidad se embelesa con el anunciado modernismo.

La cultura de masas y el populismo, derivados de la consolidación de las modernas urbes latinoamericanas, nunca fueron fácilmente digeribles, ni para el conservadurismo elitista ni tampoco para amplios sectores de las izquierdas. Uno de los grandes aportes de Romero (2012), quien, sin ser populista, porque era un militante socialista, entendió el idioma en que se expresaban las masas y comprendió como pocos el tipo de energía que ellas contenían. Su sutil análisis de lo que llamó creativamente el “folclore aluvial” no es solo un análisis histórico, sino una herramienta para entender situaciones contemporáneas esas que a su vez generan crisis y cambio social. Por su parte, Alvarado (2007) señala:

Santa Fe se transformó en Bogotá, con sus nuevos edificios de acero y de cemento diseñadas por arquitectos norteamericanos, sus trecientos automóviles que exigían la pavimentación de las vías y el desarrollo de la industria. […] Una ciudad que no volvería a tener los tres bancos de siempre, ni a oír el grito apegado del postillón entre los cascos de las mulas del tranvía. (p. 78)

Se va consolidando con evidente traumatismo en este nuevo país que va dejando atrás por lo menos en ciertas regiones específicas esa visión romántica, pastoril y bucólica que en pocos años desaparecería para siempre de la faz de Colombia. En los años veinte, la vida económica de Colombia se identifica con una naciente industria manufacturera de bienes de consumo; es un pequeño espejo que refleja una imagen de lo que transcurre en el denominado Viejo Mundo, aunque siempre se halló inconmovible ante los adelantos. Este proceso va acompañado de la nutrida migración social campo-ciudad, de ciudad a otras ciudades (desplazamientos de obreros antioqueños) y el incremento de oferta de mano de obra no calificada, entre otros aspectos. Archila (1985), especialista en este tema del fenómeno social, expresa sus apreciaciones sobre las realidades socioeconómicas de la ciudad colombiana de ese entonces:

La industria manufacturera en la floreciente actividad portuaria y ferroviaria, en la minería y en ciertas áreas modernas de producción agrícola (café y banano), la naciente clase obrera cubría los sectores punta de lanza de la economía. Se trataba de una clase en formación, si por ello se entiende no sólo el conjunto de condiciones objetivas de estabilidad en la consecución permanente del ingreso como asalariada, sino también las condiciones subjetivas de identificación como clase social con intereses propios […] Hablamos no sólo del origen campesino o artesanal de la clase, sino también del conjunto de tradiciones y valores heredados por ella, enfrentados a nuevos contextos de explotación y dominación. (p. 31)

El engranaje político de la época, con predominio conservador, apoyado por el clero, cumplía su imponente papel con la manipulación de las políticas de Estado. Es relevante este contexto por ser propicio a la vez, para el florecimiento de dos nuevas clases sociales: por un lado, la burguesía industrial beneficiada con el dinero desagraviado de la venta del Canal de Panamá, entre otros ingresos; y por el otro, la clase obrera, aporte humano para el crecimiento del nuevo sistema capitalista, de cuyas situaciones daba parte la prensa escrita.

En agosto de 1921, la compañía norteamericana “La Tropical Oil Company”, comenzó la explotación no solo del petróleo, sino también de los obreros, que sufrían la opresión al mismo tiempo que se empezaban a organizar. Para Archila (1985), se puso de moda el movimiento obrero en Colombia y el surgimiento de líderes, inicialmente con una idea socialista y, luego, con influencias de la Revolución rusa; además, se puso en práctica el comunismo; y los medios con que se contaba para difundir estas ideas fueron los periódicos, unos llamados periódicos obreros.

El momento justo, en el que irrumpe Tejada con sus crónicas, es cuando precisamente el país está lacerado por las guerras recientes y un tanto perplejo y expectante frente a los nuevos desarrollos que traían la industrialización y la proletarización de las masas que recién comenzaban a invadir las ciudades en busca de trabajo y de un proceso incluyente que parecía incierto y fantasioso.

En lo expuesto por Giraldo (2001), la escritura tiene su tiempo histórico y su motivo trascendental, por cuanto existen diversos estados de ciudad en su momento, como aquellas en las que la escritura retiene su testimonio de un fenómeno social.

