Artículo de Reflexión
SER DOCENTE Y SOCIEDAD DE CONTROL "LO OCULTO EN LO VISTO"*
The Teacher and the Society of Control. "What is Hidden in What is Seen"
Etre Enseignant dans la Société de Contrôle "L'invisible à la Vue"
Ser Docente e Sociedade de Controlo "O Oculto no Visto"
Armando Zambrano Leal**
* El presente artículo es producto del proyecto de investigación sobre relación con el saber, financiado por la Universidad Icesi, 2014. Transcripción a cargo de Juan Felipe Chavarriaga, estudiante de Ciencia Políticas, Universidad Icesi. El texto original fue reorganizado siguiendo las políticas de la Revista.
**Universidad Icesi azambrano@icesi.edu.co azambranoleal@gmail.com
Recepción: 20 de mayo de 2014
Aprobación: 10 de junio de 2014
Resumen
Para comprender el malestar y las tensiones que hoy se viven en la profesión docente es importante, necesario y urgente reflexionar el tránsito operado entre el ideal educativo moderno y contemporáneo. Cuatro aspectos centran el desarrollo de la tesis: el oficio del maestro, el docente como filósofo de la República, el profesor como profesional de la disciplina y el régimen de la proletarización y del control. Estos cuatro aspectos tienen como territorio al isomorfismo estructural.
Palabras clave: profesión docente, modernidad, postmodernidad, sociedad de control, educación, saber.
Abstract
In order to understand the uneasiness and the tensions faced in the teaching profession, it is important, required, and urgent to reflect on the transition occurred between the modern educational ideal and the contemporary one. The dissertation is focused on four aspects: the teacher's trade, the teacher as a philosopher of the Republic, the teacher as a professional of the discipline, and the regime of proletarianization and control. These four aspects have as territory the structural isomorphism.
Keywords: teaching profession, modernity, postmodernity, society of control, education, knowledge.
Résumé
Pour comprendre le malaise et les tensions vécues de nos jours dans la profession de l'enseignant, il est important, nécessaire et urgent de réfléchir à propos du transit réalisé entre l'idéal éducatif moderne et le contemporain. Le développement de la thèse est centré sur quatre aspects: le métier de maître, l'enseignant en tant que philosophe de la République, le professeur comme professionnel de la discipline et le régime de la prolétarisation et du contrôle. Ces quatre aspects ont pour territoire l'isomorphisme structurel.
Mots clés: profession enseignant, modernité, postmodernité, société de contrôlé, éducation, savoir.
Resumo
Para compreender o desgosto e as tensões que hoje se vivem na profissão docente é importante, necessário e urgente refletir o percurso que se dá entre o ideal educativo moderno e contemporâneo. Quatro aspectos centram o desenvolvimento da tese: o oficio do maestro, o docente como filósofo da República, o professor como profissional da disciplina e o regime da proletarização e do controle. Aqueles quatro aspectos têm como território ao isomorfismo estrutural.
Palavras chave: profissão docente, modernidade, pós-modernidade, sociedade de controle, educação, saber.
Preliminar
El ser del docente en la contemporánea sociedad de control nos interpela. Una de las características de este tipo de sociedad es precisamente que las personas deben constantemente formarse y este nuevo discurso encierra, en la plenitud de su poder, la sentencia lapidaria de la formación a lo largo de la vida. En la sociedad de control el ser humano deviene una "máquina" siempre en curso cuya plasticidad define el proyecto. El proyecto, la vida por proyectos, regula la vida entera y crea el sentimiento de un siempre aprender. El conocimiento se deprecia, las capacidades se debilitan y las habilidades se deterioran; el ser humano es una máquina perfectible y su conocimiento una mercancía. La formación a lo largo de la vida deviene el dispositivo supremo cuyo poder engendra la convicción sin retorno. ¿Quién duda que este sujeto no pueda ser formado? ¿Quién muestra el poder del control a través de su ser? Lo primero es un registro de verdad, un terreno firme y esto porque el ser del profesor también se moldea en los dispositivos; lo segundo es un asunto que raya con lo escatológico pues, ¿quién diablos puede aventurarse en una reflexión metafísica tan compleja como lo es el ser del docente? El ser no es sólo lo que es; él deviene en la experiencia. El docente no es únicamente lo que es; él deviene en la experiencia de enseñar. Pero, ¿y qué enseña? ¿Su experiencia de saber o el contenido de un saber sin experiencia?
