ISSN 2216-0159 e-ISSN 2462-8603
2023, 14(38), e15653
https://doi.org/10.19053/22160159.v14.n38.2023.15653
La educación tradicional devorada por internet y las redes sociales
Alberto Isauro Constante López 1
. Universidad Nacional Autónoma de México
aliscolo@gmail.com
Resumen
La educación en nuestro continente invariablemente ha sido deficitaria. Ha estado marcada por la instrumentación de planes y programas de estudio viejos, obsoletos, desaseados, improvisados y, en el mejor de los casos: experimentales, y a esto habría que agregarle que, al menos en México, la educación ha estado atravesada por un sindicalismo deshonesto y corrupto, que sólo se ha enriquecido a costa del erario nacional y que nunca ha funcionado para mejorar la educación. En tal sentido, pensar la educación y sus procesos actuales ayuda a replantear tanto las condiciones como las metodologías usadas por una educación tradicional, que se ve obligada a cambiar debido a los procesos actuales, y más aún por la pandemia del COVID-19. Para tal propósito, algunas ideas de autores contemporáneos que reflexionan sobre las nuevas tecnologías pueden ayudarnos en la comprensión de la cuestión, mostrando a la vez un halo de incertidumbre y expectativas por todo lo que nos ha dejado la postpandemia, pero también por las nuevas trasformaciones que vendrán.
Palabras clave: educación, fracaso, internet, redes sociales, COVID-19
Traditional education devoured by the Internet and social networks
Abstract
Education in our continent has invariably been deficient. It has been marked by the implementation of old, obsolete, untidy, improvised, and, in the best of cases, experimental curricula, and to this, we should add that, at least in Mexico, education has been affected by dishonest and corrupt unionism that has only enriched itself at the expense of the national treasury and has never worked to improve education. In this sense, thinking about education and its current processes helps to rethink both the conditions and the methodologies used by traditional education, which is forced to change due to the current processes, and even more so because of the COVID-19 pandemic. For this purpose, some ideas of contemporary authors who reflect on new technologies can help us in understanding the issue, showing at the same time a halo of uncertainty and expectations for all that the post-pandemic has left us, but also for the new transformations to come.
Keywords: education, failure, internet, social media, COVID-19
A educação tradicional devorada pela internet e pelas redes sociais
Resumo
A educação em nosso continente tem sido invariavelmente deficiente. Tem sido marcada pela implementação de currículos antigos, obsoletos, desleixados, improvisados e, no melhor dos casos, experimentais, e a isto devemos acrescentar que, pelo menos no México, a educação tem sido marcada por um sindicalismo desonesto e corrupto, que só se enriqueceu às custas do tesouro nacional e nunca trabalhou para melhorar a educação. Neste sentido, pensar a educação e seus processos atuais ajuda a repensar tanto as condições quanto as metodologias utilizadas pela educação tradicional, forçada a mudar devido aos processos atuais, e ainda mais devido à pandemia da COVID-19. Para este fim, algumas ideias de autores contemporâneos que refletem sobre novas tecnologias podem nos ajudar a entender a questão, mostrando, simultaneamente, uma auréola de incerteza e expectativas para tudo o que a pós-pandemia nos deixou, mas também para as novas transformações que estão por vir.
Palavras-chave: educação, fracasso, internet, redes sociais, COVID-19
y nos harán más ciegos;
vendrán más años ciegos
y nos harán más malos”.
Rafael Sánchez Ferlosio
La pandemia causada por el coronavirus ocasionó un imparable proceso de digitalización en el ámbito educativo. El cierre instantáneo de los lugares donde se impartía la educación nos obligó a utilizar plataformas o espacios virtuales1 como Zoom, Blackboard, TalentLMS, Classroom, Moodle, Microsoft Teams... incluso YouTube. Por ello, no es desdeñable el dato de que tan solo en los dos primeros meses del año en que inició la pandemia se hayan subido a la plataforma un poco más de 300 vídeos en todo el orbe con las frases “enseñanza a distancia” en el título; sin embargo, ya durante el tercer mes, el número de videos había aumentado a 23.000. Me pregunto qué consecuencias tiene esto para la educación.