Con el éxodo y las migraciones —no es la misma ciudad de los inmigrantes campesinos, la de los inmigrantes de posguerra, o la de los marginales desplazados de una época a la otra— con el vagabundeo del transeúnte, —no es igual la ciudad del turista a la del llamado sonámbulo, la del abúlico y la del vagabundo— con la noción de normatividad y crisis. (Giraldo, 2001, p. 38)

Para Rodríguez (2007), cada habitante tiene su propia concepción frente a la ciudad. Es allí donde se gestan las ideas, los pensamientos, las sensaciones y las emociones en una relación simbiótica entre lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual. La ciudad es leída para ser pensada e interpretada desde varias miradas. Pergolis (1995) argumenta que la ciudad se puede mirar con los imaginarios que se quiera y se halla apta para satisfacer vanidades del pensamiento humano. Este autor mira a la ciudad con ojos de cierto romance seductor. “Existen ciudades ante las cuales hay que detenerse para desentrañarlas y seducirlas; son ciudades como mujeres recatadas que a primera vista no se muestran, sino que hay que ir hasta sus rincones y descubrirlas en sus intimidades” (Pergolis, 1995, p. 107)

Las brumas del atraso, la miseria del pueblo y las enfermedades; Tejada buscaba idealizar y formar otro país y otras ciudades un poco más amables y de alguna manera lo intuía y lo quería; por eso precisamente, veía en la lucha social cierta posibilidad, como lo venía haciendo desde su adolescencia de los grandes debates filosóficos, políticos y sociológicos que se sucedían sin descanso al otro lado del mundo. Para poder sentir y poder ver la ciudad como lo hacía Tejada, debemos ir más allá tomando su lupa y percibiéndola como lo hacía él.

La Ciudad Obrera en la lupa de Tejada

Se llega al lugar y momento cuando el ente humano se convierte en constructor de definiciones de una ciudad imaginaria. Es preciso pensar que es aquí donde este personaje plasma en su lienzo mental sus crónicas periodísticas abstraídas en buena parte del paisaje urbano del embrujo de lo recóndito; el territorio urbano al que hace referencia Guevara (2014) como “ese espacio en que habitamos con los nuestros, donde el recuerdo del pasado y la evocación del futuro permiten referenciarlo como un lugar con límites geográficos y simbólicos” (p. 1)

Es allí donde la imaginación asciende a la ciudad invisible y en la que Tejada tiene su propia concepción frente a ella. “Es allí donde se gestan ideas, los pensamientos las sensaciones y las emociones en una relación simbiótica entre lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual” (Rodríguez, 2007, p. 75)

La necesidad de ver a la ciudad como un objeto estético y de sentido, la cual debería ser pensada y construida desde la lógica y la poesía. “La Literatura como de mudos, ha visto en la ciudad una vasta zona en la cual los conflictos humanos, los goces, las quimeras y los engaños deambulan en medio de sus murallas” (Rodríguez, 2007, p. 76). Esta es la mirada literaria en la que puede hacer referencia la autora, quien se identifica con el axioma de que cada habitante tiene su propia concepción frente a la ciudad.

Desde un tópico social y económico, la literatura abarca los hechos sociales como migración (fenómeno que hace parte de las vivencias de Tejada en la ciudad obrera). Esta situación tan trascendental en el índice poblacional de una ciudad, que deja huellas imborrables en el tiempo, recibe la crítica de Rodríguez (2007) cuando la mira con el lente literario:

Las poéticas urbanas son variadas y van desde lo rural hasta lo urbano, así como se han venido conformando las ciudades, con retazos de ladrillo y cemento y pequeñas parcelas de los barrios periféricos de invasión. De esta manera la ciudad ha entrado en un proceso de re significación. (p. 93)

Este interesante concepto de la historiadora nos conduce al umbral de las memorias del joven narrador. Se cree que son el reflejo y la mirada de su vida, la producción de sus imaginarios urbanos, esa mezcla del pasado y el presente con la evocación del futuro; quizás el río por donde navega su mordaz ironía en pro de la lucha revolucionaria que desemboca en un mar turbulento de trances en el que la justicia obrera, a su entender corre riesgo de naufragar.