Desde el advenimiento de la sociedad de control (Deleuze, 1995; Jódar, 2007) las políticas -¿públicas?- le asignan un lugar importante al ejercicio profesoral y esto porque él es considerado clave en el agenciamiento del control aunque el discurso lo enmascare. El discurso de control deja entrever que el profesor es un profesional de los aprendizajes y esto exige la puesta en marcha de dispositivos de formación y de capacitación. Este discurso se podría resumir en lo siguiente: no hay aprendizaje sin una mejor formación del profesorado. Esto lo encontramos en la existencia de dos decretos que regulan el estatuto profesoral en nuestro país (Álvarez, 2010).
Pues bien, en este artículo no es de nuestro interés seguir la línea -bien consolidada- sobre el poder de los dispositivos formativos y, menos aún, proponer una estructura de capacitación. Esos dispositivos pertenecen al administrador del ser del docente, a quienes se inscriben en el régimen del control. Nuestro verdadero interés consiste en mostrar, a través del ser de profesor, el malestar de una época, lo oculto en lo visto. Las narraciones, las prácticas, la cotidianidad de los sujetos y el develamiento de las hendiduras de una época; esto es lo que nos interesa. Siendo este nuestro interés, seguiremos la siguiente tesis: Para comprender el presente -el malestar que se vive en el presente- y las tensiones que se viven en la profesión docente es importante y necesario comprender el tránsito operado entre el ideal moderno y post-moderno en educación. No podemos comprender el malestar de una época y la del docente en el presente si no vamos viendo cómo ese gran proyecto de desterritorialización del ser del maestro se fue consolidando de forma sostenida. Lo oculto de lo visto adviene nuestro horizonte. Una época muestra el decir de los sujetos, sus prácticas, dispositivos, discursos. Ver la época a través de los discursos nos permitirá comprender las estrategias de control, es decir, los discursos que giran en algo que denomino el isomorfismo estructural. ¿Qué es el isomorfismo estructural? son los objetos discursivos que van siendo adaptados progresivamente por las políticas en educación y que muestran el mismo malestar, la misma estructura, aunque su esencia sea distinta. Las estructuras discursivas se presentan como similares aunque no su esencia. El discurso agenciado sostiene que si mejoramos los salarios de los profesores, tendremos una mejor educación, que si atraemos a los mejores bachilleres y les ofrecemos la oportunidad de una formación continua, el sistema "mágicamente" cambiará (García & Alli, 2014). "El mejor de los mundos" se expresa en el ideal del empresario de la vida, en quienes ven el acto de enseñar como un singular ejercicio de transmisión de una disciplina. Curiosamente la ciencia no educará (Kerlin, 1998) y la formación docente como la formación para ser cura o policía, siempre ha estado reservada para las clases populares.
Quiero entonces referirme a los cuatro grandes puntos. El primero muestra cómo la profesión docente en Occidente comenzó como un oficio y con unas características particulares. El segundo interroga al ideal moderno y el Estado de Bienestar; cuando aparece el Estado de Bienestar, los profesores, los docentes, se constituyeron en los filósofos de la República. El tercer momento intenta mostrar el declive del ideal moderno. Aquí es importante señalar cómo a partir de 1980 se da una transformación en la formación del maestro porque aparece un discurso dominado, dirigido y controlado por la enseñanza de las disciplinas. Entre 1950 y 1980 el oficio del maestro se transforma; a este lo podríamos llamar como el filósofo de la República pues enseñaban saberes. Después de 1980 comienza el declive del ser del maestro pues aparece un nuevo discurso centrado en que él debe enseñar conocimientos disciplinares. Esto tiene una explicación, y es la preparación para el siguiente momento, y el cuarto y último momento no es otro que el régimen de la proletarización y del control. Después de 1980 los maestros dejan de ser los intelectuales de la República, pierden su condición de filósofos de la República; el maestro deviene un obrero del conocimiento.