Jordi Musons recientemente publicó un texto llamado Reinventar la escuela, en el que señala que:
Se ha abierto en las escuelas una profunda discusión para intentar definir cuáles son los verdaderos propósitos de la educación actual. Prácticamente todos los sistemas educativos del mundo están inmersos en un debate intenso sobre el papel que debe desempeñar la escuela en pleno siglo XXI. Vivimos momentos extraordinarios que han sacudido, por fin, a todos los agentes educativos para crear una sinergia colectiva con la que empezar a desencallar un modelo anclado en la sociedad de otra época. (Musons, 2021, p. 8)
No estoy convencido de lo anterior porque, entre todas las cosas graves que trajo la pandemia, hoy nos podemos dar cuenta de que la impartición de clases por estos medios evidenciaron lo que de una u otra forma siempre supimos: la educación en nuestro continente invariablemente ha sido deficitaria, marcada por la instrumentación de programas de estudio obsoletos e improvisados y, al menos en México, también ha estado atravesada por un sindicalismo corrupto que solo se ha enriquecido a costa del erario nacional. No es un secreto que en todo el México moderno no se han producido auténticos proyectos de educación, que concepciones como la antigua Paideia o la moderna Bildung han sido, en el mejor de los casos, tan solo cuerpos retóricos de los discursos políticos.
En el punto más alto de la pandemia, al menos en América Latina, fueron un poco más de 160 millones de estudiantes los que dejaron de asistir a sus centros escolares (más del 95% de los jóvenes), lo que “incluye a los estudiantes universitarios y de educación técnica, educación profesional, o sea, todos los niveles formales de educación” (ONU, 2020). Y la cifra creció porque el encierro se impuso por casi dos años y esta situación minó la potencia y pujanza de los alumnos, igual que la energía de los profesores y la intencionalidad de las familias. Los gobiernos mostraron su rotunda incapacidad para construir sistemas donde se pudiera dar continuidad a una educación de principio fracasada.
Al desastre de los sistemas educativos en América Latina se le sumó la llamada “brecha digital”. En contraste con los países de Europa, América Latina no había sumado la variopinta multitud de instrumentos digitales, como tampoco tuvo la tecnología adecuada para asistir a los educandos y mucho menos contó con profesores que estuvieran capacitados para asumir las múltiples plataformas virtuales en los procesos de enseñanza-aprendizaje, así mismo, en muchos casos, familias enteras no tuvieron acceso a las herramientas necesarias para responder a la continuidad lectiva de sus “sus hijos (CAF, 2021). Internet”. Internet evidenció también el nivel de pobreza en los países latinoamericanos.
El conjunto de dificultades que esto ha arrastrado es inconmensurable. Aunque nuestros sistemas educativos son una calamidad, con la pandemia se hizo evidente aquello que elocuentemente señala Hans Christian Andersen en su cuento “El Rey va desnudo”. No solo el sistema educativo se encontraba en mal estado, sino que, por su estancamiento, por su podredumbre interna, no se tuvo la más remota idea ni el ingenio para ver qué es lo que se podía hacer y con ello dar solución a un problema que amenazó desde los primeros anuncios de Wuhan. Una frase de Yuval Noah Harari lo resume todo: “Entonces, ¿por qué ha habido tanta muerte y tanto sufrimiento? Por malas decisiones “decisiones políticas” (Harari, 2021).” .
La tecnología digital, metida hasta el tuétano en el sistema educativo nacional y en las universidades, ha desatado un formidable conjunto de cuestionamientos y dudas acerca de la viabilidad de la educación tal y como la conocemos. En consecuencia, los retos ahora son enormes: ¿cómo reingresar al mundo educativo? ¿cómo se desarrollarán los nuevos cursos? Hoy todos estamos inquietos por la fantasmagórica imagen de la vuelta a clases, pues de lo que no se está hablando es de la manera en que tenemos que cambiar todos para afrontar los nuevos desafíos que “implica la docencia digital, presencial y a distancia, pues”, pues luego del COVID-19 las cosas no pueden volver a ser como antes.