En el imaginario, se piensa que ya empuñó el aldabón de la curiosidad literaria y se golpean las puertas que lentamente se abren y conducen a ese supuesto. Al frente se halla el punto coyuntural de la consulta literaria: la puesta estética de la ciudad obrera en la lupa de Tejada. He aquí el producto de la metamorfosis de un gran cronista que con nato instinto, desde niño aprendió a leer en los párrafos de los periódicos de provincia para luego en la escolaridad, empaparse de los mensajes de los grandes pensadores con tendencia liberal y comunista; y posteriormente comenzar a escribir en periódicos y revistas de talla nacional, con una amplia complejidad de argumentos, temas embebidos de arte dominador en los que con sentido cauto esgrimió su espíritu intuitivo de aguerrido soñador político, buscando cómo fortalecer la reivindicación obrera que comenzaba a abrirse paso en medio de un inmisericorde modernismo.

Es en este momento de la historia colombiana, segundo y parte del tercer decenio del siglo XX, cuando Tejada recrea su imaginario en la ciudad, un horizonte temático con el arte prosista; es la mezcla de su innovador arte de espíritu irascible y el sentimiento imantado de confraternidad, cuando siente que la salvación de la humanidad está en la lucha de los obreros que se hallan asentados en los suburbios; son emociones encontradas en torno a un paisaje urbano donde tímidamente brota la poesía.

Por qué no acudir al oportuno concepto de John Jairo Galán, quien apunta a este interesante proceso circunstancial de Tejada. Galán (2004), conocedor profundo de la vocación del escritor antioqueño, acentúa:

Es el registro más agudo y esclarecedor escrito por un periodista sobre la incipiente modernización colombiana de comienzos del presente siglo (XX). Este proceso caracterizado por el crecimiento urbano, el auge del desarrollo industrial y las novedades del progreso tecnológico, aparece con sus matices y contradicciones en las crónicas del escritor antioqueño […] Tejada lleva a cabo la tarea que el resto de escritores se resistían a cumplir: integrar la nueva realidad al nuevo horizonte de la cultura. (p.103)

En ese momento se hayan los fundamentos creativos intelectuales del joven narrador Tejada; y cómo con su narrativa tuvo que encarar una realidad social cargada de conflictos que confluían en el surgimiento poco esperanzador de la clase obrera colombiana. Surge la sensación de estar en el universo inabordable de una urbe obrera, en los finales de la segunda década del siglo XX.

Allí, el cronista detuvo la historia con su pluma y grabó en su imagen, posiblemente las fachadas de las viviendas de diferente armazón en cuyo interior se gestaba una lucha ideológica ante un Estado que asediaba las hélices de los principios liberales que procuraban una revolución social obrera; escena donde la prensa tiende a ser presa de la censura, el adminículo certero del periodista Tejada. Esta es la ciudad percibida por Tejada, quien con aparente vagabundeo transitó muchas veces para matar el hambre de fuentes informativas.

¿En qué piensa este Tejada como escritor inquieto? De seguro que en las calles de Bogotá que recorre más con la memoria que con los pies, logrando así en la colaboración que llevará luego al periódico, los dos ingredientes a los que Baudelaire llamó lo moderno: grandeza e indolencia.

Detener la imagen en una de las esquinas de esta ciudad imaginaria en la que se encuentra Tejada atónito por las injusticias manifiestas. Se continúa estudiando la obra Gotas de Tinta, en la cual Mejía (2004) publica una entrevista que le hizo la Revista Cromos a Tejada en 1920, titulada “El curioso impertinente”, cuando el joven revolucionario anunciaba la publicación de su primer libro: Crónicas de Luis Tejada, producto de sus columnas redactadas para El Espectador en Bogotá. Ese caminar por el sendero de la literatura, como forma de luchar por la vida, y las satisfacciones de benefactoras pasiones por la política, son revalidados por Cobo (1977) en lo que se considera que es el prólogo de la obra Gotas de Tinta. Se refiere al movimiento comunista en Colombia, “que comenzó a aglutinarse en torno a Tejada y que se hallaba iluminado por el resplandor contagioso de la Revolución de Octubre; y era, todavía, una mezcla de socialismo utópico, purismo bolchevique y entusiasmo juvenil” (Cobo, 1977, p. 3). Veamos qué pensaba sobre el particular Tejada, cuando hacia transparente su talante de luchador revolucionario.