El oficio del maestro en el ideal moderno
En Occidente la escuela fue uno de los bastiones del Estado Nación. Ese período conocido como moderno en el oficio del docente, comienza a operar más o menos desde mediados del siglo XVIII y se mantiene hasta más o menos el siglo XX. ¿Qué es lo que se institucionaliza en el ideal clásico moderno de la educación? Lo que se institucionaliza es la educación y el concepto que va a legitimar el nacimiento de aquel que desarrolla el oficio de educar a las nuevas generaciones, es la transmisión (Durkheim, 1922). El siglo XVIII va a mostrarnos que el acto de educar es el acto por medio del cual las generaciones adultas le transmitirán a las generaciones más jóvenes lo mejor de su experiencia como humanos. Esa transmisión (la de la experiencia de educar) desarrollará dos cosas fundamentales para el Estado Nación. De un lado, la actividad educativa es una actividad eminentemente política, ligada a los ideales del Estado Nación. La educación como una actividad política desencadenará la idea de pertenencia al territorio, al pueblo, a la lengua, a la bandera. Patria, Escudo y Nación son perpetuos ejercicios de la razón, la libertad, la autonomía. Resultado de este gran "poder redentor", desde el siglo XIX la cohesión de la nación se vehiculiza en los manuales escolares (Acevedo & Samacá, 2013). El Estado Nación, el que nace con la Revolución Francesa, educará a los hijos del pueblo sobre la base del régimen del gobierno del buen burgués; a los niños excluidos del viejo régimen se les enseñarían los ideales del buen burgués: el saber leer, el saber contar, el saber saludar, la higiene del cuerpo, la obediencia generalizada, etc. La escuela surge para los pobres, nos lo recuerda Martínez Boom (2012).
De otro lado, la actividad educativa tiene que ver con la condición económica que emerge en el Estado Nación después del siglo XVIII. Esa actividad económica cumple una función particular: educar la docilidad del obrero. Ella está estrechamente ligada con el nacimiento del capitalismo y cumplirá un rol político-económico. ¿Cuál es ese rol? hay que preparar al niño para el trabajo, ser un buen ciudadano, ser un dócil obrero, etc. Los vagos, ociosos, malentretenidos, fueron también objeto de educación y en el ejército así lo fue. El niño ja no está en la casa, frase lapidaria de Michel Foucault, dirige la moral y ésta se extiende al desocupado. La docilidad proviene del gobierno de la conducta. Conducta y docilidad dos terrenos firmes de la modernidad educadora. Digamos que las dos actividades fundamentales que le dan piso al Estado Nación y que tendrán lugar en América Latina después de sus procesos de independencia, tienen que ver con la función política y económica de la educación: "la educación comenzó a ser parte del Estado [...] principalmente porque permitía la gobernabilidad que conocemos hoy como población" (Martínez, 2012: 2425). Esto generará las siguientes prácticas: primero, la práctica educativa que comienza a organizarse después del siglo XVIII será dirigida a que el ciudadano sea un sujeto obediente. El niño comenzará a aprender los signos de la obediencia, aprenderá una política de sumisión y, sobre todo, el sistema educativo del Estado Nación desarrollará lo que podríamos denominar una biopolítica del alma. ¿Qué significa esto? que los hijos del pueblo debían aprender las primeras letras, debían aprender a leer, a escribir y a contar y, a través de ello, debían aprender también unas formas de comportamiento, unas formas educadas de dirigirse a los otros, etc. Pulir el alma y controlar el cuerpo. La educación moderna se desarrolla como una práctica política de vigilancia. Esa práctica política de vigilancia, en el Estado Nación (siglo XVIII al siglo XX), desencadenará lo siguiente: la escuela formará ciudadanos letrados. La escuela deberá enseñar que un sujeto debe ser gobernado si quiere alcanzar su condición de ciudadanía. Digamos, entre la actividad económica (docilidad de la mano, del cuerpo, adiestramiento de la capacidad) y política (la política de la vigilancia, la política del alma, la política de la sumisión) la actividad educativa tendrá una estructura o un dispositivo que comienza a funcionar y que luchará contra otras formas de educación. La escuela de la República se sirvió de los pupitres, estrados y férulas que tanto desarrollaron los Hermanos Cristianos.