El mundo digital que nos tomó por sorpresa mostró que lo virtual es diferente: la forma de narrar, de participar, de conducir una lección, las maneras de interrogar, de cuestionar, de inducir a los alumnos a que no se queden en silencio, que prendan sus cámaras y, aún más, que las videoconferencias no sean una versión más de las clases en las que muchos alumnos se duermen. Dar clase a través de las plataformas no significa únicamente que podamos mandarles a los alumnos una serie de slides para que ellos lean o enviarlos a ver algunos videos, o hacer que se dispongan a escuchar una o dos horas a un tipo que les habla de algún tema que, quizá, no sea de su interés y los mate de aburrimiento. Antes de discutir si las clases por internet cumplen o no el cometido de una paideia, de una formación, hay que modificar, cambiar, regular, construir el qué es lo que se enseña y el cómo se debe enseñar, al tiempo que tenemos que intentar introducir una diversidad de dinámicas para tocar a los alumnos, motivarlos y comprometerlos en una serie de conocimientos que, además de interesarles, les sirvan en su formación. Una formación adaptada a los nuevos tiempos. De otra manera estaremos condenados a hablarles a las cámaras silentes y apagadas de la distopía que se creó con la pandemia o aburriéndolos en clases presenciales.
También habría que ver si los alumnos tienen las condiciones materiales para poder tomar las clases, es decir, primero, si tienen una buena infraestructura que sea capaz de mantener la conexión con suficiente nitidez como para que sostenga la comunicación por un espacio de 4 o 5 horas sin que se caiga; segundo, que tengan una computadora, tablet o un celular; tercero, si sus condiciones materiales les permiten tener un sitio como para escuchar y poder participar en las clases.
Sin lugar a duda, no se trata de que el sistema educativo tuviera que resolverlo todo, pero sí tener en cuenta algo como esto para aminorar el efecto indeseado. Por otra parte, ya lo hemos apuntado, los docentes no fueron competentes para acceder al mundo digital, ese mundo digital a la espera, con todos sus ordenamientos, con sus sistemas aparentemente apropiados para la enseñanza. A la distancia de una tecla, la brecha generacional se hizo dramática. La inversión de quién enseña y quién recibe la enseñanza se hizo más patente, y sin saber cómo resolver estos problemas frente a la pantalla, cuando los alumnos accedieron a los salones virtuales, solo se pudieron dar clases como se habían impartido presencialmente. La distopía educativa se hizo evidente: alguien enseña cómo aburrir y alguien se aburre. Al respecto, Harari ha expresado que
Automation and digitalisation have had an even more profound impact on services. In 1918, it was unthinkable that offices, schools, courts, or churches could continue functioning in lockdown. If students and teachers hunker down in their homes, how can you hold classes? Today we know the answer. The switch online has many drawbacks, not least the immense mental toll.
[La automatización y la digitalización han tenido una repercusión aún más profunda en los servicios. En 1918, era impensable que las oficinas, las escuelas, los tribunales o las iglesias pudieran seguir funcionando en un confinamiento. Si alumnos y profesores se encierran en sus casas, ¿cómo celebrar las clases? Hoy sabemos la respuesta. El cambio al online tiene muchos inconvenientes; y, entre ellos, el inmenso desgaste mental]. (Harari, 2021)
Muchísimos profesores al final no comprendieron que “el medio es el mensaje” (Strate, 2012). En las universidades y en las preparatorias, por ejemplo, una cantidad de profesores con los métodos más arcaicos han destruido esperanzas y vocaciones con sus aterradoras clases y no se diga ya con la pandemia encima, donde repitieron incansablemente el desastre. El fenómeno también tuvo resultados negativos con los alumnos, muchos de ellos solo acertaron a encerrarse aún más en sí mismos. En algunos momentos apenas prendieron sus cámaras para asegurar su existencia frente al profesor, para en seguida volver al mutismo de la cámara negra y el símbolo de un micrófono rojo con un tachón.
¿Y en los niveles previos? En el nivel primario, donde tendrían que darse los fundamentos de la educación subsiguiente, se recurrió a múltiples evasivas y subterfugios. Faltó una táctica clara que pudiera funcionar como una verdadera posibilidad de educación. Me refiero a la famosa “formación” y no a la instrucción o memorización. En México, por ejemplo, el programa televisivo tan citado de “Aprende en Casa” que presentó la Secretaría de Educación Pública fue un fracaso, como se lee en un artículo de The Washington Post:
Aunque las cifras oficiales dicen que 90% de los alumnos ‘adquirió nuevos aprendizajes con la estrategia’, […] el programa tiene cobertura, pero no es funcional: no cumple con el temario y los programas transcurren muy rápido, por lo cual los niños necesitan el apoyo de algún familiar. (Ordorica, 2021)
Y estos últimos, si los hay, tampoco están preparados. No hay que dejar de reconocer que las escuelas particulares o privadas en muchos casos fueron más imaginativas, pues con tal de preservar la matrícula idearon prácticas como los llamados “jardines particulares”. Estos espacios fueron habilitados como aulas, manteniendo a los alumnos bajo la consigna de la “sana distancia” hasta crear estrategias meramente digitales a fin de establecer pequeños grupos de estudio en terrazas y azoteas, patios al aire libre, zonas donde se podría evitar casi con un cien por ciento de seguridad el contagio.