Realmente, oprimir la prensa es cargar de dinamita los linotipos. La única y la última esperanza que yo tengo respecto de la caída del partido conservador en Colombia, está en esas tentativas de amordazamiento de la prensa que se insinúan en el Congreso; sólo así lograría adquirir la pluma su antiguo prestigio heroico y demoledor, su antigua capacidad de arma terrible, más eficaz que la bomba y más aguda que el puñal; sólo así sería efectivo y definitivo el movimiento de oposición. (Tejada, 1977, p. 246)

Es evidente ese espíritu de rebeldía y soberbia que empaña los ideales políticos del periodista, ante un ambiente complaciente y pragmático de las primeras décadas del siglo XX, cuando la Iglesia tenía un poder amonestante ante cualquier derrotero hacia el librepensamiento; allí en la ciudad obrera, parecía adormecida la insurrección, pero la prensa escrita con autoría ortodoxa revivía la esperanza de una clase trabajadora que buscaba desaprisionar sus sueños. Este era su juzgamiento: “También el proletariado nacional es víctima de una sistemática tiranía de clase, que se traduce en actos de una violencia sólo comparable a la implantada por el absolutismo imperial en pueblos milenariamente subyugados” (Tejada, 1977, p. 298)

Esos picantes escritos llegaron a la mente de un individuo que era una parte infinitamente pequeña de la población urbana del país, pero creía sentir la responsabilidad de ser salvador de los apesadumbrados hombres. Sugestivamente, honraba la filosofía de Lenin, a quien lo invocó con un artículo en sus Crónicas, Oración para que no muera Lenin; Tejada (1966):

Porque sólo él genio constructor y destructor, lleno de nuevas soluciones, ha sido capaz de poner un poco de nuevo orden en la vida que se había vuelto angustiosa y caótica; él la está transformando, la está haciendo más humana, más sincera, más equitativa; puesto que el sol y la felicidad son para todos, él está dando a cada uno de los pobres hombres la parte del sol y de la felicidad que le corresponde. (p. 93)

Su espíritu aventurero lo llevará a cualquier ciudad de Colombia, desde allí escribía sus mensajes visionarios sobre el augurio de sus defendidos, calmando por momentos sus sentimientos encontrados de pasión y odio, activados por las injusticias sociales y la opresión del Estado, como la famosa masacre de artesanos que pedían protección para la manufactura nacional ante la competencia extranjera en Bogotá, el 16 de marzo de 1919, durante la presidencia conservadora de Marco Fidel Suárez. Loaiza (1995) se refiere a lo acaecido señalando los primeros pasos de una antagónica clase obrera. El mensaje de Tejada, desde Barranquilla un 19 de abril no se hizo esperar ante este acontecimiento. Tejada (1955):

Este país va orientándose lentamente por una vía del industrialismo, poco a poco las fábricas se multiplicarán, las maquinarias crujirán en los talleres, las empresas más diversas florecerán en todas partes, y esto traerá un aumento proporcionado y correspondiente del elemento obrero, y un robustecimiento del capitalismo, ya que la riqueza se irá acrecentando y concentrando. Entonces se hará una diferenciación tan perceptible entre esas dos clases, que hoy apenas se insinúa vagamente. Esa diferenciación traerá la oposición lógica entre el proletariado y el capitalismo, y veremos en nuestras ciudades hoy silenciosa la lucha de clases. (p. 33)

Las urbes fueron para este escritor la plataforma desde donde impulsó sus sueños prosaicos de una ciudad obrera. Se halló ante un conglomerado de personas que expresaban inconscientes su frialdad de lo cotidiano, empapadas de soledad en masa. En ese espacio mojado de concreto pudo penetrar el osado periodista y allí sustraer sus signos, la misma mezcolanza de la ciudad en la que se agazapaban los primeros habitantes que procedían del campo. A su manera, Tejada había escrito el hacinamiento en los barrios obreros: “Bogotá tenía un espacio urbano demasiado pequeño que no había crecido desde el Siglo XIX, ese estrecho espacio lo tenían que compartir 143.994 habitantes en 1918; por eso proliferaban los inquilinatos insalubres que alojaban un número excesivo de personas” (Tejada, 1955, p. 43)