La escuela en el siglo XVIII es una institución que prepara para la razón, la libertad y la autonomía, principios rigurosamente modernos e ilustrados (Jamenson, 2004). Es decir, la escuela clásica moderna del siglo XVIII hasta el siglo XX (más o menos 1980), es una escuela que tendrá la siguiente función: será una escuela dirigida a las grandes masas, que incluirá al hijo del pueblo en un proyecto eminentemente burgués, para ser gobernado y aprender un oficio necesario en el desarrollo posterior de las profesiones. Este dispositivo de la educación clásica moderna contempla tres grandes prácticas: examen, disciplina y ejercicio, y todo estuvo dirigido al mínimo detalle. El buen encauzamiento de la disciplina (Foucault, 2002) tiene su lugar en la educación. El oficio de maestro, el que transmite un orden político, el que transmite un orden económico, a partir de unas prácticas de higienización del alma, a partir de unas prácticas de civilidad y a partir de unas prácticas de ciudadanía, recibirá la siguiente dominación: el preceptor. La escuela de la República, la escuela del Estado Nación, se inventará, creará un oficio gratuito. Un oficio por el cual en sus inicios la República no pagaba. Cuando aparece el Estado Nación y su forma política republicana, emergerá con ella el preceptor. Preceptor que enseñará la moral de la República, a leer, a escribir y a contar y también los símbolos, la minucia; aquello que es fundamental en un oficio. Enseñaba la zapatería, a ser soldador, la panadería, enseñaba a trabajar las telas, etc.
Digamos que esa es la base occidental de la escuela de la República, esa es la base de los fines de la educación moderna occidental; fines que estuvieron dirigidos a formar al buen ciudadano para que cumpla unas funciones en el mundo laboral. La escuela es hija del capitalismo, entendámoslo así. La escuela es heredera, incluso, de las prácticas disciplinarias que se engendraron en las comunidades religiosas. En esta medida el primer elemento sustancial es, entonces, que la escuela moderna de la República, después del siglo XVIII, es una institución que estará dirigida a transmitir lo mejor del saber, para unos sujetos que deben cumplir unas funciones en los oficios y aprender a ganar el espacio de lo público. La salvación para el pobre estuvo afincada en la escuela de la República. De hecho, los hijos del pueblo luego fueron promovidos al estatus de instructor, fueron formados para ser preceptores, devienen maestros, curas, policías, etc. El pobre sostiene el poder del buen burgués no sólo obedeciendo sino también formando a su estirpe, cuidando su alma, protegiendo su propiedad.
El docente en el Estado de Bienestar
El estado de bienestar se materializa después de la Segunda Guerra Mundial y la escuela de la República tendrá tres grandes elementos, tres grandes fines: el político, lo económico e indiscutiblemente el cultural. La escuela de la República como espacio político de la nación, formará al niño como un sujeto cuya materialidad vemos en el ciudadano. A estos elementos se añadirán otros, producto de los desarrollos industriales y sociales, la universalización y democratización del saber. Toda la lucha del Estado Nación por consolidar el Estado de Bienestar estuvo dirigida a resolver el siguiente interrogante: ¿cómo hacer para que los hijos del pueblo pudieran recibir los mismos saberes que aquellos que se le distribuían a los hijos de la élite? Curiosamente es después de terminada la Segunda Guerra Mundial cuando la sociología de las desigualdades escolares (Durut-Bellat & Van Zanten, 1992) descubrirá que ese gran discurso de bienestar que comenzó a gestarse modernamente después de 1950 y que se traducía en el ideal de que la escuela era para todos, no era sino una máscara para ocultar la ilusión escolar. La distribución del saber es política y económica. Lo que descubre la sociología de las desigualdades escolares después de 1950 es que el ideal clásico del Estado Nación y la escuela del Estado de Bienestar era un discurso dirigido a crear la ilusión de que los hijos del pueblo podrían ser como el buen burgués (Zambrano, 2014).