Me parece válido recordar que Harari había mostrado su sorpresa cuando exclamó:
The first alarm bells about a potential new epidemic began sounding at the end of December 2019. By January 10, 2020, scientists had not only isolated the responsible virus, but also sequenced its genome and published the information online. Within a few more months it became clear which measures could slow and stop the chains of infection. Within less than a year several effective vaccines were in mass production. In the war between humans and pathogens, never have humans been so powerful.
[Las primeras alarmas sobre una posible nueva epidemia comenzaron a sonar a fines de diciembre de 2019. Para el 10 de enero de 2020, los científicos no solo habían aislado el virus responsable, sino que también secuenciaron su genoma y publicaron la información en línea. En unos meses más, quedó claro qué medidas podrían ralentizar y detener las cadenas de infección. En menos de un año, se produjeron en masa varias vacunas eficaces. En la guerra entre humanos y patógenos, nunca los humanos habían sido tan poderosos]. (Harari, 2021)
No obstante, en espacios tan determinantes como el de la educación, para cualquier nación no fueron claras las señas y signos dados desde las alarmas de Wuhan. ¿Qué es lo que sucedió? ¿Qué o cuántos signos debieron manifestarse para que las autoridades de cada país hiciesen lo que tenían que hacer?
En el mismo artículo de Ana Paula Ordorica, publicado en The Washington Post, se reiteraban las viejas declaraciones de Guevara Niebla cuando en 1992, siendo él mismo subsecretario de Educación Pública, declaró que la educación en México era una “catástrofe silenciosa”. Han pasado 30 años y, desde entonces, nada ha cambiado, o sí: se ha deformado, arruinado cada vez más. El COVID-19 simplemente aceleró la caída.
En medio de las distintas plataformas, a través de diferentes apps, lo que se ha mostrado es la inmutabilidad de los viejos y anquilosados sistemas de enseñanza-aprendizaje. No se puede ser concesivo, no podemos abandonar la crítica a los viejos modelos y a las viejas formas de impartir conocimiento, pues la aparición de internet nos obliga necesariamente al uso eficiente de las pantallas y de todo el instrumental que conforma el espacio digital, y es ahí donde aparece el otro fracaso, porque es donde se abre la brecha entre las personas que vivieron en un mundo analógico y las que viven en un mundo digital. “El culto a lo viral se ha convertido en una macabra realidad. El COVID-19 no sólo está poniendo a prueba el capitalismo moderno […], también está cuestionando nuestra forma de vida y “valores” (Arnau, 2020).” Como quiera que sea, todo esto insiste en hacernos ver que estamos ante algo desconocido, y que estamos “entre” dos épocas, como decía Foucault, mientras las redes sociales, con internet a la cabeza, engullen las convenciones más tradicionales de la educación.
Ante el inminente regreso a clases podemos preguntarnos si son posibles otras formas de enseñanza que sean más eficientes, menos lastradas por el saber enciclopédico. No sé si en la actualidad y con la vuelta a la educación presencial sea posible derruir, modificar las infinitas formas aburridas y perversas de cómo se dieron clases hasta antes de la pandemia e incluso durante ella. Estas preguntas no las planteamos por todo lo que acarreó el COVID-19, porque, como hemos dicho, el problema ya estaba ahí, mucho antes de la pandemia. No hace mucho, si se hubiera hecho una encuesta, estoy persuadido de que muy pocos hubieran afirmado que la escuela es un lugar utópico, donde se invita a pensar críticamente con autonomía y se fortalecen los lazos de comunidad.