En unas condiciones distantes de la opulencia, este literato, en su disímil temática vivió las condiciones propias de un joven que reta la vida y se aventura a sobrevivirla, pero siempre en busca de un norte; la lucha y reivindicación de la clase obrera. Fue en su ejercicio periodístico, en espacio abierto el vocero de un grupo de la sociedad que buscaba dimensionar los devastadores pasos del gigante capitalista que se blindaba con el proceso de industrialización. “Él puso lo estético tomando como objeto la ciudad y la relación desequilibrada de clases sociales” (p. 144), como bien lo manifiesta Mar (1961):

La protesta latía en ese nuevo escrito contra la forma de la barbarie, pues para el escritor el bien no se podía imponer a la fuerza y el corazón apacible del hombre que escribía en una prosa transparente sabía que el bien a punta de violencia dejaba de ser el bien, si lo fuese, por su manera de hacer que el hombre padeciera y se desangrara para recibirlo. (p.145)

En su trasegar por los ideales de la disputa popular, en la edición de Medellín el viernes de 5 de marzo de 1920 de El Espectador, se pone de manifiesto un artículo titulado Problemas Obreros, donde los trabajadores mantienen su lucha en firme para que les sean tenidos en cuenta algunos requerimientos que ellos manifiestan a sus empleadores. Este era el proletariado colombiano, la realidad social y un grupo de población que paulatinamente se fue desplazando a la ciudad, a lugares improvisados para vivir convirtiéndose en seres hacinados; ellos fueron recibiendo el nombre de barrios obreros. Esta vulnerada clase social tuvo un vocero que supo empaparse de la fe propia del minero. Tejada (1977):

No es necesario hacer muchos esfuerzos de dialéctica para demostrar que los obreros tienen derechos al Gobierno, en todas partes; ellos son el ochenta y el noventa por ciento de la población […] El obrero es el enemigo puro y natural de la guerra, porque la guerra empobrece y porque la guerra se alimenta de obreros. […]. Entre los obreros, por ejemplo, entre los verdaderos obreros, se presenta ahora por primera vez un hálito puro de liberación, un anhelo de emancipación y de preponderancia. (p. 23)

En su quimera, pensaba que la revolución era un proceso social, que conlleva una transformación en el sistema de vida y un proyecto político de una nueva sociedad. Tejada (1961):

La diferencia que hay entre el trabajo y la guerra es que el trabajo es una actividad oscura y forzosa, algo en que hay que encorvarse y sufrir para alcanzar al fin objetos innobles y mezquinos […] Yo confío en que el porvenir que se anuncia, traerá para los trabajadores una disminución gradual de trabajo y un aumento desproporcionado de paz. (p. 79)

Público de principios revolucionarios, con prejuicios literarios de los clásicos y neoclásicos, mantuvo sus ideales platónicos siempre embebidos de obsesión por esperar un Estado justo, inteligente, virtuoso, con moral y una colectividad que recibiera el manto divino de la justicia. En ese desamor de la realidad, luchaba por hallar con sus manifiestos la puesta de una ciudad obrera en la que se aglutinaban los mismos campesinos, trabajadores, asalariados independientes, pequeños industriales y un pequeño grupo de intelectuales.

José Mar se ocupó de escribir algunos párrafos en atención a su aparente informalidad para vivir en su mundo. Mar (1961) señala que Tejada poseía una bohemia sin recursos pecuniarios, sin preocupaciones por la suerte personal, con una especie de tierno amor escondido por la gente pobre. Una bohemia que hablaba de los libros, que bebía trago en las cantinas, que no asistía a los clubes, que sabía versos, que trajinaba un poco a tientas, con las altas y grandes ideas, que pensaba, como de lejos, en la redención de los obreros.

Gers (1961) pensaba en una crítica sobre el Libro de Crónicas de Tejada, cuando resaltaba su vocación comunista y aseveraba que tal vez por ese espíritu desbordante de prodigalidad estuvo con los primeros que en Colombia preconizaron los derechos de los trabajadores. En una buena dosis de parcialidad, Tejada jugaba con lo efímero para volverlo trascendente a los objetos del cotidiano como una butaca, una corbata o un carro. No solamente humanizaba los objetos, su lidiar fue buscar la dulcificación a través de sus columnas periodísticas, de un Estado verdugo que cumplía su etapa de ser subyugador. Sus lectores se constituyeron en un ariete que sin proponérselo, lo impulsaron a escribir en público sus principios liberadores.