Recordemos que la escuela republicana tiene como base el ideal del buen burgués y del caballero culto y estará dirigida a los pobres; institución redentora pero excluyente. En efecto, lo que va a mostrar la Segunda Guerra Mundial, particularmente en tres países de Occidente, es la falsa ilusión de la democratización del saber. La escuela, entonces, del Estado de Bienestar, es una institución cuyas bases encontramos en dos grandes conceptos que curiosamente llegarán a América Latina después de 1998: educabilidad y enseñabilidad. El concepto de educabilidad es político y ético; tiene que ver con la estrecha relación de los fines de la escuela republicana, del Estado Nación y del Estado de Bienestar en el siguiente orden: no puede haber paz social, no se pueden combatir las desigualdades sociales si no es a partir de una única convicción: la educación es ante todo un derecho y como derecho debe ser el soporte de la misma escuela republicana. La educabilidad es a la vez un concepto ético en el sentido que le permitirá al profesor ser el filósofo de la República y por esto mismo él debe hacer todo lo que esté a su alcance para que el otro sea educado (Meirieu, 1991: 39; Zambrano, 2009). El concepto de enseñabilidad es el otro elemento de soporte de las finalidades de la escuela del Estado de Bienestar, en el sentido en que ella no es un lugar solamente para socializar, contener las formas de violencia, promover las igualdades entre generaciones; ella también es el lugar donde el conocimiento puede ser enseñado. De ahí, entonces, que la institución escolar del Estado de Bienestar enseñara el conocimiento y que, al hacerlo, promoviera el sentimiento generalizado de que educar al hijo del pueblo es salvarlo. En este gran segundo momento -momento moderno del Estado de Bienestar- hay un concepto que determinará los dolores que hoy estamos padeciendo. Esto tiene que ver en nuestro continente con la adopción sin reserva del famoso concepto de currículo, concepto que arrastrará lo mejor del taylorismo y del fordismo e instaurará en el ser de la ciudadanía lo siguiente: la formación debe ser medida en su entrega; los saberes se distribuyen según el estatus, el poder de la cultura se legitima en la clasificación, selección, distribución del conocimiento. El currículo materializa el sentimiento según el cual el hombre educado adviene en la racionalidad del trabajo. De ahí la primacía de la razón instrumental, el individualismo y el despotismo (Ortea & Mínguez, 2001).
El declive del ideal moderno
Bien, el concepto de currículo norteamericano reflejará lo siguiente: la sociedad de clases se acentúa a través de la distribución de los saberes y en función de las prácticas del trabajo. ¿Qué distribuye el currículo? Sin lugar a dudas un amplio sentimiento de clase, una resignación oculta, un lugar y su dependencia, una trágica condición de soberanía y de obediencia. La exclusión comienza en los contenidos y la calidad del saber enseñado. Recordemos que en América Latina la famosa tecnología educativa - pragmática del currículo- desarrollada entre 1920-1930, entrará para organizar esas formas de distribución, control, posicionamiento y juego de los saberes y para perpetuar una distribución sostenida y oculta de los saberes y posiciones de clase. ¿Qué distribuye el currículo? las prácticas del conocimiento generando para ello un sistema de vigilancia sobre la distribución de dichas prácticas. Es decir que el ideal moderno del Estado de Bienestar recurrirá, en el caso occidental y, particularmente en el que corresponde a América Latina y su apego a Estados Unidos, un sentimiento en los siguientes términos: educar es aprender una posición de clase, símbolos y estatus; la obediencia es sutil y se enmascara en el discurso generalizado de la educación para el desarrollo o la educación como factor de movilidad social.