Es de suma importancia una declaración de la exministra de Educación y Formación Profesional del Estado Español, Isabel Celaá, quien decía que la pandemia había puesto a prueba “la madurez del sistema educativo” en cuanto a innovación tecnológica y metodologías que no se circunscriben al aula tradicional y esto era extensible a todos los sistemas de América Latina. Salvo excepciones, continuó diciendo que
No estamos preparados para asumir una enseñanza en remoto de calidad. Ningún sistema educativo de nuestro entorno está preparado para replicar de manera virtual una educación presencial, que es la que realmente iguala al compensar posibles diferencias de origen mediante la interacción profesor-alumno. La educación presencial es insustituible. Ahí es donde se recibe un mayor valor en términos cognitivos y emocionales. (Plaza López, 2020)
Es cierto, pero, más que esto, lo que no nos dimos cuenta es que con la digitalización a nivel mundial se abrió una puerta donde apareció el monstruo que hoy nos amenaza con devorar. Abrimos las puertas de par en par a internet, y a las poderosas redes sociales, a ese conglomerado de todos los negocios de innovadores, desarrolladores y fabricantes de alta tecnología que dictan y dirigen: Silicon Valley. Esto era algo que ya estaba, que crecía exponencialmente e incluso se ha hablado de la generación digital. La pandemia aceleró todo, se nos vino encima la transformación de todas nuestras certezas. Como ha apuntado Flavia Costa, la ‘gran transformación epocal’ es el momento en que “mediante la puesta en marcha de tecnologías de alta complejidad y altísimo riesgo, dejamos huellas en el mundo que exponen no solo a las poblaciones de hoy, sino a las generaciones”futuras” (Costa, 2021, p. 9).”
Por otro lado, Jonathan Haid recientemente escribió que las redes sociales “han corroído algorítmica e irrevocablemente la vida “pública” (Lewis-Kraus, 2022),” señalando al mismo tiempo que la metáfora de la fragmentación total es la historia de la Torre de Babel: “El auge de las redes sociales ha disuelto sin darse cuenta el mortero de la confianza, la creencia en las instituciones y las historias compartidas que habían mantenido unida a una democracia secular grande “y diversa” (Lewis-Kraus, 2022).”
Las tecnologías de la información venían introduciéndose de manera constante en la subjetividad de las personas, pero con la pandemia, un poderoso signo de nuestros tiempos, el grado en que internet se integró a nuestras vidas y experiencias diarias fue enorme, total. Como tantas tecnologías anteriores, parece haber llegado para quedarse; sin embargo, la pregunta no es cómo escapar de esta, sino cómo entendernos a nosotros mismos en su estela ineludible.
“Cuanto más usas Internet, más se distorsiona tu individualidad en una marca, y tu subjetividad se transforma en un vector de actividad trazable “algorítmicamente” (Chayka, 2022).”Por ello, un filósofo como François Jullien expresa que “tenemos una presencia por lo virtual que es una presencia “rebajada” (De las Heras, 2022).”
Quizá lo más dramático del caso es que
Internet en realidad limita la atención, en el sentido de una experiencia estética profunda que cambia a la persona que está interactuando. El modelo comercial de la publicidad digital incentiva solo interacciones breves y superficiales: la mirada de un consumidor preparado para absorber un logotipo o una marca y poco más. Nuestros feeds están diseñados para impulsar al posible asistente a pasar de un objeto monetizable al siguiente. Esto ha tenido un efecto amortiguador en todo tipo de cultura, desde los éxitos de taquilla de Marvel que se optimizan para llamar la atención minuto a minuto, hasta las recomendaciones automáticas de Spotify que promocionan una canción similar tras otra. Tanto los productos culturales como los hábitos de consumo se ajustan cada vez más a las estructuras de los espacios digitales. (Chayka, 2022)
Pensemos que la tecnología está cambiando a pasos agigantados y que ninguna forma de educación se adecuará a los avances que la tecnología tiene. Un solo dato: “Entre seis y ocho dispositivos están conectados de forma simultánea a wifi en un hogar familiar convencional en estos “momentos” (Limón, 2022).” Estamos en un punto de quiebre, en una cabeza de alfiler decidiendo sobre qué camino seguir. Al respecto recuerdo que, en algún lugar, Alvin Toffler señalaba que “Los analfabetos del siglo XXI no serán quienes no sepan leer o escribir, sino los que no sean capaces de aprender, desaprender y “reaprender” (Innovayaccion, 2022).”
