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Resumen

La Maestra era pura. Los suaves hortelanos, decía, de este predio, que es predio de Jesús, han de conservar puros los ojos y las manos, guardar claros sus óleos, para dar clara luz.

La Maestra era pobre. Su reino no es humano.

(Así en el doloroso sembrador de Israel).

Vestía sayas pardas, no enjoyaba su mano

¡y era todo su espíritu un inmenso joyel!

La Maestra era alegre. ¡Pobre mujer herida!

Su sonrisa fue un modo de llorar con bondad.

Por sobre la sandalia rota y enrojecida,

tal sonrisa, la insigne flor de su santidad.

¡Dulce ser! En su río de mieles, caudaloso,

 largamente abrevaba sus tigres el dolor!

Los hierros que le abrieron el pecho generoso

¡más anchas le dejaron las cuencas del amor!

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