La escuela de bienestar que surgirá después de 1950 y que se mantiene hasta 1980 será una institución que educa no para la igualdad sino para perpetuar la condición de desigualdad. Todos lo sabemos, mientras la condición de desigualdad social no cambie en América Latina y la escuela no ocupe el lugar central de la sociedad, seguiremos viviendo en el peor de los mundos. ¿Qué sucede en la escuela del Estado de Bienestar y cuál es su finalidad como su falso discurso? La escuela va a formar a un sujeto del saber y esto tiene lugar en el nacimiento de la profesión docente; nacimiento que va a estar profundamente ligado a la consolidación y organización de unas estructuras de formación y expedición de normas reglamentarias. En el caso de Colombia, para no citar otros, la función de ese sujeto de saber es clave y estaba definida por el currículo y en sus prácticas, por lo que se conoce como la tecnología educativa. Entonces el maestro es, o fue, un sujeto que garantizó en la escuela el ideal de ser alguien en la vida. Hasta finales de 1980 el maestro será, bien o mal, considerado como profesional de la docencia y él nos enseñaba que ir a la escuela era aspirar a ser alguien en la vida. Ese ideal comienza a deteriorarse en el tercer momento, cuando aparece el famoso declive de la transformación de la esencia del docente, cuando hay la irrupción ya no de las prácticas del saber, sino del poder de las didácticas.
El régimen de la proletarización y del control
El pedagogo siempre fue un sujeto dispuesto a sublevarse contra las formas de higienización del alma; los pedagogos no son los profesores, no fueron los instructores, los pedagogos no son los didactas. El pedagogo fue un poeta de las almas (Zambrano, 2012), alguien capaz de criticar poderosamente los sofisticados sistemas de higienización del alma de los sujetos; poeta que no cumplirá la misma función del didacta, porque, querámoslo o no, el didacta es un policía de las almas. ¿Qué sucede? ¿De dónde proviene este declive que hoy nos muestra el poderoso sentimiento de que nadie es educado sino en el régimen de las disciplinas? La revolución tecnológica, ciertamente, el surgimiento de la sociedad del control, después de 1980 cuando cae el muro de Berlín, la desaparición de la sociedad de vigilancia y el advenimiento de la sociedad del control, sociedad que se caracteriza por tres cosas fundamentales: tecnología, velocidad e información. La primera, irrupción de la tecnología en la vida humana; la velocidad en la vida a través de la información; la vida humana comienza a vivir, a sentir otras experiencias en el cotidiano vivir, y todo estará mediado o determinado por la información.
Otro gran elemento de la sociedad del control tiene que ver con la seguridad del territorio y el hábitat humano. En el globo se instaura toda una política de seguridad que no será otra cosa que una forma de controlar constantemente a los sujetos. Cada uno es visto y es gobernado sin que se dé cuenta él mismo de que está siendo gobernado, vigilado, controlado. La velocidad es control, el espacio es seguridad y la profesión intensidad (Virilio, 1993); esto tiene que ver indiscutiblemente con el desarrollo del capitalismo tecnológico y financiero. Ya no es el Estado de Bienestar y moderno sino es el sistema financiero el que regula la vida de los sujetos. ¿Qué sucede entonces? La escuela en la sociedad del control comienza a ser gobernada, cuya expresión vemos en la siguiente gramática: lo que hace a una escuela es la forma como gestiona su proyecto. La institución escolar debe promover la virtud del aprender siempre y su estrategia será la competencia; ser competentes, cueste lo que cueste, pues la vida laboral no es fácil sino incierta.
La vida humana en la sociedad de control está regida por el proyecto. El proyecto adiestra la mano, adiestra el cuerpo, adiestra la mente; nadie ve su vida por fuera de un proyecto y la escuela regula las prácticas de enseñanza a través de este poderoso dispositivo. El proyecto toca la vida misma; todo es corto, reciclable, maleable, flexible y el proyecto nos lo recuerda. Es decir, lo que comienza la escuela a enseñar ya no es una forma de disciplinarización del saber sino unas formas prácticas de aprender; ella deviene un gimnasio del ensayo y el profesor un adiestrador de la prueba. El proyecto materializa el declive y esto porque la vida es corta y renace en el emprendimiento; un nuevo proyecto es una nueva vida incluso en el amor.