Tejada recorrió las ciudades donde los movimientos obreros requerían los servicios de su pluma. […] La Colombia que crecía con los dineros de la indemnización norteamericana —Venta del Canal de Panamá— y los créditos y las exportaciones del café, inundando los bolsillos de los contratistas de las obras públicas que ofrecían luz eléctrica, agua potable y ferrocarriles, generando enormes flujos migratorios entre las capitales, dando auge a las nuevas distracciones obreras y la clase media. (Alvarado, 2007, p. 93)

El papel relevante de la prensa aliada de Tejada, en la conformación de un movimiento revolucionario que buscó defender la población obrera. Algunos investigadores hablan de la prensa obrera y popular en la que se denunciaba la situación de opresión de este nutrido grupo de población que da pie a Tejada para ser descriptor, con un trasfondo cultural de esa ciudad obrera. Archila (1995):

La existencia de casi 60 periódicos obreros y el desarrollo de 32 huelgas sólo en 1920, no eran más que algunas expresiones de la irrupción de la clase obrera en el escenario nacional. ¿Quiénes eran estos hombres y mujeres que tan osadamente perturbaban la endeble paz social del país, conquistada con muchos esfuerzos después de la Guerra de los Mil Días? […] Sin embargo, algunas estadísticas aproximadas nos dan indicio de su magnitud. Para 1918 cerca de 1’153.445 trabajadores del campo y la ciudad dependían de un patrón, es decir, no eran trabajadores por cuenta propia. De esta cifra, la gran mayoría eran trabajadores rurales, no sólo peones, sino también colonos. (p. 209)

Retornando al paradigma del arte y la Ciudad Obrera, Tejada transfigura el género literario en el que expresa sus indignaciones construyendo una prosa muy particular con la que pone en evidencia su inclinación por los humanos vulnerables, sin distingo de raza. Eso lo expresa en su artículo titulado Por los esclavos blancos del Magdalena. De esta manera, dejó en la imaginación un paisaje del recuerdo, de la memoria, la huella para la posteridad, el testimonio de lo irónico y sarcástico.

En la última fase de su vida, el luchador revolucionario había cosechado gran prestigio en los avatares de la literatura en un sacrificado país, mientras la expansión del imperialismo seguía su curso con el desarrollo industrial; primero el ferrocarril y luego la aparición de la industria automotriz, proceso en el que la clase obrera ofertaba su mano de obra a cambio de escasa recompensa y en el que el Estado era cómplice. Nadie mejor que el poeta Luis Vidales, contertulio y mejor amigo de la vida del cronista; y poeta descubierto por el mismo Tejada. Para describir esta situación que en tono sincero justifica el lento desprendimiento de la literatura que el destino obligó a Tejada a hacer para entregarse del todo a la causa del proletariado, su virtud redentora. Vidales (1977):

Este espectáculo, al que nos tocó asistir a la generación del primer quinquenio de los años 20 —siglo XX— si no lo comprendíamos con la razón, nos golpeaba de todos modos con las facultades nunca calladas de la percepción. Lo extraordinario de Luis Tejada no es haber sentido, como todos nosotros, la conmoción de estos objetivos golpeantes del mundo que nos circunda, sino el haber tomado partido, y haber sido capaz (con capacidad volitiva) de decidir, como decidió, entregarse a la suerte de pueblo colombiano, que por entonces estaba entrando a su posición de proletario. Para mí, con él se inaugura en este país, por mil motivos, la generación llamada de Los Nuevos. (p. 415)

Se resalta el papel excelso que desempeñó la escritura política de Colombia de los últimos años de Tejada, quien fue testigo elocuente de la alineación de la clase obrera y su embrionaria organización por reivindicaciones fundamentales y la voz intelectual en la formación de la conciencia política de la clase obrera colombiana. A Loaiza (1995), a quien se presenta la esquela de invitación para que, con sus conceptos, cierre la escena de la ciudad obrera y permita que caiga el telón de lo histórico y lo inmaterial, en los arcanos de la literatura. Loaiza (1995):