No creo que estuviera desviado, cada día me convenzo de que siempre estamos fundamentalmente reaprendiendo. Nada está consolidado, ningún conocimiento es fijo, reaprendemos constante, incansablemente. Observamos que la pandemia puso a una enorme masa de seres humanos a aprender a marchas forzadas el ABC de lo digital. Muchísimas personas que rechazaron consuetudinariamente las computadoras, los smartphones, las tablets, ahora se ven impelidas a romper con sus prejuicios y acercarse al aprendizaje de lo digital, lo que tiene que ver con la urgente necesidad de poner al día los conocimientos que ya se poseen, así mismo podremos ser testigos de quienes lleven a cabo una reorientación de su carrera y de su identidad. No está mal, pero está claro que esto no es la solución a un problema. La pandemia ha puesto en camino la discusión de si internet es la solución y si podemos seguir impartiendo conocimientos de la manera en que los dimos hasta antes de la pandemia. La única certeza que tenemos hoy por hoy es que no tenemos una respuesta acerca de cuál es el papel de la educación en un mundo digital donde se juegan distintas formas de ser y de estar muy diferentes a las tradicionales.
Recuerdo que en otro artículo escribí:
Hace tiempo leí una declaración de Umberto Eco cuando narró […] que un estudiante, para provocar a un profesor, le había dicho: ‘Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?’. La pregunta involucra la función del profesor en una era en la que todo el conocimiento parece haberse vertido en la Web que, al mismo tiempo, detenta la virtualidad de poseer casi todo el conocimiento. No cabe duda de que estamos viviendo una época en la que internet está creado y formado subjetividades, formas, valores, deseos, anhelos, capacidades de visibilización y de mostración o, en otros términos, lo que se puede ver y lo que se puede decir. (Constante, 2022, p. 117)
Es claro que la enseñanza virtual proviene de muchos otros espacios que ya no forman parte de los ámbitos tradicionales. Ella está cambiando y hace evolucionar de manera acelerada las formas y modos en que se transmite el conocimiento. La educación, tal y como la conocimos, está mudando a través de canales tan heterodoxos como son los medios de transmisión contemporáneos, así como por medio de los influencers, youtubers y hasta tiktokers, quienes han sido calificados como los nuevos educadores en tiempos de internet, figuras que no tienen nada que ver con ese “modelo” hierático que se llamó “profesor” o “maestro”. Nunca más el Magister dixit, afortunadamente. Esto ha hecho que ese afán por el conocimiento del que nos hablaron los griegos, paradójicamente, se incremente, pues muchísimos jóvenes, contrario a lo que podría pensarse, se inscriben en las apps para aprender o investigar cualquier cosa, y eso indica que los medios tradicionales están descarrilados. A fin de cuentas, como dice Chayka: “Todos están atrapados por la presión diaria de producir contenido auxiliar (memes, selfies, publicaciones de mierda) para llenar un vacío sin fin” (Chayka, 2022).
En este entramado la escuela se ha ido haciendo obsoleta, descontextualizada, aunque sigue cumpliendo su función de disciplinarización, homogenización y normalización. “Internet es irrenunciable, a partir de ella es que se tiende a acomodar la vida, las formas de padecer, de gozar, de pertenecer y apropiarse del “mundo” (Constante, 2022, s/p),” y ahora de educar para estar acorde con la realidad que nos alcanzó de una vez y para siempre: “El cambio que ha producido y que está generando en las sociedades es de tal magnitud que aún no se acaba de evaluar qué y cómo se está modificando la vida” (Constante, 2022, s/p).
El mundo digital ha ido creando un ser distinto al que conocimos y, por ahora, no nos es posible comprenderlo, pues el cambio está en proceso. No tengo la menor duda de que hoy lo que se puede ofrecer como educación es un aprendizaje sin fronteras, totalmente globalizado, en el que las herramientas digitales estén disponibles y nuestras capacidades sean las necesarias para proceder a formarnos. Sabemos que la educación tradicional ha sido devorada por internet y las redes sociales, pero lo que viene sigue siendo una malla tenebrosa donde todo cambia y donde debemos reflexionar sobre el verdadero significado de aprender y enseñar a través de internet.
Bibliografía
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1 Las plataformas a distancia son espacios virtuales de aprendizaje orientados a facilitar la experiencia de capacitación a distancia, tanto para instituciones educativas como empresas. También se las conoce como plataformas LMS sigla en inglés de Learning Management System, que podría traducirse como sistemas para la gestión de aprendizaje. (¿Qué es un LMS?, 2020)