El declive es un cambio paradigmático y afecta a la escuela: aprender en lugar de enseñar. En la sociedad de control la institución escolar estará regida, gobernada, controlada por una nueva racionalidad que define las prácticas y afecta el ser moderno del docente: proyecto, competencia, evaluación para una vida flexible y siempre en curso. Todo proyecto define unas competencias y a cada instante el sujeto es evaluado; la seguridad del individuo deviene una pronta sospecha. Cada ser humano en la sociedad de control debe demostrar en un estado de seguridad, a cada minuto, que algo sabe y lo sabe hacer bien; pero ese algo sabe y lo sabe hacer bien está determinado no por el querer de la formación de sí, sino porque él ha de cumplir unas funciones que se definen en el mundo del mercado. Es decir, la escuela de la sociedad de control ya no es una escuela que funciona sobre la base del concepto de formación, sino que es una institución que prepara para el gran mercado.
Así, entonces, el profesor -al que conocimos como el filósofo de la República- en la sociedad de control deviene un funcionario experto en la gestión de proyectos. De la misma forma en que el mercado nos pregunta, segundo a segundo, ¿cuál es nuestro proyecto? la vida del profesor y la práctica pedagógica estará determinada por esta maldita palabra que reduce, restringe la creatividad y segmenta el tiempo. En la escuela la vida de cada uno estará medida por el proyecto y la del maestro no escapa.
En la sociedad de control el profesor deviene un administrador del conocimiento de las disciplinas cuya función está delimitada por estándares; es decir, incluso la formación clásica que se impartía en el Estado de Bienestar desaparece pues queda supeditada a la demanda y la oferta del mercado. Es decir, en la sociedad de control, exactamente después de 1980, el ideal clásico del profesor desaparece; y desaparece porque en su lugar va a emerger el famoso profesional del conocimiento. Tal vez el caso más práctico -para no citar otros- sea el de Colombia. El último concurso docente no lo ganaron mayoritariamente los licenciados formados en las facultades de educación ni en las escuelas normales; lo ganaron profesionales de otras áreas -medicina, ingeniería, derecho, etc.- Es decir que eso que se llamaba docente, aquel que pensaba las condiciones del saber, las condiciones para pensar humanamente lo humano, desaparece, quedando en manos de un profesional quien transmite un conocimiento despedagogizado. Y el discurso oficial intenta validar sus virtudes pero al hacerlo justifica la fabricación del hombre-máquina.
En esta medida, entonces, la sociedad de control necesita un sujeto que no piense. Un sujeto que sea capaz de ejercer unas prácticas de seguridad, control y disciplinarización. De ahí que tres grandes conceptos regirán, de ahora en adelante, el ser del docente, de las instituciones y la de todos. A cada instante el ser humano tiene que ser evaluado, a cada instante él tiene que demostrar un grado de satisfacción y a cada instante tiene que dar cuenta de las formas de calidad en su vida. Algo terriblemente doloroso en la sociedad de control es que la vida se vuelve un espectáculo donde cada uno se muestra en una gran vitrina; la sociedad es una gran vitrina. Las instituciones escolares no están dadas para formar el espíritu que piensa la sociedad, el espíritu que sea capaz de revolucionar la sociedad, sino que allí se forman unos espíritus regulados por unas prácticas del mercado y sobre todo en las escuelas comienza a prepararse algo terrible y es: uno se prepara -no como lo decía Montaigne- para aprender a morir, sino para mostrarse en la sociedad. Este eje se vehiculiza en el principio más poderoso del capitalismo financiero y tecnológico: la acumulación del conocimiento es una forma de luchar contra los peligros del desempleo. Nada garantiza, incluso hoy, que teniendo un doctorado una persona permanezca en el empleo. Nada garantiza que el maestro en su ejercicio de saber y del conocimiento sea verdaderamente un filósofo de la República. Si hay algo que aborrece la sociedad del mercado, la sociedad financiera y la sociedad tecnológica es la actitud del sujeto crítico. La sociedad de mercado es una sociedad que no busca gente que piense sino gente dócil, adaptable, etc. Lo humano deviene un fusible desechable.