Ante la muerte temprana de Luis Tejada y ante la evolución de su generación intelectual, es lícita la pregunta de qué habría sido de Tejada y del movimiento juvenil que guiaba si hubiese vivido por lo menos hasta conocer en 1930 el ascenso del partido liberal al poder, después de una larga hegemonía de gobiernos conservadores. (p.207)

Las palabras de Luis Vidales, el mejor amigo del protagonista de este artículo, quien se sumó con sus emociones políticas a la causa de Luis Tejada. El registro en homenaje al fervor partidario del Príncipe de la crónica. Vidales (1977):

No es este el marco apropiado para dar a conocer la historia de este movimiento (comunismo), de tan singular viveza —y de tan ardida sinceridad- en la historia de movimiento obrero en Colombia. En mis memorias, en vía de ebullición, retardadas tan sólo por la premura del secuestro diario del tiempo para los menesteres de vivir y morir, esta historia mostrará sus reales entornos, para gloria y prez de la clase trabajadora a la que hemos entregado nuestro propio destino. Y a la que debe tener en Luis Tejada a uno de sus jefes imperecederos; a uno de los compañeros más puros de alma. (p. 418)

La Ciudad Obrera donde queda inscrito el brillante pensamiento político de Luis Carlos Tejada Cano; esa quimera que mantuvo su existir y que lo impulsó a mirar más allá de las fronteras del tiempo, consignando sus ideales en las páginas de la perpetuidad. Hoy en día son los textos de la biblioteca y los archivos de las diabólicas máquinas de las telecomunicaciones en el desarrollo industrial depredador de la humanidad, los que impulsan la tradición en la que los buenos lectores pueden saciar su sed, empuñando con rigidez el tejido de las artes literarias para que brote una vez más algo de aquellas Gotas de Tinta.

Los entrañables amigos: Luis Cano, director de El Espectador; Gabriel Turbay, Ricardo Rendón, León de Greiff y José Mar, le acompañaron hasta su tumba. En la ciudad de Girardot se ubica su sepultura en la que reza un escrito en su lápida: “Noble cronista literario y fervoroso apóstol de las reivindicaciones obreras”.

Conclusiones

A pesar de su temprana desaparición, Luis Tejada dejó honda huella en las letras y en el periodismo colombiano por su lenguaje innovador y particularmente por su arrojo y su atrevimiento no solo para romper esquemas ya preconcebidos, sino por su deseo inmenso, un tanto atropellado y precoz, de que este país cambiara no solo en la forma sino en el fondo.

La vida y la obra de Tejada son un ejemplo de compromiso y decencia para los escritores y periodistas colombianos. Un hombre sencillo que no buscó dinero ni reconocimiento, sino dejar su impronta de hombre preocupado por su país y por la suerte de sus compatriotas.

Tejada fue un hombre revolucionario y visionario en el mejor sentido de la palabra: sintió y presintió todo aquello que pasaría en los años venideros y por eso fustigó con valentía y decisión a todos aquellos que instalados y acomodados en las poltronas del establecimiento se oponían a que este país cambiara y a que el pueblo obtuviera lo que se merece y que siempre se le niega.

Tejada fue un testigo de su tiempo desde la postura aguda y desprevenida, precisó con elegancia literaria y estilística de dónde venía este país y hacia dónde se dirigía y nunca tuvo pelos en la lengua para reprochar a aquellos que querían convertir la lengua española en una prédica perfectísima y altisonante de expresiones y vocablos rebuscados y que olvidaban a propósito la meta central de la obra literaria que es contribuir a liberar al hombre de las cadenas que lo laceran y esclavizan.

Tejada fue un hombre políticamente vertical y coherente que nunca claudicó ante los silbidos atrayentes del poder. Dijo lo que tenía que decir en los poquitos años que se lo permitió la vida, pero que le bastaron para inscribir su nombre con honor en la historia de la literatura colombiana e iberoamericana y de esta forma ir dando una puesta estética en la configuración de la ciudad obrera.

Referencias

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Notas de autor

* M. Sc. (c) Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (Tunja-Boyacá, Colombia).

Información adicional

Para citar este artículo: Martínez-Martínez, M. A. (2019). Puesta estética de las crónicas de Tejada en la configuración de la Ciudad Obrera. Pensamiento y Acción, 26, 61-83.