En esa medida la base discursiva de la escuela contemporánea deja de ser la formación del espíritu del sujeto y deviene lo siguiente: cada sujeto, cada niño, la vida de cada profesor, la vida de cada niña, la vida de cada padre de familia, la vida del intelectual, estará controlada por lo siguiente, ¿será el profesor eficaz en lo que dice?, ¿será el profesor eficiente en lo que hace?, ¿tendrá la calidad para decir lo que está diciendo? Es decir, la palabra del profesor entra en el régimen de la medición -eficiente, eficaz-. Nada escapa al sistema de evaluación. La medida es la forma de situar el registro de las prácticas de los sujetos. De ahí que un profesor que no logre el puntaje mínimo requerido en la evaluación de desempeño docente -sociedad de medición-, queda por fuera del sistema. En la sociedad de control lo que prevalece es menos la disposición del sujeto al saber y más el espectáculo de la apariencia; no es el profesor que enseña la maravillosa forma de entrar en relación con los textos, con el saber y el conocimiento, sino un sujeto gobernado por el miedo y al cual el régimen discursivo de control le definirá el bien supremo de su comportamiento. La sociedad de control en su gran poder de planificación hace que el profesor devenga un administrador de la vida plana de los sujetos. Él disciplina, ordena, simula enseñar, procede por estándares; su vida es un formato y esto ya es un espectáculo sin profundidad ni intensidad. He aquí lo visto de lo oculto.
Conclusiones
El Estado-Nación hizo de la escuela su mejor aliado, allí preparó la mano y la mente del buen obrero y persiguió el supremo ideal de la libertad y la autonomía pero hizo de la razón la génesis del gobierno de la conducta y la docilidad; en esto fue clave el papel del preceptor. Por su parte el filósofo de la República, aquel que encontramos en el nacimiento del maestro en la sociedad de bienestar, fue una ilusión en la democratización del saber; ilusión que duró menos de tres décadas pues en su seno se fue gestando el nacimiento del especialista de las disciplinas. El didacta despojó del poder de visión al pedagogo y en su lugar se impuso el régimen de la obediencia generalizada; el saber es el método y la técnica una vigilancia constante sobre el proyecto, la competencia y la evaluación. Eficiencia y eficacia regirán la proletarización del docente cuyo ser queda atrapado en la fabricación del hombre-máquina. La sociedad de control instituye la sospecha y ella afecta al ser del docente. El profesor que es "malo" es sospechoso, pero el profesor que es muy bueno también lo es. Pensar es difícil y es sospechoso en la sociedad de control. Por esto hay que volver la mirada sobre los maestros, no para que sean eficientes, eficaces y de calidad. Hay que volver a ellos, a los maestros, para que puedan pensar una sociedad distinta -porque el tiempo que vivimos es un tiempo difícil-. Reinventar, seguramente, la formación docente para que cada uno encuentre su genuina condición. Ser filósofos de la República y no el controlador de la vida ni el policía de las almas. En verdad la sociedad de control y sus correlatos -seguridad, velocidad, sospecha evaluación, estándar, medición, competencia, etc.-, constituyen una sociedad del estiramiento del ser y el maestro es uno de sus primeros blancos. Las tensiones en el ámbito de las realidades socioculturales muestran lo siguiente: mientras el discurso oficial dice "tenemos que trabajar la diferencia", el mercado homogeneiza y promulga el gran decreto: "la felicidad está en la innovación y el pensar lento no es eficiente". Por todo esto lo visto en lo oculto de la sociedad contemporánea nos debe impulsar hacía la gran lucha y ésta debe situarse en el siguiente registro: cuando un niño aprende algo de la sociedad cambia y haciéndolo tal vez estemos dando el paso para pasar de una sociedad controlada por el miedo a una sociedad regida por la felicidad, no en los términos del couching del ser, sino en la virtud tan preciosa de Séneca. En lo oculto en lo visto en la educación del buen obrero también se fabrica la felicidad y con ella se pierde el gran horizonte de su virtud.
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